jueves, febrero 15, 2018

Pobreza made in USA



Tasas de pobreza infantil.

“El sueño americano está convirtiéndose rápidamente en el espejismo americano”.

En diciembre del año pasado, el Relator Especial de las Naciones Unidas para la pobreza extrema y los derechos humanos, el profesor Philip Alston, emitió un comunicado sobre su misión de investigación, que había durado quince días, en algunas de las barriadas más pobres de EE. UU. Alston, autor de la frase citada en el subtítulo de arriba, es un australiano que es profesor de derecho en la Universidad de Nueva York. Durante su misión, visitó Alabama, California, Virginia occidental, Texas, Washington DC y Puerto Rico.
La mayor parte de los medios dominantes han ignorado las declaraciones de Alston sobre la pobreza y desigualdad en EE. UU. Alston tiene todo un historial de constante imparcialidad, lo que hace que esas declaraciones sobre la pobreza estadounidense sean aún más creíbles.
En su informe sobre China, se mostró crítico con ese país (el gobierno chino le acusó posteriormente de “entrometerse” en su sistema judicial). Quiere que se investigue a Sri Lanka por crímenes de guerra contra su minoría tamil. Según The Guardian, Alston “le echó la bronca al régimen de Arabia Saudí por su trato a las mujeres antes de que el reino legalizara su derecho a conducir; denunció al gobierno brasileño por atacar a los pobres imponiéndoles austeridad, e incluso condenó a las Naciones Unidas por llevar el cólera a Haití”. Alston reprendió también al Banco Mundial por “mantener un doble rasero” que está “auspiciando una ‘carrera hacia la base’ en los derechos humanos”.
Alston empezó su declaración sobre EE. UU. exponiendo que “en la práctica, EE. UU. está solo entre los países desarrollados al insistir en que, a pesar de que los derechos humanos son de fundamental importancia, no incluyen los derechos que evitan morir de hambre, morir por falta de acceso a una sanidad asequible o por crecer en un contexto de privación total… En conclusión, especialmente en un país rico como es EE. UU., que la persistencia de la extrema pobreza es una elección política hecha por quienes están en el poder. Con voluntad política, podría eliminarse fácilmente”.
Después habló de su misión:
“En Skid Row, Los Angeles, encontré mucha gente que apenas podían sobrevivir; presencié cómo un agente de policía de San Francisco le decía a un grupo de personas sin hogar que se marcharan, pero no supo qué decir cuando le preguntaron que dónde podrían ir; escuché como a miles de pobres les imponían multas por infracciones menores que parecen estar intencionadamente diseñadas para terminar convertidas en deudas impagables, encarcelamiento y reposición de las arcas municipales; vi kilómetros de aguas negras en Estados donde sus gobiernos no se consideran responsables de las instalaciones de saneamiento; vi personas que habían perdido casi todos los dientes porque los programas de que disponen los muy pobres no cubren la atención dental a los adultos; supe del aumento de las tasas de mortalidad y de destrucción comunitaria y familiar provocada por la adición a medicamentos recetados y otras drogas; y me reuní con diversos grupos en el sur de Puerto Rico que viven sin protección alguna al lado de una montaña de cenizas de carbón que les caen encima provocándoles enfermedad, incapacidad y muerte.”
Al pedirle que comparara EE. UU. con otros países, Alston aportó una muestra representativa de comparaciones estadísticas que vale la pena mencionar (En algunos casos, he complementado las comparaciones de Alston con datos de otras fuentes.):
Hay numerosos indicadores que confirman que EE. UU. es uno de los países más ricos del mundo. Gasta más en defensa nacional que China, Arabia Saudí, Rusia, Reino Unido, Indica, Francia y Japón juntos.
El gasto per capita estadounidense en sanidad es el doble de la media de la OCDE y mucho más alto que en todos los demás países. Pero hay muchos menos doctores y camas de hospital por persona que en la media de la OCDE.
Las tasas de mortalidad infantil en 2013 fueron las más altas del mundo desarrollado.
Por término medio, los estadounidenses tienen una expectativa de vida menor y sufrirán más enfermedades que las personas que viven en cualquier otra democracia desarrollada, y continúa ensanchándose la “brecha de la salud” entre EE. UU. y los países de parecido nivel.
Los niveles de desigualdad en EE. UU. son mucho más altos que en la mayoría de los países de Europa.
Las enfermedades tropicales desatendidas, incluido el Zika, son cada vez más comunes en EE. UU. Se ha estimado que 12 millones de estadounidenses viven con una infección parasitaria no tratada. Un informe de 2017 documenta la prevalencia de anquilostoma en el condado de Lowndes, Alabama.
EE. UU. tiene la mayor prevalencia de obesidad del mundo desarrollado.
En términos de acceso al agua y saneamiento, ocupa el puesto 36º del mundo.
