martes, noviembre 10, 2015

Revolución rusa: la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos



La historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases, anunció Marx en el Manifiesto Comunista. Los grandes saltos históricos se produjeron cuando las clases intervinieron como tales. En la Antigüedad, las rebeliones de esclavos; en el Medioevo, los levantamientos campesinos; la burguesía, en las grandes revoluciones del siglo XVIII; y en el Capitalismo, la clase obrera. La Revolución rusa mostró al mundo que, cuando los trabajadores actuaron como clase, poniendo en pie organismos como los soviets y con un partido dirigiendo a su vanguardia, incluso estableciendo alianza con otras clases sociales, protagonizaron el episodio más importante de la historia humana.

En las últimas décadas, con el triunfo del neoliberalismo, la burguesía impuso una ideología en dónde el progreso se logra por la vía del esfuerzo individual, a través del ascenso social que pueda hacer cada uno. Los denominados gobiernos posneoliberales, más allá de los discursos, no han cambiado sustancialmente esa ideología. Pero esto no siempre fue así y no es algo eterno, así lo demuestran las revoluciones a lo largo de la historia. La Revolución rusa evidenció que, cuando los trabajadores intervinieron como clase, poniendo en pie sus propios organismos, se obtuvieron avances inéditos, en la vida material y cultural del conjunto del pueblo, imposible de lograrse en algún país capitalista por la vía del esfuerzo individual.

