domingo, marzo 13, 2016

Trump y Sanders disputan el voto obrero



Las victorias de Trump y Sanders en las primarias de Michigan, el primer estado importante del viejo corazón industrial norteamericano en votar para la nominación del candidato presidencial, expresan por derecha y por izquierda la frustración y el descontento de amplios sectores de la clase obrera tradicional que se sienten abandonados por la elite política demócrata y republicana.
El “momento populista” de las primarias norteamericanas llegó a sectores de la clase obrera. La gran pregunta es si Michigan es una excepción o será un anticipo de los resultados de las primarias que se vienen en los estados del llamado “Rust Belt”, el viejo cinturón industrial, como Ohio, Illinois y Wisconsin.
El impacto no es menor. Michigan fue el corazón del movimiento obrero combativo norteamericano. Las huelgas y ocupaciones de las automotrices de Flint, en particular de la General Motors, de 1936-37, fueron parte del proceso que llevó a la fundación de los sindicatos industriales. Sin embargo, en las últimas décadas el viejo cordón industrial entró en decadencia, bajo el impacto de los cierres de plantas y los recortes salariales, situación que se agravó con la recesión de 2008. El gobierno de Obama en acuerdo con el sindicato automotor (UAW) lanzó un rescate millonario para salvar a las automotrices, que benefició a las corporaciones pero les impuso sacrificios a sus trabajadores. Entre otras cosas, el sindicato aceptó que los trabajadores nuevos ingresan con la mitad del salario. De ahí la frustración y el resentimiento contra el “establishment”.
Aunque desde posiciones políticas antagónicas, el éxito de Sanders y Trump se alimentó del mismo descontento. No casualmente ambos centraron su discurso en la economía, y en particular, en la denuncia a los políticos tanto demócratas como republicanos que han suscripto los tratados de libre comercio, como el NAFTA y el Tratado Trans Pacífico.
Este discurso contra la “globalización” y contra la elite política entró en sintonía con las ansiedades y preocupaciones de un amplio sector de la clase obrera tradicional. Por eso, si bien ninguna consultora vio con anticipación la victoria de Sanders sobre Hillary Clinton, aunque sí el triunfo de Trump, el resultado no es tan inesperado.
Durante cinco semanas, entre diciembre de 2015 y enero de 2016, Working America, una organización ligada a la ALF-CIO, entrevistó a 1689 probables votantes de hogares con ingresos anuales menores a 75.000 dólares en barrios obreros de Cleveland (Ohio) y Pittsburgh (Pensilvania), dos estados del Rust Belt. La elección no es casual. Los votantes obreros blancos representan casi la mitad del electorado de Ohio.
Si bien el estudio no tiene el valor predictivo de un encuesta (no respeta los criterios representativos de una muestra poblacional) es una radiografía de lo que le pasa por la mente a un sector de la clase obrera norteamericana que se siente la gran perdedora de las últimas tres décadas. Los resultados de estos diálogos más que un descubrimiento son una confirmación de una sospecha extendida: un 53 % aún no había decidido su voto, pero entre los que sí lo hicieron, el candidato preferido es Donald Trump (38 %) tanto para demócratas como para republicanos e independientes. Esto no quiere decir que el conjunto de la clase obrera industrial blanca es la base social del discurso reaccionario de Trump. Como se señala en las conclusiones del estudio, los apoyos para el magnate neoyorquino vienen de dos grupos distintos: uno de votantes ideológicamente conservadores (que tradicionalmente votan al partido republicano) y que apoyan sus políticas nativistas, racistas y antiinmigrantes; y otro que no tiene ninguna motivación ideológica sino que están hartos y que ven en el voto a Trump más bien un instrumento negativo, una protesta contra el statu quo.
Estos trabajadores, como plantea el estudio citado “temen por su situación y su perspectiva económica, están enojados con los políticos que no responden a sus preocupaciones y son escépticos sobre el rol del gobierno”. Perdieron o ven peligrar sus empleos por las políticas de relocalización de las grandes multinacionales y ven que la relativa recuperación de la economía nunca les llega.
La apuesta de Trump es seducir los votos “antiestablishment” de Sanders que probablemente no retenga Hillary Clinton.
Mientras que Ted Cruz y Marco Rubio insisten con la rebaja de impuestos en beneficio de los ricos, y repiten el mantra del “gobierno chico”, Trump detectó este profundo malestar y decidió salir a disputar a esta franja del electorado con un programa populista nacionalista de derecha: denuncia el “libre comercio”, propone introducir tarifas a bienes de China y México, incluso revisar acuerdos con Japón y Alemania; promete hacer que los CEO de Apple y otras multinacionales abandonen su fuente de mano de obra barata en China y “traigan los empleos de nuevo a Estados Unidos”; habla contra el rescate a Wall Street y contra la financiación de los partidos por parte de las grandes corporaciones (él como es un millonario se financia solo la campaña); afirma que va a mantener un sistema de salud y asistencia estatal pero solo para los norteamericanos que lo merezcan. Si bien no es un fascista en sentido estricto, su demagogia es muy peligrosa. Alienta la competencia entre los obreros que ven en los inmigrantes y en los trabajadores de otros países no a sus hermanos de clase sino a sus rivales. Y alimenta la idea de que el camino para recuperar el “sueño americano” pasa por restaurar el poderío imperial de Estados Unidos en su versión aislacionista.
Si la polarización fuera unívoca la situación sería desesperante. Sin embargo, el voto a Sanders en grandes distritos obreros de Michigan muestra que se puede disputar por izquierda. No es menor que sectores significativos de trabajadores sean receptivos a su discurso “socialista”, más allá de que en el diccionario de Sanders, “socialismo” no quiere decir de ninguna manera liquidación del capitalismo.
Aún falta un mundo para las convenciones partidarias que nominarán a sus candidatos. Trump parece cada vez más cerca de ser el candidato a presidente republicano. Ya dos contendientes que abandonaron la carrera se pasaron a su bando: Chris Christie el gobernador de Nueva Jersey y el cirujano afroamericano Ben Carson.
En el bando demócrata, Hillary no logra dar por terminada la carrera y probablemente consiga la nominación gracias a los “súper delegados”, es decir, al establishment de su partido y no al voto popular.
Pero ya las primarias revelaron que el sistema bipartidista que le ha garantizado la gobernabilidad a la clase dominante por más de dos siglos está en una profunda crisis y que después de décadas de retroceso y reacción, esta crisis empieza a dar fenómenos progresivos también en el movimiento obrero.

Claudia Cinatti

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