domingo, agosto 09, 2015

“Mother Jones”, una madre inolvidable para los trabajadores y las trabajadoras



Sí se está olvidando lo que fue el movimiento obrero en el Reino de las Españas, ¿qué no pasará del que conmovió los Estados Unidos en los tiempos de las internacionales obreras? Un movimiento del que existen muy pocas huellas en el cine, pero de la que se pueden encontrar muchas más en la literatura. La historia del ascenso, apogeo, crisis y decadencia (y reanimación creciente según cuentan los estudiosos que nos periódicos), fue extraordinariamente rica. Recordemos sin más que algunos de los mayores eventos de la historia social (el Primero de Mayo, el 8 de marzo día de la mujer trabajadora, Sacco y Vanzetti) reflejan esta potencia, como lo hacen igualmente nombres legendarios como el de “Mamma o Mother” Jones (Cork, Irlanda, 1830-USA, 1930) que corresponde al una militante que representó desde la sencillez y la ternura, la solidaridad y la combatividad de la clase trabajadora más allá de los sectarismos de quienes creen que sus idea están más allá de los intereses concretos del pueblo trabajador. Unas pocas y unos pocos habrán leído sus memorias (*), la asociará con una revista de izquierda, posiblemente las más prestigiosas de los Estados Unidos. Incluso el personal más enterado, sobre todo el que conoce y valora a la cantante Lila Downs, habrán escuchado la canción que lleva este nombre, una canción con aires de blues en la que se percibe el latido de una vida intensa y luchadora, la de la legendaria Mary Harris que en cierta ocasión declaró “no soy una humanista, soy una provocadora”.
No creo exagerar al afirmar que en su momento me resultó difícil abandonar la lectura de este libro una vez comenzado, cuando vencidas las reticencias propias del desconocimiento, pero sus páginas se suceden con plenitud y densidad. Uno sabe obviamente quién se dice que fueron grandes hombres que no resisten la prueba de los hechos concretos. Sin embargo, sus memorias emocionaron a un anciano León Trotsky que anotó en uno de sus cuadernos del exilio:
He acabado de leer la autobiografía de Mamá Jones. Hace mucho tiempo que una lectura no me había interesado y emocionado tanto. ¡Un libro épico! ¡Qué indefectible devoción hacia los trabajadores, y qué elemental desprecio hacia los traidores y arribistas que se encuentran entre los jefes” obreros. (…) En su descripción de las luchas obreras, condensadas y desprovistas de toda pretensión literaria, Jones desvela paso a paso un espantoso cuadro de los desafueros del capitalismo americano y de su democracia. No se puede leer esta narración sin estremecerse y maldecir, en particular cuando se trata de las mutilaciones de los niños en las fábricas. (1)
Descubrimos que “Mother” Jones es un caso fuera de serie, una mujer de la estirpe de Flora Tristán, Louise Michel, Teresa Claramunt, Eugenia Bosch, Bernardette Devlin, Domitila, etc. La pequeña y frágil figura de “Mother” Jones se engrandece hasta niveles increíbles por la enorme amplitud del campo de batalla por el que camina sin más armas que su integridad física y moral, Mamá Jones recorre los EE.UU. de norte a sur y de este a oeste, donde le llama una lucha que muchas veces parece más bien una guerra civil. No la detiene la extrema violencia de los enfrentamientos provocados por la gente de orden, un escenario sobre el que nos puede dar una idea estas líneas con las que John Reed comienza su veraz reportaje sobre La huelga de Paterson:
Hay una guerra en Peterson, Nueva Jersey. Pero es Un curioso tipo de guerra. Toda la violencia es obra de Un bando: los dueños de las fábricas. Su servidumbre, la policía, golpea a hombres y mujeres que no ofrecen resistencia y atropella a multitudes respetuosas de la ley. Sus mercenarios a sueldo, los detectives armados, tirotean y matan a personas inocentes. Sus periódicos, el Paterson Press y el Paterson Call, incitan al crimen publicando incendiarios llamadas a la violencia masiva Contra los líderes de la huelga. Su herramienta, el juez penal Carroll, impone penosas sentencias a los pacíficos obreros capturados por la red policíaca. Controlan de modo absoluto la policía, la prensa, los juzgados (2).
