sábado, septiembre 07, 2013

La Transición y la base del PCE



En unas líneas –La Transición sí, La Transición no- aparecidas como parte de sus contribuciones en el diario Público, Luís García Montero, trata de ofrecernos una tentativa de “exactitud” sobre la Transición…
En un pronunciamiento a favor de la “exactitud”, el poeta granadino nos advierte contre el error de “considerar que una opinión es más crítica cuando parece más rabiosa”. Se ha abierto un debate sobre el régimen del 78 porque “Buena parte de las reflexiones económicas, sociales, políticas y mediáticas que necesitamos hacer están relacionadas con nuestro diagnóstico sobre la Transición”. Otra “Buena parte de la gravedad de la crisis económica que vivimos en España, que el Gobierno ha pretendido resolver con el empobrecimiento generalizado de los ciudadanos, se debe a que la Transición sirvió para mantener la oligarquía financiera y empresarial del franquismo.”
Reitera su estimación de que “el conflicto real no se produjo entre fascistas y demócratas (aunque la extrema derecha armó mucho ruido), sino entre dos formas distintas de entender la democracia. Por una parte, la oligarquía financiera vio en el proceso la oportunidad de ampliar su campo de negocio junto al capitalismo europeo. Como la permanencia del Régimen no resultaba útil para este fin, apoyó la puesta en marcha de una democracia neoliberal. Por otra parte, el movimiento obrero y la cultura antifranquista aspiraron a consolidar una democracia que transformara la realidad, uniendo las libertades a los derechos sociales.”
Finalmente, concluye: “La correlación de fuerzas de aquel momento hizo que venciera la oligarquía económica. El discurso oficial impuesto desde entonces (la equidistancia entre republicanos y golpistas, la reconciliación, el pacto, el olvido, la renuncia) sirvió para lavarle la cara a los protagonistas de una de las dictaduras más crueles del siglo XX y para legitimar a sus herederos. Hoy pagamos las consecuencias. Los oligarcas de siempre se han aprovechado de una construcción europea irresponsable y de esta crisis financiera. Desmantelan el modesto estado social conseguido y recuperan su prepotencia. Nuestra democracia sin memoria no puede defenderse y se enfanga en el descrédito de la corrupción, el clientelismo y la farsa política.”
Llegado aquí advierte que “Exagerar el rechazo rotundo de la Transición puede hacernos olvidar que en la Constitución de 1978 se firmaron conquistas propias de una democracia social. El ataque agresivo de la oligarquía actual al Estado se debe, entre otros motivos, a que en los años 70 fue obligada a renunciar a parte de su prepotencia autoritaria. La exactitud de la crítica es necesaria porque no basta con negar. También es decisivo tener claro lo que se consiguió y lo que merece la pena ser conservado. Los años de clandestinidad, cárcel, ejecuciones y sacrificios dieron una parte del fruto perseguido.”
García Montero rechaza “hacer análisis basados en conceptos morales como el de traición.” Sobre todo porque “heroicos militantes antifranquistas. Tienen derecho a pensar que su lucha sirvió para algo. La lucha y el heroísmo vividos con posterioridad a la guerra civil son una parte decisiva de la memoria histórica”, y como ejemplo, cita los casos de tres militantes del PCE de Granada que “sufrieron persecución, detenciones y palizas en nombre de sus ideas con una dignidad ejemplar.” Por lo tanto: “Nadie que conozca la historia de estos tres hombres puede asumir con tranquilidad una interpretación que no respete la honradez de sus decisiones. No confundamos la situación objetiva y el error con la traición, porque entonces seremos incapaces de comprender lo sucedido.”
