jueves, noviembre 05, 2015

Balotaje en Argentina: algunas previsiones



Un millón de votos en blanco, organizados con la importante ayuda del Frente de Izquierda y de los Trabajadores (que obtuvo un millón de sufragios para diputados y 800 000 para presidente), pesarán moral y políticamente para lo que cuenta: la vida real, post electoral, y le quitará legitimidad al ganador.

Advierto que, como el resto de los mortales, no tengo la bola de cristal: me baso en la experiencia para tratar de prever lo que sucederá después del 22 de noviembre en Argentina. Dicho esto, me arriesgo.
Daniel Scioli, nacionalista derechista, y Mauricio Macri, candidato de la derecha proimperialista y oligárquica, son iguales sólo en el sentido que establece el diccionario: “pertenecientes a la misma clase o sector social” y “semejantes” y tienen el mismo origen peronista menemista y propuestas similares .
Pero, aunque sus políticas sean idénticas en lo fundamental (la aplicación disciplinada de lo que exige el capital financiero internacional, la reducción de los salarios reales y de los ingresos de los trabajadores y, ante sus posibles resistencias, el recurso a la represión), en las formas y tiempos difieren. Por ejemplo, Macri plantea pagar de inmediato a los fondos buitres los ocho mil millones de dólares que éstos exigen (y que abrirán el camino a otras extorsiones aún mayores) y Scioli propone en cambio pagar pero pidiendo una quita del 15-20 por ciento y plazos; Macri haría una devaluación inmediata del 40 por ciento, Scioli piensa en cambio devaluar inmediatamente un 20 por ciento y el resto más tarde; Macri ni piensa en el Mercosur y en UNASUR y en la integración sudamericana, a diferencia de Scioli, aunque no podrá prescindir de las relaciones económicas, sobre todo con Brasil, que es el segundo socio comercial de Argentina; por último, Macri dice que los derechos humanos “son un curro” (una estafa) y no está de acuerdo con el encarcelamiento de los genocidas militares, mientras Scioli defiende los procesos contra ellos. Además, la composición de la Cámara de Diputados, en la que ni Macri ni Scioli tienen mayoría absoluta, obligará a cualquiera de los dos a largas negociaciones y compromisos podridos y de patas muy cortas.
Macri, si triunfa, enfrentará mayores resistencias sindicales y huelgas y movimientos “salvajes” y tendrá mayores dificultades para lograr un acuerdo con los burócratas sindicales (aunque éstos, como siempre, se acomoden a cualquier gobierno); el kirchnerismo, en particular, si ganase Macri podría intentar rehacerse una virginidad “combativa” en la oposición mientras que, si ganase Scioli, su política proempresarial y proimperialista, desgastaría más rápidamente lo que quedan de las ilusiones sobre el peronismo estatalista.
En el peronismo, en efecto, desde sus orígenes con Juan Domingo Perón, el general que pedía ir “del trabajo a casa y de casa al trabajo”, el que declaró ilegales las huelgas en su Constitución conviven, por un lado, la política capitalista de la dirección política y de los aparatos y, por otro, la voluntad de cambios sociales profundos y la combatividad de amplios sectores de base, cuya relación con sus dirigentes se debe a que comparten con ellos el conservadurismo, la confianza en el poder del mercado, el consumismo y un nacionalismo que - aunque a veces tiene fuertes matices latinoamericanistas- es sobre todo localista y a pesar de la realidad cree en la oferta de Perón de “una Argentina potencia” y que “Dios es argentino”.
En el peronismo siempre ha habido sectores revolucionarios y hasta socializantes y trotskizantes y algunos subsisten a pesar de la negación oficial de los Kirchner y sus servidores intelectuales de la existencia de las clases (y, por consiguiente, de la lucha entre éstas aunque la oligarquía sea feroz y racista).
Lo fundamental, por consiguiente, es ayudar a las víctimas del capitalismo a que desarrollen sus elementos hoy insuficientes de conciencia de clase para que tomen, apoyándose en sus luchas nacionales y sociales, una posición independiente de los dos bloques burgueses que se disputan la hegemonía y el gobierno. Por lo tanto, en la disputa entre el gobierno argentino y la oposición proimperialista, lo único realista es organizar la resistencia a las políticas reaccionarias de ambos bloques y candidatos, la autoorganización de los trabajadores, el repudio a su intento de obligar a optar entre dos políticas nefastas para el país y para los trabajadores de todo tipo ejerciendo el derecho al voto mediante el voto en blanco para demostrar el repudio de millones de ciudadanos a todos los sirvientes del capital financiero internacional, de los financistas, los soyeros, los grandes mineros, sean ellos kirchneristas o macristas.
El 22 de noviembre las opciones no son dos sino tres y se puede y debe votar en blanco contra la falsa alternativa que obliga a escoger el mal menor. Este voto, naturalmente, no modificará los resultados electorales pero, si se basa en la organización del rechazo de una parte importante de los trabajadores, pesará mucho en la capacidad de impedir las políticas reaccionarias que los dos candidatos proponen por igual.
Los votantes de Scioli, obviamente, no son todos como éste y muchos optaron por él creyendo alejar así un cambio hacia el pasado, hacia el caos del 2001 que llevó al presidente radical a huir en helicóptero tras una matanza. Los votantes de Macri, sobre todo los de las provincias, que no lo conocen, le dieron un voto de protesta antigubernamental, no un voto de esperanza. Votaron contra la represión a los movimientos contra la minería envenenadora de las aguas protegida por el gobierno, contra la arrogancia y la prepotencia oficiales, esperando un cambio democrático que Macri y los mandantes de éste jamás pensaron realizar.
Un millón de votos en blanco, organizados con la importante ayuda del Frente de Izquierda y de los Trabajadores (que obtuvo un millón de sufragios para diputados y 800 000 para presidente), pesarán moral y políticamente para lo que cuenta: la vida real, post electoral, y le quitará legitimidad al ganador. La barrera contra el imperialismo y sus aliados locales no es un gobierno de Scioli: son los movimientos sociales que el kirchnerismo teme e intentó desarmar.

Guillermo Almeyra

*Historiador, investigador y periodista. Doctor en Ciencias Políticas (Univ. París VIII), profesor-investigador de la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Xochimilco, de México, profesor de Política Contemporánea de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México. Periodista por La Jornada de México.

No hay comentarios.: