domingo, agosto 23, 2015

México: En el 75 aniversario del asesinato de León Trotsky



Palabras ante la tumba de León Trotsky y Natalia Sedova, en el Museo-Casa de León Trotsky, Coyoacán, DF, 21 de agosto de 2015

Han transcurrido 75 años de cuando llegó aquí, el 20 de agosto de 1940, la mano asesina de Djugachvily, más conocido como José Stalin, para destruir uno de los mejores cerebros del marxismo revolucionario con el propósito de acallar su voz.
Pero su intento fue en vano. El vasto arsenal ideológico legado por el revolucionario León Trotsky, fruto de 43 años de ser protagonista de primer orden en la vorágine revolucionaria del siglo XX y, simultáneamente, de ser testigo y observador privilegiado, está más actual y vivo que nunca. Y me atrevería a decir que, a través de su legado político, Trotsky tiene plena presencia entre nosotros.
Todos conocemos la frase famosa de Rosa Luxemburgo: ““Socialismo o barbarie””. Pero hoy tenemos que invertir los términos: ““Barbarie o socialismo””, ya que el caótico y obsoleto régimen capitalista nos ha sumido ya en la total barbarie y la alternativa socialista no es ya para evitar la barbarie, sino para salir de ella.
Actualmente tenemos con frecuencia jornadas laborales de 10 a 12 horas, y a veces con semanas corridas sin descanso; reducción o anulación de prestaciones laborales; congelación salarial frente a inflación; el famoso outsourcing, trabajo precario eventual sin ninguna prestación y con salarios de hambre; trabajo agrícola de niños envenenándose con insecticidas.
Hoy se prefiere emplear el maíz para alimentar motores en lugar de estómagos de seres humanos; existe abundante desempleo entre jóvenes y adultos, que los hace candidatos a la drogadicción y a la delincuencia; comercio sin límites de armas, drogas y seres humanos; sangrientas guerras imperialistas de pillaje; destrucción de selvas y bosques, pulmones del planeta, por el comercio maderero y la agroindustria.
Hoy hay una quema desmedida de combustibles fósiles, causante de cambios climáticos y deshielos polares; desaparición de glaciares, sequías, desertificaciones y mucho mayores perturbaciones atmosféricas por la elevación térmica del planeta.
Existe un consumismo absurdo, sin medida, con una obsolescencia planificada de los productos que resulta en un desperdicio del valioso trabajo humano y de muchos recursos naturales, materias primas no renovables, desmedida generación de basura y la contaminación de mares y de las aguas de consumo humano.
La lista de los desmanes del voraz y obsoleto sistema capitalista es inacabable, al grado de poner en peligro nuestro planeta, maravilloso oasis que nos ha tocado en suerte habitar en la inmensidad del universo.
Hasta esta fecha, el proyecto socialista del marxismo parece ser la única alternativa conocida y viable para salir del anacrónico y caótico sistema capitalista. Es el método científico que mejor ha analizado y comprendido la dinámica de este inhumano sistema, donde la ley de la selva aún rige a plenitud. Sigue teniendo vigencia hasta el día de hoy el Manifiesto Comunista, redactado por Marx y Engels hace más de 150 años.
Tras la primera revolución socialista triunfante en octubre de 1917, en Rusia, a los cinco o seis años surgió un nuevo fenómeno social: una voraz y parasitaria burocracia encabezada por José Stalin, que traicionó todos los postulados de esa revolución, usurpó el poder de la clase obrera e impuso un régimen ilegítimo de totalitarismo burocrático, basado en la falsificación de la historia y el terror. En sus inicios Lenin y Trotsky detectaron y se enfrentaron a este proceso contrarrevolucionario, a este demoledor cambio de rumbo.
