lunes, septiembre 07, 2015

El caso de Boris Pasternak, un episodio de la “guerra fría cultural”



El estreno hace ahora medio siglo, a finales de 1965 de la adaptación de Doctor Zhivago, por por parte de David Lean y su considerable éxito, permitió que el ”caso Pasternak,” regresara a las portadas de los diarios y reavivara el discurso único sobre la falta de libertades en la URSS, una crítica que efectuada desde la españa de Franco no deja de tener guasa. El asunto era una entrega más de una “guerra cultural” que se nos trasladaba al terreno de la capacidad de reformas del régimen llamado soviético (los soviet brillaban por su ausencia), todo ello en el clima del deshielo.
Ahora tocaba hablar de la vida y la obra de Borís Pasternak, el célebre autor de Doctor Zhivago, aunque mucho más apreciado por los que lo conocen por su obra poética. En medio de la revisión histórica que está compor­tando la perestroika, el caso Pasternak era una exigencia que clamaba al cielo y en el primer ani­versario de la muerte del poeta celebrado bajo Gorbachev, los soviéticos pudieron hacerle un homenaje abierto en el cementerio de Peredielkino, en las afueras de Moscú. Ya los poemas in­cluidos al final de la novela pudieron aparecer en 1980 para agotarse inmediatamente. Luego, len­tamente, la edición de sus obras se fue regulari­zando y en este año, el de su centenario, y con el pretexto de que las Naciones Unidas lo han eri­gido en el año Pasternak, las autoridades políti­cas y culturales soviéticas han aprovechado el momento para rendir culto al antiguo disidente, al poeta y escritor que dio brillo a las letras soviéti­cas desde su aislamiento y al que amargaron mu­chos años de su vida.
El pecado mortal de Pasternak no fue solamen­te el haber escrito la novela que se convirtió en campo de batalla de la guerra fría, éste fue, por decirlo así, el pecado que colmó el vaso de la paciencia de la burocracia soviética que nunca lo­gró doblegarle, aunque no fue Pasternak un disi­dente del temple de Solzhenitsin, ni mucho me­nos del carácter del otro Nobel de Literatura ruso, Iván Bunin, un escritor que murió en el exilio ol­vidado y al lado de los exiliados blancos a los que trató de prestarles su voz. Pero sin ser ni una cosa ni otra, Pasternak desarrolló su vida y su obra dentro de lo posible al margen y en contra de las corrientes oficialistas, algo que a otros les costó la vida.

