jueves, septiembre 17, 2015

Una reedición: Orwell ante sus calumniadores



Después de permanecer durante no poco tiempo como un “outsider”, un novelista inclasificable que se movía por los márgenes en posiciones propias de la izquierda radical o sea de quienes no se doblegaban ante la verdad social y democrática, Orwell acabó siendo recuperado por la “nueva izquierda” en los sesenta para, finalmente, ser estimado como un autor paradigmático de la defensa de los derechos de los individuos frente al omnipresente poder del Estado. Paradójicamente, la realidad ha puesto de manifiesto que tan solo fue un vulgar alcahuete de los servicios policíacos británicos y norteamericanos. La recuperación del material secreto de la época demuestra que Orwell denunció hasta 125 escritores y artistas como “compañeros de viaje, testaferros del comunismo o simpatizantes”.
Haciendo uso de las lecciones aprendidas en la policía colonial del Imperio, Orwell se dedicó a anotar escrupulosamente los datos e impresiones de aquellos intelectuales con los que mantenía relación. En lo que el mismo denominaba como “su listita” no solo se incluían los nombres de sus denunciados, sino también las observaciones venenosas que le merecían. La mayoría de ellos ni siquiera eran comunistas, sino intelectuales liberales o, simplemente, progresistas. En una libreta de tapas azules, quien creara la imagen novelesca del superpoder totalitario, iba anotando escrupulosamente sus impresiones acerca de aquellos a quienes luego denunciaría al Servicio Secreto británico y a la CIA. Del poeta inglés Tom Driberg, por ejemplo, decía: “Se cree que es miembro clandestino del P.C.”, “judío inglés”, “homosexual”. Del músico de color Paul Robenson: “muy antiblanco”. A Kingsley Martin, director del conocido semanario del laborismo de izquierda News Statesman lo definía como “un liberal degenerado, muy deshonesto”. A Malcolm Nurse, uno de los padres de la liberación africana, lo calificaba de “Negro, antiblanco”. Al universalmente conocido John Steimbeck lo insertó en su cuaderno delator por ser, según su opinión, un “escritor espurio y pseudoingenuo”. Ni Charles Chaplin, ni el novelista JB Priestley, ni el entrañable Bernard Shaw, ni el celebérrimo Orson Welles, ni el prestigioso historiador E.H. Carr, se libraron del lápiz acusador de George Orwell.
Orwell fue una creación de la CIA, independientemente de la opinión que se tenga acerca de la calidad literaria de su obra. La Agencia no escatimó a la hora de invertir fondos para promocionar su obra. Era conocedora del efecto devastador que el mensaje de un supuesto representante de los valores de la izquierda, podía tener sobre amplios sectores de la opinión. Como otros intelectuales de aquella -y de esta- época, sucumbió a la seducción del éxito fácil y la notoriedad rápida que posibilitaba la transmisión de un mensaje construido por los diseñadores de la guerra fría.
La tragedia para su memoria ha sido doble. Por una parte, la apertura de unos archivos polvorientos del Foreign Office ha puesto al descubierto su personalidad fraudulenta. La ausencia de escrúpulos del escritor británico solo fue equiparable con la de los más despreciables protagonistas de sus propias novelas. La historia, finalmente, le ha pasado factura, colocándolo en el lugar donde le corresponde, aunque para ello hayan tenido que transcurrir más de cincuenta años.
Por otro lado, la sociedad descrita en 1984, se estaba pareciendo cada día más a la que nos está tocando vivir. Toda la panoplia orweliana de “policías del pensamiento”, “semanas del odio”, “nopersonas” y esa “neolengua” que se empequeñece en lugar de agrandarse, haya su réplica en la estampa que nos está ofreciendo la sociedad actual. ¿Qué más da que la uniformización del pensamiento corra a cargo del “Gran Hermano” o de las siete multinacionales de la comunicación que controlan y “depuran” la transmisión planetaria del pensamiento? ¿Hay tanta diferencia entre las “Semanas de odio” que organizaba el Big Brother y las que hoy organiza Bush, con la finalidad de preparar psicológicamente a la población de los EEUU para una guerra de conquista? ¿Existe una divergencia tan grande entre el “Ministerio de la Verdad” de “1984,” que diariamente determinaba lo que debía pensar el ciudadano, y la aplastante uniformidad de opiniones que cada mañana puede escucharse en todas las emisoras radiofónicas del Estado Español? ¿En qué se diferencian los delitos de opinión que cometían los “criminales del pensamiento”, y los que hoy se atribuyen a los perseguidos redactores de Egunkaria?