1917: El año que cambió la historia de la clase obrera

Tres años habían pasado desde el comienzo de la Primera Guerra Mundial, que había creado sufrimientos superiores a los habituales y, también, las condiciones para la revolución. Un proceso de huelgas y manifestaciones se agudizó producto del desgaste por la guerra. La insurrección comenzó el 23 de febrero del calendario ruso (8 de marzo), en el día Internacional de la Mujer, las obreras de distintas fábricas de Petrogrado se declararon en huelga al grito de “¡abajo la autocracia!” y “¡abajo la guerra!” y fueron seguidas por los obreros del barrio de Viborg, dirigidos mayoritariamente por los bolcheviques. Días después, el zar Nicolás II renunció al trono del Imperio Ruso. A doce años de la primera revolución, en 1905, en ese país renació el Soviet de Petrogrado, un organismo compuesto por delegados obreros y soldados (en su mayoría campesinos armados por la guerra), y la huelga se generalizó a todas las fábricas. La revolución se expandió a Moscú y al resto de Rusia.
En este primer momento de la revolución, los soviets estaban en manos de dos partidos que buscaban conciliar con la burguesía, los socialistas revolucionarios y los mencheviques. Ambos consideraban que la revolución era burguesa por las tareas que tenía que llevar adelante. Los bolcheviques eran una pequeña minoría. Trosky explica que la Revolución de Febrero presentó una paradoja, porque las masas (obreros, militantes bolcheviques y soldados) habían protagonizado la insurrección sin que ningún partido la preparara. El poder lo tenían los soviets, pero estos al estar dirigidos por partidos conciliadores, le entregaron el poder a la burguesía. Así, surgieron dos instituciones de características muy distintas: el Gobierno Provisional, el órgano político de la burguesía y los terratenientes, y los soviets, órganos de gobierno de obreros, campesinos y soldados. En Rusia entonces, se daba una situación de “doble poder”, dos poderes irreconciliables, como los intereses de las clases a las que representaban.
Los socialrevolucionarios y mencheviques, que dirigían los soviets, tenían la estrategia de subordinarlos al poder burgués buscando una alianza con la burguesía liberal. Había pasado un mes y medio de la revolución y la guerra continuaba, a pesar de la exigencia de “paz” de las masas. Entre los dirigentes del Partido Bolchevique que estaban en Rusia, Stalin (1) y Kamenev (2), primaba el desconcierto e impusieron una línea de apoyo crítico al Gobierno Provisional. Sus dirigentes más experimentados se encontraban en el exilio. Recién el 3 de abril, Lenin pudo volver a Petrogrado y cambiar la estrategia del partido: había que enfrentar al Gobierno Provisional y conquistar la mayoría de la clase obrera y los soviets. Si estos rompían con la burguesía, podían ser, no sólo organismos de autoorganización, sino “la única forma posible de gobierno revolucionario” y la base para construir un nuevo Estado. La situación de “doble poder” no podía mantenerse en el tiempo. O triunfaba la política de Lenin y los bolcheviques, de no depositar ninguna confianza en el gobierno provisional, o se liquidaba la revolución. Es así que, en el I Congreso de los Soviets, Lenin explica que: “los soviets son una institución que no existe en ninguno de los Estados burgueses parlamentarios de tipo corriente, ni puede coexistir con un gobierno burgués”.
Las masas, hartas de la guerra que el gobierno se negaba a terminar, en julio llevaron adelante en Petrogrado, multitudinarias manifestaciones armadas, que querían entregarle “todo el poder a los soviets”. Pero en las provincias no se daba la misma situación, ni entre los campesinos, ni entre los soldados en el frente. Había un peligro de que el alzamiento prematuro de Petrogrado fuese aplastado. Los bolcheviques, conscientes de esto, intentaron contener a las masas y propusieron una manifestación pacífica.
El gobierno hizo correr un rumor de que Lenin era un espía alemán; de esta forma ilegalizaron el Partido Bolchevique, detuvieron a Trotsky y a otros dirigentes y Lenin tuvo que pasar a la clandestinidad. La contrarrevolución ganó las calles y en agosto, el General Kornilov (3) quiso ir por más e intentó un golpe de Estado. El gobierno provisional, liderado por el socialrevolucionario Kerenski(4), para detenerlo, necesitaba la ayuda de los bolcheviques y de los obreros, por lo que tuvo que levantar las proscripciones y permitir su armamento.
Trotsky, en su texto Lecciones de Octubre, cita una carta de Lenin al Comité Central, en la que el dirigente del Partido Bolchevique es categórico en cuanto a mantener la independencia política aun en casos extremos como un golpe reaccionario: “Ni siquiera ahora debemos apoyar al gobierno de Kerensky. Sería faltar a los principios. ‘¿Acaso no hay que combatir a Kornilov?’, se nos objetará. Claro que sí; pero, entre combatir a Kornilov y apoyar a Kerensky, media una diferencia, existe un límite, y este límite lo franquean algunos bolcheviques, cayendo en el ‘conciliacionismo’, dejándose arrastrar por el torrente de los acontecimientos”. La posición de Lenin fue seguida por los bolcheviques, que dispuestos al combate, instauraron las Brigadas Rojas que pusieron en pie de guerra a Petrogrado y obligaron al gobierno a entregar más de 10 mil fusiles. Los ferroviarios frenaron los trenes de las tropas golpistas, y muchos de sus soldados se pasaron al bando de la revolución. Kornilov fue derrotado y la fama de los bolcheviques se extendió por toda Rusia, ganando rápidamente la mayoría en todos los soviets.
Mediaba septiembre y los soldados comenzaron a negarse a continuar la guerra, la alianza entre ellos y las guardias rojas de los soviets, se selló con el pedido de armamento generalizado para los obreros. Las condiciones estaban maduras para la toma del poder e iniciaron los preparativos a plena luz del día. El gobierno provisional, impotente, sólo podía especular cuál sería la fecha.
Entre la dirección de los bolcheviques había sectores que dudaban y se oponían a la insurrección (Zinoviev [5] y Kamenev). Lenin luchó contra estos y ganó a la mayoría del partido. En las primeras horas del 25 de octubre del calendario ruso (7 de noviembre) se puso en marcha el plan para la toma del poder. El Comité Miliar Revolucionario, dirigido por Trotsky, tomó los edificios estratégicos de la capital, las oficinas de correos y telégrafos y las principales vías de comunicación. La planificación fue tan impecable que encontró poca resistencia a su paso hacia el Palacio de Invierno, sede del Gobierno Provisional. La toma del poder se dio en la madrugada previa al comienzo del Segundo Congreso de los Soviets, actuando en su defensa, se disolvió el gobierno provisional y la clase obrera llegó a la cima, instaurando un gobierno de los trabajadores, continuador del legado de la gesta de La Comuna de París.

