jueves, junio 08, 2017

A 50 años de la Guerra de los Seis Días



1967-2017

El 5 de junio de 1967, la Fuerza Aérea Israelí lanzó un ataque fulminante contra Egipto, Siria, Jordania e Irak, destruyendo prácticamente por completo la flota aérea de los tres primeros países en menos de 5 horas. Comenzaba así la guerra relámpago (‘Blitzkrieg’) que, en sólo 6 días, cambiaría el mapa político de Medio Oriente, completando –con Gaza y Cisjordania- la ocupación sionista de la totalidad de la Palestina histórica, dando inicio al ocaso del nacionalismo árabe.

Antecedentes

Tras la guerra de 1948, el Estado sionista había consolidado con éxito la ocupación de la mayor parte de Palestina, pero Gaza había quedado ocupada por Egipto, mientras que Cisjordania había sido anexada por Transjordania, que pasó a llamarse Jordania. [1]
Además de la ocupación sionista, la situación de Medio Oriente se caracterizaba por lo que los académicos llamaron “la guerra fría árabe” entre los regímenes -mayormente monárquicos- impuestos por el imperialismo en los acuerdos posteriores a las dos guerras mundiales y los regímenes de corte nacionalista panárabe, generalmente encabezados por sectores de militares plebeyos. Estos sectores nacionalistas se reivindicaban “socialistas” y, en distintos grados, estaban alineados en la arena internacional con la Unión Soviética.
El principal exponente nacionalista panárabe era el egipcio Gamal Abdel Nasser, quien obtuvo una gran influencia sobre las masas egipcias y de todo el mundo árabe, particularmente tras su victoria política en el conflicto con Francia, Gran Bretaña e Israel por la nacionalización del canal de Suez en 1956. En Siria gobernaba el sector más radicalizado del partido Ba’ath, una formación populista pequeñoburguesa partidaria de un “socialismo árabe”. Sus principales dirigentes eran militares que habían accedido al poder tras una sucesión de golpes de Estado. Desde el golpe de 1966 encabezado por Salah Jadid, la injerencia de la URSS era particularmente fuerte sobre este gobierno.
El gobierno más enfrentado con el nacionalismo árabe era el de Arabia Saudita, seguido por la monarquía jordana. Ambos países tenían fuertes lazos de dependencia con el imperialismo norteamericano.

Contexto internacional

Aunque la historiografía sionista la presenta como una “guerra defensiva”, la Guerra de los Seis Días fue una clara ofensiva del sionismo y el imperialismo. Además de haber actuado tácticamente a la ofensiva, pues la guerra fue iniciada por Israel con un ataque aéreo devastador sobre Egipto, se trató también de una ofensiva en términos estratégicos: en 1967, el contexto internacional era de reflujo de las masas. Política Obrera, la organización que antecedió al Partido Obrero, señalaba: “La base internacional de la política del imperialismo en el Medio Oriente ha sido el progreso que éste viene realizando a costa de la revolución colonial y de los Estados Obreros desde 1964, por lo menos. Esta base la constituye el ascenso de las dictaduras militares en la Argentina, Brasil y Bolivia, y civiles en Santo Domingo; la contrarrevolución en Indonesia, el golpe de estado griego, el aplastamiento de la revolución congoleña, la caída de Ben Bella y N’ Krumah; el avance de la escalada yanqui en Vietnam, la crisis en la solidaridad estatal entre China y la URSS” (Política Obrera 17, 28/6/1967). En ese marco, el imperialismo se propuso imprimir una derrota a las masas árabes a través de una victoria militar del sionismo sobre los regímenes nacionalistas.
Numerosos testimonios documentados muestran que el sionismo planificó cuidadosamente la guerra durante años. Mordechai Hod, comandante de la Fuerza Aérea Israelí en aquel entonces, explicaba: “en 18 minutos ejecutamos dieciséis años de planificación. Vivíamos con el plan, dormíamos con el plan, comíamos el plan, perfeccionábamos constantemente el plan” (citado en The Six-Day War Revisited, Amr Yossef). El ataque contra Egipto había sido previamente acordado con el gobierno norteamericano. Las fuerzas sionistas, aunque menores en cantidad a las árabes en su conjunto, eran numerosas y contaban con armamento moderno y sofisticado.
El lado árabe, por el contrario, entró con una notoria falta de coordinación y planificación a una guerra que no quería. En primer lugar, Nasser tenía a su ejército fuertemente comprometido en la guerra civil de Yemen del Norte, apoyando a la república contra los defensores de la monarquía –respaldados éstos por Arabia Saudita. Días antes del estallido de la guerra, Jordania y Egipto firmaron un acuerdo de defensa recíproca. Sin embargo, en declaraciones posteriores, el rey Hussein de Jordania confesó que actuaba obligado por la presión de las masas jordanas: temía ser derrocado de no actuar en solidaridad con Nasser. Siria, por su parte, transmitió información de inteligencia falsa en acuerdo con la URSS: aparentemente, buscaban incitar a Egipto a una movilización de tropas que, pensaban equivocadamente, disuadiría a Israel de llevar adelante un ataque. La Unión Soviética había asegurado en secreto y en público al régimen egipcio que lo apoyaría militarmente ante una agresión israelí, pero a la hora de la verdad brilló por su ausencia.

