domingo, septiembre 07, 2014

Retrato de Kilbatchiche, alias Victor Serge



El fragmento que reproducimos fue escrito por Joan Ferrer i Farriol(Igualada, 1896-Montreuil, Francia, 1978) militante y periodista libertario y pertenece su autobiografía transcrita y reelaborada por el escritor mallorquín Baltasar Porcel con el título de La revuelta permanente, obra que consiguió en IV Premio Espejo de España de la Editorial Planeta en 1978. En aquella época Porcel presumía de ser anarquistas, aunque no tardó mucho tiempo en aparecer bajo las faldas de la Generalit liderada por Jordi Pujol al que le gustaba mucho proclamar que “solamente pensaba en Cataluña”.
Como tantos hijos de la clase trabajadora de entonces, Ferrer comenzó a trabajar en 1907 sesenta y seis horas semanales y en 1911 ingresó en la recién fundada CNT y fue uno de los colaboradores de Salvador Seguí en les luchas barcelonesas entre 1917 y 1923. Salvador Seguí es uno de los protagonistas de la obra El nacimiento de nuestra fuerza que trata de la huelga general de agosto de 1917 en Barcelona, la primera que Kilbatchiche, firmó con alias Victor Serge. Todo indica que Ferrer y Serge se conocieron por aquella época. Esta obra está pidiendo a gritos una reedición.
Hacia 1920, Joan se casó civilmente con Elvira Trull Ventura (Barcelona, ?-París, 1990), trabajadora del textil en Igualada, y también militante «de toda la vida». Ferrer trabajó como curtidor, comerciante ambulante, peón de diversos oficios, al tiempo que desarrolló una formación autodidacta que le llevó a escribir precozmente en la prensa libertaria, indistintamente en catalán y en castellano, siempre con un estilo personal que fue labrando a lo largo del tiempo desde que comenzó sus colaboraciones como a corresponsal para Solidaridad Obrera en 1910. Fue uno de los impulsores de Germinal, una publicación libertaria igualadina que sobrevivió a la represión de la Dictadura de Primo de Rivera. Cuando llegó la República, Ferrer se distinguió como activista, animando la publicación anarcosindicalista igualadina El Sembrador, colabora también en Cultura Libertaria, órgano cenetista de Sants, protagonizando una sonada polémica con Pestaña y Peiró en 1932.
No obstante, Ferrer acabará evolucionado hacia el trentismo, tratando de evitar la división sindical de su federación local. En uno de sus artículos para El Sembrador titulado «Aixo no és l’anarquisme», criticaba abiertamente aspectos que consideraba demagógicos de la FAI. Con la guerra civil multiplicaría su activismo combinando su actuación en el Comité Revolucionario de igualada (donde ejercería como primer teniente de alcalde), con el ejercicio del periodismo en Barcelona en el diario Cataluña, vespertino de la CNT, y como corresponsal de Solidaridad Obrera desde el frente. Entre sus seudónimos periodísticos se cuentan Joan del Pi, Sigla, Johan, Rovellat, Discóbolo, y Kanitu. Igualmente colaboraría activamente en el impulso de las colectivizaciones.
En el exilio, Ferrer estuvo en los campos: de concentración de Argelés y Barnarés al sur de Francia. Tomó parte en la guerrilla contra el franquismo, trabajando como locutor de la emisora clandestina creada por la CNT, y se mantuvo como un cuadro importante de la CNT durante los largos años lejos de su país. Porcel lo escogió por resultar un verdadero representante de la militancia obrera que dio vida a la CNT desde los primeros años hasta su difícil reconstrucción en las postrimerías del franquismo, contribuyendo a la reconstrucción de la sección local de la CNT igualadina. Entre los libros y' folletos escritos por Ferrer se cuentan una breve autobiografía, Vida sindicalista; una novela didáctica, El intruso; propaganda y recopilación ácrata, Conversaciones libertarias, Congresos anarcosindicalistas en España 1870-1936; así como dos importantes testimonio sobre la historia del movimiento obrero en su tierra natal: Costa Amunt. Elements d' historia social igualadina, y De Anoia al Sena sensa pressa.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

