domingo, febrero 04, 2018

La defensa de los animales desde el cine



Venimos de mucho atraso, y pienso en mis propios recuerdos en la Andalucía en la España de los cincuenta. Por entonces –también antes y después- los animales carecían de cualquier tipo de derechos, no recuerdo más defensa que la de un “pobrecitos” y para usted de contar. Matar a los gatos que se comían a los polluelos o darle una paliza descomunal a una mula o a un asno podía ser algo de mal gusto, pero nadie solía decir nada. O servían para algo o no tenían derecho a vivir. En mi familia, la pelea de los “gallos ingleses” venía de lejos, y uno tenía mala conciencia porque sí perdía el de papá teníamos en el plato algo que raramente veíamos: carnes bien cocinadas. La Iglesia que había contado entre sus santos al pobre de Asís, mostraba la más absoluta indiferencia. Los maestros sabían que en las afueras de las escuelas se mataban las camadas de gatos a pedradas, y que era tradición colgar latas a los perros que se volvían locos.La lucha por los derechos de los animales será de largo recorrido y se hará partiendo de casos concretos, siempre ha existido aunque ahora se ha acelerado como una manifestación de la conciencia humana y social. Con gente que no solamente se queje sino que suelen dar su paso adelante para protestar, una realidad que salta en diarios y canales. En realidad se trata de otra batalla contra nuestra barbarie que llama a una mayor implicación cívica. No es de recibo que estas cosas no provoquen escándalo o que el personal animalista de una localidad, ni se conozca. Una de nuestras deudas con los animales llamados de compañía es que están ayudando a mantener lo que queda de la sociabilidad perdida… La cuestión es que el pueblo militante se quedó sin medios de expresión, sin plataformas propias…no ha sido hasta la llegada de las redes sociales que ha encontrado una ventana abierta, pero estaría muy bien que el paso siguiente fuese el desarrollo de entidades amplias más allá de las protectoras que hacen lo que pueden. Los movimientos sociales en su conjunto, los ayuntamientos tendrían que aprender a poner esta batalla entre sus prioridades…
Pienso que el único lugar donde aparecía un cierto horizonte animalista era a través de películas con animales como protagonistas. Por cierto, lo hacían tan bien que en Hollywood se hizo famosa la frase “No trabajes nunca ni con animales, ni con niños ni con Charles Laughton”, lo cual puede tener más de una lectura ya que alrededor de la industria existe –y existe- toda una industria específica pero también abierta de animales que actúan de manera increíble. A este especie pertenecen celebridades como “La Chita” –que por cierto hace diez años aún vivía-, Rin Tin Tin que acabó siendo adoptado por un canción flamenco, la perra “Lassie” que de vez en cuando es recuperada, la mula Francis, unos cuantos caballos, un animal indispensable para entender la historia (y géneros como el western). Un largo etcétera de “actores” premiados por sus amos que, cuanto menos, tenían la indudable virtud de ayudar a que criaturas educadas en el maltrato a los animales empezaremos a ver en ellos seres vivos capaces de inspirar a poetas como el “Platero” de Juan Ramón Jiménez. Ulteriormente, diversas plataformas animalistas han denunciado su utilización “forzada”, y el caso del célebre “Flipper”, el delfín que acabó suicidándose como narra su entrenador en “The cove” (2009) que cuenta cuando le llegó a afectar el hecho.
Quizás un buen ejemplo de esta humanización pueda ser la popular “Nacida libre” (Born Free, James Hill, 1966) un pequeño clásico del cine de vocación animalista presentado como un apartado luminoso del colonialismo británico y muy bien servido por actores tan eficaces como Virginia McKenna, Bill Travers, Geoffrey Keen, Peter Lukoye…. Después de una ronda de vigilancia por la selva de Kenia, George Adamson lleva a su mujer, Joy, tres cachorros de león a cuyos padres se ha visto morir en una expedición a la selva de Kenia, se encuentra al cuidado de unos cachorros de león. Durante su vigilancia, el marido se ve forzado a matar a sus padres y lleva a los cachorros a su casa, donde su mujer se encariña sobre todo de Elsa, una cría de león adorable. Los leones se hacen pronto a la vida familiar. El matrimonio les da todos los mimos y cariños posibles, pero pronto comprenden que la situación no puede seguir así. Las autoridades del lugar intervienen y tanto Joy como George comprende que aquellos cachorros no pueden vivir eternamente en su casa, aceptan la realidad de lo que son: leones. El matrimonio lleva a las crías a un zoo, pero no pueden despedirse del animal que tiene que hacer su vida. La trama está basada en la novela homónima de Joy Adamson que publicó otras obras sobre animales, y su vida en la selva también se dieron lugar a varias secuelas aunque no lograron el éxito de esta aunque la última fue interpretada por Richard Harris y Geraldine Chaplin (To Walk With Lions, 1999). Joey, que dedicó parte de su vida a ayudar a los animales, descubierto muerta en 1980 en un lugar alejado por su ayudante Peter Morson. Éste declaró que había sido atacada y muerta por un león; esto fue lo que en principio divulgaron los medios, pero la investigación policial descubrió que las heridas eran demasiado agudas y que no podían ser hechas por un león, llegando a la conclusión de que fue asesinada con un instrumento agudo. Escrita en 1960 y convertido en este semidocumental vino a ser la quintaesencia de lo que ha dado en llamarse “cine familiar”, proponiendo un espectáculo tan aparente como inofensivo que se hace querer por los animales, los paisajes, el buen hacer de los actores pero sobre todo por la música compuesta por el gran John Barry, ganó numerosos premios. El cine británico tiene en su haber un cierto número de películas que muestran el inicio de una conciencia animalista entre los granjeros instalados en África.
