domingo, septiembre 07, 2014

Aunque la historia pasó por otro sitio, Trotsky sigue aquí



De una manera u otra, Trotsky sigue aquí y hay que pasar por su legado sí se quieren comprender algunos capítulos centrales del siglo pasado. 74 años después de su asesinato sigue siendo una lectura obligada para todo el personal que quiera comprender y cambiar el mundo aprendiendo unas aportaciones que, sin la menor, duda, han resistido en lo fundamental, la prueba de la vigencia a pesar del torbellino del tiempo. Al hablar de este legado, lo primero quizás sea subrayar que el concepto “trotskista” fue acuñado para diferenciarlo del leninismo “auténtico” –el de Estado-, un concepto que el propio Trotsky rechazaba.
Resulta un absurdo reducir una tradición tan amplia al nombre de un personaje por más clave que éste fuese, y Trotsky sin duda lo fue sobre todo en la denuncia de lo que significaba la burocracia y el estalinismo.
Han pasado siete décadas durante las cuales la importancia de su presencia ha ido variando desde su muerte. En 1950, su nombre evocaba una historia perdida, a un referente arqueológico sostenido por unas minorías situadas cuesta arriba. Stalin se encontraba en la cima de su prestigio, su nombre evocaba la resistencia y el sacrificio del pueblo ruso contra la ocupación nazi, China inicia su revolución. Sin embargo, tres años más tarde tenía lugar una crisis social en la Alemania del Este, en 1956 denunciaba sus crímenes, en Hungría estallaba una revolución animada por la disidencia comunista y los consejos obreros…
En 1960 el panorama empezó a ser diferente. El estalinismo había acentuado su decadencia, la primacía soviética es discutida por China. El trotskismo, a pesar del lastre de los líderes “auténticos” hoy ya olvidados (G. Munis, J. Posadas, Gerry Healy, Pierre Lambert, Nahuel Moreno y otros líderes del trotskismo "auténtico" o sea el suyo), aumenta su presencia en América Latina, comienzan a ser reconocidos “trotskistas” de la talla de Ernest Mandel o Hugo Blanco, sus obras empiezan a editarse, para el Reino de España por el Ruedo Ibérico, Trotsky es leído por el “Che”, es uno de los “fantasmas” de las barricadas del 68, la Internacional da el carpetazo a la fase de “entrismo” y comienzan las “ligas” y a su compás, una nueva generación que mira al pasado para comprender mejor las tareas del presente.
(algunos periodistas han hablado recientemente del “trotskismo” y el “entrismo” en relación a Podemos, un detalle que pone en evidencia el desconocimiento existente de la historia de la izquierda insumisa)
En los setenta, el auge es tal que algunos analistas consideran la hipótesis que esta ola revolucionaria que sacude a la juventud obrera y universitaria pueda, a pesar del predominio de la corriente maoísta atraída por Pekín como “faro del socialismo”, significar una posible hegemonía de una corriente por la que, unas décadas atrás, nadie daba un ochavo. Esta es una época de un intenso esplendor teórico, de reconocimiento del aporte trotskianos en el terreno de la historia, de la memoria asesinada (Trotsky, Victor Serge, Isaac Deutscher, Pierre Broué, etcétera), y de las aportaciones y conexiones más variadas. De alguna manera, el trotskismo será el nombre de la más importante de las corrientes comunistas que se opusieron al estalinismo cada vez más desprestigiado.
En 1979 tendrá lugar en la UNAM, en México, un encuentro internacional con ocasión del centenario de Troysky. Se reúnen especialistas del todo el mundo que dan cuenta del enorme caudal historiográfico y teórico, pero también se respira un ambiente de superación de las antiguas querellas sectarias que hicieron furor en la primera mitad de los años cincuenta y en las que tendrán su génesis la mayor parte de fracciones que ocupara el desconcertante abecedario de los “trotskismos”, así en plural como lo trataría Daniel Bensaïd con los diversos tiempos, liderazgos, latitudes. También comienza a resultar obvio las limitaciones objetivas de un periodo –el de la “guerra fría”- que no dejó espacio para ninguna otra corriente de izquierda al margen de la socialdemocracia y el movimiento comunista con todas sus contradicciones…También es un momento en el que la perspectiva histórica permitirá tomar más distanciadamente la medida del clásico, que lo era por cuanto fue capaz de ofrecer posibles respuestas a nuevos problemas como lo fueron el ascenso de los fascismos y del estalinismo.
Los ochenta y los noventa son décadas de “impasse” si bien es la época de los Foros Sociales auspiciados inicialmente desde la alcalde de Porto Alegre cuya alcalde pertenecía a la IV Internacional. Pero esta es una internacional de cuadros, de bolsillo, la verdadera internacional operante –cuenta con dineros y ejércitos- es la de Trilateral y demás. En este tiempo asistimos asombrados al ver como el “socialismo real” que desde Wotyla hasta Jorge Semprún consideraban irreformable, se descompuso como un castillo de naipe y detrás de ellos lo harán lo que quedaba de la socialdemocracia-socialdemocracia (este término se lo tomo prestado a Manuel Sacristán), se desconfiguraba el movimiento comunista internacional que no actuaba como tal, caen baluartes como Italia o Francia, se desfiguran los nacionalismos de izquierdas, se destiñen los verdes.
