lunes, septiembre 02, 2013

Herbert Marcuse, unas notas (y una entrevista)



Hemos parado de correr y estamos recuperando el aliento. Hay que pararse a pensar, recuperar adquisiciones ya clásicas. Marcuse del que incluimos como anexo una entrevista del 68, cuando su nombre aparecía como el de un “instigador” de la revuelta de la juventud contra el sistema.
El marxismo tuvo su mayor esplendor en tiempos de los creadores, luego, se extendió y volvió a brillar a calor de los acontecimientos revolucionarios entre 1917 y 1923. en los años treinta, sus cabezas fueron cortadas…en la URSS, nadie podía estar por encima de la camarilla de mediocres funcionarios que desde el aparato, se habían hecho dueños y señores de una revolución en la que todavía creían millones de trabajadores y trabajadores, miles de intelectuales críticos…
Uno de ellos fue Herbert Marcuse que en su juventud conoció de cerca la vorágine creativa del primer comunismo alemán, el mismo que debatía la táctica del frente único y trataba de encontrar su propio camino en unos tiempos en los que las palabras comunismo y libertad eran complementarias. Su marxismo, al igual que el de su maestro Max Horkheimer, tomó como figura de referencia a Rosa Luxemburgo. Como protesta por el asesinato de ésta en manos de la soldades dirigida por Gustav Noske, Herbert abandonó en 1919 el Partido Socialdemócrata. Su colaboración con el Instituto de Estudios Sociales de Frankfurt, dirigido por Horkheimer, consistió en una serie de ensayos entre los que destacan Der Kampf gegen den Liberalismus in der totalitären Staatsauffassung (1934), Über den affirmativen Charakter der Kultur (1937) y Zur Kritik des Hedonismus (1938).
Había nacido en Berlín, 1898, y murió ochenta años después en Starnberg, después de un largo exilio en unos Estados Unidos en los que al día siguiente de comprar un libro de Berltod Brecht, el cineasta Douglas Sirk era interpelado por el FBI.
Había llegado al país del dólar huyendo del brazo armado del capital financiero, el nazismo. Primero había emigrado a Ginebra, pero finalmente recabó en Nueva York. Con muchas dificultades, consiguió convertirse en miembro del Institute of Social Research en la Universidad de Columbia. Más tarde, desde 1942 hasta 1950 trabajó en la Office of Strategic Services. Por este tiempo, colaboró en calidad de investigador científico y de docente con el Russian Institute de la Universidad de Columbia (1951-1952) y con el Russian Research Center en la Universidad de Harvard (1953-1954). Sus estudios sobre la Unión Soviética desembocaron en la obra El marxismo soviético (Soviet Marxism), publicada en 1958, una crítica a lo que más tarde llamaría el antimodelo, un sistema sobre el cual había que escribir con la mayor seriedad para dar armas a los amos del mundo.
En 1954 empezó a enseñar ciencias políticas en la Brandeis University, y más tarde se trasladó a la Universidad de California. A pesar de establecer definitivamente su residencia en Estados Unidos, mantuvo un contacto constante con Europa, viajando a menudo a Alemania, Francia y Yugoslavia. En 1969 realizó una serie de conferencias en Italia. El año anterior había participado en una convención sobre la figura de Marx promovida por la UNESCO. Por entonces, ya era un pensador universalmente reconocido, un referente que se empezaba a publicar también en la España de Fraga, el responsable de la política de Franco en los asuntos de la guerra cultural.
El pensamiento de Marcuse, fundamentado en elementos procedentes del marxismo y el freudismo, constituye una crítica de la sociedad industrial, cuyo carácter represivo y alienante acaba por incorporar a la clase obrera conformándola y convirtiéndola a su vez, en explotadora indirecta de las clases marginadas de los países pobres. Influyó en la formación de la llamada "nueva izquierda" estadounidense y lo consagró como el ideólogo de las revueltas estudiantiles de los años sesenta, de ahí que los periodistas que trataban de “explicar” el mayo del 68, recurrieron a su docencia; también lo hicieron con Alain Touraine al que hoy ya nadie recuerda.
La imagen que entonces nos llegó de Marcurse era la de un anciano canoso con rasgos de filósofo griego, hablando en aulas en las que no cabía una aguja, tomando partido a favor de los estudiantes, hablando de una revisión crítica del marxismo y del concepto mismo de revolución, como se desprende claramente del breve ensayo El final de la utopía (Das Ende der Utopie, 1967), una discusión que se refería concretamente a como el marxismo y la revolución se había llegado a configurar en la URSS y en el movimiento comunista internacional que era la suma partidos que buscaban su acomodo en cada país.
Oponiéndose a una racionalidad puramente formal y tomando como referencia a Hegel y Marx, atacó la realidad que pretendía establecerse como ideología. En Razón y revolución (Reason and Revolution), que se publicó en 1941, y más tarde, en una nueva edición revisada y ampliada, en 1954, contrapuso a la visión positivista de la sociedad, planteada en su forma más completa por Comte, la perspectiva salida del movimiento de la dialéctica hegeliano-marxista. Después de estudiar en su ciudad natal y en Friburgo, se licenció en la Universidad de esta última ciudad en 1922, con una tesis sobre Heidegger. En 1928 se hizo cargo de la publicación de una bibliografía schilleriana. Durante la década de 1920 se interesó por la sociología, y recibió la influencia de Max Weber, aunque se orientó finalmente por un marxismo crítico, que translucía la gran influencia de la Historia y conciencia de clase de Lukács. La fama del autor se propagó después del éxito obtenido por El hombre unidimensional (One Dimensional Man, 1964), que contiene un discurso radicalmente crítico y negativo en relación con la nueva izquierda y con el movimiento estudiantil a nivel internacional. Uno de sus últimos trabajos, An Essay on Liberation (1969), presentaba, a diferencia de sus obras anteriores, un tono más confiado y optimista. Hay que citar también su colaboración en la obra colectiva A Critique of Pure Tolerance (1965), escrita en colaboración con R. P. Wolff y Barrington Moore jr, un historiador muy interesante que .que también fue publicado en castellano.
La crítica de la civilización como represión (que implica la valoración del "poder de lo negativo" en el pensamiento entendido dialécticamente) se hizo más aguda en Eros y civilización. Una investigación filosófica acerca de Freud (Eros and Civilization, 1955), gracias al extenso estudio sobre Fredu. Este libro fue una de las mayores aportaciones a la definición crítica de las relaciones entre el marxismo y el psicoanálisis.
Para Marcuse, la sociedad de consumo estaba esclavizada por el mismo poder liberador que posee la técnica cuando ésta sólo se utiliza como instrumento de lucro y de masificación del espíritu humano. La esperanza de una liberación debe depositarse en las capas de marginados sociales, que son los únicos que perciben la carga y el carácter insostenible de este orden, ya que la clase obrera -en los Estados Unidos en particular- se encuentra profundamente integrada en el sistema. Propone, pues, la ruptura del sistema tecnológico represivo y la utilización de la razón para hacer de la técnica un instrumento liberador de las necesidades humanas y de las relaciones sociales de los individuos dentro de la sociedad. Estas tesis convirtieron a Marcuse en el inspirador de los movimientos de izquierda, primero en América y luego en Europa.
A lo largo de los años sesenta-setenta, se publicó la mayor parte de su obra así como alguna que otra biografía como la que le dedicó Antonio Escotado (Marcuse, utopía y razón, Alianza, Madrtid, 1969), cuando éste era de un inquieto joven de izquierdas, y sobre todo la de Jean-Michael Palmier (En torno a Marcuse, Guadiana, Madrid, 1970). Ahora, el trabajo sobre Marcuse más al alcance es la edición que César de Vicente Hernando ha realizado de La tolerancia represiva y otros ensayos para la estupenda colección Clásicos del pensamiento crítico de Los Libros de la Catarata (Madrid, 2010)