Seis días de guerra

Israel había realizado todo tipo de provocaciones contra Siria y Egipto en las zonas fronterizas. Unos meses antes, varios aviones sirios fueron derribados en los Altos del Golán por un escuadrón de la fuerza aérea israelí que provocadoramente llegó hasta los cielos de Damasco. Egipto exigió entonces la retirada de las fuerzas de la ONU que se encontraban en el Sinaí y agrupó su ejército en la frontera con Israel. Ante la continuidad de distintas provocaciones fronterizas, Nasser declaró el bloqueo de los Estrechos de Tirán. Sin embargo, en los hechos el bloqueo no se cumplió, y Nasser se encargó de declarar públicamente que Egipto no haría el primer disparo.
En realidad, ninguno de los países árabes se preparaba verdaderamente para ganar una guerra, y tenían expectativas en una solución diplomática. Sin embargo, el sionismo actuó con decisión: el 5 de junio a las 7 de la mañana realizó el primer ataque aéreo contra Egipto; a las 12:30 ya había destruido la aviación egipcia, jordana y siria. Las defensas árabes fueron patéticas, técnica y moralmente. El avance israelí fue arrollador. La Unión Soviética, que había jurado intervenir en caso de agresión israelí, no sólo se abstuvo, sino que impulsó en la ONU, junto al imperialismo, una resolución de “cese del fuego” sin condiciones, es decir, avalaba las nuevas ocupaciones territoriales sionistas. Siria aceptó este cese del fuego: a pesar de ello, Israel invadió por tierra los Altos del Golán, como había planificado hacía décadas, debido a los recursos hídricos y agrícolas de la zona. En 6 días, Israel había ocupado la península del Sinaí, Jerusalén Oriental, Cisjordania y los Altos del Golán (Siria). Recién entonces aceptó un cese del fuego.

Consecuencias

Como consecuencia inmediata, el sionismo ocupó la totalidad del territorio de Palestina histórica. Jordania perdió Cisjordania, que había anexado tras la guerra de 1948. Si ya los palestinos que vivían dentro del Estado sionista como ciudadanos israelíes tenían un estatus de segunda clase, surgieron los palestinos de tercera categoría: aquellos que vivían bajo la nueva ocupación israelí, sin ciudadanía alguna. Las fuerzas israelíes cometieron numerosos crímenes de guerra, lo que alentó una nueva oleada de refugiados, no tan grande como la de 1948, pero sí muy importante. En los campos de refugiados se fortalecería la resistencia armada propiamente palestina, con métodos de guerra de guerrillas y un programa político de independencia nacional. Esto cristalizaría en la elección de Yasser Arafat como líder de la OLP en 1969.
Desde 1967 a esta parte, Israel ha desenvuelto una intensa campaña de colonización de Cisjordania y Jerusalén Oriental (lo intentó en Gaza pero tuvo que retirarse en 2005), estableciendo un régimen discriminatorio de apartheid contra los palestinos, confiscando ilegalmente tierras y viviendas de palestinos para entregarlas a ciudadanos judíos, muchas veces recién llegados al país. Se trata de una política de anexión y limpieza étnica, que apunta a consolidar “Eretz Israel”. Esto ha significado la profundización de las características represivas del Estado sionista y la conformación de un movimiento abiertamente fascista, el de los colonos judíos.
Políticamente, el imperialismo y el sionismo lograron el objetivo de imprimir una derrota a las masas y al nacionalismo panárabe: Nasser presentó su renuncia al finalizar la guerra. Si bien las masas se movilizaron masivamente exigiendo su permanencia, su influencia internacional entró en declive, y tuvo que enfrentar el surgimiento de una camarilla militar golpista organizada por quien fuera su mano derecha. Nasser murió en 1970. También en Siria se escindió el régimen: Salah Jaled terminó desplazado por un golpe de Hafez Al Assad, menos afín a Moscú.
Esta decadencia del nacionalismo no fue capitalizada por la izquierda, sino que abrió paso al Islam político, con los Hermanos Musulmanes en Egipto y corrientes similares en otros países. El balance de este proceso remite obligatoriamente a la incapacidad histórica de las burguesías nacionales para derrotar al imperialismo y abrir un cauce de desarrollo para los países oprimidos. El nacionalismo burgués y pequeño burgués de corte militar fue incapaz de llevar a fondo las tendencias revolucionarias de las masas.