Al no tener un destinatario, esta crítica tiene que referirse obviamente a los que hacen una “enmienda a la totalidad”, por decirlo de alguna manera. Pero aunque esto puede ser justifícale, lo que en realidad nos dice Luís es que su crítica a la Transición no le impide reconocer que existieron avances, lo cual es obvio si lo dice en relación al tiempo de la dictadura. Pero pienso que la cosa cambia si el contraste, se efectúa poniendo en primer plano el desbordamiento por parte del pueblo del primer proyecto de restauración borbónica con Arias Navarro y Fraga, con una apertura limitada a un partido socialista al que empezó a ofrecer toda clase de facilidades. Esta primera tentativa fue totalmente desbordada en fábricas, barrios, calles y centros de enseñanza, como lo fue en todo los ámbitos culturales. En esa época, los reformistas del régimen siguieron estando desbordados. Por ejemplo, España se puso en la primera división mundial en lo que se refiere a huelgas y a toda clase de movilizaciones.
Por eso, hubo que vaciar la calle.
No es cierto pues que la correlación de fuerzas estuviera totalmente a favor de una oligarquía que no tenía empacho en declarar que había sido “feliz” bajo el franquismo. La iniciativa entonces estaba en la propia gente, eso lo pudimos comprobar en un espacio como fue el de la sanidad pública, que hasta unos años antes parecía ser un nido de adictos y de enchufados y en las que la que el desbordamiento fue tal, que se empezaron a citar palabras como “autogestión”, tan propias del 68. La correlación de fuerza empezó a desplazarse a favor de la oligarquía en el terreno de los pactos políticos…
Es cierto que los “reformistas” tenían a su favor algunas cartas muy importantes: las secuelas del gran terror franquista, omnipresente entre la gente mayor, el creciente ruido de sables, y todo lo que había detrás de aquellas palabras de Fraga, “la calle es mía”. Pero esas eran las cartas propias de una dictadura ubuesca, tremendamente corrupta y cruel. El punto de inflexión para los de abajo, lo marcó la legalización del PCE y todo lo demás. A partir de entonces, Santiago Carrillo y su equipo fueron plegando banderas y pancartas. Al juicio de muchos y muchas, la lectura de esta dinámica es que el PCE invistió todo el crédito que había logrado en la resistencia para, al final de todo, decir que ya habíamos llegado. No se trataba pues de la ruptura un de todas las promesas movilizadotas, de aquello ahora la ruptura democrática con todos –sobre todo con lo que representaban la monarquía-, y luego ya avanzaremos hacia el socialismo. No fue otra cosa lo que los partidos comunistas hicieron en Italia y Francia al final de la lucha contra el fascismo, y lo que había acabado haciendo Álvaro Cunhal en Portugal.
El “partido” era una finalidad en sí mismo, y aquí como allá, los cuadros dirigentes se aprestaron a ocupar su lugar en las instituciones (con la que queja de que ellos sí que habían hecho la clandestinidad, no los del PSOE que llevaban 40 años de vacaciones), en tanto que la tropa cayó en el más absoluto estupor, de hecho, los ejemplos que menciona Luís son ejemplo de ello. Por lo tanto, el enfoque no fue lo que hicieron, sino la decepción generalizada de la inmensa mayoría. He tratado más a fondo la crisis que sufrió esta militancia en algunos libros, especialmente en Elogio a la militancia. La historia de Joan Rodríguez, comunista del PSUC (El Viejo Topo, Mataró, 2004).
Al final de todo, la entrega de estos militantes, acabó siendo un capital en manos de un secretario general que hizo y deshizo a su gusto. Tal cosa fue posible, entre otras cosas, porque fue militancia alineada, en la que el Partido (o sea su dirección, o sea su secretario general) lo era todo. Entre las otras cosas habría que contabilizar, la creciente decadencia de la tradición comunista realizada por el estalinismo desde la segunda mitad de los años veinte, una tradición que fue grande, heroica, pero también sumisa, por abajo, y políticamente desastrosa por arriba. Si no se diferencia entre un plano y otro, el error puede ser más nefasto que el de las críticas rabiosas.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

No hay comentarios.: