miércoles, septiembre 25, 2013

Tokyo 2020: el telón de fondo de la crisis capitalista



“Esperamos que el deporte siga siendo un puente de unión, solidaridad e inclusión de todos los pueblos del mundo y que continúe sirviendo para profundizar sus valores más nobles”, declaró el secretario de deportes de la Nación, Claudio Morresi, luego de conocerse la decisión del Comité Olímpico Internacional (COI) de transformar a Tokio en sede de los Juegos Olímpicos de 2020. Sin embargo, para ese momento Buenos Aires (sede de la asamblea olímpica) ya había sido testigo de la disputa nada noble entre naciones por acaparar un nuevo negocio.
El primero en caer en la carrera para la organización de los juegos fue Roma, que se retiró tempranamente en marzo de 2012 por falta de apoyo financiero del gobierno italiano. Madrid intentó seducir a los integrantes del COI al hacer de la necesidad virtud y presentarse como la opción austera, más acorde con estos tiempos de crisis capitalista. Alegó en su favor que la mayoría de la inversión ya estaba realizada. Asustado por el descontento de la población española por el gasto de 100 millones de euros en la presentación de la candidatura, y quizás con la mente puesta en las protestas del pueblo brasileño ante las obras faraónicsas para el mundial de fútbol 2014, el responsable de la candidatura española, Alejandro Blanco, prometió a sus compatriotas un “proyecto realista”, la creación de 300 mil puestos de trabajo y una afluencia masiva de turistas. En busca del milagro, el príncipe Felipe encabezó una delegación junto a Rajoy y los ministros de Industria, Asuntos Extranjeros, Educación y Deportes. Nada de esto alcanzó: en la primera votación, Madrid cosechó apenas 26 votos frente a los 42 de Tokio, y tuvo que ir a un desempate con Estambul, que lo derrotó.
Estambul llegó a la votación final frente a Tokio. A diferencia de Madrid, su carta de presentación fue la ‘fastuosidad’. Con un presupuesto de 15 mil millones de dólares, el presidente de la candidatura, Hasan Arat, prometió entre otras obras “un tercer aeropuerto en Estambul y un subte por debajo del mar que conecte los dos continentes”, Europa y Asia (Clarín, 3/9). Pero los integrantes del Comité habrían desconfiado de la capacidad de Turquía, cuya economía se desacelera, para conseguir esas inversiones. No sólo eso: la delegación turca debió dar explicaciones por las recientes movilizaciones populares en su país. Otro elemento que habría perjudicado a Turquía es el doping positivo de 30 atletas turcos en apenas algunos meses. La enorme presión sobre los atletas para potenciar su rendimiento destruye sus cuerpos y produce esas manifestaciones “antideportivas”.
Tokio, que se quedó con la organización de los Juegos, prometió la construcción de una villa olímpica de 726 millones de euros “con vista al océano” (ídem), sólo que en momentos en que se conocían nuevas filtraciones de radiactividad al Pacífico desde la central nuclear de Fukushima. En lugar de deshacerse en excusas por el peor accidente nuclear desde Chernobyl, el premier Shinzo Abe optó por el pragmatismo. Dijo que por lo menos a Tokio “no le hizo ni le hará ningún daño” (Página/12, 8/9), con lo que el negocio quedaba preservado. El premier nipón promete que los Juegos serán la “cuarta flecha” de su plan de recuperación económica (“Abenomics”), que ha incluido una flexibilización de la política monetaria. Los Juegos son presentados, así, como parte del plan para salir de una deflación que el país arrastra desde hace casi quince años. Más ambicioso que el de Estambul, el proyecto olímpico espera un fuerte impulso a la infraestructura, un boom del consumo y la afluencia de 8,5 millones de turistas adicionales para el año de los Juegos. El Nikkei saludó la decisión del Comité Olímpico con una suba del 2,48%.
Detrás de la selección de la sede de los Juegos, estuvo presente el telón de fondo de la bancarrota capitalista y las rebeliones populares.

Gustavo Montenegro

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