sábado, octubre 26, 2013

Apuntes para la comprensión del proceso político uruguayo

“(...) el demócrata, que representa a la pequeña burguesía, esto es, a una clase en transición, donde se juntan y se embisten los intereses de dos clases, piensa estar por encima de la lucha de clases en general.”

Carlos Marx. El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte

Cómo flor en primavera, el socialdemócrata florece en las fases de auge del capital. Se asume dueño de ideas avanzadas y progresistas, aunque no sospecha que de todas las formas políticas, es la única que construye su épica creyendo inocentemente en la fábula burguesa de la ilustración y la democracia republicana y liberal. Habla de la importancia de los consensos, de políticas de Estado que trasciendan los gobiernos y, en su formato periférico, sueña con la construcción de un capitalismo nórdico. La historia política uruguaya de los últimos diez años lo tiene como actor central bajo el seudónimo de progresista.
Con frecuencia, el análisis del proceso político se centra en las formas y manifestaciones (candidatos, agrupaciones partidarias, equipos de asesores, etc), olvidando que la política es la expresión del movimiento de la lucha de clases. Hacía ese nivel debemos llevar el foco: pensar la representación política en el marco de la lucha de clases y el proceso de acumulación de capital. Lo importante no es tanto como se van desarrollando y resolviendo las diferentes peleas inter-partidarias por el control del gobierno, sino como se va desarrollando la lucha de clases, específicamente, cómo se reproduce y qué forma asume el bloque de poder. ¿El Frente Amplio (FA) en el gobierno, qué nos dice sobre el desarrollo de la lucha de clases en Uruguay?
La conquista del gobierno por parte del FA es al mismo tiempo una necesidad del capital como una imposición al mismo, que resulta de un doble proceso: a) la pérdida de legitimidad política de los gestores estatales que tradicionalmente se encargaron de la representación política de la burguesía en Uruguay (Partido Nacional y principalmente Partido Colorado) lo que dificultó seriamente la capacidad de la clase dominante para mantener el orden social por medio de esas formas políticas; b) el paulatino ascenso de una nueva forma política que abarcaba sectores obreros y trabajadores, sectores pequeño burgueses y facciones descontentas de la burguesía. El sentido estratégico síntesis de este bloque se condensaba en un frente anti-neoliberal y en términos ideológicos asumía fundamentalmente la forma progresista o socialdemócrata, sin desmedro de que sus sectores relativamente más avanzados alcanzaran a diagramar una perspectiva neo-desarrollista. El punto de inflexión que reunió los dos procesos fue la crisis neoliberal del 2002 y la posterior elección nacional de 2004. El triunfo del FA y su ascenso al gobierno nacional fue la manifestación visible de ese movimiento.
El carácter contradictorio de la llegada del FA al gobierno se mant uvo durante la gestión y su presencia en el mismo. Si por un lado la gestión del FA le imponía ciertos límites a la burguesía (consejos de salarios, mayor cumplimiento relativo de las leyes laborales, tibía reforma tributaria, uso de excedentes para la aplicación de políticas sociales, etc.) y colocaba en el gobierno a un nuevo elenco burocrático que no venía del riñón de la burguesía y por tanto no respondía a ésta de forma incondicional; al mismo tiempo redundaba en una mayor estabilidad política vía contención de los ánimos políticos más combativos de los sectores populares y ampliaba la base social del bloque interesado en la estabilización del proceso de acumulación capitalista. En la fase de crecimiento y “renacimiento” de vastos sectores de la economía uruguaya, se revitalizan las bases materiales para los consensos, tanto inter-burgueses, como entre sectores burgueses y pequeño burgueses, incluso con los sectores populares. Dicho en otras palabras, en la fase expansiva de la economía uruguaya de los últimos 10 años, la burguesía pudo permitirse convidar a los sectores pequeño burgueses y trabajadores de alta calificación, a ser usuarios de segunda del gran festín del crecimiento y con esto la base social del orden se ensanchaba, abriendo las condiciones para la relegitimación del capitalismo de mercado y la democracia liberal como ejes centrales del horizonte histórico posible.
Siguiendo esta lógica, las políticas sociales de combate a la miseria y la pobreza, por citar un fenómeno relevante de la gestión progresista, son al mismo tiempo una conquista y una necesidad para recuperar la humanidad de los sectores más pobres, como un requisito del propio proceso de acumulación capitalista que precisa “reconstruir” los enormes contingentes de superpoblación relativa que había generado el neoliberalismo para que puedan ser incorporados como fuerza de trabajo en el nuevo ciclo de acumulación de capital, en otras palabras, restaurar el ejército industrial de reserva.
Visto desde la perspectiva de la manutención del orden, la gestión del FA se percibe como lo que Gramsci llamó Revolución Pasiva, esto es, una “revolución” desde arriba tendiente a restaurar la dominación neutralizando otras salidas posibles de mayor radicalidad. El FA resultó en la salida de la burguesía para su crisis de hegemonía. El crecimiento económico sobre el cual descansó su gestión gubernamental permitió el desarrollo de una democracia de cooptación, reconstruyendo el bloque hegemónico, ahora amplificado tras la incorporación de nuevos agentes.
La pequeña burguesía, como gestora principal del gobierno progresista del FA, lo que hace es comandar el tránsito político por la frontera de lo tolerable para la burguesía. Pero como toda frontera es inestable y está amenazada por los propios sectores burgueses. De ahí que los pequeños burgueses permanentemente extorsionen a los sectores trabajadoras con la necesidad de su defensa política ante la burguesía. Esto no es mera retórica, la amenaza es verdadera. Cuando las contradicciones se aceleran (por cambios en la coyuntura internacional, baja de los ritmos de acumulación, etc), la pequeña burguesía tiene dos opciones: o se asume definitivamente como gestora del proyecto del gran capital, lo que la obliga a distanciarse cada vez más de los sectores populares, enemistándose con éstos y perdiéndolos como base electoral y fuerza de choque (guardaspaldas políticos en el campo de la lucha de masas), o asume el enfrentamiento con los sectores burgueses, que en definitiva son su verdadera “base” social y que ante la desobediencia no dudarán en expulsarlos de la política gubernamental. Ante estos escenarios críticos, que pueden coincidir con la reversión de un ciclo económico o el inicio de un proceso de achicamiento relativo de la plusvalía global generada, la pequeña burguesía no es capaz de sostenerse como tal, esto es, encarnando un proyecto orientado en torno al ideario socialdemócrata. Esto obedece, en última instancia, a que la pequeña burguesía nunca tuvo ni tendrá el poder, sino apenas la gestión, donde en una coyuntura particular de relativa bonanza, hace malabares para conciliar los intereses contrapuestos de las dos grandes clases. El destino inexorable de la expresión política pequeño burguesa es quedar entranpada en el fuego cruzado de la lucha de clases.
El Fa en el gobierno se consolida y se presenta como una forma política más del orden burgués. Paradojalmente, lo que aparecía como el punto alto de su historia con la conquista del gobierno nacional, es también la irrupción de su propia crisis como pretendida alternativa histórica al servicio de las grandes mayorías del Uruguay. Luego de su triunfo electoral, el FA se posiciona claramente a contramano del rubo histórico de los cambios estructurales, y, en la medida que se consolida como expresión de la gestión pequeño burguesa de una fase específica del Estado burgués, deberá ser superado como forma política en el camino de los sectores populares hacía la revolución.

Rodrigo Alonso

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