Joan Ferrer: Retrato de Kilbatchiche, alias Victor Serge

Kilbatchiche era otro ruso. Su firma literaria era la de Victor Serge le Rétif. En francés, rétif es una persona encogida, medio jorobada, físicamente disminuida. Pero Kilbatchiche era un individuo bien plantado, alto.
Era anarquista individualista y se había, marchado de Francia después de cumplir cuatro años de presidio. Estuvo ligado con la célebre banda de Bonnot, la que en el año 12 inauguró el sistema de atraco desden un coche. Todos los que acompañaban a Bonnot, un Garnier, un Raimónla Cience, todos, eran también anarquistas individualistas y cometía los robos partiendo de una especulación ideológica que los con^ en recuperadores de la propiedad para el pueblo. Atracaban bancos.
Raimon la Cience, en el juicio que les hicieron en la Audiencia de París, demostró científicamente, al menos desde su punto de vista, que la expropiación a los capitalistas era un hecho natural. La Cience era una personalidad de gran interés, un intelectual.
Realmente, Kilbatchiche no era un miembro de la banda Bonnot. Parece ser que Bonnot era un buen práctico del robo y que se había asociado con los otros sin tener sus convicciones ideológicas, obrando más por instinto que por definición mental. No sé qué harían del dinero que sacaban, pero una parte la destinaban a sufragar los gastos de un periódico individualista que dirigía Kilbatchiche, llamado L'Anarchie. La policía lo supo. Victor Serge le Rétif, fue a la cárcel con la banda. Vivía con una chica llamada Jeannette, fallecida hace algunos años, y que por aquella época era también una idealista, joven, aunque igual­mente caprichosa, bien vestida siempre, al día en todo.
La banda cae, pese a la heroica resistencia de Bonnot. En Francia todo esto es ya un mito. Hay libros explicándolo. Raimon la Cience logró escapar cuando se lo llevaban para matarlo. Subió a un terrado y echó un discurso a la policía y al público, un magnífico discurso sobre sus ideales. Y luego se tiró al vacío, matándose.
Tuvo un final digno de una ópera, pero nadie la- escribirá. Kilbatchiche cumplió cuatro años por encubridor o coautor. Pero teme que Jeannette quede libre en sonreís, o sea, con una condena que cumples en la calle, y que sólo serás encarcelado si reincides. Y no se fía de que, libre, le sea fiel. Entonces se casa con ella en la cárcel. El cura del establecimiento celebró una ceremonia al efecto.
Esto era ingenuo. ¿Cómo el contrato matrimonial podía impedir a la moza que hiciera lo que le gustara? Apenas en la calle, vive su vida. Y Kilbatchiche, amargado, al salir huye de Francia y viene a Catalunya. Yo lo conocí en Barcelona. Me lo presentó el que después ha sido escritor anarquista Gastón Laval, al que conocíamos bajo el nombre de Josep Benutti. Era desertor del ejército francés. Iban los dos todo el día con un cartero llamado Costa Iscar, muy culto, individualista tam­bién, y hablaban entre ellos en francés.
Kilbatchiche era de conocimientos muy sólidos. Recuerdo unos tra­bajos suyos en Tierra y Libertad sobre Nietzsche de enorme interés. Pero de golpe retorna a Francia para ingresar en los batallones zaristas rusos que estaban defendiendo en el frente la cosa de los aliados, en la guerra europea. Pero antes le dice a Gastón Laval: «Me voy desesperado a la guerra para que me maten. No creo en el belicismo y no dispararé ni un tiro. Pero deseo morir.» Y era que la sombra del amor perdido Ie destrozaba el espíritu.
