domingo, octubre 06, 2013

El legado de William Wallace



El 21 de septiembre miles de escoceses marcharon por las calles de Edimburgo para decirle “Sí” a la independencia, cuando falta menos de un año para un histórico referéndum sobre el estatus de la nación. Está en juego el destino económico y político de una unión de más de 300 años.

“Un voto positivo en septiembre no significa la victoria del Partido Nacionalista Escocés, de la campaña por el ‘Sí’, ni de la gran coalición de intereses y entusiasmo reunidos aquí hoy, sino que será la victoria del pueblo”. Las palabras de Alex Salmond, primer ministro escocés, fueron pronunciadas ante muy diversos participantes. Desde partidos políticos de distinta ideología, hasta organizaciones como “Hinchadas de fútbol por la independencia”. Incluso se sumaron independentistas de otras partes del mundo como catalanes, sardos, flamencos y venecianos, que también aprovecharon para hacer oír sus reclamos.
Las controversias en cuanto al real número de participantes fueron amplias. 8 mil para la policía, 20 mil para los organizadores. Números al margen, no hay duda que tanto los independentistas como los unionistas tienen confianza en sus posiciones. El debate entre ambos monopolizará la política en el norte británico hasta el 18 de septiembre del año próximo. Ese día 4 millones de escoceses responderán por “Sí” o por “No” una pregunta: ¿Debe Escocia ser un país independiente?
La inesperada mayoría legislativa que obtuvo el Partido Nacional Escocés en mayo de 2011 permitió que Alex Salmond (primer ministro desde 2007) llevara adelante la propuesta independentista. En octubre de 2012 suscribió junto a David Cameron (primer ministro británico) el acuerdo de Edimburgo, mediante el cual el Reino Unido brindó al parlamento escocés el poder legal para realizar la consulta. La elección será la primera que cuente en un sufragio nacional con los jóvenes de 16 y 17 años.
La unión política entre Escocia e Inglaterra se consolidó en 1707. Una grave crisis económica escocesa favoreció la concentración de todo el poder político en Londres. Y recién en 1999 fue restablecido el parlamento escocés, obteniendo poderes políticos y legales, pero dependiente económicamente del gobierno central. En la actualidad, en el gobierno británico prima la idea de otorgarle mayores atribuciones.
Pero para los independentistas, la única opción posible es la separación. Ahora bien, hay distintas opiniones acerca de cómo debe ser una Escocia libre. La idea de Salmond implica mantener a la reina Isabel como cabeza de Estado y permanecer dentro de la Commonwealth, aunque pretende remover el armamento nuclear británico de territorio escocés.
Además, Escocia buscaría una unión monetaria con el resto del Reino Unido, manteniendo la libra y tratando de que el Banco de Inglaterra continúe como Banco Central de Escocia. Claro que esto permitiría que Londres ejerza influencia financiera sobre su vecino del norte, por lo que algunos analistas consideran que, independiente, Escocia posiblemente deba aceptar el euro (buscando además ingresar en la Unión Europea). El primer ministro pretende también seguir en la OTAN, lo cual es rechazado por otros dirigentes. Sin embargo, para los independentistas eso se discutirá una vez que se alcance el objetivo.
Lo que no admite dudas en el movimiento es que económicamente Escocia se sostendría en gran medida en los ingresos por el petróleo y el gas del Mar del Norte. Para el Partido Nacional, geográficamente a Escocia le pertenece un 90% de los yacimientos, lo que le proveería de un 81% de los ingresos generados. Esto es, un valor de entre 6 mil y 12 mil millones de libras al año. Cabe aclarar que el gobierno británico no ha convalidado esta postura.
Como señaló un artículo del corresponsal económico de The Guardian, Phillip Inman, los independentistas ven en estos recursos la posibilidad de impulsarse hacia la cima de la tabla de la riqueza europea, junto a países como Noruega, Luxemburgo y Mónaco. En cambio, para los que pretenden mantenerse dentro del Reino Unido, la independencia implica un riesgo económico muy grande, ya que se sustentaría únicamente en la industria petrolera (los recursos por el petróleo del Mar del Norte implican un 20% del PBI escocés, y sólo un 2% del PBI británico).
Estas cuestiones producen que un triunfo del “Sí” no sea garante de nada. Todo deberá ser negociado con el parlamento británico, lo que augura un mínimo de dos años de debates, si se tienen en cuenta las estimaciones más positivas de Nicola Sturgeon, la segunda de Salmond.
Hasta el momento, la mayoría de las encuestas auguran un voto negativo. Aunque ha habido variaciones en las tendencias y los resultados son distintos de acuerdo a cómo sea la pregunta, al “Sí” todavía le falta apoyo. Desde julio de 2012 la mayoría de las encuestas ubica al “No” alrededor del 50%. Una de las últimas, realizada por la agencia británica TNS en abril de 2013, dio como resultado un 51% para el “No”, un 30% para el “Sí”, y un 19% de indecisos, lo que implicó un aumento de estos últimos.
Pero una baza del independentismo pueden ser los resultados del último censo (2011), que fueron publicados recientemente en diversos periódicos. Siendo el primero que realiza preguntas acerca de la identidad nacional, en Escocia un 62% de personas afirmó que se sentía como únicamente escocés, mientras que sólo un 18% se proclamó escocés y británico.
Para finalizar, cabe recordar por qué se eligió el 2014 para llevar a cabo la pregunta por la independencia. Ocurre que se cumplen 700 años de la Batalla de Bannockburn, cuando Robert Bruce, continuando el ejemplo de William Wallace (cuya historia fue popularizada por el film Corazón Valiente) enfrentó a las tropas inglesas. Su triunfo le permitió coronarse como rey de una Escocia independiente, situación que se mantuvo hasta la unificación de las coronas en 1603.
El año que viene los independentistas harán lo posible para que el deseo de Wallace de ver una Escocia libre pueda hacerse eco en la mayoría de los escoceses.

Matías Figal

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