domingo, noviembre 05, 2017

Asesinato de Yitzhak Rabin: el día que el “Gran Israel” asesinó al Israel colonialista



El 4 de noviembre de 1995 era asesinado por un joven colono de extrema derecha en el centro de Tel Aviv cuando festejaban los acuerdos con la Autoridad Palestina que daba mínimas garantías de autonomía a ciudades de Cisjordania y a la Franja de Gaza.

"Cría cuervos y te sacarán los ojos" reza un viejo refrán popular, que bien puede aplicarse al destino final de Rabin, baleado en el pecho y el abdomen por Yigal Amir, un estudiante de derecho del centro religioso de altos estudios, la universidad Bar Ilán. Amir era un joven de 25 años, un colono que tenía en su vida el horizonte de seguir expropiando tierras a los palestinos, poniendo en pie cada vez más colonias (hoy denominadas territorios ocupados) y hacer realidad el proyecto del “Gran Israel”, así mencionado en el antiguo testamento. Un gran territorio que abarca desde la ribera de Egipto hasta el Éufrates, e incluiría partes del Líbano, Jordania, Siria, así como también partes de Irak y Arabia Saudita.
Ese era el sueño del sionismo en sus inicios, pero el ala de extrema derecha de ese movimiento (que no supo de giros pragmáticos, ni de situaciones internacionales que los condicionaran, como sí lo comprendió el Partido Laborista de Rabin y en menor medida el Likud), continuó con ese sueño ultra reaccionario y Yigal Amir era un colono ortodoxo que militaba en las filas de la “Irgún Iehudí Noken” (“Organización judía vengadora”), para hacerlo realidad.

Otro cínico Premio Nobel de la Paz

El año anterior a su asesinato, en 1994, Rabin que por esos años era primer ministro de Israel, junto a Shimon Peres –con el cargo de ministro de Relaciones Exteriores- y Yaser Arafat dirigente de la Organización para la liberación de Palestina (OLP), reciben el Premio Nobel de la Paz.
El argumento (o excusa) para otorgar este premio fueron los acuerdos de Oslo, firmados un año antes entre el Estado de Israel, la OLP, con la mediación –y la venia- de Estados Unidos con intereses geoestratégicos en la región y como potencia hegemónica a la salida de la Segunda Guerra Mundial y socia mayor de Israel.
Todo el mundo imperialista celebró estos acuerdos, que a instancias de EEUU –con Bill Clinton como presidente- buscaban en primer lugar cerrar los levantamientos de la primera Intifada y con Shimon Peres como su principal mentor, que fue convenciendo de su conveniencia a Rabin, ambos excompañeros de armas, competidores y líderes del Partido Laborista, devenidos hábiles políticos, luego de ser durante décadas jefes militares que garantizaron la colonización de tierras palestinas en el territorio que hoy conocemos como el Estado de Israel.

Rabin, Clinton y Arafat en los acuerdos de Oslo

El otro vértice de este acuerdo, Arafat, también lo presentó como un muy buen avance para el pueblo palestino, pero en realidad solo significó que lograban una relativa autonomía de algunas ciudades de Cisjordania y para ello se creaba la Autoridad Palestina. La situación de la ciudad de Jerusalén y el derecho a retorno de los millones de palestinos que a lo largo de los años tuvieron que huir de sus propias tierras, nunca formaron parte de esos acuerdos y ni hablar de la imposibilidad de constituir un verdadero Estado, siendo solo la autoridad civil de un puñado de ciudades separadas entre sí.
Este fue básicamente el gran acuerdo que le valió a Rabin el cínico Premio Nobel de la Paz.
Pero al interior del Estado sionista de Israel, los líderes del laborismo, con el lema “paz por tierra” estaban convencidos de lo beneficioso de esos acuerdos para preservar las fronteras conquistadas en 1967, neutralizar la resistencia palestina e internacionalmente reposicionar a Israel que con la represión de su ejército a la Intifada volvía a mostrar al mundo su cara guerrerista.

