lunes, junio 26, 2017

Las curiosas teorías de Álvaro García Linera

Álvaro García Linera (AGL) publicó un largo artículo en Rebelión bajo el título de “¿Fin de ciclo progresista o proceso por oleadas revolucionarias?”. Dado que el autor es vicepresidente de Bolivia, ex miembro del grupo Comuna y téorico del gobierno de Evo Morales, no se puede dejar pasar muchas de las cosas que escribe sin hacer algunas aclaraciones.
AGL durante varios años propuso para Bolivia un “capitalismo andino” con una burguesía aymara creada y fomentada desde el Estado (capitalista) arrancado a la oligarquía por las movilizaciones populares pero rápidamente identificado con el Movimiento al Socialismo (MAS).
Éste consiste en un semipartido sin vida, ni democracia interna y con política capitalista nacionalista - reformista y es en realidad un pool de direcciones sindicales obreras y campesinas burocratizadas que aspiran a ocupar los puestos principales en las instituciones del Estado. Ahora bien, desde la vicepresidencia del gobierno de ese Estado, AGL impulsa una política neodesarrollista - extractivista y una concepción “jacobina” - centralizadora que privilegia las necesidades del capitalismo de Estado (gasolinazo, carretera por el TIPNIS violando la Constitución que garantiza la autonomía indígena y propone la descentralización).
Según AGL, existió una “Internacional progresista y revolucionaria a nivel continental” y “Lula, Kirchner, Correa, Evo, Chávez y Ortega (¡!) habrían constituido su Comité Central.
Para AGL, los explotados con “las clases menesterosas” y el ataque brutal del capitalismo no es contra las conquistas de los trabajadores, su nivel de vida y de cultura y sus ingresos directos e indirectos sino que es contra los Estados mediante la caída de los precios de las materias primas… (el cual depende de la crisis capitalista de la demanda aunque no sólo de eso).
AGL mide “el poderoso ascenso político de las clases sociales (sic) y fuerzas políticas de izquierda que asumen el control del poder del Estado” por la incorporación masiva de “diputados, asambleístas y senadores” a las instituciones del Estado capitalista, sin pensar que un policía socialista es un policía del Estado capitalista y un diputado o senador “socialista”, un engranaje menor del capitalismo de Estado.
Para él, el gobierno es “la clase dirigente”, cuando el gobierno “progresista” es sólo un ocupante extraño de un aparato estatal capitalista que trata de sustituir en las instituciones de éste a la clase dirigente, que seguirá siendo capitalista mientras nadie la liquide.
Para AGL, los gobiernos “progresistas” efectuaron una “extraordinaria redistribución de la riqueza social” y “cerraron las tijeras” de las desigualdades sociales cuando la realidad es que Cristina Fernández dejó una cifra de pobres (que Macri multiplicó después) apenas diferente de la que existía a fines de los noventa con el neoliberalismo y el coeficiente de Gini, que refleja las desigualdades sociales, prácticamente no se modificó.
AGL, justificando el intento de reelección indefinida de Evo (y suyo mismo), por ejemplo, dice “cuando la subjetividad de las personas (sic) y la fuerza de las personalidades es la (sic) que deciden el destino de un país, estamos frente a verdaderos procesos de revolución”, sin pensar que podría estar ante procesos de contrarrevolución (Napoleón, Hitler).
A los que se oponen al desarrollo del consumismo y del mercado CAPITALISTA que impulsan los gobiernos “progresistas” les responde, simulando confusión, que no es posible suprimir el mercado porque se reproducirá el mercado PRECAPITALISTA, que se basa no en el consumismo sino en el trueque o el intercambio comercial.
Para combatir contra la izquierda revolucionaria que critica el extractivismo, el desarrollismo, a sustitución de los trabajadores, AGL inventa una izquierda inexistente que, según él, dice que “los gobiernos progresistas no están tomando medidas más duras de socialismo que acaben con el mercado mundial (sic), la división internacional del trabajo (sic) e instauren inmediatamente medidas comunistas de propiedad y producción (sic)”, cuando el socialismo sólo puede ser mundial, con un solo mercado y una división voluntaria del trabajo y el comunismo presupone la eliminación de la propiedad privada de los medios de producción y la reducción extrema de la propiedad misma, salvo la de los objetos de uso elementales.
“La revolución es mundial y continental (sic) o es una caricatura de revolución” dice AGL sin demasiada precisión y elegancia, pero con razón. Eso lo opone al stalinismo, pero su prédica sobre la necesidad de un bloque –no de alianzas puntuales- con las burguesías nacionales, que comparte con todos los defensores de los gobiernos progresistas y su desprecio por el análisis clasista lo colocan entre los neostalinistas.
Dice por último que las revoluciones forman parte de una sucesión de oleadas que para él parece infinita e in crescendo. No es así: el capitalismo está acabando rápidamente con las bases de la civilización y de muchas especies, entre ellas, la nuestra. Un triunfalismo fatalista no puede esconder el peligro de una catástrofe ecológica y/o nuclear que los gobiernos “progresistas” no hacen nada por conjurar (Cristina Fernández inauguró una central eléctrica carbón y usinas nucleares en plena conferencia mundial sobre el cambio climático).
No es cierto tampoco que “el tiempo histórico está de nuestro lado”, no sólo porque tal tiempo histórico no existe sino que lo construyen los seres humanos con sus luchas y no tiene fines determinados sino también porque los plazos son cortos. Habría mucho más que decir, pero también es corta la paciencia de los lectores.

Guillermo Almeyra

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