EE. UU. tiene la tasa de encarcelamiento más alta del mundo, por delante de Turkmenistán, El Salvador, Cuba, Tailandia y la Federación Rusa. Esta tasa es casi cinco veces mayor que la media de la OCDE.
La tasa de pobreza juvenil en EE. UU. es la más alta de toda la OCDE, con la cuarta parte de los jóvenes viviendo en situación de pobreza, comparado con menos del 14% de la OCDE.
El Centro Stanford para la Desigualdad y la Pobreza clasifica a los países más ricos en términos de mercado laboral, pobreza, red de seguridad, desigualdad en la riqueza y movilidad económica. EE. UU. se sitúa el último de los diez países más ricos.
En la OCDE, EE. UU. ocupa el puesto 35º de 37 en términos de pobreza y desigualdad. Según Alston, 19 millones de personas vivían en 2017 en la más profunda pobreza (el ingreso total familiar está por debajo de la mitad del umbral de la pobreza).
Según la Base de Datos de la Desigualdad Mundial en los Ingresos, EE.UU. tiene el coeficiente Gini (que mide la desigualdad) más alto de todos los países de Occidente.
El Centro Stanford para la Desigualdad y la Pobreza define a EE. UU. como “un caso aparte claro y constante a nivel de pobreza infantil”. Según UNICEF (véase gráfico arriba), EE. UU. tiene tasas de pobreza infantil más altas que otros quince países con altos ingresos.
La Academia Estadounidense de Pediatría dice que más de la mitad de los bebés estadounidenses corre riesgo de desnutrición.
El Departamento del Servicio de Investigación Económica Agrícola de EE. UU. declara que en 2016, un 38,3% de los hogares con ingresos por debajo del umbral de la pobreza federal padecían inseguridad alimentaria.
Alrededor del 55,7% de la población en edad de votar emitió su voto en las elecciones presidenciales de 2016. En la OCDE, EE. UU. se sitúa en el puesto 28% en cuanto a participación electoral, comparado con el promedio de la OCDE, que es del 75%. Los votantes registrados representan una porción mucho más pequeña de votantes potenciales en EE. UU. que en cualquier otro país de la OCDE. Sólo el 64% de la población estadounidense en edad de votar (y el 70% de los ciudadanos en edad de votar) se registró en 2016, comparado con el 91% en Canadá (2015) y en Reino Unido (2016), el 96% en Suecia (2014) y casi el 99% en Japón (2014).
En resumen: la mayoría de los países desarrollados obtienen mejores resultados que EE. UU. en los indicadores internacionalmente reconocidos respecto al bienestar humano en cuanto a esperanza de vida, mortalidad infantil, mortalidad de madres embarazadas, tasas de obesidad, tasas de encarcelación, tasas de homicidios, niveles de éxito educativo, disparidad de ingresos, niveles de pobreza infantil, estándares en nutrición, número de personas sin hogar, etc.
De hecho, algunos de estos indicadores muestran que EE. UU. está retrocediendo (a diferencia de otros países ricos). Según The Washington Post:
“La esperanza de vida al nacer en EU. UU. ha disminuido en 2016 por segundo año consecutivo, impulsada por un impresionante aumento del 21% en la tasa de mortalidad por sobredosis de drogas, según informaron el jueves los Centros para el Control y Prevención de las Enfermedades.
Desde 1962 y 1963, cuando la gripe causó una cifra desproporcionada de muertes, EE. UU. no había experimentado durante dos años seguidos una disminución de la esperanza de vida.”
Alston atribuyó gran parte de lo anterior a las opciones políticas decididas en EE. UU. y, más específicamente, al “ilusorio énfasis puesto en el empleo”.
Las propuestas para recortar la ya precaria red de seguridad social se promueven principalmente bajo la premisa de que los pobres deben abandonar el sistema de bienestar social y volver al trabajo (la motivación detrás del "bienestar en base a programas asistenciales", un proceso iniciado por Bill Clinton).
La premisa casi ridícula aquí es que hay muchos trabajos en espera de que los ocupen personas con formación inferior, por quienes padecen discapacidades (muchos ya han fracasado por un sistema de salud inadecuado), a veces cargados de antecedentes penales (tal vez por el delito de no tener hogar o de no poder pagar una multa de tráfico) y, además, con poca o ninguna capacitación o asistencia adecuada para tener éxito en la búsqueda de trabajo.
Los intentos de aumentar el salario mínimo, que es de por sí bajo para los estándares de otros países desarrollados, se ven regularmente frustrados por las legislaturas republicanas.
Alston señaló otra de las falacias que subyacen en esta premisa, a saber, que supone que los empleos que los pobres podrían conseguir les independizarían del sistema de bienestar social. Señala: “Hablé con los trabajadores de Walmart y otras grandes superficies que no podían sobrevivir con un salario a tiempo completo sin depender también de los cupones de comida. Se ha estimado que hasta 6.000 millones de dólares del programa SNAP [programa asistencial de nutrición complementaria] se destinan a apoyar a esos trabajadores, proporcionando así un enorme subsidio virtual a las corporaciones pertinentes”.