Los asentamientos y la extrema derecha sionista

A pesar de los beneficios muy limitados que ese acuerdo produjo para los palestinos, el hecho de una mínima concesión de territorios, enemistó a la gran mayoría de los colonos, judíos ortodoxos, con Rabin, cuestión que fogoneaba el partido de derecha Likud, que se opuso a esos acuerdos, cuyo líder por aquel entonces ya era Benjamín Netanyahu.
Por las calles de Jerusalén, pero también en Tel Aviv y otras ciudades menores se podían ver afiches con insultos al primer ministro o dibujado como palestino o con un uniforme de las SS nazis. Esto fue así porque para los colonos, a pesar de que con la firma de los acuerdos de Oslo, Israel continuaba con el control militar de todos los pasos fronterizos, además de que no todas las ciudades eran cedidas de manera integral, para ellos el solo hecho de abandonar aunque más no sea un puñado de hectáreas de esas tierras significaba una traición.
Rabin pasó a ser un “traidor” y “entregador” (moser y rodef, las palabras en hebreo) para la derecha y ultra derecha sionista. Esta adjetivación de Yitzhak Rabin tiene importancia si tenemos en cuenta que en el pasado cuando una autoridad judía llamaba moser o rodef a alguien, estaba permitido ejecutarlo sin juicio previo.
Toda esta propaganda se exacerbó con la firma a fines de septiembre de 1995 de los “acuerdos de Oslo II”, donde se establecían tres zonas para Cisjordania: A, B y C.
La zona A quedaba bajo control de la Autoridad Palestina (AP); la zona B tendría control civil de la AP, pero el poder de Policía lo detentaba Israel y finalmente la zona C, que tendría el control absoluto del Estado sionista. En realidad este “Oslo II” no hacía más que ratificar e intentar concretar lo que rubricaron un año atrás.
Esto terminó de enemistar al rabinato de Israel con el Partido Laborista. Abrahan Shapira, uno de los rabinos más influyentes, sobre todo entre jóvenes colonos, fue el impulsor ese mismo año, de la firma de una declaración donde entre otras cosas similares, decía: “hay una prohibición bíblica de evacuar asentamientos y transferir esos lugares a gentiles. Está prohibido que cualquier judío ayude a la evacuación de un asentamiento o base militar”.

¿Rabin enemigo de las colonias judías?

Definitivamente no. Pero como la casi totalidad de los líderes políticos hebreos, que habían sido “halcones” militares, responsables de lo que en cualquier otro país se considerarían crímenes de lesa humanidad, Rabin comprendía ya como estadista, que era necesario unas mínimas concesiones para seguir garantizando su hegemonía en la región. Por eso su política hacia los asentamientos de colonos, no es que fuera ambivalente, sino que sostenía un doble discurso con la esperanza de que podría convencer a los colonos de que era mejor no poner en peligro las fronteras conquistadas también a sangre y fuego en 1967 (como en 1948), que arriesgarse a una resistencia palestina cotidiana o peor aún: a que esa resistencia se volviera a generalizar como con la intifada anterior.
Prueba de ese doble discurso eran las millonarias sumas de dinero que transfería a las colonias, con el argumento de que eran poblaciones en crecimiento, mientras que en sus discursos hablaba de congelar los asentamientos. De hecho, Rabin inyectó más dinero en las colonias de los territorios ocupados que sus antecesores primer ministros.
De ninguna manera se puede ver al Partido Laborista como “palomas” que intentaron poner límites a los asentamientos. Este partido fue el pionero de que aumentara la colonización de territorios, tan solo en un año (de julio del 67 a julio del 68) se construyeron 14 colonias judías, de las cuales 9 pertenecían al movimiento kibutzim íntimamente ligado al Laborismo israelí.
Pero esto no importaba para la ultraderecha religiosa y Rabin, el hombre que formó parte del cuerpo de élite (Palmaj) de la Haganá (milicias clandestinas sionistas) en 1941 y luego fue uno de los creadores de las Fuerzas de Defensa Israelí (Tzahal), el estratega militar responsable de asesinatos en masa, robos, y todo tipo de vejámenes hacia el pueblo palestino, pasó a ser su enemigo.
Bastaba que alguien tomara como propias las declaraciones de los rabinos extremistas de derecha, a quienes como dijimos el Likud azuzaba, para que el moser y rodef tuviera su destino bíblico. Yigal Amir fue ese instrumento ejecutor. Terminó condenado a cadena perpetua.

Mirta Pacheco

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