Antes de la revolución

Pasternak (como la mayoría de los líderes de la revolución rusa) provenía de una familia aco­modada y liberal. Nació el 10 de febrero de 1890 en Moscú, y su padre era un pintor famoso, Leó­nidas Ossipovich Pasternak, profesor de la Es­cuela de Pintura, Escultura y Arquitectura de Mos­cú y hombre de amplísimas relaciones en los me­dios culturales. Pintó a algunas de las celebrida­des de su época —a Lenin entre ellas—, y entre sus amistades más íntimas se contaban Rainer María Rilke y León Tolstói, dos de los autores más señalados a la hora de subrayar las influen­cias predominantes en la obra lírica y novelística de Boris. Su madre, de familia judía convertida al cristianismo, fue la notable pianista Rosa Kaufmann, profesora del Conservatorio de Moscú, discípula del célebre Antón Rubinstein y solista de fama desde los catorce años. Sin embargo, al contraer matrimonio en 1889, ella dejó la música y se consagró al cuidado de su familia.
La familia Pasternak compartía la actitud de re­chazo hacia el zarismo que era propia de la intelligentzía rusa y vivió intensamente los aconteci­mientos revolucionarios de 1905 con los que más claramente se identifica Boris y a los que consagró uno de sus libros más famosos: El año 1905. La crisis revolucionaria de 1917 no les co­gió sumidos en ninguna necesidad apremiante —no sufrieron persecución durante el antiguo ré­gimen—, pero asistieron sin duda esperanzados al desarrollo del movimiento revolucionario, aun­que no necesariamente identificados con el bol­chevismo.
Al estallar la revolución de octubre, Pasternak, que se encuentra en Siberia, regresa a Moscú en un trineo de caballos. En 1921 la familia se dis­grega. Los padres, bastante enfermos, consiguie­ron un permiso oficial en 1921 para visitar Alema­nia, donde existían mayores posibilidades de cu­ración. Las dos hermanas se instalan en Londres, y los padres en Berlín. En 1938, cuando están a punto de regresar a Rusia, la madre hace una vi­sita a las hijas y fallece. El padre, ya muy ancia­no, se va con éstas. Boris y su hermano harán al­gunos viajes de visita, pero permanecerán en Rusia.
En algunas de sus obras—Salvoconducto, En­sayo de biografía—, Pasternak ha hecho constar su deuda con el ambiente de alto nivel cultural en el que se desarrolló su infancia y su juventud, Por su casa desfilaron los escritores rusos más im­portantes del momento (Gorki entre ellos), así como algunos extranjeros como los poetas Rilke y Verhaeren, y eran muy habituales las veladas musicales amenizadas por su madre a las que concurría gente del mismo mundo y se mantenían tertulias abiertas que eran muy reputadas en Moscú.
También ha hecho notar Pasternak su filiación religiosa, muy particular, pero no por ello menos profunda. Aunque al final de su vida se confiesa casi ateo, en una carta enviada a una traductora norteamericana le cuenta la importancia que tuvo en su vida su bautismo cristiano en e! que distin­gue la fuente de su original/dad. Este sentimiento cristiano casi panteísta, bastante herético, es más que evidente en Doctor Zhivago.
Su formación fue excepcionalmente esmerada. Pasternak figura entre los poetas de su tiempo como uno de los más cultos y refinados. Lo pri­mero que le atrajo fue la música y mantuvo una estrecha amistad con Alexander Nikolaievich Scriabin (1872-1915), uno de los pianistas rusos, más reconocidos internacionalmente y que influyó en la vocación poética de Pasternak. A una temporada de estudios filosóficos en la Universi­dad de Marburgo (1912), le debe una filiación neokantiana —muy en concordancia con el tolstoismo— fruto del curso que siguió al lado del principal exponente de esta escuela, Hermann Cohen (1842-1918), que en el terreno político era partidario de un cierto socialismo idealista moti­vado por imperativos éticos. A continuación, Bo­ris siguió estudiando en la Universidad de Moscú hasta que consiguió su licenciatura. En 1914 tra­duce para el Teatro de Cámara de Moscú El cán­taro roto, de Kleist y el mismo año aparece su pri­mer volumen de poesía: El gemelo en la nube.
Los años que siguen dan al traste con todo el antiguo régimen. Liberado del servicio en el fren­te a causa de una herida en la pierna, Pasternak emprende en 1915 un largo periplo a través de todas las Rusias. El estallido de la revolución lo coge en Siberia desde donde vuelve en un trineo de caballos a Moscú. En noviembre de 1917 apa­rece su segundo tomo de poesías, Más allá de las fronteras, que cuenta con un prólogo introduc­torio, Sobre las barricadas, en el que se dirige a Dios en una oración que dice:
A/o como cualquier vecino de todos los do­mingos, no siempre, sino sólo dos veces en un siglo.
Yo pedía: repitan letra por letra las palabras de la creación del mundo.
Ya no soporto más la mezcla de la revelación y de la miseria humana.
¿Cómo tomará el pan y la sal —mi alegría— de la bandeja terrenal?
Aunque Pasternak había conocido sobrada­mente la dulzura de vivir del antes de la revolu­ción de que hablara Talleyrand, y aunque por su manera de ser y su formación, difícilmente se po­día identificar con el mundo de los soviets y de los revolucionarios profesionales, es evidente que sintió una poderosa atracción hacia los grandes cambios y hacia aquellas masas de humillados y ofendidos que entraban estruendosamente en la historia para marcar en ella una clara señal entre el antes y el después del siglo.
En los primeros años de la revolución, Paster­nak pasa por ser, en un sentido amplío, uno de los poetas de la revolución.