Las influencias morales e ideológicas de “Mother Jones” son muy diversas, y es evidente que pesa cierto cristianismo irlandés.
Pero su actitud no es la una sentimental y su mentalidad no tenía nada de misionera, aunque como hija de Irlanda es cristiana, su cristianismo es un arma de liberación, se pone al servicio de la lucha social. Aunque ardía de amor y de sensibilidad, estos sentimientos no le llevaban a la pasividad; por el contrario, se convierten en elementos de denuncia. Consolaba no con las palabras, sino con los actos, no creaba entre sus “hijos” ninguna vana esperanza en un “más allá” de gloria eterna. Les decía que tenían que liberarse mediante la organización, la razón y la lucha. Aunque se puede decir que su comportamiento puede ser básicamente caracterizado como sindicalista revolucionario, pero poco importa dicha catalogación, lo que importa es que todos los que se identifican con la lucha de los trabajadores y de los oprimidos pueden encontrar en ella una “madre” extraordinaria, a la manera que apuntaba Máximo Gorky en su célebre novela que tanto entusiasmo ha causado en varias generaciones militantes.
Tenia cinco años cuando sus padres emigraron a los Estados Unidos como parte de los cuatro millones de irlandeses que lo hicieron en la década de 1830-1840. Su verdadero nombre era Mary Harris, pero adoptó el de Jones, apellido del hombre con el que se casó en 1861, un obrero fundidor que destacó como sindicalista. En 1867 se trasladó con su familia a Memphis, Tennesse, y al poco tiempo se declaró la «fiebre amarilla» que acabó con él y con los cuatro hijos del matrimonio. Tras enterrar a los suyos, Mary se marchó a Chicago donde montó un próspero taller de modista hasta que un incendio acabó con todo.
Esta mujer no se ahogó en ningún mar de lágrimas, sino que se convirtió en cierta medida en la “madre” de todos aquellos que sufrían las calamidades de un régimen social muy concreto: el capitalista, que en aquel entonces se imponía con todo su poderío en una gran nación y que empezaba a concentrarse en unos grandes monopolios, los Pullman (industria ferroviaria), los Westtinghouse (sector eléctrico) los McCormick (maquinaria agrícola), los Hearts (prensa), los Carnaggie (Steel Corporation), los Morgan (metalurgia), etc. Su poderío era tal que todas las instituciones se inclinan ante su paso y cuando alguien se resiste a su afán de predador, debe de ir contra una poderosa corriente. Utilizan entre otras cosas la “libertad” de prensa y con ésta voluntad llega a una movilización “militante” impresionante, por ejemplo, se dice en sus periódicos que los obreros odian la jornada de ocho horas y que los que están en contra sólo son una minoría de vagabundos y revoltosos.
Con su sencillez demostraba a los trabajadores que era posible avanzar siempre que la conciencia se afirma a través de una poderosa voluntad. Nadie la conoció por lo que dijo, sino por lo que hizo; trabajó despreciando la fatiga, el peligro de cualquier actuación violenta, la prisión -con cuyas estancias conmovía a la opinión pública de izquierdas-, o la muerte. Los patronos tratan de denigrarla, de ponerle toda clase de barreras, de impedir su llegada a cualquier zona de conflicto y ella se desliza por medio de toda clase de mallas a través de la fuerza de su debilidad. Es difícil contener a una anciana que se parece a la abuela o a la madre de uno, que pretexta inocentemente cualquier ardid y que emerge entre la muchedumbre esgrimiendo la tremenda demagogia de los hechos, el certero puño de una verdad que condena a la miseria a hombres, mujeres y niños que trabajan hasta la extenuación para enriquecer a una minoría.