Se equivocan quienes consideren que la guerra cultural de la CIA, la batalla ideológica por el control del pensamiento, era solamente una secuencia del pasado, un capítulo oscuro de la Guerra Fría. Nada más lejos de la realidad. Mientras en nuestro planeta existan pueblos que dominan y otros que son dominados; clases que detentan la propiedad de las riquezas y otras que no tienen acceso a ella, la batalla de las ideas no concluirá.
El sueño de los estrategas norteamericanos de la posguerra se ha cumplido. Hoy la hegemonía ideológica, política, económica y militar de los EEUU en el mundo es indiscutible. Pero… ¿por cuánto tiempo?
En un reciente artículo publicado en el diario británico The Guardian, el profesor Timothy Garton Ash asegura que Orwell delató en 1949 a 38 intelectuales a los que consideraba simpatizantes comunistas, entre ellos Chaplin, el historiador E.H.Carr, Michael Redgrave e Isaac Deutscher. La lista fue entregada a los servicios de inteligencia británicos por la funcionaria C.Kirwam.
¡Pobre Orwell! Había denunciado el estalinismo como un sistema perverso en el que los hijos eran capaces de denunciar a los padres por motivos políticos, y él mismo acabó siendo un denunciante, un mísero delator. Pasó del antiestalinismo al anticomunismo primario, como les ocurrió a tantos otros que se convirtieron en instrumentos, a veces inconscientemente, de los servicios secretos estadounidenses, tal como ha revelado F.Stonor Saunders en su libro La CIA y la guerra fría cultural en el que documenta minuciosamente cómo la CIA organizó una campaña secreta para infiltrarse en el mundo cultural occidental a través de la financiación de revistas, libros, fundaciones filantrópicas, etc. Los fustigadores de Stalin, que tanto criticaron a esos “compañeros de viaje” que se dejaron deslumbrar por la Unión Soviética en los años treinta, terminaron por convertirse ellos mismos en compañeros de viaje del imperialismo norteamericano.
El 11 de julio de 1996 el diario inglés The Guardian lanzó la noticia de que George Orwell, autor de las célebres novelas1984 y Rebelión en la granja, habría colaborado con los servicios secretos británicos como delator de comunistas. En los meses sucesivos fue subiendo el tono de las acusaciones, por lo que los editores de Orwell en Francia se vieron obligados a redactar esta defensa de George Orwell ante sus calumniadores. No obstante, el bulo de un Orwell «espía» o «chivato» anticomunista no ha dejado de repetirse desde entonces, y por ello rescatamos este texto, editado hace diez años por Likiniano Elkartea, donde se refutan todas esas calumnias, para uso de aquellos que aún sepan qué hacer con la verdad. Insistir hoy en la inocencia de George Orwell muestra la vigencia de lo que él mismo escribiera un día: «Hemos caído tan bajo que la reformulación de lo obvio es la primera obligación de un hombre inteligente».
Después de su implosión, de la desarticulación operativa de la izquierda realmente existente de la segunda posguerra, está emergiendo una nueva generación que no acepta el destino de vivir mucho peor que sus padres, y no solamente en lo que a derechos sociales y condiciones de vida se refiere; también por la iomplantación de una sociedad formada por muchedumbres solitarias en las que nadie es nadie frente a los poderes establecidos. De ahí la importancia de recuperar la decencia básica, el librepensamiento y la conciencia colectiva. De ahí la importancia de autores como Orwell, la trascendencia de este tipo de libros…
En vistas de que algunos insisten en la impostura, se ha visto necesario reeditar este pequeño alegato. El claro y confeso antiestalinismo de George Orwell le valió los odios de por vida de buena parte del izquierdismo. En los últimos tiempos y cuando el aludido ya no ha podido defenderse algunos han querido cobrarse su pequeña venganza acusandole a Orwell de haber colaborado con los servicios secretos de las potencias capitalistas denunciando a personas de izquierdas como posibles agentes comunistas. Este texto desmonta esta calumnia aportando los documentos originales ahora que la prensa burguesa trata de recuperar para sí la figura de Orwell. Editan Ediciones El Salmón y DDT.