Maiakovski, Esenin y Pasternak

En 1917 el ciclo de la gran literatura rusa de en­tre siglos ya había acabado. Habían fallecido Dostoievski, Tolstói y Chejov, y no tardarían en seguirles Andreiev —1919— y Korolenko —1921—, estos últimos viejos radicales que, por diferentes razones, se habían opuesto a la revo­lución, lo mismo que hizo por aquel entonces el último representante de la época prerrevolucionaria: Máximo Gorki. Con octubre comenzaba de hecho un nuevo ciclo —quizás una edad de pla­ta sí la anterior fue de oro —bastante creativa en todos los terrenos del arte. Es un momento histó­rico excepcional en el sentido de que se puede hablar de un cierto encuentro —efervescente y contradictorio— entre las más diversas vanguar­dias y el pueblo.
En 1918 Pasternak se gana la vida como biblio­tecario en el Ministerio de Educación y vive en pri­mer plano el debate modernista que conmueve la cultura rusa y pasa de mantener unas relacio­nes amistosas con la escuela simbolista que se expresa a través de las revistas Musaget y Apollón. Luego forma parte de la corriente futurista, o mejor —como dice Angelo María Rípellíno 1/de la cubo-futurista, militando en el grupo llamado “Centrí­fuga”, más moderado que los futuristas proleta­rios. Algunos especialistas ven en esta época la fase más creativa del poeta.
Empieza a ser ampliamente conocido con la edición del tercer tomo de Mi hermana, la vida 2/ que recibe una crítica entusiasta. Marina Zvetaieva, poetisa y crítica literaria escribió entonces:
Pasternak es un gran poeta. Es ahora mayor que todos: la mayoría de los actuales lo fueron una vez, algunos viven todavía, él lo seguirá sien­do. Pues en realidad no está ahí todavía: balbu­ceos, gorjeos, tintineos… ¡todo está todavía en el mañana! El balbucear de un niño, y este niño es el mundo. Hablar a borbotones, ahogarse. Pas­ternak no tiene tiempo para expresar las cosas hasta el final, se ve desgarrado, como si el pe­cho no fuese demasiado estrecho: ¡oh, ahí toda­vía no conoce nuestras palabras. Es algo insular, infantil, paradisíaco e incomprensible, y, no obs­tante, conmovedor… No es Pasternak el niño, lo es la vida en él. A Pasternak yo lo trasladaría a los primeros días de la creación: los primeros ríos, las primeras auroras, las primeras tormentas. El ha sido creado antes que Adán…
Pasternak se adentra a tientas en un mundo pri­migenio, describe la lluvia con una intensidad desconocida, sus panoramas están empapados de lluvia, huelen a agua llovediza… En sus paisa­jes se advierte, ¡unto con los motivos amorosos, lo mejor de su obra. Sus poemas tienen un in­menso caudal de metáforas, bebe en las más va­riadas escuelas y sorprende por la extraña con­junción de modernismo y de simplicidad que al­canza. Está íntimamente apegado al mundo que conoce, de ahí que cuando ve peligrar su ciuda­danía rusa no duda en doblegarse ante las au­toridades.
En la segunda mitad de los años veinte, Pas­ternak es ya, junto con Maiakovski y Esenin, el más reputado de los poetas soviéticos. Es tan he­terodoxo como éstos, en su poesía se mezclan las escuelas. Esto es bastante manifiesto en su si­guiente libro de poemas, Temas y variaciones (1923), por ejemplo en el final del poema La estepa:
¡Toda la estepa, como antes de la primera caí­da: toda bañada en paz; toda, como un paracaídas; toda, una visión que se levanta!
Igual ocurre en la descripción del cielo de En el bosque:
Parecía que se había dormido el tictac de las cifras, mientras allá en lo alto, en áspero ámbar, las agujas de un reloj en el éter se mueven según el calor.
También hace incursiones hacia temas soviéti­cos. En su epopeya en verso, Spektorki, trata de las vicisitudes de un joven intelectual moscovita durante la revolución, incorpora a su lírica nue­vos elementos: estaciones, calles, viviendas, puertas, dormitorios… Como en la siguiente des­cripción de una fonda de estación:
Vasos de vino. Cartas de comida y bebidas.
Tapetes. Palmas.
Vaho de asados. Procesión de cestas.
Silbidos y estrépito. Servilletas endurecidas.
Más conocidas serán El año 1905 y El teniente Schmidt donde —como Alexander Block en Los doce— introduce la imagen de Cristo al fondo de los ideales revolucionarios. Su imaginería van­guardista es notoria:

Octubre. Anillo de huelgas.