La “normalidad” capitalista no se puede mantener eternamente

Las revoluciones son los momentos en donde las masas intervienen en los acontecimientos históricos, a diferencia de los tiempos “normales”, en donde la historia corre a cargo de especialistas de oficio (monarcas, ministros, burócratas, parlamentarios y sus instituciones). La burguesía, que detenta el poder del Estado, busca que la clase obrera no intervenga como clase independiente. A través de distintos mecanismos, y llevados adelante por los partidos que le responden y todo tipo de funcionarios, burócratas, medios de comunicación, etc., imponen una ideología y, hasta en un sentido, una práctica en donde el mejoramiento de las condiciones de vida dependen del esfuerzo individual. Pero esto a la larga no es más que una ilusión. Porque el capitalismo necesita la concentración de trabajadores en fábricas y ciudades, no puede evitar las crisis económicas de forma recurrente y los ataques que se desprenden de ellas y que obligan a las grandes masas a actuar en conjunto como clase. En definitiva, los capitalistas generan sus propios sepultureros y las condiciones para la revolución. Como afirma Trotsky, en La Historia de la Revolución rusa: “en los momentos decisivos, cuando el orden establecido se hace insoportable para las masas, éstas rompen las barreras que las separan de la palestra política, derriban a sus representantes tradicionales y, con su intervención, crean un punto de partida para el nuevo régimen. Dejemos a los moralistas juzgar si esto está bien o mal. A nosotros nos basta con tomar los hechos tal como nos los brinda su desarrollo objetivo. La historia de las revoluciones es para nosotros, por encima de todo, la historia de la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos”.
En el proceso de la lucha de clases, los trabajadores crean órganos de autoorganización, como los soviets, que juegan un papel fundamental en las revoluciones. Pero, como se vio, estos pueden estar dirigidos por partidos conciliadores con los partidos de la burguesía y, por lo tanto, están sujetos a deformaciones. Es por eso que, en los momentos cruciales la dirección política se torna un factor decisivo.
El Capitalismo genera las condiciones para la revolución y, en ésta, muy probablemente las masas superan sus viejas instituciones y crea nuevas formas para organizarse, más democráticamente, territorialmente y, en un grado cada vez mayor, según el proceso revolucionario vaya avanzando. Pero no por esto el partido revolucionario se construirá de forma espontánea. Es una tarea que debe llevarse adelante en los tiempos “normales”. Depende enteramente de la vanguardia de la clase obrera y de todos los que abrazamos la causa del socialismo. Como afirma Trotsky, a diferencia de la burguesía, la clase trabajadora no puede tomar el poder de manera espontánea, sin un partido que dirija a la vanguardia en el proceso de la insurrección: “Una clase explotadora se encuentra capacitada para arrebatárselo a otra clase explotadora apoyándose en sus riquezas, en su “cultura”, en sus innumerables concomitancias con el viejo aparato estatal. Sin embargo, cuando se trata del proletariado, no hay nada capaz de reemplazar al partido”.

Emilio Salgado
@EmilioSalgadoQ
Jazmín Jimenez
@JazminesRoja

Notas:

1. Stalin Josef, miembro del Partido Bolchevique desde 1903 y de su Comité Central desde 1912. Fue nombrado Secretario General del Comité Central del Partido Comunista Ruso en 1922. Artífice de la degeneración burocrática del PC ruso y de la Internacional Comunista. Creador de la “teoría del Socialismo en un solo país”. Organizó los Juicios de Moscú en la década de 1930 que liquidaron a la mayoría de los líderes de la época de Lenin.
2. Kamenev Lev, antiguo bolchevique, miembro del Comité Central en 1917, año en que se opuso a las Tesis de Abril y a la Insurrección de octubre. Presidente del Soviet de Moscú en 1918. Luego de la muerte de Lenin forma la “Troica” con Stalin y Zinoviev contra Trotsky. En 1926 se une con Trotsky para conformar la Oposición Unificada, expulsado del Partido en diciembre de 1927 capituló y fue readmitido en 1928, en 1932 vuelve a ser expulsado y condenado a muerte y ejecutado en el primer Juicio de Moscú.
3. Kornilov Lavr, oficial de carrera, fue nombrado comandante en jefe por Kerensky en julio de 1917.
4. Kerensky Alexandre, socialrevolucionario ruso. Después de la Revolución rusa de 1917 fue jefe del gobierno provisional, desde julio hasta la Revolución de Octubre.
5. Zinoviev Grigori, dirigente bolchevique, presidió la Internacional Comunista desde 1919 hasta 1926. Luego de formar la troica con Stalin y Kamenev en 1924, realizó numerosas acusaciones contra Trotsky, luego se autocriticó y se unió a Trotsky en la Oposición Unificada. Aunque rompió con ella al poco tiempo fue condenado y fusilado en el primer Juicio de Moscú.

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