domingo, octubre 06, 2013

Sindicatos. Un debate al pie de la tumba



Me parece que el artículo de Isaac Rosa, ¿Nadie llorará por lo sindicatos? (*), no ha recibido la atención que merece. Está claro que esta era su intención, y empleó un cierto tono provocador, en plena consonancia con la magnitud de lo que trataba.
Se trata, a mi parecer, de un debate más que necesario, imprescindible en todos los sentidos, ya que los sindicatos que mejor tenían que defender aquí y ahora a la mayoría social, o sea a la gente que depende de su trabajo, no lo están haciendo, quizás más bien lo contrario. Esto sucede por lo tanto, cuando más falta resulta dicha defensa. Dicha omisión es, tal como indica Isaac, el principal factor de esta agonía, que se acelera con la precipitación de los acontecimientos.
Una agonía que parece que se deba a la actuación de unas desacreditadas clases dominantes, las mismas que antaño fueron felices y comieron perdices bajo el franquismo, la “manu militari” que sí no acabó con el sindicalismo de clase, poco le faltó.
El escritor registra una “campaña de desprestigio contra ellos, recurriendo a métodos sucios si hace falta. Es cierto que la derecha política y mediática aceptó los sindicatos mientras le garantizaban la paz social, hasta que dejaron de serles útiles. Es cierto que el ataque a los trabajadores pasa también por arrasar toda forma de lucha colectiva, por descafeinada que sea”. Sin embargo, esto es lo propio de la lucha de clases, donde para los codiciosos, todo vale.
No lo tendría que ser para un sindicalismo, en particular el de Comisiones, que fue decisivo para poner fin a la dictadura tal como la conocíamos. Que lideró una potente resistencia social en tiempos en los que la CEOE llamaba a los grises o infiltraban “sociales” en la empresa. En tiempos cuando ser sindicalista significaba no temer ni a los rayos ni a los truenos. Ahora, algunos ya ni se quieren mojar los pies.
Conviene recordar aquí que el proyecto neoliberal comprende la liquidación del sindicalismo, a los que sus intelectuales orgánicos –como Mephisto Vargas Llosa-, acusaban de imponer una ”dictadura burocrática” en oposición al “libre mercado”, de unas empresas en las que los patronos o multinacional de turno, tenía que ser, según ellos, tan absolutista como el Rey Sol.
Pero, el neoliberalismo había aprendido de la experiencia fascista que meter a los sindicalistas en la cárcel no era muy aconsejable, y por lo tanto, escogieron la coaptación. Aunque no se desdeñaban los métodos violentos cuando era posible, ahora el método pasaba por integrar a los sindicalistas en el juego empresarial. A los sindicalistas se le preguntaban, pero tú que quieres. Este método funcionó, ¡y tanto que funcionó¡.
Cierto es que influyeron otros factores como el curso paralelo de la izquierda institucional con la compartió cargos en bancos y consejos de administración. No menos importante fue el desplome del “socialismo real”, un desastre que convenció a varias generaciones en que, efectivamente, la democracia capitalista era el final de la historia y que, por lo tanto, no había donde ir. En base a este supuesto, los que querían aventurarse yendo más allá de Finisterre, fueron tratados por los cargos renumerados, de “talibanes” y otras lindezas por el estilo. De hecho, la principal preocupación del sindicalismo profesional, fue neutralizar cualquier movimiento interno que, por la izquierda, les pudiera mover desde sus asientos. Eso explica que el de Feliciano Fidalgo –el caso de sindicalismo invertido más ejemplar-, se moviera, no por rechazo a su gestión, sino por su tentativa de acabar con la autonomía de la federación catalana de Comisiones.
De hecho, el caso de Feliciano es como Bárcenas, un indicativo de hasta donde llegó la m…Se me dirá que no es lo mismo, y la respuesta es elemental, sólo faltaba.
Creo que algunas de estas cosas estaban en los cálculos de Rosa, cunado señala una “mezcla de errores propios y ajenos, estrategia equivocada, dependencias asfixiantes y falta de reacción cuando todavía estaban a tiempo, les ha convertido en presa fácil de quienes hace tiempo querían cobrarse su cabeza campaña”. Por lo mismo, es cierto que estos sindicatos se lo han puesto muy fácil a sus enterradores. A nadie más que a ellos puede culparse de una vocación institucional que les ha llevado a fundirse con el sistema político que hoy se derrumba arrastrándolos en su caída (por ejemplo, en las antiguas cajas de ahorro). Solo ellos tienen la culpa de haber abandonado la calle y preferido los despachos del diálogo social, al que han seguido sentados cuando ya no había nada que dialogar, sentados ante el tablero y las fichas mientras la partida ya se jugaba en otra parte. Son ellos quienes han temido sumarse…”