Oh, viento/ ¡Oh, engendro del infierno! y fletes, y cargas, y mares, mechones al vuelo.
¡Oh, tempestad de pasquines y panfletos!
¡Oh, fango! ¡Oh, tinieblas! ¡Oh, llamadas de sirenas, cerraduras y cerrojos tras dar las cinco!

Schmidt es también una encarnación de las dudas de Pasternak. Los tiempos están cam­biando, Stalin comienza su ascenso al poder ab­soluto, y las congregaciones de escritores ca­minan hacia el uniformismo cada vez más ado­cenado. Esta última obra es notablemente auto­biográfica, describe el destino de Schmidt que, sumergido en la rueda de la historia, no duda en sacrificar su propia felicidad a la causa de la revolución, aceptándola como un acontecimien­to necesario e inevitable. Sin embargo, se insi­núa con fuerza la existencia de una grave con­tradicción entre el Estado revolucionario —que puede dejar de serlo— y el artista, y en uno de sus versos clama:
Oh, ídolo del Estado, eterno limbo de la libertad!
De las jaulas, furtivos salen los siglos, recorren las fieras del coliseo, y, sin miedo, la mano de un predicador hace el signo de la cruz sobre la húmeda celda, amansando con fe a la pantera: y se cumple eternamente el paso de los circos romanos a la iglesia romana, y nosotros vivimos según la misma norma, nosotros, gente de minas y catacumbas.
Al final de los años veinte, Pasternak es ya una figura consagrada —L’Humanité lo presenta como el más grande poeta soviético al mencionar su intervención en el Congreso de Escritores de 1934—, y entre 1931 y 1933 aparece la narración autobiográfica, inspirada en Proust y Rilke, El salvoconducto, en la que hay muchos elementos que luego reencontraremos en Doctor Zhivago. Un año antes se había separado de su pri­mera mujer, y viaja por Rusia en compañía de Sinaida Neuhaus que se convertirá en su segunda esposa poco después. Sus experiencias en el Cáucaso le inspirarán el segundo nacimiento. En 1934 aparece la primera edición de sus poesías completas, que será saludada con entusiasmo por Nikolai Bujarín en el Primer Congreso de Es­critores, Un año después aparece en el Congre­so de París de la mano de Gide y de Malraux y en sustitución de Máximo Gorki. Al parecer, fue el propio Stalin el que le pidió que hiciera este via­je. En su intervención en el Congreso se limita a leer una poesía que causa una viva impresión en­tre los presentes, aunque sin duda más se hubie­ran impresionado de haberle escuchado la alo­cución que tenía preparada y que más tarde re­latará él mismo en los siguientes términos:

El cangrejo ermitaño

Comprendo que esto es una reunión de escri­tores para organizar la resistencia al fascismo. Sólo tengo una cosa que decirles: no se organi­cen ustedes. La organización es la muerte del arte. Sólo cuenta la independencia personal. En 1789, en 1848, en 1917, los escritores no esta­ban organizados ni en pro ni en contra de nadie. No lo hagan, se lo suplico, no se organicen. En este momento Pasternak es una rara avís dentro de la literatura rusa, un cangrejo ermitaño, dirá con malevolencia Mijhaíl Sholojov, aunque puede perfectamente interpretarse en un sentido más positivo, sobre todo teniendo en cuenta el destino de la literatura oficialista rusa que servía al Estado como ingenieros del alma, como les ha­bía burdamente designado el propio Stalin. Mien­tras que los oportunistas, los sectarios y segura­mente los ingenuos, celebraban los planes quin­quenales, el temple de los stajanovistas y la sa­biduría de Stalin, Pasternak se mantuvo egregia­mente aislado y orgulloso, aunque también tuvo que pagar su cuota al poder escribiendo —se­gún asegura Isaac Deutscher— algún poema de exaltación al Padre de los Pueblos. Es un artista en litigio con su siglo que en medio de la unifor­midad revolucionaria se atreve a decir: Cubriendo los ojos con la palma de mi mano desde la ventana preguntaba gritando a los ni­ños: ¿qué milenio, queridos míos, hay ahora allí fuera?
Como medio de supervivencia se dedica casi exclusivamente a las tareas de traductor, vertiendo al ruso la obra lírica de Petófi y Verlaine, obras sueltas de Goethe, Schiller, Kleíst, de diferentes expresionistas alemanes, de Swinburne, Shelley y Shakeaspeare, así como poesía moderna geor­giana, factor que algunos historiadores sugieren como explicación de la benevolencia con que lo trató Stalin en una época en que desapareció la flor y nata de la literatura rusa; sin ir más lejos, de los cinco rusos del Congreso de Escritores de París, tres fueron asesinados —Babel, Koltsov y Tijanov—, y sobrevivieron Ehremburg y Paster­nak, el primero como ejemplo de sumisión, el se­gundo como disidente moderado. Pasternak lle­gó a mediar ante Stalin para salvar a algunos ami­gos suyos como Ossip Mandelstam, aunque tuvo que mantener silencio en el Congreso de París cuando se trató de otro amigo suyo, Víctor Serge, ai que, al contrario que sus compañeros, no atacó.
Escribe en el silencio de la dacha que le ha fa­cilitado —como medio de integración— el Esta­do, y de tanto en tanto da rienda suelta a su pun­to de mira crítico. En su poema La encrucijada marca claramente cuál es su lugar:
Es inútil buscar en los días del Gran Soviet —en los que se deja a las altas pensiones todos los sitios disponibles— el espacio para los poetas.
Los poetas son peligrosos, si no son vacíos.
Decir esto a unos kilómetros del Kremlin en la época de Stalin puede muy bien considerarse como más revolucionario que todo lo que muchos de sus colegas —como Sholojov— producían en el mayor de los conservadurismos.

