domingo, agosto 23, 2015

En el 125 aniversario de Willi Münzenberg, padre del antifascismo y uno de los socialistas revolucionarios más diligentes, inteligentes y trágicos del siglo XX



Editado por la Unión General de Organizaciones Anticomunistas Alemanas (GVDAV, por sus siglas en alemán), vulgarmente conocida como “Antikomintern”, apareció en 1936 en Berlín una voluminosa obra que no llegó a ponerse a la venta en las librerías. Llevaba por titulo El bolchevismo mundial, y firmaba como compilador Adolf Ehrt en su calidad de presidente de la GVDAV. El libro, destinado exclusivamente a cargos oficiales, se las daba de serio. Los autores de las distintas contribuciones, que Ehrt se afanó en que llegaran procedentes de todos los rincones de la Tierra, parecían analistas bien informados del bolchevismo. ¿Pero conocían de verdad el movimiento comunista internacional?
Enormemente magnificada aparecía en el libro la figura de Willi Münzenberg, nacido en Erfurt el 14 de agosto de 1889: no hay funcionario de la KPD (partido comunista alemán) al que se atribuya una influencia mayor. Ya en la página 19 se le llama –algo particularmente repulsivo para los nazis— “forjador del frente único antifascista”. Y sigue: el Socorro Obrero Rojo Internacional por él fundado (por encargo de Lenin) habría sido “la más importante organización frentista para la ejecución de “las más tenebrosas actividades criminales de Moscú”; la Arbeiter Illustrierte Zeitung [Diario obrero ilustrado, AIZ], el medio para el extravío espiritual de los obreros alemanes; la aparición en las ilustraciones de sus páginas de hombres y mujeres de color, una afrenta a la lucha por la pureza de la raza, etc.
Es verdad: Münzenberg fue una de las personalidades más extraordinarias del comunismo alemán e internacional. No tuvo seguramente igual a la hora de levantar organizaciones, fundar editoriales, editar diarios y revistas de un alcance que todavía hoy resulta asombroso, forjar alianzas con personas de muy distintas convicciones: infatigable, dinámico, siempre un paso por delante de su tiempo. Ningún político comunista llegó a reconocer como él la relevancia de los nuevos medios, del cine, de la fotografía, para la agitación y la propaganda. Por eso buscó a los mejores en esos ámbitos, y puso a disposición de ellos sus editoriales. Se percató cabalmente de la importancia de la propaganda como arma, un arma que luego trataría de afilar perversamente su archienemigo Goebbels.
A Goebbels le habría gustado mucho dar caza y ver en manos de los nazis al “propagador de odio Münzenberg”. Pero éste, que a duras penas logró evitar la detención, actuaba sin descanso, como siempre. No bien exilado, compró una editorial, trasladó al extranjero a sus equipos de producción de libros y a las redacciones de sus revistas, organizó campañas y congresos contra el terror nazi y, sobre todo, montó un contraproceso paralelo al proceso del incendio del Reichstag. Con los dos “libros pardos” sobre el terror nazi produjo los dos escritos más efectivos del exilio alemán. Los nazis llegaron a sospechar que él financiaba a todo el exilio literario alemán. Absurdo, ni que decir tiene, pero en 1934 podía presentar a la dirección de la KPD un balance del que sentirse orgulloso: el Contraataque, la respuesta directa a Goebbels, aparecía en una edición de 25.000 ejemplares, y la AIZ llegaba a alcanzar una tirada de 60.000. Los “libros pardos” se habían traducido a muchas lenguas extranjeras, y libros como La red parda resultaban visiblemente dañinos para la actividad nazi en el exterior.
Dirigente de éxito, es decir, alguien que había sido capaz de sacar las debidas consecuencias de la catastrófica derrota de la KPD en 1933, alguien, así pues, del que la KPD tenía que sentirse orgullosa: eso podía parecer. ¡Grave error! Cuando la Antikomintern elevó a Münzenberg a la categoría de gigante bolchevique, hacía tiempo que sus propios camaradas habían decidido liquidarle. Sus empresas fueron sometidas a escrutinio, no fuera que alguno de sus escritores hubiera llegado a entrar alguna vez en contacto con algún trotskista. Indiscreciones arteramente propagadas comenzaron a abrir una brecha entre él y los posibles aliados y socios del mundo burgués con los que Münzenberg había entrado en tratos para construir un Frente Popular contra Hitler. Los rumores sobre su destitución comenzaron a circular, a fin de debilitar su posición. En 1936, Kurt Hiller le preguntó en Moscú a Johannes R. Becher: “¿Es verdad que Münzenberg está totalmente acabado y se ha fugado a México?”.