Tras su previo actuar en la preparación y triunfo de la revolución junto a Lenin, a la muerte de éste Trotsky se asignó la inmensa tarea de proseguir la lucha para salvar esa revolución. Fue la etapa de su vida que consideró la más importante.
Nadie mejor que Trotsky entendió y analizó este nuevo proceso histórico: la degeneración burocrática de la revolución socialista victoriosa que había tenido lugar en Rusia en octubre de 1917. En La revolución traicionada, su brillante análisis de la contrarrevolución stalinista escrito en 1936, nos describe punto por punto los desvíos y traiciones de ese régimen usurpador y, con más de medio siglo de antelación, predice con precisión matemática su retorno al capitalismo, de no ser reconquistado el poder por la clase obrera mediante una revolución política.
Gracias a León Trotsky quedó perfectamente desenmascarado el papel del estalinismo, que trajo desprestigio y confusión en la izquierda y proporcionó un gran arsenal a la propaganda antimarxista del sistema capitalista, alejando el advenimiento del socialismo y dando oxígeno y sobrevida al capitalismo.
Debe quedar perfectamente claro que el proyecto socialista para nada es el régimen carcelario burocrático de corte estalinista. El proyecto socialista tiene que ser libertario, con total democracia, pluralidad de partidos y autogestión de empresas sin ninguna hegemonía de la burocracia.
Mis recuerdos de León Trotsky en los años de convivencia en Turquía, de 1931 a 1933, son muy lejanos. En cambio, los de México durante su último año de existencia, cuando viví con él entre agosto de 1939 y agosto de 1940, son muy nítidos y claros. Es difícil describir con palabras para dar la imagen del ser vivo de un revolucionario con la dimensión y la brillantez de León Trotsky. Fue un ser de una inteligencia excepcional y una entrega total a la lucha por el socialismo.
Era generoso, solidario, paciente para explicar y educar políticamente a los camaradas, con un gran sentido del humor que creaba un ámbito jovial y cálido en su entorno. Trabajador inagotable, no desperdiciaba un minuto de su existencia. Irradiaba vitalidad y optimismo.
Tenía gran admiración por el trabajo humano, donde no admitía privilegios ni distingos. La palabra temor no existía en su vocabulario. Lo que más me impresionó de su persona era su certeza absoluta, su seguridad inamovible en cuanto al advenimiento del socialismo en el futuro de la humanidad, adquirida a través de su experiencia personal al haber participado como personaje clave y observador privilegiado en uno de los acontecimientos más notables y asombrosos de la historia, como fue la revolución socialista rusa en cuyo inicio sí se logró implantar las bases de un auténtico socialismo.
El vasto arsenal de teoría marxista legada por León Trotsky es valioso faro para las nuevas generaciones de revolucionarios. Trotsky no era hombre de morir de vejez en la cama. Cayó en las trincheras de la revolución socialista. Sus últimas palabras a su camarada Joe Hansen fueron: ““Estoy seguro del triunfo de la Cuarta Internacional””. Su vaticinio aún no se cumple: queda como tarea para los revolucionarios que siguen sus ideas y lucha.
Aún resuenan en mis oídos las hermosas palabras de León Trotsky: “La vida es hermosa. Que las futuras generaciones la liberen de toda maldad, opresión y violencia, y la disfruten en toda su plenitud”.