El doctor Zhivago

Con la relajación que permite la II Guerra Mun­dial, Pasternak vuelve a la poesía con dos tomitos, En trenes tempranos y Lejanía terrena. Ha operado un notable cambio, en una carta escrita en 1958 asegura que cuando vuelve a leer las poesías escritas en mi juventud me invade un sentimiento de confusión… como si representa­ran… algo completamente ajeno a la existencia. Ahora escribo de una manera completamente distinta. Esto empezó en los años cuarenta. En 1945, Pasternak comienza la redacción de Doctor Zhivago que en abrí! de 1954 es anuncia­da en los siguientes términos por la revista mos­covita Znamia, que ya había publicado algunos de los poemas de la obra:
La novela quedará probablemente terminada en verano. Abarca el período de 1903-1929, con un epílogo sobre la gran guerra civil. El héroe, el doctor Yuri Andreyovich, soñador con preocupa­ciones de carácter creador y artístico, muere en 1929, dejando muchos escritos: entre ellos, unos poemas que datan de su juventud…
En 1955, creyendo que la situación es propicia —estamos en vísperas del XX Congreso del PCUS con las famosas revelaciones de Kruschev sobre Stalin y la consiguiente apertura que alcan­za hasta la edición de Un día en la vida de Iván Denosivlch, del primer Alexander Solzhenitzyn— envía el manuscrito a la Editorial Goslitzitdat, sin embargo, ésta juzga que, por el momento, es prematura su edición prevista para 1957. Luego la envía aNovy Mir —donde aparecerá la novela de Solzhenitzyn— que le devuelve -el manuscrito Dos años más tarde la revista hace la siguiente valoración de! libro:
Individualismo casi patológico de los persona­jes (…) que no saben ni quieren ver nada a su al­rededor y que, por tanto, se juzgan a sí mismos dándose una importancia cómicamente exagera­da. Has escrito una novela directa y primordialmente política, una novela de tesis. La has escri­to como una obra franca y enteramente al servi­cio de ciertas ideas políticas. Tu nove/a es pro­fundamente injusta y no objetiva históricamente en la pintura de la revolución, de la guerra civil y de los años prerrevolucionarios.
La novela atravesó las fronteras y llegó hasta la Editorial Feltrinelli, de filiación comunista pero revisionista después de los acontecimientos de 1956 en Polonia y Hungría. La prensa señaló que la persona que hizo la valija fue Alberto Moravia, que acababa de tener un largo encuentro con el poeta, también se habló de Susana Coca, una es­critora uruguaya, mientras que en la URSS se in­tentó inculpar a Lara, o sea, a Olga Ivinskaia, que había sido la mujer-musa de la novela y que ha­bía pasado ya cuatro años de cárcel (1949-1953). El caso es que Feltrinelli, desoyendo los ruegos soviéticos y las presiones de su antiguo jefe Palmiro Togliatti, publicó la novela que inmediata­mente se convirtió en uno de los best-sellers de la época.
En octubre de 1958 la Academia Sueca otorga a Pasternak el Premio Nobel de Literatura del año por su importante logro en el campo de la poesía lírica contemporánea y en el de la gran tradición épica de Rusia y alude obviamente a El doctor Zhivago como la obra decisiva para la concesión. Días después Radio Moscú da la noticia del he­cho asegurando que la decisión del jurado del Premio Nobel, rodeado de sensación, ha sido acogida con clamores entusiastas por la prensa burguesa. La concesión del Premio Nobel por una sola obra mediocre como Doctor Zhivago es un acto político dirigido contra el Estado so­viético. La batalla había comenzado.