Gracias a los últimos archivos desclasificados por el Ministerio de la Verdad, hemos descubierto que George Orwell no delató a 38 criptocomunistas británicos por un puñado de dólares, sino por amor, lo que parece una razón de mucho más peso.
Sin embargo, y como era de esperar, en estas nuevas, poco sorprendentes y hasta aburridas revelaciones, hay muy poco de novedoso.
Como traductor y editor de la versión en castellano del folleto George Orwell ante sus calumniadores, me veo en la obligación de responder a este apéndice de una sarta de calumnias a la que no parece querer responder nadie; ni siquiera cuando muchos han tenido la oportunidad de hacerlo con motivo del centenario.
La prensa española en su conjunto no tuvo problemas para sentenciar ya al escritor británico cuando se destapó el escándalo hace ya casi siete años: el mismo diario que publica esta vez el “hallazgo” de Timothy Garton Ash, The Guardian, nos hizo saber entonces todo lo necesario para conocer al otro Orwell: un soplón que escribía novelas que denunciaban, hipócritamente, al Gran Hermano. No obstante, la revelación no era tal. La verdad era, sencillamente, ésta: convaleciente en un hospital para tuberculosos, Orwell recibió la visita de Celia Kirwan, funcionaria del Foreign Office británico. Kirwan le pidió su apoyo para una campaña de contrapropaganda ideada para combatir al estalinismo y quiso conocer si Orwell sabía de otras personas que podrían sumarse a dicha campaña. En una carta que envió a su amiga, Orwell mostró su adhesión a la idea y sugirió al mismo tiempo varios nombres de personas que, en su opinión, estarían dispuestas a hacer lo mismo (Franz Borkenau, por ejemplo). De paso, también le propuso a Kirwan una lista que había confeccionado a lo largo de los años con los nombres de intelectuales británicos “con los que no se podía contar para una propaganda semejante”. A esa lista (conocida desde hace más de veinte años, cuando se publicó la biografía del autor de 1984 escrita por Bernard Crick) pertenecen las 38 personas que Orwell presuntamente delató. ¿Pero dónde está esa delación, y en qué consiste? Eso nadie lo sabe, pero da igual; los muertos no pueden defenderse y, en esta época en que todos son antiestalinistas (y uno no puede dejar de preguntarse si realmente hubo estalinistas o franquistas alguna vez), arrebatarles los méritos a los que de verdad lo fueron cuando suponía un gran sacrificio parece haberse convertido en una fuente de placer morboso.
George Orwell supo ver, hace más de medio siglo, que la versión fabricada por los estalinistas y la izquierda en general acerca de la Guerra Civil española (a saber, que se trataba de una contienda entre una República legítima y un vulgar golpe de Estado, sin ningún atisbo de revolución social) era la que terminaría por imponerse en el futuro. Orwell tuvo razón también en eso; quizá por ello hoy algunos prefieren verlo convertido en un chivato.
«La verdad concerniente al totalitarismo tuvo su momento decisivo, que no era el del consenso respetable sino el del escándalo y la herejía: es entonces cuando esta verdad pudo, por así decirlo, reconocer a sus amigos. Hubo, pues, en aquel momento unos raros individuos para decir lo que era el estalinismo y ahora hay otros, que tienen en ello diversos intereses, para calumniarlos o regatear sus méritos.»
Cuando se va a cumplir el centenario de su nacimiento (el 26 de junio de 1903), esperamos hacer justicia con la publicación de este folleto a alguien que demostró, cuando muchos otros mentían o callaban, que “si la libertad significa algo, es el derecho de decirles a los demás lo que no quieren oír”.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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