sábado, febrero 07, 2015

Horror para todos



Si la guerra es un arte o la continuación extrema de una lucha económica, si la guerra proviene de las Keres más furibundas instaladas en el ADN humano o es consecuencia del primitivismo desaforado como respuesta a otro tipo de violencias, y más si sobre la guerra, como revolucionaria, punitiva, defensiva. ¿Cuántas formas adopta la guerra para eliminar al enemigo?

Las academias militares, los especialistas de todos los tiempos, han cantado, estudiado y exagerado sobre la guerra. Algunos instalando una tradición épica, otros, una escuela de fe en las armas. Hay una moda, o vigencia útil, para justificar la muerte violenta organizada tras una bandera. Se trata de una teoría conocida como Guerra Asimétrica, y que dos oficiales del ejército rojo chino (Qiao Liang y Wang Xiangsui) llevaron al paroxismo en un libro conocido con el apocalíptico título de Guerra sin Restricciones (1999). Por lo que se deja entender, es algo así como el concepto de guerra relámpago nazi popularizada: ya no se trata de lo uniformado en rangos y funciones, sino de la población misma, todos son armas para la defensa o el ataque.
El concepto proviene del análisis chino sobre la resistencia de los distintos movimientos regionales a la Guerra del Golfo: el enemigo ocupa y luego es despedazado poco a poco en pequeños atentados como en Afganistán, considerando también el fracaso soviético en el mismo territorio a manos de Bin Laden en la década de 1980. La guerra sin restricciones es todo terreno, las 24 horas, sin importar la dificultad o elementos a utilizar, desde lo político, lo económico, la propaganda y el terror mismo. Para ser más gráficos aún: es como si un ejército se internara en una selva donde toda su naturaleza tuviera capacidad letal, desde una piedra a una hoja de un árbol. Una verdadera y terrible pesadilla. Este ambiente hostil para una fuerza invasora plantea el problema de las convenciones (como si a la Convención de Ginebra alguien la tomara en cuenta, alcanza con el ejemplo del conflicto de Ruanda y Burundi, donde se utilizaron niños como soldados…), que la supuesta ética de la educación militar formal se ve asediada por la policromía y polifonía que adopta el enemigo. La ética en la guerra no existe, salvo en las actuaciones del cómico español Gila: simulaba una llamada al enemigo durante la guerra de trincheras, negociaba en qué horarios se atacaban, ya para poder bañarse o comer, un absurdo inaplicable ni en el humor de estos días…
La llegada de la tecnología celular con cámaras de alta definición se ha convertido en un arma de combate en el plano de la falta de restricciones. Si la Guerra del Golfo se transmitió en directo causando fascinación y horror mundial, hoy la guerra santa de y contra el Estado Islámico (me refiero a los dos bandos) ha puesto en el universo web on-line una especie de crónica periodística de guerra pero cruda, sin comentarios sobre noticia alguna, porque el cronista es el “soldado” o “combatiente”, y no baja línea política o interpretación, nada más se limita a actuar registrando la lucha misma, su combate. Pero hay un detalle no menor. Como si el libro de los oficiales chinos tomara materialidad ejecutiva, el registro en video de las acciones incluyen tortura en el campo de batalla sobre prisioneros, ejecuciones a prisioneros atados de pies y manos, persecuciones a indefensos, castigos grupales con varas, el tránsito y estallido de un camión bomba, el ataque a tiros contra la población civil que escapa en vehículos por una autopista, y hasta el abuso de armas contra cadáveres ya destrozados por un ataque. Y esta forma irrestricta de la fuerza implica a todos, nadie respeta nada, no hay actitud humanitaria posible. Es la brutalidad in situ, instantánea; incluso, tiene su propia lógica que es mostrar al enemigo qué le espera. A él y sus restos. Algunos medios han llamado a esto como Gore (en cine, La noche de los muertos vivos de George Romero es precursora del género), también se puede pensar en el Snuff (pornografía del crimen, tan mítica como incontrastable, al punto que durante la dictadura 1976-83 corría el rumor en el gremio de que las torturas en los campos de concentración habían sido filmadas por equipos extranjeros enviados con tal fin), pero todo parece indicar que para estos registros “caseros”, ambas clasificaciones resultan escasas y hasta vetustas.
En esa lógica interna por difundir el terror como política general existe más todavía, un valor que tiene que ver con el botín de guerra, extraño y escaso botín, que es la posibilidad de repetir la propia acción del combate, un trofeo que dará cuenta por siempre de la “valentía” o “lucha”. Por supuesto que aquí se opone la pérdida del valor conceptual: tirotear a un cadáver, luego atender su teléfono celular y decirle al que llama “lo matamos, sí, escuchá cómo lo volvemos a matar”, mientras se dispara a los despojos, no tiene mucho de valiente. Si llegamos a un futuro de más o menos 20 años, podemos imaginar una reunión anual de ex combatientes del ISIS (Estado Islámico en inglés) o de los partisanos kurdos, donde en el anuncio para el evento se lea: “no falten, exhibimos los videos de nuestras incursiones contra el enemigo, revivamos la lucha que tanto ha significado para nuestras existencias…” Y luego, entre los participantes, escuchar comentarios como: “no hay como tirotear a un cadáver”, “lo mejor era arrancarles las orejas como trofeo, yo vendí algunas”, “recuerdo cuando le cortamos los brazos al que se resistía a decirnos dónde estaban sus compañeros”. El otro aspecto que se destaca, en la escala de la industria de las imágenes, es que ningún efecto especial alcanza la potencia de lo real.
En oposición, queda más vívida la imagen de los simios golpeando huesos como si fueran armas en 2001 Odisea del Espacio. Simios sin teléfono celular, al menos tenían recato… Gracias Stanley Kubrick, la humanidad tiene con usted una deuda que nunca podrá saldar.

Omar Genovese

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