miércoles, noviembre 23, 2016

Obama se retira antes del fin de mandato



El anuncio del Pentágono, el 16 de noviembre pasado, de que retiraba el respaldo de sus fuerzas militares que se encuentran respaldando las operaciones apoyadas por Turquía en el norte de Alepo, constituye una bomba política de alcance internacional. Es que pone de manifiesto el derrumbe de la estrategia norteamericana en Siria y adelanta, por otro lado, el giro político que ha venido planteando Trump desde antes del fin de la reciente campaña electoral en Estados Unidos. También es un paso incierto hacia un acuerdo con el gobierno de Putin sobre Siria -el cual divide fuertemente al ‘establishment’ norteamericano. La ruptura de Estados Unidos con Turquía representa, contradictoriamente, un peligro potencial muy grande para la intervención rusa en Siria. Aunque el “retiro” que anunció Estados Unidos deja definitivamente dividida a la ‘alianza islámico-democrática’ que defiende el norte de Alepo contra una ocupación del ejército de Bashar Al Assad, con apoyo de Rusia, acerca la posibilidad de un choque con Turquía, que siempre ha querido que toda la región norte quede como una “zona de seguridad” bajo su tutela.
Obama había impulsado la intervención de Erdogan en el norte de Siria (sur de Turquía) como un auxilio importante para desalojar al Estado Islámico de ese territorio de frontera, pero por sobre todo para producir un “cambio de régimen” en Siria. El presidente afroamericano en retiro había dejado para el archivo la evidencia de que Erdogan había sido el apoyo fundamental para el desarrollo del EI, en primer lugar con la intención de derribar al gobierno de Bashar Al Assad y de convertir a Siria en un protectorado turco-norteamericano. Erdogan, sin embargo, cambió de ruta en medio del camino y dirigió sus mejores esfuerzos a aniquilar a las YPG -la milicia kurda que integra la “coalición de fuerzas democráticas”, apoyada por EEUU con armas, hombres e intervención aérea, que combate al régimen sirio. El desarrollo del movimiento nacional kurdo en las fronteras de Turquía con Irak, Irán y Siria, ha desatado en el gobierno turco una reacción furiosa, que se manifiesta en la brutalidad cada vez mayor de la represión que dirige contra el movimiento kurdo en su propio país -que representa más del 15% de la población de Turquía. En esa misma línea, Erdogan instaló hace dos años una base militar cerca de Mosul -Irak-, con el propósito último de desalojar a las milicias kurdas (‘peshmergas’), que son apoyadas por Estados Unidos, en el combate para recuperar esta segunda ciudad en importancia de Irak de manos del Estado Islámico. Hillary Clinton había advertido, en una respuesta a las acciones de Erdogan, por un lado, y a los planteos ‘pro-rusos’ que atribuía a Trump, por el otro, que estaba dispuesta a incrementar la intervención norteamericana para detener la acción anti-kurda de Turquía -que tiene a las fuerzas armadas más importantes de la Otan, luego de Estados Unidos. No debe extrañar, entonces, que esta crisis haya eclosionado en una tentativa fracasada de golpe militar en Turquía, que el gobierno turco atribuye a sus ‘aliados occidentales’. Asistimos a la crisis política terminal de una intervención político-militar imperialista que, luego con la intervención de Rusia, tiene como carne de cañón a la población civil de Alepo y del conjunto del Medio Oriente y el norte de África.