La izquierda y el sionismo

El motivo por el que la crisis del nacionalismo fue explotada por la derecha islámica y no por la izquierda debe buscarse en las limitaciones de la propia izquierda. Hasta la Guerra de los Seis Días, todos los grupos de izquierda, sin excepción, apoyaban el derecho a la existencia del Estado de Israel. Desde ya, como vimos, la influencia más nociva en este sentido fue la de la burocracia soviética. Entre las propias filas del estalinismo hubo críticos: el PC guatemalteco rechazó la posición soviética y, más importante, un sector del PC israelí se había escindido ya en 1962, formando la Organización Socialista Israelí, más conocida como Matzpen (nombre de su periódico), que desenvolvió una valiente oposición al régimen israelí, pero no dejó de plantear el Estado judío (abogaban por la “des-sionización” de Israel, un oxímoron).
La burocracia china mantuvo su pasividad durante la guerra, mientras que el régimen cubano votó en la Asamblea de la ONU contra la capitulación escondida en forma de “cese al fuego” sin vuelta a las fronteras previas. Sin embargo, la política internacional cubana tendió a alinearse con la burocracia soviética y terminaron actuando como peones del Kremlin.
Dentro del trotskismo, la corriente pablista se entregó de pies y manos al nacionalismo árabe (el propio Michel Pablo fue funcionario del gobierno argelino). El llamado Comité Internacional tuvo una crisis, porque Healy (que apoyaba el derecho a la existencia de un Estado judío) llamaba a luchar por la victoria de los países árabes en la guerra, mientras que Lambert proponía la neutralidad (calificando a ambos bandos de pro imperialistas). El Secretariado Unificado, del cual formaba parte en ese momento el PRT (Santucho junto a Moreno, predecesor del PTS-Izquierda Diario, Izquierda Socialista, Mst, Mas, etc.), apoyaba la victoria árabe en la guerra y era crítico de la política sionista, pero defendía abiertamente el derecho a la existencia de un Estado judío (ver, por ejemplo, La Verdad 93, 12/6/1967). Como de costumbre, Moreno luego viraría de posición, y pasaría a defender la expulsión de todos los judíos de Palestina, considerando progresivo el racismo antisemita entre los árabes (Moreno, Polémica sobre Medio Oriente, 1982).
Política Obrera, tras reproducir posiciones de otras corrientes internacionales, elaboró un planteo propio, en el que desarrollaba una feroz crítica de la burocracia soviética y se planteaba la destrucción política del Estado de Israel (algo que ninguna corriente de izquierda reconocida había planteado hasta el momento).

El desafío político de los trabajadores y las masas de Medio Oriente hoy

Actualmente, el sionismo se mantiene sobre la base de la opresión y la limpieza étnica de los palestinos, lo que implica la fascistización y degradación moral de la propia población judía. En repudio a esta barbarie, rechazamos todo racismo y llamamos a la unidad entre los trabajadores árabes y judíos para luchar por la destrucción política revolucionaria del Estado de Israel, por el derecho al retorno de todos los refugiados palestinos, por una República Socialista en todo el terreno histórico de Palestina, con derechos democráticos para toda su población.
El destino de la llamada “cuestión palestina” debe verse en el marco de la situación de Medio Oriente en su conjunto, y ésta en la arena mundial de la lucha de clases. Las direcciones burguesas y pequeñoburguesas llevaron a las masas árabes a sucesivas derrotas. El ascenso revolucionario de la primavera árabe, que incluyó algunas de las movilizaciones más numerosas de la historia humana, encontró a las masas sin una dirección, lo que dio lugar a un violento reflujo (“invierno árabe”) con la prevalencia del islamismo reaccionario y una descomposición social cuya expresión más cruda es la guerra civil siria. En Siria, nuevamente, la mayor parte de la izquierda mundial aparece extraviada, apoyando a uno u otro campo reaccionario, en nombre de la “democracia” o del “anti imperialismo”.
La salida al impasse histórico de las masas mesorientales está indisolublemente ligada a la lucha por una Federación Socialista de Medio Oriente. Para ello es imprescindible un partido internacionalista y revolucionario de la clase obrera, con un programa de transición. La refundación de la IV Internacional es una tarea insoslayable.

Maximiliano Jozami

[1] En mayo 1948, tras cinco décadas de colonización sionista de Palestina, se fundó el Estado de Israel con el aval de todas las potencias imperialistas y la propia URSS. El paraguas ‘legal’ era la resolución 181 de la ONU (Partición de Palestina), que otorgaba la mayor parte del territorio histórico de Palestina a un ‘Estado judío’, a pesar de que la mayoría de la población era árabe. Esta usurpación colonialista sólo pudo llevarse a cabo de manera violenta: el mismo día de la creación del Estado sionista, comenzó formalmente la primera guerra árabe-israelí. El ejército sionista, entrenado y armado por el imperialismo británico (con apoyo del ‘bloque soviético’), obtuvo una sólida victoria sobre los endebles ejércitos árabes y ocupó, además del territorio asignado por el imperialismo en la resolución 181, el 50% del territorio previsto para un hipotético Estado Árabe.
Tal como ha demostrado el historiador israelí Ilan Pappé, en 1948 comenzó a ejecutarse una verdadera limpieza étnica que continúa hasta la fecha. Los invasores sionistas realizaron crímenes de guerra, masacrando a la población civil y destruyendo poblaciones enteras (como la infame masacre de la aldea Deir Yassin, en abril de 1948), a la vez que reemplazaban los nombres árabes históricos de distintos sitios por nombres bíblicos en hebreo (ver Plan Dalet). Los palestinos han llamado a este proceso la Nakba (tragedia). En la actualidad, hay más de 5 millones de palestinos refugiados fuera de su país.

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