Isaac no se olvida de otros factores igualmente desoladores: “han entregado su autonomía económica a un sistema de subvenciones y programas de financiación pública, que hacía posible su asfixia con solo cerrar el grifo, y que hoy los deja a merced de quien concede unos recursos que pueden mantenerlos un poco más con vida. Son también ellos quienes están despidiendo a sus propios trabajadores mediante ERE y aplicando incluso la reforma laboral que criticaban; o quienes no han sabido explicar su participación en la trama andaluza de los ERE o el caso actual de las facturas en Andalucía…”.
En este sentido, la presencia de un alto cargo de la UGT en el Intermedio –una sátira bendita que se detiene ante las puertas de las equívocas editoriales de El País-, haciendo gala del mismo lenguaje “sistémico”, de la misma hipocresía inherente a la “marca institucional”.
Se puede afirmar que la muerte anunciada será más bien por suicidio. Un suicidio no muy diferente, al que ha acabado con el PSOE como partido de izquierdas, una involución se podría sintetizar en numerosos personajes, por ejemplo, en Narcís Serra. Estos días, repesando fotos de la Transición, he encontrado una del Primero de Mayo de 1982 en Barcelona, en la que aparece la cúpula del PSC-PSOE, con Narcís Serra. Todos ellos detrás de una pancarta que ponía en catalán: Siempre al lado de la clase trabajadora. Obviamente, Serra, el flamante tiburón de la Caixa, representa a un colectivo de antiguos antifranquistas reciclados, que han hecho carrera, en el peor sentido de la palabra. Por debajo debe de haber mucha gente que solamente consintió o que apoyó pensando que el “prostituto” Felipe González (el decir de Manolo Sacristán), era la única izquierda posible cuando era la izquierda imposible.
Cierto, estamos hablando del suicidio de unas instituciones creadas por la clase trabajadora, por lo que queda (que no es poco) del movimiento obrero digno de este nombre. No estamos hablando de jerarcas, de personajes que tienen su retiro garantizado, no tanto como Rodríguez Zapatero, pero sí algo muy por encima de cualquier trabajador. Obviamente, estos personajes son maltratados por el llamado Brunete mediático, pero no tanto como lo fue el tal Zapatero. De querer hacer sangre, la derecha, la podría hacer y bien. Bastaría que dejara al descubierto la cámara oscura tantas y tantas negociaciones infames, nos encontraremos con la cueva de los horrores.
No existe otra explicación a un proceso tan prologando de desahucio de todas y cada una de las conquistas sociales logradas en las luchas, al menos hasta los Pactos de la Moncloa, firmado por “obediencia debida” por sindicalistas educados en “el Partido” que había logrado lo imposible –ser el único partido de masas del Estado-, para acabar haciendo un servicio a la “razón de Estado”.
Desde entonces, hubo mucha gente que creyó que este era el único sindicalismo posible, sigue ahí, sobre todo en Comisiones, restos del naufragio que han sobrevivido de aquella manera sin plantearse ninguna batalla interna, porque la palabra que esta democracia a medida del rey, le tenía reservada era, “!Virgencita, que me quede como estoy¡. Es evidente que no se han quedado como estaban. Es más, han sido estos sectores sociales más estables, los que ahora están en las mareas blancas, verdes y en las otras que se están forjando, como la de los funcionarios que van a caer como moscas.
Desde luego, seremos muchos y muchas los que derramemos unas lágrimas si algún día esta muerte se oficia en un sepelio. Lo haremos por todos y todas que en su momento, dieron lo mejor de sí mismo por estar al lado de la clase mayoritaria y explotada. Pero, difícilmente olvidaremos los que acabaran haciendo su carrera dándole con tal salir en la foto del éxito social y que firmaron lo infirmable.
Pero no se trata ni reír ni de llorar, sino dar salidas, y que nadie se equivoque, esta será imposible sin el protagonismo del nuevo movimiento obrero. Isaac habla de la gente valiosa que queda en estos sindicatos mayoritarios, también lo hace de otros sindicatos, que siguen ahí, cierto, con muchos problemas de situación. Hay pues una suma de factores sobre los que hay debatir, entre otras cosas, porque no solamente los sindicatos mayoritarios son criticables. Nos va a obligar a hacerlo, la propia realidad.
Esta no será la primera muerte del sindicalismo en este país, aunque el clásico fue –literalmente- asesinado, su dignidad quedó fuera de dudas. En los sesenta, todo comenzó a moverse, aunque sobre nuevas bases. Entonces como ahora, es la realidad social concreta la que manda, y no unos principios teóricos al margen de la historia. Otra cosa vendrá, y no se parecerá en nada a lo que ahora conocemos, pero no la podemos dejar para pasado mañana.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

(*) Cf. www.lacasademitia.es/...sindicatos-isaac-rosa

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