El cambio de frente del gobierno turco, que pasó de sostener al EI a ostentar la intención de enfrentarlo, y del apoyo a la “coalición de fuerzas democráticas” de Siria a atacar a su componente kurdo, fue complementado con el viraje hacia un acuerdo con Rusia, a la que había combatido por haber intervenido en Siria para salvar al régimen de Bashar Al Assad. Ahora, este acuerdo se encuentra comprometido, esto por el apoyo de Erdogan a las fuerzas islámicas que combaten al régimen sirio en Alepo. Varios observadores han advertido acerca de la posibilidad de que las tropas turcas que combaten al EI en el norte de Siria extiendan su acción a la sacrificada ciudad de Alepo. El temor es fundado, porque sería la consecuencia última del combate de Turquía contra el YPG kurdo -un combate que para Turquía tiene prioridad sobre el que dice librar contra el Estado Islámico. Damasco ha respondido al viraje turco con uno de su propia cosecha, pues se encuentra apoyando al YPG kurdo contra el EI, para impedir que el territorio ocupado por este caiga en manos turcas. La evidencia de que la situación en Siria se encuentra fuera de control, tanto para Estados Unidos como para Rusia, es un buen motivo para que Trump busque parar el desmadre en un acuerdo con Rusia. El detonante para esta reunión entre un bonaparte y un aspirante a ello lo ha desatado el mismo Obama que advierte contra tal acuerdo, con el anuncio reciente de que el Pentágono retiraba su apoyo a las fuerzas turcas que operan con sus aliados islámicos en Alepo.
Son muchos los analistas que confiesan su perplejidad acerca de las versiones que atribuyen a Trump la intención de llegar a un acuerdo con Putin-incluso después que Trump dejara trascender su disposición a reconocer la absorción de Crimea (cedida por la URSS a Ucrania) por parte de Rusia. Alegan, razonablemente, que un acuerdo que preserve a Bashar Al Assad sería incompatible con la hostilidad que Trump comparte con Israel hacia el acuerdo nuclear con Irán. Pero, hay que aclarar, el ‘establishment’ sionista se encuentra dividido sobre ese acuerdo, porque la alternativa sería una guerra. Por otro lado, un acuerdo Trump-Putin contemplaría un curso ya previsto en otras tentativas de acuerdo en el pasado: el retiro a plazo de Bashar Al Assad. Hezbollah, después de todo, gobierna Líbano con la Falange cristiana. El hueso más duro de roer no sería Irán sino Ucrania, pues Rusia reclama el levantamiento de las sanciones que le fueron impuestas por la asimilación de Crimea. Un acuerdo sobre este punto enfrentaría a Trump con la Alemania de Merkel; pero eso ya está planteado en el programa de guerra comercial y financiera que ha anunciado Trump, y por sobre todo en la guerra de ‘dumping’ fiscal (repatriar capitales con el anzuelo de impuestos más bajos) con la zona euro. La guerra reaccionaria en el Medio Oriente nunca fue ajena a la disputa mundial.
Un acuerdo (precario) entre estos bonapartes tardíos sería catastrófico para Erdogan, incluso si ese acuerdo deja de lado las reivindicaciones nacionales o autonómicas de las organizaciones kurdas (¡una vez más en un siglo entero!), porque recibiría un pase de factura del Pentágono por sus extorsiones político-militares, sin contrapartida defensiva por parte del Kremlin. La crisis meso oriental ganaría en este caso un escenario aún mayor. Por otro lado, alentaría, ciertamente, las posibilidades electorales de las formaciones nacionalistas en Europa y ello pondría fin a la zona euro. Asimismo, dividiría aún más al ‘establishment’ norteamericano, que sigue reclamando la privatización completa de las economías de China y Rusa, bajo la batuta del capital mundial, en oposición al pseudo ‘capitalismo de Estado’ esclerótico de Putin y Xi. El acuerdo estaría en contradicción con la aspiración histórica de Rusia (incluso bajo el stalinismo) a una ‘entente’ ruso-germana y, en última instancia, a una con Europa; por otro lado, afectaría la alianza que ha estado tejiendo con China (acuerdos tecnológicos y construcción de oleoductos al Pacífico). En resumen, un entendimiento reaccionario en Medio Oriente acentuaría la disputa mundial entre los Estados capitalistas y con los Estados restauracionistas.
Estados Unidos, como en los años ‘30 del siglo pasado, es el epicentro de la presente crisis mundial, pero al mismo tiempo el que se vale de esta crisis mundial para reforzar su hegemonía económica y política, y acentuar con ello el impasse histórico del capitalismo en su conjunto.

Jorge Altamira

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