Con el tiempo, se convirtió en la «Mamma» de los explotados y oprimidos desde que inició su larga marcha de militante en los rangos de los «Caballeros del Trabajo». Pronto su nombre comenzó a ser leyenda, en particular en medio de la batalla por las ocho horas; que ella misma describe así: «De toda la agitación obrera surgieron campañas para obtener las ocho horas. Los sindicatos de los Caballeros del Trabajo la sostenían. Con esta organización colaboraron muchos elementos extranjeros, entre ellos varios anarquistas. A partir de ese momento los patronos de Chicago y la gente en general comenzaron a ver por todas partes el fantasma de la anarquía. Las pasiones se encendieron. La ciudad se dividió en dos campos: de un lado los obreros oprimidos, hambrientos, sin trabajo y por otro los patronos al abrigo del hambre y del frío, protegidos por la Policía, por la prensa y por todas las fuerzas del Estado soberano».
En 1895, cuando tres sindicalistas, Putham (ferroviario), Palmer (empleado de correos) y Wayland, publicaron el periódico La llamada de la razón, Mary se encargó de su difusión recorriendo para ello numerosas poblaciones y pronto consiguió una amplia implantación. En sus recorridos llevaba siempre consigo carnés del sindicato. Recorrió el país de extremo a extremo. En no pocas ocasiones lo hizo a pie y siempre tuvo que superar los numerosos obstáculos que le ponían las fuerzas del orden. Conoció como poca gente las cárceles. Descansaba y pernoctaba en casa de los obreros y hablaba en las fábricas, en el campo, en los ayuntamientos, allí donde le era posible. Sus concentraciones concluían en ocasiones a golpes o a tiros. En una ocasión, Mary evitó el desencadenamiento de una masacre poniendo su dedo en el cañón de la escopeta de un guardia.
En otra, respondió a un juez que le preguntó en nombre de quien hablaba, respondió: «Me han autorizado Thomas Jefferson, John Adams, Abraham Lincoln y Patrick Henry». Su vida es la historia de una plena dedicación a la causa obrera. Cuando un diputado (el mismísimo Woodrow Wilson) le interrogó sobre donde habitaba, Mary contestó: «Habito en los Estados Unidos, pero exactamente no sé dónde. Vivo en todas partes donde se lucha contra la opresión, por la justicia y el derecho; a veces en Washington, otras en Arizona. Texas, Minnesota o Colorado. Mi casa está en la suela de mis zapatos y la llevo siempre conmigo».
En 1903 las suelas de los zapatos de mary se encontraban en Kesigton, Pennsylvania, donde en las fábricas de hilados trabajaban 75.000 obreros y entre ellos, 10.000 niños de 9 y 10 años. Todos los días acudían al sindicato niños lesionados, amputados de una mano o de algún dedo. La miseria obligaba a los padres a falsificar el acta de nacimiento de sus hijos. Mary descubrió todo esto participando en otra lucha y comenzó a remover cielo y tierra y armó un tremendo escándalo a pesar del boicot deliberado de la prensa. Con los niños detrás fue de ciudad en ciudad hasta llegar a Nueva York, donde el alcalde se negó a recibirlos. Pero sus «columnas» de niños eran imparables y las autoridades se vieron obligadas a arbitrar medidas protectoras.
Esta mujer que ya tenía los cabellos emblanquecidos por el esfuerzo y la pena, conoció las cárceles del país de la “libertad” mejor que cualquier clase delincuente, incluidos los que ocultan con sus pequeñas fechorías una justicia que protege las grandes. Pero al mismo tiempo, forzaba el respeto de sus adversarios, que preferían a los héroes y los santos para colocarlos en las estatuas y homenajearlos una vez muertos. Se imponía solamente por la fuerza tranquila (nunca mejor dicha la expresión) de su convicción moral y militante. Convencía con su coraje, pero también con su verbo simple, concreto, ceñido a objetivos muy moderados: more pay and less hours (mejores salarios y menos horas de trabajo).