Los medios de comunicación soviéticos repiten una y otra vez la fórmula ya puesta en pie por la nota aparecida en la Enciclopedia Literaria Sovié­tica (tomo 8, Moscú, 1934) en donde se afirma que el autor:
Pertenece al grupo de la intelligentzia, cuya protesta contra el género de vida prevaleciente se expresaba en forma de evasión de la realidad, de aislamiento en la «actividad pura del espíritu». Pasternak no estuvo nunca objetivamente contra la revolución proletaria. Pero no pertenecía a las filas de sus militantes activos. Intentaba alejarse del ruido de las luchas sociales, erguiéndose so­bre las cimas de la cultura burguesa, pero la vida en torno hacía y hace constantemente irrupción en su obra, desgarrando la envoltura burguesa idealista y metafísica, mostrando la fragilidad del aislamiento en las esferas de la «alta creación»… Desde Occidente, Pasternak se convirtió en un símbolo de la resistencia a la opresión, y la obra fue debatida como un objeto de guerra. Algunos críticos, no obstante, se distanciaron del campo de batalla y distinguieron las grandezas y las li­mitaciones de una obra sin duda importante, con grandes momentos, pero que no sobrepasa la pequeña y sublime producción lírica del autor. Doctor Zhivago no fue algo equiparable a Guerra y Paz, no lo podía ser; Pasternak nunca quiso en­trar en los grandes escenarios. Su testimonio es diferente, es el de un poeta intimista, siempre so­brepasado por los acontecimientos que quedan lejos y difusos, y en los que los protagonistas apa­recen como víctimas y no como verdaderos ac­tores. La historia que acompaña a la novela tam­bién excedió el carácter introvertido del artista, que tuvo que rogar a las autoridades soviéticas que no le quitaran su nacionalidad, por eso no fue a Estocolmo a recibir el Nobel; no le habrían dejado regresar. Algunos escritores liberales de izquierdas, como Jules Romains, le afearon el hecho. Un au­tor libre no debe temer el exilio. Sin embargo, Pasternak sí lo temía. No era un hombre de com­bate, tampoco era joven. Murió poco tiempo después (30 de mayo de 1960).
Atrás dejó una obra de primera magnitud merecedora de una atención muy superior a la que se le concedió como soldado involuntario de la guerra fría. Una obra que ahora se podrá lejos de las connotaciones “militares” de la época.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

NOTAS

Sobre literatura rusa Itinerario a lo maravilloso (Barral Ed, Barcelona, 1970). Otras obras que dedican amplios estu­dios a Pasternak son: Abollado Vargas. Luis, Literatura rusa mo­derna (Ed. Labor, Barcelona, 1972); La literatura rusa moderna (Ed. Losada, Buenos Aires, 1973). Literatura soviética posterior a Stalin (Ed Guadarrama, Madrid, 1968); Slonin, Maro, Escrito-­
res y problemas de la literatura soviética (Alianza Ed., Madrid, 1974)
De Pasternak se han publicado entre nosotros obras suyas como Antología de urgencia (Ed Ágora, Madrid, 1959). Confesiones (Ed. Condal, Barcelona, 1959). Poesías y otros escritos, una notable selección con prólogo de Vicente Gaos (Ed. Guadarrama, Madrid, 1959) Vida y poesía (Ed. Noguer, Barcelona, 1963). Cartas a Renata (Guadarrama, 1968) De Doctor Zhivago hay numerosas reediciones…

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