viernes, junio 27, 2014

El rompecabezas contrarrevolucionario en el Medio Oriente



El grupo insurgente EIIL (Estado Islámico de Irak y el Levante) avanza, desde principio de año, desde la frontera norte de Siria e Irak hacia Bagdad. Ya tomaron varias ciudades clave como Mosul, al norte, de la cual el ejército iraquí huyó y dejó el control completo a las milicias islamistas.
La integridad de Irak hace agua debido a que el hundimiento del régimen político instalado por la ocupación norteamericano ha sido aprovechado por el gobierno local kurdo, en el norte del país, para desarrollar lo que se perfila como un Estado nacional, al cual podrían unirse los kurdos que han establecido un gobierno autónomo en Siria. El desarrollo estatal de la nación kurda representa una amenaza para Irán, que alberga una población kurda, y para Turquía, donde reside la mayoría de este pueblo. En el caso de Turquía, sin embargo, se ha desarrollado una suerte de ‘síndrome de Estocolmo’, pues ha dado lugar a una alianza petrolera entre kurdos de Irak y el gobierno de Ankara, que se encarga de la exportación de esos hidrocarburos a Europa. Esta semana salió desde el puerto de Ceyhan, Turquía, el primer barco cargado con crudo kurdo que, a pesar de la amenaza de sanciones, encontró destino en las costas de Ashkelon; el acuerdo Turquía-Kurdistan tiene como primer cliente a Israel, que compró el cargamento “a mitad de precio” (The National, 23/6). Si Turquía, sin embargo, intentara instalar una suerte de protectorado sobre el Kurdistán, que privilegie los intereses nacionales de la elite kurda, crearía otro conflicto enorme en el escenario del Medio Oriente. Por otro lado, los límites de una aventura turca en el Kurdistán son evidentes, porque alentaría un movimiento nacional separatista dentro de las fronteras de Turquía.

Una coalición contradictoria

Las posibilidades políticas de EIIL son también limitadas, pues se apoya en una coalición contradictoria de intereses dentro de Irak e internacionales, que no aspiran de ningún modo a crear un nuevo Estado sobre las ruinas de Irak, Siria y Jordania. El movimiento suní en Irak, que se ha coaligado con el EIIL, solamente aspira a recuperar una posición dominante en este país -no tiene intereses fuera de sus fronteras. El problema es que no podría reconstituir el Estado iraquí sobre la misma base de Saddam Hussein. Por eso ha vuelto sobre la mesa una vieja propuesta del vicepresidente norteamericano, Joe Biden, de dividir a Irak en tres: una región kurda, otra suní y una tercera chiíta en el sur. Semejante esquema haría caer al espacio chiíta bajo el dominio de Irán. Arabia Saudita y los califatos del Golfo, por otro lado, aunque han financiado al movimiento sunita en Siria y en Irak, no admitirían una partición que pudiera fortalecer a Irán. La historia ha vuelto al espacio árabe al período posterior a la primera guerra mundial, cuando se hundió el Imperio Otomano. Con una diferencia: que al cabo de un siglo se agotaron todas las tentativas imperiales y nacionalistas para crear un marco político estable y que las contradicciones sociales e históricas en el Medio Oriente son, en la actualidad, infinitamente más agudas que en el pasado. Las ruinas de las dictaduras nacionalistas de Saddam Hussein y Bashar al Assad, en Irak y en Siria, han abierto un período de desintegración estatal y de reconfiguración nacional en todo el Medio Oriente.
Es tentador concluir de todo esto que el gran beneficiado es el sionismo, que asiste al desmoronamiento de sus enemigos territoriales. Pero este desmoronamiento señala el fracaso estrepitoso de la estrategia de rodear al Estado sionista de regímenes árabes ‘amigos’, como lo ha sido el de Egipto y ha vuelto a serlo con la instalación de la dictadura sangrienta del general Sissi. Ese desmoronamiento afectará, en última instancia, a las monarquías petroleras, que sufrieron un aviso con la rebelión popular chiíta en Baharein, hace cuatro años.
Las revoluciones populares que arrancaron en Túnez y Egipto en 2011 fueron capaces de sacudir fuertemente a las dictaduras proimperialistas, que dejaron un vacío político que dichas revoluciones no pudieron llenar por la ausencia de una clase obrera como fuerza dirigente. Ese vacío afectó a toda la región, lo cual se manifestó en nuevas revoluciones populares y crisis políticas, por ejemplo en Libia y Siria, que fueron capturadas por fuerzas reaccionarias o financiadas por el propio imperialismo. Sin la victoria de una revolución dirigida por el proletariado, el Medio Oriente y el norte de Africa se ven enfrentados a la desintegración política, guerras tribales y civiles. Las bandas armadas que operan en Nigeria, Kenya, Centroáfrica y otros, son emergentes del vacío creado por el derrocamiento del régimen del libio Kaddafi.

Perspectivas

Obama intenta salir del atolladero mediante la sustitución del gobierno chiíta de Irak por un gobierno de unidad de sus tres componentes históricos. Para esto pretende obtener el apoyo de Turquía, Arabia Saudita y Egipto. Pero ninguna combinación circunstancial puede sustituir la ausencia de una base nacional auténtica. El resultado podría complicar la relación con Irán, justo cuando se necesita su apoyo para combatir al EIIL y convertirla en un sostén del orden político regional. El papel de Irán es fundamental en el Líbano y Siria, por el papel que juega el movimiento nacional Hizbollah. Irán llamó a un “frente único antiterrorista” contra el EIIL y otros.
Una nueva irrupción revolucionaria cambiaría toda la situación. Es lo que se incuba, a un ritmo desigual, en Turquía y en Egipto.

Miguel Briante

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