Detrás de este pequeño programa había un aliento de gran alcance: la organización, la movilización y la independencia de la clase obrera. Empleaba con toda naturalidad y sinceridad los conceptos de la democracia norteamericana y del cristianismo y se los tomaba al pie de la letra. Conceptos como amar al prójimo, el derecho a la felicidad, a la rebelión, etc., que se encontraban en la Biblia y en la Constitución de su país adoptivo, cobraban una dimensión muy diferente a la dominante entre los diversos fariseos al servicio de los trusts. Cuando los evocaba en virtud de los hechos que conocía, avergonzaba a todos aquellos que los violaban y no sabían qué responderle. Su único argumento entonces era el de siempre: la fuerza, el monopolio estatal y burgués de la violencia legal. Sheriffs, gobernadores, senadores, clérigos, temblaban delante de ella y trataban de esquivar su mirada.
Tal como ya hemos indicado, Mary no tuvo ninguna preocupación doctrinal ni teórica, como tampoco tuvo ninguna inclinación feminista. Desconfiaba del sectarismo de cualquier signo que pudiera dividir a los trabajadores, y aunque siempre actuó como una mujer no pensó como tal, incluso creía que el lugar de ésta no estaba en la empresa sino educando a sus hijos y cuidando del hogar doméstico. Su grandeza radica en primer lugar en su colosal capacidad de lucha y en segundo lugar, en su inteligencia táctica. Su programa era muy sencillo (el habitual programa mínimo), pero no lo empleaba como un fin sino como un medio para movilizar y organizar a los trabajadores para una futura revolución social.
Según el gran Eugene V. Debs fue la personificación de la revolución norteamericana. Actuó sin prejuicio al lado de marxistas y anarquistas y trabajó con todos los sindicatos, aunque su manera de hacer coincidía sobre todo con los «wobblies». Amiga de las minorías raciales e internacionalista activa, Mother Jones estuvo al lado de la revolución mexicana y fue una buena amiga de Ricardo Flores Magón.
Todo esto lo cuenta Mamma Jones en su modesto pero vibrante libro de memorias que fue escrito cuando Mary Jones era lo que se llama una anciana, pero se encontraba muy lejos de la jubilación militante. Se trata de un breve -demasiado, a nuestro juicio- libro de historia de los trabajadores y en el que la lucha de clases se manifiesta de forma impecable, y en el que la realidad de un país de capitalismo floreciente no se expresa por esas estampitas coloreadas con que nos la presentan sus servidores. Su filosofía es la de muchos socialistas primitivos, pero en este caso su pensamiento queda superado por el compacto y el elevado nivel de su acción. Son muchos los que se han elevado por encima de ella en el campo del intelecto, pero son muy pocos los que han llegado a enriquecer con tanto brío lo que pensaba su cabeza con el corazón y las manos.
“Mother Jones” fue primordialmente una sindicalista revolucionaria. Se había educado como una adversaria radical de la política de concertación y de negocios de la Federación Americana del Trabajo, que dirigía el negociador Samuel Gompers, opuso a este sindicalismo un internacionalismo y un antirracismo vivo y ardiente que sé tradujo con acciones solidarias con revoluciones como la mexicana y la rusa, y con luchas en las que los chicanos y los negros fueron los principales destinatarios.
Su posición ante la corrupción de ciertos sindicalistas fue rotunda. Famoso fue su enfrentamiento con John Mitchell, al que Mary había ayudado a organizar los mineros de la antracita de Pennsylvania. Se había entregado con su habitual devoción a la empresa: a había dirigido las milicias de mujeres que, a la manera como se representa en la película La sal de la tierra, se armaron con escobones y se trasladaban de una localidad a otra para impedir la actividad de los esquiroles. John Mitchell estuvo entonces en primera línea, pero después dio un voltaface y, aunque era uno de los jefes de la Federación, ella la denunció vivamente. Lo acusó de haber aceptado el arbitraje del presidente “Teddy” Roosevelt y de haber caído en la colaboración de clases.
