domingo, octubre 08, 2017

La mirada infinita del Che en Guatemala



Una pequeña feria municipal de libros en la céntrica Plaza de la Constitución de Guatemala llamó mi atención en medio de la arenga solitaria de una mujer que parecía no cansarse en su llamado a la lucha para borrar de un plumazo años de corrupción.
Caminé un rato entre las carpas, donde alrededor de 20 mesas ofrecían títulos clásicos de la literatura mundial a un precio para mi asequible, aunque por las miradas de muchos comprendí rápidamente que no era así.
Un poco cansada de husmear sin decidirme tampoco a comprar nada, encontré de repente la mirada que le ha dado casi la vuelta al mundo en una icónica foto de Alberto Korda.
Estaba allí, casi escondida, pero iluminaba entre ejemplares de El Alquimista del brasileño Paulo Coelho, Las venas abiertas de América Latina de Eduardo Galiano, y algunas Biblias para niños y jóvenes.
Era el Diario del Che en Bolivia y, en el rato que estuve, a ningún muchacho le llamó la atención, aunque fuera para conocer su precio.
Es probable que muchos desconozcan la estancia del joven Ernesto y su amigo Ricardo Rojo en esta tierra, a donde llegó a finales de diciembre de 1953 con pocas pertenencias y la gran ilusión de conocer el único país que había emprendido una Reforma Agraria y se había atrevido a expropiar a la United Fruit Company.
Dejaba atrás vivencias importantes en sus recorridos por Perú, Bolivia, Ecuador, Panamá, Costa Rica y Nicaragua, pero la Guatemala de Jacobo Árbenz y su proceso revolucionario alimentaron para siempre sus ansias humanistas.
Aquí también sufrió de cerca lo terrible de una intervención militar asesorada, financiada y desatada por Estados Unidos. Nueve meses en este país centroamericano bastaron para que el Che confirmara cuál debía ser el sentido de su vida.
Pienso en la inmensidad de su legado y busco expresamente en el Diario sus últimos minutos en Bolivia.
7 de octubre de 1967: ‘Se cumplieron los 11 meses de nuestra inauguración guerrillera sin complicaciones, bucólicamente; hasta las 12.30 hora en que una vieja, pastoreando sus chivas entró en el cañón en que habíamos acampado y hubo que apresarla. La mujer no ha dado ninguna noticia fidedigna sobre los soldados, contestando a todo que no sabe, que hace tiempo que no va por allí. Sólo dio información sobre los caminos; de resultados del informe de la vieja se desprende que estamos aproximadamente a una legua de Higueras y otra de Jagüey y unas 2 de Pucará…’
Los apuntes no parecen presagiar la tragedia del 8 y el 9 de octubre siguientes, aunque cada paso suyo y de sus compañeros de guerrilla era un encuentro cercano con la inmortalidad.
En la Quebrada del Yuro libró su último combate. En la escuelita de La Higuera, donde hoy miles de jóvenes de todo el mundo recuerdan su ejemplo en un encuentro continental, permaneció con vida alrededor de 24 horas, pues las heridas en las piernas le impidieron caminar y facilitaron su captura tras agotársele las balas.
A pesar de los vejámenes se negó a discutir una sola palabra con sus captores hasta que fue asesinado, o más bien entró a la historia universal.
Es 7 de octubre de 2017 en la plaza de la Constitución de Guatemala. Vuelvo a dar varias vueltas por las carpas repletas de libros acomodados al descuido y antes de irme, eludiendo el regaño del vendedor, reorganizo un pequeño espacio de su muestra.
Entresaqué al Che y su diario en Bolivia del bulto escondido y le abrí un espacio para que este 8 de octubre su mirada en el infinito como su pensamiento se irradiaran con más fuerza hacia el futuro.
Quedó a la espera de nuevos tiempos y nuevos hombres en esta bella tierra del Quetzal.

Maitte Marrero Canda

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