Esteban Volkov, Director del Museo-Casa de León Trotsky y nieto del líder revolucionario.

La Jornada, 22 de agosto de 2015

Trotsky, Lázaro Cárdenas

Adolfo Sánchez Rebolledo

El 21 de agosto se cumplen 75 años del asesinato de León Trotsky en Coyoacán a manos de un pistolero enviado por Stalin. El lugar donde ocurrieron los hechos, la casa de la calle Viena, el refugio mexicano donde vivió y trabajo el líder revolucionario, es hoy la sede de un museo singular que ha sobrevivido al tiempo y las dificultades gracias a Esteban Volkow, nieto de Natalia y León, víctima y testigo excepcional del odio estalinista y a la vez guardián discreto del patrimonio y la memoria de su abuelo. En ese recinto, rescatado a principios de los noventa gracias a la intervención afortunada de Manuel Camacho y Alejandra Moreno Toscano, con el apoyo de Javier Wimer, Carlos Payán, Adolfo Gilly, Leonor Sarmiento, (cito de memoria), de los viejos correligionarios del Viejo aún vivos y la solidaridad de figuras tan inolvidables como Ernst Mandel, allí, digo, se preservó intacto o se restauró sin alteraciones el sitio donde el líder revolucionario escribió sus últimas obras, en el que ahora yacen sus restos. Más que por los modestos objetos personales expuestos al visitante, como el humilde mobiliario, los libros, las conejeras, la belleza del pequeño jardín en el que destaca la estela funeral, el lugar atrae por ser el escenario de una tragedia histórica que marcó nuestro tiempo, tan pleno de esperanzas revolucionarias y tan cargado de desilusión y retrocesos morales. Quien visita la casa-Museo se admira de la modestia del hábitat de su habitante principal, pero se asoma, sobre todo, a ese oscuro capítulo que la memoria, acusatoria, no permite olvidar. Además, como lugar de encuentro cultural, allí puede consultarse la biblioteca de Rafael Galván, enriquecida con otras donaciones posteriores; así, asistir a las exposiciones y conferencias sobre todos los temas con absoluta libertad.
Al mismo tiempo que se mantiene vivo el recuerdo de León Davidovich y su familia, en el sitio se enaltece la vigencia del derecho de asilo, una de cuyas cumbres fue, justamente, la acogida que el presidente Lázaro Cárdenas le ofreció en México al hombre más perseguido al que Stalin ya había condenado a muerte. Al proponerse crear un instituto dedicado al asilo y las libertades públicas, los impulsores de la iniciativa, comenzando por Esteban Volkow, reconocían la universalidad de la política cardenista en defensa de las víctimas de la guerra, el fascismo o las dictaduras que, tropicales o no, lanzaron oleadas de asilados a las costas mexicanas.
Es por ello que resulta justo y muy pertinente que al conmemorarse un aniversario más de la tragedia, el director del museo haya girado una invitación a ser testigos de un acto simbólico de la mayor importancia: la develación de un placa en honor al general Lázaro Cárdenas del Río y la reinauguración del Auditorio del Museo León Trotsky, que en adelante será nombrado Auditorio General Lázaro Cárdenas del Río. La decisión me parece un gesto necesario e importante pues reconoce el valor de la actitud de Cárdenas que México asumió como principio inalterable de sus relaciones con el mundo y nos recuerda que la afirmación del Estado nacional, en tiempos de amenazas externas, resulta imposible sin poner por delante los principios que justifican su existencia. Hoy que la globalización diluye fronteras, hay quienes creen que la mejor política posible es aquella que se deja llevar por la corriente dominante, así para conseguirlo el país debiera abandonar sus propias razones, sin ejercitar el músculo de la dignidad que acompaña al buen entendimiento y la soberanía real que la globalización transforma, pero no se disipa a menos que los que mandan capitulen.
En una notas escritas en 1991 al calor de la reinauguración del museo, me refería a los hechos del 21 de agosto con estas palabras: Con aquél asesinato, el estalinismo dejó una huella ominosa en nuestro país. No lo merecía por ningún concepto. Ni la nación mexicana, ni el presidente Cárdenas ni tampoco los partidarios mexicanos de la Unión Soviética que entonces seguía las orientaciones de Stalin. Cierto es que hubo líderes comunistas, como Laborde y Campa, que se opusieron al asesinato, pero mucho más lo secundaron hasta la ignominia. Hoy ratifico aquellas palabras recordando lo dicho por Carlos Monsiváis: En el examen de estos años, la intención no es, ni puede serlo, juzgar y condenar a una época y sus militantes. Pero lo cierto es que a la izquierda mexicana le ha pesado muchísimo, en su trayectoria, los problemas diferidos, enterrados, ocultos. El sectarismo, como se ha dicho, la ha lastrado durante décadas, pero ese sectarismo prolongó y legalizó, desde las márgenes políticas, desde los guetos grupusculares y las cárceles, desde la incomprensión de las derrotas, a la intolerancia como centro activo, como motor esencial de la izquierda.
Es cierto que todo ha cambiado y mucho dentro y fuera del país, pero la memoria no ha perdido filo. La conmemoración, por la pluralidad de los convocantes actuales, por el vínculo inseparable con Cárdenas y Mújica, por el significado ético e intelectual de ese irrecuperable pasado, debería ser una lección contra la intolerancia, como un momento de reflexión para aquella izquierda que aún cree en la repetición de los ciclos, como la reflexión moral que es inseparable de la relación entre los medios y los fines. Recordemos la fecha y renovemos la esperanza.

Adolfo Sánchez Rebolledo, periodista y columnista de La Jornada, es un activista social y político mexicano, autor entre otros libros de La Revolución Mexicana, (1967), La revolución cubana (1972) Secretos Espejos (1989).

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