domingo, octubre 12, 2014

La Asociación Internacional de Trabajadores nació hace 150 años



Hace siglo y medio, concretamente el 28 de septiembre de 1864, en una asamblea pública celebrada en el Saint Martin´s Hall de Londres…
En uno de sus breves artículos deEl País, Manuel Rivas, exponía esta frase que me parece en verdad luminosa: “Hoy todo el mundo tiene una Internacional menos los obreros…” ( 15-01-11)
Esta es una realidad fehaciente, de hecho, aparte del abismo ecológico, el aspecto más determinante de la situación marcada por el triunfal-capitalismo, es la debilidad extrema al que ha llegado el movimiento obrero arruinado política y moralmente por la socialdemocracia y el estalinismo, sin olvidar la parte que le toca a los sectarismos que hablan en nombre de tal o cual ideal histórico.
No hay la menor duda de que está siendo el internacionalismo del egoísmo propietario es un “movimiento” de las grandes potencias, parte central de su política exterior, como lo es para las grandes multinacionales. Otras cosas que existan graves contradicciones entre ellas, pero lo cierto es que el contraste está ahí, y no creo que nadie saque a relucir al respecto la “Internacional Socialista”, como no sea para hablar de lejanas fases históricas. Actualmente es una agencia imperialista más, y en ella se han sentado grandes tiranos como Mubarak y Ben Ali (al evocar el hecho, esa empresaria triunfante que es Carmen Chacón, únicamente se atrevió a decir que “a veces habían sido muy negligentes”), y en ella medran montajes tan siniestros como la Trilateral, la misma entidad que planificó la trama golpista en América Latina en los años setenta, y que ahora cuenta entre sus representantes a la no menos triunfante Trinidad Jiménez, un detalle al parecer tan irrelevante para los medios como sí fuese socia del Club de Polo…Cierto que está el enorme esfuerzo de la Cuarta Internacional que bastante ha tenido con sobrevivir manteniendo un legado vivo…
Decía Engels que mientras las revoluciones burguesas tenían una vocación nacionalista (e imperialista), como había quedado bien patente en la Inglaterra de Cromwell que no perdió un minuto en aplastar la revuelta irlandesa, por no hablar del ejemplo napoleónico, las revoluciones socialistas tenían la obligación de ser internacionalista, apartado que tuvieron claro la revolución francesa de 1848, la misma que dio lugar a una República que se decía democrática, social e internacionalista, en tanto que la “Commune” derribó simbólicamente la columna Vendôme, como un gesto en este sentido…
No hay que decir que el internacionalismo figuró como una de las claves programáticas del socialismo desde sus primeros pasos, y que resultó una cuestión fundamental del pensamiento y la actividad de Marx y Engels, que aportaron una base de clase (internacionalismo proletario) a la idea de la fra­ternidad humana proclamada por la Revolución francesa, e hicieron propia la idea expresada por Percy B. Shelley según la cual una nación que oprime a otra no puede ser libre. Engels comparó «la con fraternización de las naciones, tal como se está produciendo ahora en todos lados por parte del partido proletario» con «el viejo e instintivo egoísmo nacional y el cosmopolitismo hipócrita y egoísta del libre cambio». Mientras que la burguesía de cada país tenía sus propios intereses especiales, «los obreros de todos los países tienen un solo y único interés, un solo y único enemigo, una sola y única lucha» (El Festival de las Naciones en Londres). Marx y Engels consideraban este interés común no sólo en la cooperación a través de las fronteras para defender los intereses inmediatos de clase, sino también en la preparación de «una gran revolución social que se apoderaría de los resultados de la época burguesa, el mercado mundial y las modernas fuerzas de producción y los subordinaría al control común de los pueblos más avanzados» (Marx, Futuros resultados de la dominación británica en la India).
Esto explica que en el momento en que ambos revolucionarios se adhirieron a la Liga de los Comunistas en 1847, su viejo lema «Todos los hombres son hermanos» se cambió por el de «Prole­tarios de todos los países, uníos». Al especificar lo que distinguía a los comu­nistas, colocaron en primer lugar el hecho de que «en las diferentes luchas na­cionales de los proletarios, destacan y hacen valer los intereses comunes a to­do el proletariado, independientemente de la nacionalidad» (Manifiesto co­munista, parte 2). Al mismo tiempo reconocían que «por su forma, aunque no por su contenido, la lucha del proletariado contra la burguesía es primera­mente una lucha nacional. Es natural que el proletariado de cada país debe acabar en primer lugar con su propia burguesía» (ibíd., parte 1). Marx subra­yó que «no hay absolutamente ninguna contradicción en un partido obrero internacional luchando por el establecimiento de la nación polaca» (Por Po­lonia, subrayado en el original). Marx, al luchar por la independencia de Irlanda, lo consideró como un estímulo para la revolución social en Ingla­terra (Carta a S. Mayer y A. Vogt, 9 de abril de 1870). Sobre este tema, resulta de enorme interés un trabajo monográfico de Michael Lowy, escrito con Georges Haupt y Claude Weil, El marxismo y la cuestión nacional, una obra necesaria.
Como es sabido, la Primera Internacional se formó «para conseguir un organismo central de comunicación y cooperación entre las asociaciones de trabajadores existentes en los diversos países» (Reglas generales de la AIT., redactadas por Marx), Marx y Engels no consideraron tal organización como algo per­manentemente esencial para el internacionalismo. A tal efecto, Engels escribió en 1885 que la Primera Internacional se había convertido en un «estorbo» para el mo­vimiento internacionalista, y que «el simple sentimiento de solidaridad basa­do en la comprensión de la identidad de la posición de clase basta para fo­mentarlo y mantenerlo unido» «Contribución a la historia de la Liga de los Comunistas, Conclusión). Las expectativas de Engels eran muy optimistas, Pero el problema no se resolvió con la formación de la Segunda Interna­cional, que, con el estallido de la guerra en 1914, se vino abajo ante el resurgi­miento del nacionalismo.
Cuando se liga exclusivamente la Internacional Comunista con la revolución de octubre, se olvida que desde 1914, Lenin incitó a los internacionalistas a trabajar para «convertir la actual guerra imperialista en una guerra civil» (La guerra y la socialdemocracia rusa); también Rosa Luxemburgo y Trotsky entre otros y otras, se pronunciaron en el mismo sentido.
Lenin también defendió la autodeterminación de las naciones opri­midas dentro de la Rusia zarista (y en otros lugares) «no porque hayamos pensado en dividir al país económicamente, o con la idea de crear pequeños Estados, sino, al contrario, porque queremos Estados grandes y una unión más estrecha, incluso una fusión de las naciones, pero sólo sobre una base verdaderamente democrática e internacionalista, la cual es inconcebible sin la libertad de separarse» (Sobre el derecho de autodeterminación de las na­ciones; subrayado en el original). Puso un interés creciente durante la guerra, y después de ella, en la necesidad de una «unión entre los proletarios revolu­cionarios de los países capitalistas avanzados, y las masas revolucionarias de aquellos países donde apenas hay un proletariado o es éste muy escaso —por ejemplo, las masas oprimidas de los países coloniales del este—, contra el im­perialismo» (Informe sobre la situación internacional y las tareas fundamen­tales del comunismo internacional, en el II Congreso de la Komintern). Insis­tió en que «el internacionalismo proletario exige, primero, que los intereses de la lucha proletaria en cualquier país estén subordinados a los intereses de esa lucha a escala mundial, y, segundo, que una nación que está logrando la victoria sobre la burguesía debe ser capaz y estar decidida a hacer los mayo­res sacrificios nacionales para la caída del capital internacional (Borrador preliminar sobre la cuestión nacional y colonial, para el II Congreso de la Komintern).
Desde la mítica llegada de Lenin a la estación de Finlandia (magníficamente escenifica por Eisenstein en Octubre), la idea de los bolcheviques que le siguieron junto con otras corrientes revolucionarias, se planteaban que la Revolución rusa de Octubre de 1917 era el prólogo de una revolución socialista internacional, de otra manera no entendía que un país tan atrasado como Rusia pudiera plantearse abordar el socialismo. Los desastres de las guerras, el peso de las tradiciones burocráticas en un mar campesino y de analfabetismo, más el aislamiento condujo a una revisión radical de este criterio fundamental. Gradualmente, Stalin se apropió de la idea bujariniana del Socialismo a paso de tortuga” y desde un solo país, para darle la vuelta hacia abajo –hacia el patriotismo gran ruso- del internacionalismo de período de Lenin. En nombre del “internacionalismo proletario” se impuso una política marcada por el egoísmo nacional. Tales elementos se acentuaron tras la II Guerra Mundial, cuando este aislamiento lle­gó a su fin, porque, como reconocía el informe del gobierno soviético del 30 de octubre de 1956, habían tenido lugar «violaciones y errores que despre­ciaban el principio de la igualdad de derechos en las relaciones entre Estados socialistas».
Desde entonces, la asisten­cia mutua (particularmente importante para países agobiados por el cerco imperialista como Cuba, Vietnam o como Angola y otros tiempos atrás) y los intentos para integrar lo que se vino a llamar el «sistema socialista mundial», que empero, llegó acompañado de un resurgir del nacionalismo y a gravísimos conflictos como el que enfrentó China y la URSS. Estos conflictos dieron lugar a guerras y a intervenciones militares, habitualmente presentadas como una «asistencia internacionalista contra la contrarrevolución». En su momento, tales problemas contribuyeron una muestra de la degradación del mal llamado “socialismo real”, y a su desintegración ulterior, un hecho histórico que está en el centro de la grave situación en que se encontraría la izquierda militante en las últimas décadas del siglo XX y principios del XXI. Actualmente, en plena “mundialización”, se hace más necesario que nunca asumir el criterio expresado por Marx y Engels en el Manifiesto comunista: «Al mismo tiempo que el antagonismo de las clases en el interior de las naciones, desaparecerá la hostilidad de las naciones entre sí».
El internacionalismo que alimentó los mejores capítulos de la historia social del movimiento obrero de antaño. Lo hizo con la AIT, en los mejores tiempos de la Internacional Socialista, lo hizo la fracción internacionalista que proclamó la guerra a la guerra entre 1914 y 1918, la internacional comunista tuvo su tiempo de esplendor en su cuatro primeros congresos, la oposición al estalinismo lo fue del internacionalismo contra la rusificación del Komintern, la IV Internacional pagó cara su travesía del desierto aunque dejó escrita páginas imperecederas (resistencia al estalinismo, solidaridad con la revolución argelina, con Cuba y el Vietnam, etc.)…Hoy es evidente que mientras el capital financiero ha hecho suyo un internacionalismo a su medida, las izquierdas alternativas tienen por delante un enorme desafío. Se trata de internacionalizar las respuestas, de desarrollar todos los puentes, de crear un nuevo internacionalismo a partir de los internacionalistas que han sabido resistir, así como de una puesta al día de los grandes ideales.
Ideales que viven en la medida en que se enriquecen con la práctica y la reflexión, con la pluralidad y la democracia desde abajo.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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