De este tiempo es un irónico. Fue por esta época en la que, tras el enorme combate que Oposición de izquierda había llevado contra el estalinismo, Trotsky y su escuela comenzarían a obtener un reconocimiento en la URSS. Pero la realidad era muy otra, la represión había resultado tan extrema que bastaba que un turista preguntara por Trotsky para que fuese acompañado a la frontera como sí portara un virus peligroso. Por otro lado, lo último que querían los comunistas oficiales fuese “ortodoxos” o “liberales” que quedaban era retomar el hilo del marxismo, del que, por cierto, no quedaron vestigios en la URSS después de los años treinta. Por su lado, la reflexión elemental de los comisarios del “pensamiento único” vino a decir desde su propia lógica, ¿ahora solamente faltaba que el comunismo se recompusiera por Trotsky y demás.
Entonces quedó establecida una consigna que fue expresada en una editorial de El País ya a principios de los años ochenta: la hipótesis de que con Lenin y Trotsky hubiera sido diferente que con Stalin es falsa. Obviamente, ambos se habrían encontrado con un país al borde del abismo (después de la guerra civil que siguió a la mundial que fue especialmente onerosa para Rusia), pero, tal como demuestran autores de la envergadura de Carr, Deutscher o Moshe Lewin, sus planteamientos habrían sido diferentes por no decir opuestos.
El caso es que el trotskismo trató de reconstruir el proyecto anunciado por la revolución rusa y los primeros congresos de la Internacional comunista en unas condiciones de derrota y de persecución sin parangón en la historia. Crearon formaciones significadas, formaron varias generaciones de cuadros obreros e intelectuales y estuvieron en la primera línea de 68. Su influencia crecía. Un ejemplo nos lo ofrecía una información aparecida en Le Monde en relación al estreno de El asesinato de Trotsky, de Joseph Losey en Thailandia. Las autoridades la permitieron porque creían que era una contribución a su campaña anticomunista, hasta que la tuvo que retirar por la creciente afluencia de estudiantes en las salas y por la “lectura” que estaban haciendo de este filme, por cierto, indigno del autor de El sirviente.
Los 68 que sacudieron el mundo cambiaron muchas cosas, pero no pudo lograr sus objetivos, no pudo superar a la vieja izquierda. Asustó al “Gran Dinero” que reaccionó con una contrarrevolución mundial bajo la premisa de lo que se ha llamado neoliberalismo. Al coincidir con la descomposición de la URSS y de la izquierda de la “guerra fría”, lograron llevar a cabo una contrarrevolución mundial contra la cual el pueblo, la nueva izquierda, comienza a presentar un nuevo frente de rechazo. La historia pues pasó por otro sitio y al volver, ha de empezar en otro meridiano.
Sí se quiere luchar por cambiar las cosas, aprender de las aportaciones del marxismo vivo, esto significa ante todo y sobre todo saber reconocer el tiempo en que se vive, de lo contrario el clásico se puede convertir en un espejo deformado. Lo explica muy bien el colega Guilermo Almeyra en su artículo A los74 añosde suasesinato. Trotskyy su época, aparecido en la revista Sin Permiso y que suscribo:
Una consecuencia de esa desesperanza es que Lenin o Trotsky, teóricos revolucionarios marxistas preocupados por la estrategia que pudiese llevar al socialismo, sólo son recordados hoy por pequeñísimas minorías que se aferran a sus teorías aún válidas y que Marx reaparezca sólo como economista, totalmente diferenciado del historiador y del socialista revolucionario, y como sostén para ideas y propuestas banales, reformistas y neoliberales como las de Thomas Pikkety.
Otra consecuencia, para quienes quieren ser marxistas hoy, es la comprensión de que el pasado es irrepetible, así como son irrepetibles las políticas y el lenguaje de los revolucionarios de la fase anterior. Además, la comprensión de que antes que nada deben comprender a las amplias masas que, bajo direcciones burguesas, luchan por la democracia, por la liberación nacional, contra el imperialismo sin ser anticapitalistas y, por lo tanto, deben estar junto a ellas aunque sin compartir sus errores e ilusiones. Hay que saber ser minoría pero con vocación mayoritaria y pensando en cómo partir del nivel actual de conciencia y organización de las mayorías para intervenir más y mejor en la crisis y demostrar que la democracia y la independencia nacional sólo se lograrán acabando con el régimen que las hace imposibles y, de este modo, comenzar a construir las bases de una sociedad no capitalista igualitaria y democrática, cualquiera sea el nombre y la forma que la misma adopte.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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