Llega una desbandada rusa en el frente oriental. Los alemanes seapoderan de la Lorena y van penetrando en suelo francés. En Rusia hay revolución del 17 y Kerensky preside el nuevo sistema, deseando continuar la guerra. Pero la guerra era impopular. Yo entiendo que, al fin y al cabo, la revolución rusa no hubo. O no fue lo que entendemos por ello: un pueblo que rebasa a las autoridades establecidas. Allí lo que fue la descomposición del frente, con centenares de miles de soldados en fuga o errantes, con un fusil para cada dos de ellos. Y ésta fue la revolución, un desorden total.
Lo que se dice revolución fue que Rusia cae en manos de todos los revolucionarios rusos sin distinción: anarquistas, bolcheviques, rnencheviques... Éstos eran los socialistas de derechas, y entre ellos estaba el gran novelista Andreiev. No hubo nada de que los bolcheviques y los leninistas tuvieran una especial habilidad para revocar el poder.
Bien. Luego, los soldados enviados a Europa por el zar son metidos en campos de prisioneros, al menos los de Francia, porque no se fían de ellos a la vista de la caída del régimen zarista. Un contrasentido, pero así fue. Y Kilbatchiche está entre ellos. Luego los envían a Rusia. Victor Serge va también, analiza lo que ve y se da cuenta de que allí la causa anarquista ha perdido la batalla.
Ucrania libertaria, gracias al gran esfuerzo de Makhno y los makhno-vistas, ha sido engullida por Lenin, en el poder, y sus bolcheviques. Luego, el desastre de Kronstadt: la marinería de aquella base no acepta una dictadura, cree que revolución y libertad son sinónimos, y plantan cara a Lenin y a Trotsky, los cuales mandan que fusilen allí a todo el mundo.
Kilbatchiche ve todo esto. No sé si sería un partidario del mínimo esfuerzo, pero lo cierto es que de la noche a la mañana pasa de anar­quista individualista a autócrata del concepto de la revolución constante de Trotsky. Y éste le otorga su confianza, porque comprueba su inteli­gencia.
Pero las cosas van mal para Trotsky, que tiene que escapar y va a México. Kilbatchiche, detrás. Un enviado de Stalin asesina a Trotsky, y queda como cabeza visible del trotskismo nuestro Victor Serge le Rétif. La rueda de las vidas...
A Gardenyes lo conocí en 1919, mientras duraba el lockout que nos aplicó la burguesía. En cierta manera resume la bohemia extremada que rondaba una parte de nuestro movimiento. Era extravagante, un ser muy por encima del común de los mortales.
Josep Gardenyes también había venido de afuera. Siendo catalán, la guardia civil lo había expulsado de su pueblo, Camarasa. Anduvo por Francia y la Argentina. Conocía el tango y fue él la primera persona a la que oí cantar vidalitas. Alto y fuerte, iba siempre despechugado, incluso en pleno invierno, y cuando lo conocí llevaba sobre la camisa abierta un capote de guardia civil que le había quitado a un guardia durante el choque habido en una huelga.
Era un individuo interesante, pero dislocado. Llevaba como cosidos a tres amigos, a los que había hecho perder la personalidad imponién­doles la suya. Vivían en la miseria total. Llegaron a Igualada el día que preparábamos el baile «de la candela», una farsa en la que nos disfrazá­bamos todos. Bailábamos y bailaba aquel tipo estrafalario: creíamos que iba disfrazado. Después vamos al café y aquella presencia singular nos sigue. Cabreado, le pregunto: «Bueno, y tú ¿quién eres?» «Soy Gar­denyes, y podéis disponer de mí para todo, desde escribir a pelear», respondió. Lo aceptamos porque gente así es necesaria, y más en tiempos de lucha como aquellos.
Entonces hacíamos el periódico La Protesta. La patronal le negó papel para imprimirlo. Empezamos a hacerlo con papeles de color: blanco, azul, verde. Gardenyes lo repartía y conseguía agotarlo. Pronto se hizo popular.
Y lo cogieron, suponiendo que había participado en las palizas a los esquiroles, en un atentado, lo normal... Lo cogieron y a mí con él.

No hay comentarios.: