sábado, diciembre 27, 2014

Una Crónica de Cuba de Vargas Llosa antes de peregrinar a Wall Street



Como no podía ser menos, las noticias sobre el acuerdo Castro-Obama han provocado la edición de nuevas páginas en la guerra fría cultural contra Cuba desde los medios realmente existentes. El más importante de “la izquierda”, o sea El País, se ha apresurado a convocar a algunos de sus intelectuales orgánicos para remachar el clavo “antitotalitario” o sea, contra Cuba y Venezuela, ahora “aislada” en una lucha antiimperialista que antaño reconoció como legitima hasta Fraga iribarne, según unas declaraciones sacadas de los archivos por el programa de la Sexta, Al rojo vivo.
Lejos quedan los tiempos en el que los medios antifranquistas como Triunfo o Cuadernos para el Diálogo, defendían las conquistas revolucionarias más allá de las críticas sobre tal o cual aspecto. Pero el mayor gesto mediático del Cuba sí hispano, lo ofreció en 1967 la revista Ruedo Ibérico en un voluminoso suplemento de más de 500 páginas (*) , un aporte que llegó a nuestros manos desde las redes clandestinas y en el que colaboraron algunos de los intelectuales más íntegros y reconocidos del momento.
Repasando la lista, encontramos que la mayoría pertenecían al ámbito de la “nueva izquierda”, incluso los que por entonces –como Alfonso Sastre- militaban en el seno del PCE. Obviamente, el proceso revolucionario tenía todavía muchos problemas por delante. La edición coincidió con la muerte del Che que no quería dejar “al Vietnam trágicamente sólo”, ya sabéis, el Vietnam, el país al que la democracia imperial quería destruirlo como Roma destruyó Cartago. Como habría destruido Cuba si a algunos “demócratas” como Kissinger, lo hubieran dejado. Su difusión coincidió con el mayo francés en el que tomaron parte numerosos brigadistas franceses en Cuba, entre ellos muchos de los líderes de la JCR como Hubert Krivine y Jeannette Habel (o Michel Gutelman del que se escogió un trabajo: La socialización de los medios de producción en agricultura), pero también con la ocupación de “la primavera de Praga” por las tropas del “pacto de Varsovia”.
También cambiaron no pocas cosas en el interior por entonces. Tengo en la mano un dato muy poco conocido que se dio a conocer en el IX Congreso de la Cuarta Internacional celebrado en Rimini. En una de las ponencias informativas se dio a conocer el suicidio de un camarada cubano aunque se rogó que no se diera a conocer la posible circunstancia de que lo hubiera hecho por psicológicas presiones muy duras. Su nombre aparece en el citado índice, se trataba de David Alexander, el autor de Un nuevo internacionalismo revolucionario, un texto optimista que se insertaba en el proyecto de la Tricontinental al que prestó tanta pasión un colega muy próximo, François Masperó, el editor más representativo del “gauchismo” y del internacionalismo en el París de las barricadas.
Han pasado las décadas, el “socialismo real” es parte de una historia muy triste y, sin embargo, la Cuba de Sierra Maestra sigue ahí. Se la podrá criticar por muchas razones, pero su dignidad anticolonial sigue intacta y sus promesas igualitarias siguen quitando el sueño a los amos del mundo. Estos han conseguido asimilar a muchos escritores e intelectuales, entre los cuales seguramente Mario Vargas Losa es el más reputado y el mejor pagado. Como tantos otros renegados, Vargas realizó lo mejor de su obra cuando estaba en la acera opuesta del imperialismo. Era alguien que veía la Cuba revolucionaria con otros ojos, con un esquema ético que suena todavía a más verdad que todo lo infamante que escribió después.
Lo reproducimos porque no estará de más recordarlo.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

Crónica de Cuba

¿Usted cree que dentro de veinte años los cubanos estarán así?, dijo mi amigo italiano con un gesto desconsolado, señalando la calle: una muchedumbre había invadido bruscamente la avenida, y los tranvías pasaban ahora, frente a nosotros, repletos de gente. Hombres, mujeres y jóvenes iban bastante bien vestidos, con guantes, abrigos y gorros de piel, muchas adolescentes llevaban botas altas y capas, como en París o Londres, y algunas valientes, pese a la temperatura de 10 grados bajo cero, lucían minifaldas. “¿Se da usted cuenta ahora por qué tengo prevenciones contra el socialismo? –dijo mi amigo italiano–. Porque si mañana mi país se hiciera socialista, terminaríamos como los checos, nunca como los cubanos”. Unas horas antes de refugiarnos en este café, acosados por el frío, habíamos caminado largamente por el centro de Praga, curioseando las vitrinas de las tiendas, las carteleras de los cinemas, los restaurantes, observando y (secretamente) comprando.
Mi amigo italiano exageraba, desde luego, cuando resumía sus fugaces impresiones de Praga en una frase lapidaria –“esto es un mal remedo de una ciudad capitalista”–, pero, sin duda, las imágenes que ambos traíamos de Cuba tenían poco que ver con las que desfilaban ante nosotros. (...)
Hay que recorrer un largo y complicado camino para llegar a Cuba. El bloqueo que hace años impuso Washington a la isla no tenía sólo como objetivo privarla de las importaciones que, hasta la Revolución, la habían hecho sobrevivir, sino también, y sobre todo, ponerla en cuarentena política y cultural, expulsarla de la familia latinoamericana, excluirla como a un leproso para evitar el contagio. (...)
Está bien que los artistas e intelectuales de nuestro continente se rebelen contra el bloqueo y lo rompan. Las razones de los gobiernos no son, no pueden ni deben ser las de los creadores, y ningún escritor latinoamericano responsable podría admitir, sin deshonrarse, la mutilación de Cuba del territorio cultural americano. Por otro lado, los artistas y escritores de todas las tendencias que visitan Cuba –es una tonta calumnia la afirmación de que sólo van a la isla los convencidos– tienen una razón muy poderosa para combatir, en la medida de sus posibilidades, la política de exclusión y asfixia, de cordón sanitario establecida por la OEA. Y es que, en el dominio que les pertenece, el de la cultura, la Revolución cubana ofrece, en sus escasos años de vida, un balance abrumadoramente positivo, un saldo de realizaciones y victorias profundamente conmovedor.
Yo detesto la beatería en cualquiera de sus formas, y la beatería política no me parece menos repulsiva que la religiosa. Pese a mi admiración por la Revolución cubana, siempre he encontrado deplorables esos testimonios reverenciales, hagiográficos, esos actos de fe disfrazados de crónicas o reportajes, que pretenden mostrar a la Cuba actual como un dechado de perfecciones, sin mácula, como una realidad a la que el socialismo, mágicamente, ha liberado de toda deficiencia y problema y convertido en invulnerable a la crítica.
No, no es cierto. Cuba tiene todavía un sinnúmero de problemas por resolver, no en todos los campos ha alcanzado los mismos aciertos, y hay desde luego muchos aspectos de la Revolución discutibles u objetables.
Hay uno, sin embargo, en el que aún el espíritu más maniáticamente crítico, el contradictor por temperamento y vocación, se vería en serio aprieto si tuviera que impugnar la política de la Revolución: el de la cultura, precisamente. Es sabido ya cómo fue erradicado el analfabetismo en Cuba; también, cómo la educación fue puesta al alcance de todo el mundo, gratuitamente, y cómo todos los estudiantes de la isla, colegiales o universitarios, están becados, es decir, alimentados, alojados y vestidos por el Estado, que además les proporciona el material de estudios necesario. Pero es mucho menos conocido, en cambio, el gigantesco esfuerzo editorial y de fomento de la cultura emprendido en la isla en los últimos años y el criterio con que se ha llevado a cabo. Sería apenas revelador decir que ningún gobierno latinoamericano ha hecho tanto por promover entre su pueblo las letras, las artes plásticas, la música, el cine, la danza, multiplicando los festivales, las exposiciones, los concursos, las campañas.