La abolición de los cupones de comida figura en la agenda republicana. Cabe destacar que el lugar que cuenta con mayor número de residentes que dependen de ellos es el condado de Owsley, Kentucky, que es blanco en un 99,22%, según el Censo estadounidense, y 95% republicano, en el que al menos el 52% de sus residentes recibieron cupones de comida en 2011.
Cualquiera pensaría que los estadounidenses aceptan la situación anterior de forma un tanto estoica porque esas compensaciones estimulan de algún modo la economía estadounidense aportando “bases” económicas sólidas.
Lamentablemente, la mayoría de esas “bases” –la balanza comercial, la deuda del gobierno (que pronto se agrandará a causa de los imprudentes recortes de impuestos a los ricos de Trump), la deuda de los hogares, el déficit presupuestario, la tasa negativa de ahorro, un dólar relativamente débil, la escasa inversión y productividad desde 2008, etc.- apenas pueden trasmitir tranquilidad en lo que a EE. UU concierne.
No hace falta ser un genio de la economía para saber que lo que rescata a EE. UU. es el papel del dólar como moneda principal de la reserva mundial y el tamaño enorme de su economía. Un mercado de valores inmenso y descontrolado ayuda, pero ya que que contribuye de forma significativa a los ciclos de expansión y contracción (1987, 1999, 2007, ¿?), no debería sobrestimarse su contribución a la economía general. Por tanto, en términos económicos objetivos, con una economía global más pequeña y sin la moneda de reserva mundial, EE. UU. se parecería, muy probablemente, a Brasil.
Tras sus declaraciones sobre EE. UU. Alston dio una entrevista en el programa de radio de Amy Goodman, en el momento en que los republicanos publicaban su proyecto de ley de recorte de impuestos convertido ya en ley. Le cito:
“El problema de la eliminación de la pobreza tiene que ver siempre con los recursos: ‘No tenemos el dinero’. De nuevo, únicamente EE.UU. tiene el dinero. Si quisiera, podría eliminar la pobreza de la noche a la mañana. Lo que estamos viendo ahora es algo que resulta ya un clásico: que se trata de una opción política. ¿Dónde quieren poner su dinero? ¿En los muy ricos o en crear una sociedad decente, que sea realmente más productiva a nivel económico que limitarse a dar sólo dinero a quienes ya han perdido mucho?”.
Es imposible estar en desacuerdo con Philip Alston cuando dice que este estado de cosas es consecuencia de una opción política y no de la necesidad económica.
Aparte de sus seguidores plutócratas (los Kochs, el Papa Jonn’s de la Pizza, Sheldon Adelson, James Arthur “Art” Pope, Robert Mercer, Robert Kraft, Dick y Betsy DeVos y, por supuesto, el ejército de seguidores y aspirantes del quieroynopuedo de los clubs de campo republicanos), la base de Trump consiste en blancos moderadamente acomodados que han dispuesto del pastel para ellos solos durante muchas décadas –lo que hace que su propia explotación sistémica sea algo soportable-, pero ahora tienen que compartir ese pastel con negros y latinos, con los estadounidenses musulmanes, con “los gays” (como se refiere a esta comunidad el casi senil televangelista Pat Robertson), así como con una pequeña cuota de refugiados de las incesantes guerras y campañas de bombardeos estadounidenses, etcétera.
Como otros CounterPunchers han indicado, “Hagamos a los EE. UU. grandes de nuevo” es el código destinado a este grupo de autoproclamadas “victimas” blancas, y gracias a las arengas de Trump, ese grupo cree de alguna forma que es más probable que tengan de nuevo el pastel para ellos solos.
Apoyar al muy pudiente que utiliza una gorra de baseball (made in USA pero con telas importadas) con ese eslogan es siempre una elección política, como lo es la preferencia de la plutocracia a forrar sus ya amplios bolsillos donando masivamente al “estafador” de la gorra: “estafador” es el apelativo que utilizan sus colegas plutócratas republicanos Michael Bloomberg y Mitt Romney, que tienen sus propias ambiciones políticas no totalmente congruentes con la agenda nacionalista-blanca de Trump, por muy incoherentes que las últimas puedan ser.
¿Trump, Romney o Bloomberg? Cualquiera que sea quien tome la delantera a nivel político, la plutocracia prevalecerá. Igual que ocurrió con Bill Clinton y Obama.
En este contexto, es también una opción política la preferencia de los demócratas de la corriente dominante Schumer y Pelosi por hacer del boxeo de sombra un facsímil penoso de una auténtica oposición.
Y así, un gran número de estadounidenses tienen ante ellos, con tan sólo abrir los ojos, una opción expresada por un filósofo conocido: "No tienes nada que perder excepto tus cadenas".
Por tanto, dejando a un lado las ilusiones, la liberación de los estadounidenses más pobres, aparentemente aún a una distancia enorme, está lo suficientemente cerca como para poder tocarla.

Kenneth Surin
CounterPunch
Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

Kenneth Surin es profesor de la Universidad Duke, Carolina del Norte. Vive en Blacksburg, Virginia.

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