Entre el sinnúmero de cartas que Münzenberg –también bajo el pseudónimo “Herfurt”— envió a la dirección de la Komintern en Moscú con propuestas de ideas siempre nuevas e informando de éxitos, se encuentran cada vez más pasos de autojustificación y amargura. Como un jovenzuelo, se veía obligado a responder al reproche de haber celebrado una Nochevieja con los antiguos capitostes de la KPD (ahora proscritos) Ruth Fischer y Arkadi Maslow. Ello es que por pura casualidad había coincidido con ambos en la noche de fin de año en casa del hermano de Ruth Fischer, [el compositor comunista] Hanns Eisler, con quien Münzenberg tenía que hablar de una publicación en curso. Pues nada, según la dirección de la KPD, Münzenberg no podía tomar en el futuro ninguna decisión sin consultar previamente con el Politbüro. Ironía de la historia: uno de los que participaban en las reuniones del Politbüro y que espiaba la vida cotidiana de Münzenberg era “Moritz”, el responsable de defensa de la KPD en la sección occidental. Pero “Moritz”, de nombre civil Hubert von Ranke, sobrino nieto del famoso historiador Leopold von Ranke, rompió con la KPD a fines de 1937, es decir, ¡mucho antes que Münzenberg! Antes, empero, “Moritz” se había ocupado en España de que personas que habían colaborado con Münzenberg o escritores por él editados (como, por ejemplo, Alfred Kantorowicz, Gustav Regler, Egon Erwin Kisch, Bodo Uhse, Arthur Koestler, Maria Osten etc.) cayeran bajo la sospecha de ser “trotskistas”.
El 18 de mayo de 1936, Münzenberg escribía a Togliatti en Moscú: “Yo ya no entiendo el mundo… Cuando a trueque de un buen trabajo lo que se obtienen son reproches, lo que tengo que hacer es dejar de trabajar. Lo que no puedo es hacer un mal trabajo”.
En vez de servirse de la plétora de ideas y del talento organizativo de este hombre –y de las instituciones y organizaciones por él creadas— para la lucha antifascista, lo que se hizo fue destruir todo paso a paso. Y lo que desde luego nada de eso contribuía precisamente a generar era confianza entre los necesarios aliados en la lucha contra Hitler. Si Münzenberg no hubiera sido como era, habría dimitido. No hizo caso de las conminaciones a ir a Moscú: bien sabía él que eso habría significado su final físico. Sus violaciones de la disciplina ya sólo podían coronarse con una salida del Partido. Cuando luego el Partido lo expulsó, ya había creado una nueva editorial y nuevas revistas. Los amigos y los compañeros se quedaron con él. Salvo uno, Otto Katz. El otrora estrecho colaborador trabajaba para el servicio secreto soviético y se distanció del amigo. Stalin no se lo agradeció: en 1953, Katz fue ejecutado en Praga.
La expulsión de la KPD se justificó con el “trotskismo” de Münzenberg. Un funcionario escribió a Moscú hablando de una conexión directa con Trotsky, Himmler y Hitler. Pero el único dirigente comunista que llegó cerrar un acuerdo de amistad con Hitler fue Stalin. No con satisfacción, sino con desesperación, escribía Münzenberg el 22 de septiembre de 1939 en la revista Die Zukunft (El futuro): “¡El traidor, Stalin, eres tú!”.
Su muerte en el bosque de Montagne, cerca de Saint-Marcellin, en el departamento francés de Isère, sigue siendo un misterio. ¿Asesinato o suicidio? Ojala en alguno de los próximos aniversarios de su nacimiento lleguemos a saber más. Y por cierto: Adolf Ehrt, mencionado al comienzo, murió en 1977 de muerte natural. Hasta su jubilación, trabajó en el servicio de inteligencia de la República Federal de Alemania.

Werner Abel
17/08/14

Werner Abel es un historiador del movimiento obrero, columnista habitual del diario socialista berlinés Neues Deutschland.

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