Pero el esfuerzo desplegado estaría viciado si sólo pudiera valorarse numéricamente. Lo notable, en el caso cubano, es que esta política cultural no se ha visto viciada –como ocurrió en los países socialistas y sigue, por desgracia, ocurriendo en muchos de ellos– por el espíritu sectario y el dogma. En Cuba no ha habido “dirigismo estético”, los brotes que surgieron de parte de funcionarios ineptos fueron sofocados a tiempo. Ni en la literatura, ni en las artes plásticas, ni en el cine, ni en la música los dirigentes cubanos han tratado de imponer un tipo de modelo oficial. La editorial nacional –a cuyo frente se hallaba, hasta hace poco, Alejo Carpentier– ha hecho ediciones populares de autores como Joyce, Proust, Faulkner, Kafka y Robbe-Grillet, en tanto que en las galerías de toda la isla tenían cabida, por igual, pintores abstractos, surrealistas, “pops” y “ops” y los compositores cubanos experimentaban libremente la música concreta. ¿No es significativo que el libro más importante aparecido en Cuba en los últimos años sea la novela Paradiso, del católico –y poeta hermético– Lezama Lima?
Pero tal vez sea más significativo todavía el hecho de haber visto yo, expuesto en un quiosco de libros viejos, montado en La Rampa, la avenida principal de La Habana, ¡un libro de Eudocio Ravines! Cuba ha demostrado que el socialismo no estaba reñido con la libertad de creación, que un escritor y pintor podían ser revolucionarios sin escribir mamotretos pedagógicos y pintar murales didácticos, sin abdicar o traicionar su vocación.
Pero sería mezquino reducir al campo de la cultura todo lo que puede impresionar y convencer al sudamericano que llega a Cuba. Las diferencias, los contrastes hieren la vista del extranjero a un nivel mucho más cotidiano y primario. George Orwell cuenta que lo que lo decidió a enrolarse en el ejército republicano español como voluntario fue el espectáculo que le brindaron las calles de Barcelona el día que llegó a la ciudad: por primera vez, escribió, ciertas nociones abstractas como “igualdad” y “fraternidad” se corporizaron ante sus ojos. Los adversarios de la Revolución cubana difícilmente podrían negar que, en sus ocho últimos años de vida, Cuba no sólo ha suprimido en su seno esas imágenes de miseria radical que en nuestros países ambulan por las calles y ofrecen un siniestro telón de fondo la insolente riqueza de unos cuantos, sino que ha reducido a una proporción humana las diferencias sociales. Desde luego que ello no ha sido realizado sin drama y sin violencia, desde luego que la justicia social se ha implantado, a veces, a costa de injusticias parciales.
Pero los resultados están a la vista de todos: el campesino cubano es dueño de la tierra que trabaja, todo cubano es dueño de la casa donde vive, todo niño cubano tiene garantizada su instrucción, todo cubano tiene asegurada atención médica y jubilación. “Podría citarle una docena de países que han liquidado lo que usted llama miseria radical y reducido al mínimo las diferencias sociales, sin necesidad de liquidar la libertad de prensa y la democracia representativa”, me decía mi amigo italiano, en el avión, en la interminable etapa La Habana-Gander. Es cierto, pero resulta inmoral comparar el caso cubano con Francia, Inglaterra o Suecia: los puntos de comparación adecuados son Bolivia, Perú, Paraguay.
El último programa agrícola cubano de gran aliento tiene como escenario las sierras del Escambray, en el centro de la isla, y su objetivo es promover en gran escala el cultivo de frutas y hortalizas que satisfagan las necesidades de Cuba y sirvan más tarde para la exportación. Se llama el “Plan Banao” y está íntegramente en manos de mujeres. Todo un día estuvimos allí, recorriendo el campo, conversando con muchas de las mil quinientas voluntarias que se han instalado en esas serranías, donde a fuerza de coraje y fervor deben superar las condiciones de una vida precaria y dura. Había, entre ellas, de todo: estudiantes, universitarias, amas de casa, hijas y esposas de obreros o de funcionarios. Pero lo que más nos impresionó, tal vez, no fue la alegría y la convicción que eran patentes en todas ellas, el entusiasmo con que emprendían esa tarea común, sino un breve diálogo que surgió al final de la excursión, cuando nos despedíamos de la directora del Plan Banao, una muchacha joven vestida de miliciana, que nos había escoltado todo el día, explicándonos con detalles técnicos minuciosos los planes de trabajo. Era muy joven y uno de nosotros le preguntó qué hacía ella en 1958, al triunfar la Revolución. “Yo era sirvienta entonces –nos dijo–, en Matanzas. Y no sabía leer ni escribir”