Un enfoque más analítico es el que ofrece “Kedi” (Gatos de Estambul/ Ceyda Torun, 2016) un singular documental que los describe vagando libremente por la frenética ciudad de Estambul, la metrópolis turca de casi 15 millones de habitantes que divide Oriente de Occidente; un panorama y una lección que también resulta inherente a una ciudad como Tánger. Como documental no es nada del otro jueves, sobre todo porque quizás no entra en el porqué, en qué tipo de relación es la establecida, una relación que no se da para nada con los perros ya que fue en Turquia Lo cierto es que por la suma de razones que sea esta especie animal se pasean tan ufano y por miles por las calles de la ciudad turca, marcando con su presencia los rincones, sin miedo a que nadie les maltrate. Cientos de miles de gatos campan a sus anchas por una urbe mastodóntica, pero el documental está plagado de alabanzas, no se hace constar las contrariedades que sin duda existen, sobre todo en verano. La curiosidad del punto de partida se estropea por el desarrollo, alargado hasta la duración de una película al uso sin que haya material para ello: decenas de ciudadanos muestran sus simpatías por el animal, acariciándolos, cuidándolos, adorándolos, revelando historias relacionadas con su convivencia mutua, en las que se mezclan los datos objetivos con las supersticiones y hasta con los delirios. “Sin los gatos, Estambul perdería parte de su alma”. “El que no es capaz de amar a los animales no será capaz de amar a las personas”. Y decenas de frases del estilo, laudatorias casi hasta lo ridículo: “Los perros creen que las personas somos Dios, pero los gatos no. Ellos saben que no somos más que intermediarios de la voluntad de Dios”. Aunque el debate se puede abrir, el documental ofrece una talentosas asociaciones de imágenes y hermosos juegos con la cámara y el punto de vista, las historias se cruzan, se pasa de los indiferentes a los implicados, mientras la banda sonora de Kira Fontana otorga las tonalidades propicias para que el film –localizable en FILMIN- nos seduzca, sobre todo al personal amante de los animales, lo que, al parecer, cada vez somos más numerosos. Ellos son los reyes de Estambul, que, entre lo salvaje y lo doméstico, son los que mejor sobrevivido a toda clase de desastres humanos y allí seguirán quizás cuando nadie se acuerde de Endorgan, aunque también cabe pensar que quizás llegue un momento en el que se haga obligada una cierta ordenación. Entre tanto ellos, tan ufanos paseando por sus propias ramblas.
Personalmente pienso que muchos de nosotros hemos “reconocido” a los animales a través del cine, que nos devolvía una imagen mucho más veraz que la habíamos aprendido en tiempos terribles de matanzas y malos tratos. Quizás la cuestión radica en buscar su colaboración todo lo libre que pueda ser, tal me parece el detalle que ofrece François Truffaut en “La noche americana” (1973), que deja constancia del arduo trabajo de todo el equipo para un gato haga lo que le exige el guión. Eso no es “adiestrarlo” con métodos dudosos. Aparte de una perspectiva para la reflexión y la discusión sobre este ángulo del cine, actualmente contamos con una extensa serie de documentales de vocación animalista con los que escuelas y entidades podrían desarrollar actividades educativas que en el momento actual comportaría una reflexión tanto sobre la conciencia como de las potencialidades que los animales aportan para contrarrestar el declive de la sociabilidad entre nosotros mismos.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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