No obstante, a pesar de esta denuncia, no dudó en apoyar la unidad de las dos federaciones mineras existentes, por que creía que los trabajadores eran capaces de dar la espalda a burócratas como Mitchell y acercarse a revolucionarios como William Haywood. También fue una entusiasta defensora de la revolución rusa tal como ella la contempló en sus inicios. Ya los 93 años se adhirió al «partido obrero y granjero», de Suzanne la Follette. Convertida en leyenda, los trabajadores que asistieron a su entierro cantaron en su honor una balada dedicada a su nombre que alcanzaría celebridad. Ulteriormente, sus memorias han servido de base para una obra de teatro, para una importante revista de izquierdas y para un serial televisivo que aquí no hemos tenido ocasión de disfrutar.
Aunque “Mother” Jones se comportó siempre como una mujer, nunca la hizo como una feminista. Quizá fuera éste el punto más débil de su trayectoria, y esto tiene una explicación. Su empirismo le llevó a menos preciar a aquellas “damas” de la burguesía o de la clase media que se preocupaban del sufragio femenino y se mostraban indiferentes a la condición obrera ya las injusticias sociales. Al tiempo que llama a las mujeres obreras a la militancia, sobre todo secundando la acción de sus maridos en lucha, piensa que ésta debe de ser una actuación excepcional, ya que el “auténtico” destino de la mujer es estar en la casa y preocuparse de la educación de sus hijos. Cuando clama ante las condiciones de trabajo de las mujeres en las fábricas, convertidas en verdaderas bestias de carga, viene a decir el lugar “natural” de su sexo. Esta grave deficiencia no era particular de Mamá Jones, sino que resultaba predominante dentro de todas las tendencias del movimiento obrero y sólo era contestada por algunas personalidades femeninas; tampoco resultan de recibo sus comentarios sobre los “indios salvajes”, fruto de una oscura ignorancia muy compartida entre las almas más libres como las de Walt Whitman o Jack London. Esto debe de ser algo a explicar de cara a las compañeras y compañeros que lean su vida.
Dejando aparte estos aspecto, se puede decir que se trata de un libro que -insistimos- deberían de leer con devoción los jóvenes militantes, sobre todo aquellas y aquellos que saben la que es la esclavitud asalariada y la lucha social. No deberán de buscar en él ninguna clase de floritura literaria ni un análisis exhaustivo de una realidad mucho más compleja. Si encontraran algo no menos difícil que la buena literatura: autenticidad. No hay una sola línea de este libro que no haya sido vívida y sentida por su autora. No existen tampoco muchos ejemplos en la literatura de su tiempo que se le pueda comparar y cuya validez como testimonio sea tan elevada, ciertamente a la altura de las grandes aportaciones del socialismo norteamericano, a la par de La Jungla, de Upton Sinclair, El talón de hierro, de Jack London, o el ya citado de John Reed. De ahí que su nombre haya seguido siendo ampliamente utilizado a través del tiempo por toda clase de publicaciones. No en vano esta mujer, que en palabras de Eugene V. Debs “personificó la revolución” norteamericana y el socialismo concreto, es un ejemplo que merece ser conocido y divulgado.
Que yo sepa, estas memorias no se han vuelto a editar. Lástima porque se trata de una verdadera “clásica” del socialismo que fue también una mujer fuera de lo común, un personaje reconocido por toda la izquierda norteamericana cuya grandeza habría que rescatar del olvido al que ha sido sometida, al menos por estos lares.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

(*) Existe una edición castellana en Hacer, Barcelona, 1985, obviamente ya descatalogada.
1. Journal d’ exil, Ed. GalIimard, París, 1960, pp, 181-182.
Rojos y Rojas (Ed. Intervención cultural/El Viejo Topo, Barcelona, 1999)

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