(*) Cuba, una revolución en marcha en cuyo índice a anunciaban las siguientes colaboraciones:

Índice

Francisco Fernández-Santos : Cuba : una revolución en marcha

1. Los orígenes

Roberto Fernández Retamar: Martí en su (tercer) mundo
Osvaldo Dorticós: Fragmento del discurso pronunciado en Moscú el 15 de octubre de 1964
José Martí: Mi honda es la de David (selección de textos)
Vindicación de Cuba
El alma de la revolución y el deber de Cuba en América
El manifiesto de Montecristi
Carta a Manuel Mercado
Nuestra América
Edmundo Desnoes: Martí en Fidel

2. La guerra revolucionaria

Fidel Castro: La historia me absolverá
Faure Chaumón: El asalto al Palacio presidencial
Ernesto « Che » Guevara: Alegría de Pío y El combate del Uvero
Camilo Cienfuegos: La invasión de Las Villas
Raúl Castro: Con menos empezó el «Che»
Enrique Oltuski: Gente del llano

3. El castrismo : teoría y práctica de la revolución cubana

Fidel Castro: Estos son nuestros caminos (selección)
Buscar soluciones definitivas
Revolucionarios y seudorrevolucionarios
Nuestro campo de batalla abarca todo el mundo
Nada puede sustituir el vinculo de los principios
Hacer más perfecta la vida del hombre
Un nuevo sentido del honor
Las masas, verdadera fuerza de la revolución
Hoy el poder son ellos
Un pueblo capaz de pensar por si mismo
Ernesto « Che » Guevara:Somos una antorcha encendida (antología)
Proyecciones sociales del ejército rebelde
Que la libertad sea conquistada en cada rincón de América
¿ Qué debe ser un joven comunista ?
Vietnam del Sur, laboratorio del imperialismo
No puede haber coexistencia pacifica entre poderosos solamente
Patriota de Latinoamérica
Contra el burocratismo
Sobre la concepción del valor
Sobre el sistema presupuestario de flnanzamiento
Los países socialistas deben liquidar su complicidad tácita con la explotación colonial
El socialismo y el hombre en Cuba
Granma: La lucha contra el burocratismo
I. Una institución pura y exclusivamente burguesa
II. El peligro de la burocracia como una capa social
III. Un freno a la acción revolucionaria
IV. Una lucha larga, tenaz y sin cuartel
Regís Debray: El « castrismo » : la larga marcha de América latina
David Alexander: Un nuevo internacionalismo revolucionario

4. Un socialismo en construcción

Sergio de Santis: Debate sobre la gestión socialista en Cuba
Juan Martínez Alier: Paréntesis
Carlos Rafael Rodríguez: La situación económica en Cuba
La economía cubana del bienio
El desarrollo económico de Cuba
La ganadería
Producción agrícola no cañera
Crecimiento de la industria
Comercio y finanzamiento
Michel Gutelman: La socialización de los medios de producción en agricultura
I. La ley de reforma agraria
II. Las formas de explotación y encuadramiento del sector privado (1959-1967)
José A. Aguilera Maceiras: Una revolución educacional en la Cuba revolucionaria

5. El nuevo pensamiento cubano

Alejo Carpentier: Literatura y conciencia política en América latina
Roberto Fernández Retamar: Hacia una nueva intelectualidad revolucionaria en Cuba
Lisandro Otero: El escritor en la revolución cubana
Edmundo Desnoes: El mundo sobre sus pies

Polémica sobre los manuales

Ricardo Jorge Machado: Generaciones y revolución
Fernando Martínez Heredia: El ejercicio de pensar

6. El arte y la literatura

Alfredo Guevara: Sobre el cine cubano
Theodor Christensen: Estructura, imaginación y presencia de la realidad en el documental cubano
Miguel Barnet: La segunda africanía
Adelaida de Juan: Cuarenta años de pintura en Cuba
Riñe Leal: El teatro cubano
Guillermo Rodríguez Rivera: Poesía de Cuba (1959-1967)

Antología (poesía)

Nicolás Guillen, José Lezama Lima, Cintio Vitier, Virgilio Piñera, Eliseo Diego, Samuel Feijoo, Oscar Hurtado, Roberto Fernández Retamar, Roberto Branly, Pablo Armando Fernández, Fayad Jamís, Heberto Padilla, José Alvarez Baragaño, Luis Marré, César López, Antón Arrufat, Luis Suardíaz, Miguel Barnet, Belkis Cuza Malé, Guillermo Rodríguez Rivera, Víctor Casaus, Pedro Pérez Sarduy, Nancy Morejón, Luis Rogelio Nogueras

Salvador Bueno: La nueva (y actual) novela cubana

Antología (narrativa)
Alejo Carpentier: El derecho de asilo
José Lezama Lima : Paradiso
Virgilio Piñera : El filántropo
Onelio Jorge Cardoso : El pavo
David Camps : El ratón
Guillermo Cabrera Infante : Josefina, atiende a los señores
Antonio Benítez : Recuerdos de una piel
Jaime Sarusky : Rebelión en la octava casa
Jesús Díaz : Amor la Plata Alta
Nelson Rodríguez : El regalo

7. Testimonios

Ricardo Aguilera: Respirando la revolución cubana
Mario Benedetti: La gran lección de Cuba
J.M. Caballero Bonald: Sobre la literatura revolucionaria cubana
Julio Cortázar: Viaje al país de los cronopios
Antonio Eceiza: Sobre el cine cubano
Francisco Fernández-Santos: Sobre el bloqueo cultural y el exilio
Eva Forest: Una lección inolvidable
José Agustín Goytisolo: Quiero ser gato
Juan Goytisolo: Homenaje a un grabado
Alfonso Grosso: Cartoon del amanecer
Jesús López Pacheco: Cuba entrevista
José María de Quinto: Cuba, amiga y próxima
Alfonso Sastre: Un recuerdo de Cuba
Mario Vargas Llosa: Crónica de Cuba

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