Pepe Gutiérrez-Álvarez

Entrevista con Marcuse.

CUANTOS eran los que hace solamente dos o tres años habían oído hablar de Herbert Marcuse, un filósofo alemán nacido en 1898, que lleva un tercio de siglo dando clase en diversas universidades america­nas? ¿Cuántos en 1968 han leído realmente sus obras? Entre estas dos preguntas, un curioso fenóme­no extraño, revelador. Pocas veces en nuestros días alguien procedente de una actividad intelectual ha des­pertado tan encontrados y apasio­nados comentarios. Marcuse es ob­jeto de curiosidad universal, motivo de actualidad periodística... El he­cho no es nuevo (basta recordar la furia existencialista de apenas hace veinte años), ni será el último que se produzca dentro de la sociedad de masas, que necesita convertir en consumo incluso aquello que nace con el deseo de combatirla. Marcu­se es ya otro eslabón que unir a la cadena de mitos de nuestro tiempo. Es inevitable. No importa que Cohn Bendit proclame su desconocimien­to del pensamiento marcusiano. Es­ta vez la moda no ha venido de Pa­rís, sino de un pequeño lugar en la bahía de San Francisco, Berkeley (a un lado de la bahía, la universidad pionera de la rebelión estudiantil; al otro, el mayor puerto militar del mundo, material bélico en continuo camino hacia el Vietnam), y de esa ciudad, ejemplo y símbolo de la contradicción universal, que es Ber­lín. La derecha, sin leerle, ha arre­metido con violencia contra Marcu­se: son necesarias «cabezas de tur­co» que impidan la reflexión sobre la verdadera naturaleza de la re­vuelta estudiantil. La izquierda es­tablecida tampoco le ha acogido con simpatía: no es fácil olvidar las crí­ticas de «El marxismo soviético». La «nueva izquierda» no quiere mi­tos ni maestros, aunque Rudi Duts-chke acepte su influencia. Y sin embargo, los libros de Herbert Mar­cuse (ninguno de fácil lectura, nin­guno asimilable sin sólida forma­ción filosófica) constituyen en es­tos momentos «best sellers» en mu­chos países y están siendo apresu­radamente traducidos a todos los idiomas, en continua disputa entre editores... Marcuse, a sus 70 años, es ahora profesor de la Universidad californiana de La Tolla, San Diego, muy cerca de la frontera mejicana y, por lo tanto, en fácil y visible contacto con los marginados mejicanos. Los «suburbios capitalistas» a sólo unas millas. La Universidad de La Jolla es estatal en un Estado del que es gobernador el en otro tiempo actor cinematográfico Reagan (lo que muy bien puede servir de diáfano ejemplo del proceso totalitario de las sociedades industrializadas...). Hace unos meses Marcuse desapareció de su cátedra. Se dijo que huía ante las diversas amenazas anónimas que había recibido, algu­na de ellas de muerte. Sin embargo, y a pesar de las presiones de las abundantes organizaciones derechis­tas, Marcuse da este año su curso con absoluta normalidad. La expec­tación que su solo nombre despier­ta se traduce únicamente en la Uni­versidad de La Jolla, por la aprecia-ble cantidad de ejemplares de sus libros que se apilan en la librería del «campus»; «El hombre unidi­mensional» («el libro más subver­sivo aparecido en los Estados Uni­dos en lo que va de siglo», según Mallet), «Eros y civilización» (¿re­conciliación entre Marx y Freud?), son, sin duda, en ediciones popula­res, los más solicitados.
EL antiguo discípulo de Martin Heidegger, director de su tesis sobre Hegel, el hombre que aban­donó el combate directo dentro de un partido político cuando el asesi­nato de Rosa Luxembourg, el fustigador de «la burocratización del marxismo», el filósofo que con Luckacs, Sartre, Adorno, Gqrz, ha ejer­cido más influencia crítica sobre el pensamiento marxista rompiendo moldes y dogmas, es, en su despa­cho universitario de La Jolla, un hombre cortés, cordial sin llegar a ser afable, de aspecto «profesoral», muy curioso del momento que Es­paña vive actualmente, que acepta la charla (concertada hace cuatro días desde Los Ángeles), pero no fá­cilmente una entrevista periodística. Accede, sin embargo, a responder a unas preguntas que, afirma, no te­ner inconveniente en que se publi­quen en «Cuadernos para el diálo­go» (después de preguntar el ca­rácter de la publicación). Preguntas que, no obstante su brevedad, no dejan de tener interés en un con­texto, en el que América veía venir el inevitable triunfo de Mr. Nixon, y el auge de los votos de Wallace.
El año que pronto va a acabar no ha sido un año -favorable a la des­aparición de algunos -factores que definen lo que usted ha llamado so­ciedad represiva. Se ha acentuado la tendencia hacia una sociedad marcadamente totalitaria, de rasgos -fascistas (cuando el -fascismo pare­cía un hecho superado histórica­mente) y bajo la capa de sociedad de consumo. ¿Cree usted que este proceso va a continuar? ¿Esta ten­dencia puede ser intrínseca a toda sociedad desarrollada?
Este proceso es evidente y seguirá a no ser que haya grandes cambios en esas sociedades. No obstante, hay que decir que estas características de signo fascistoide no pueden apli­carse a la sociedad en general, sino a la sociedad capitalista. Sería un poco absurdo decir que hay algo in­herente en las sociedades avanzadas que sea específicamente fascista, pero es obvio que esta tendencia es­tá presente en la organización re­presiva y destructiva de la sociedad avanzada.
En este panorama aceleradamente totalitario (Checoslovaquia, Viet­nam, reacción en Francia, regíme­nes de fuerza en Grecia, Perú, etc.), la izquierda, más concretamente lo que muchos definen como «nueva izquierda», quizá por ser institucionalmente más libre, ¿tiene otro pa­pel que el de espectador? ¿Qué pue­de hacer, por ejemplo, aquí, en Es­tados Unidos, donde la tendencia a la marginación por parte de esta iz­quierda es -fuertemente poderosa? ¿Cuáles son sus posibilidades?
En cuanto a este país son esca­sas, porque no es precisamente aquí donde se dan unas condiciones re­volucionarias. El sistema sigue fun­cionando con mucha eficacia y ni siquiera el Vietnam le ha causado percances graves. Los que manejan el aparato político-represivo funcio­nan muy bien, lo que hace que la gente esté en contra de todo tipo de cambios radicales. Bajo estas circunstancias, la tarea de una iz­quierda militante ha de ser primordialmente educativa. Estamos en una época donde la liberación men­tal, salir del lavado de cerebro, es todavía la tarea principal. Puesto que la mayoría de la gente está to­davía bajo los efectos del «lavado de cerebro» y puesto que las insti­tuciones funcionan de acuerdo con esta mayoría, la tarea primordial es educar en la desmitificación. Pero una educación que ha de salir del gabinete a la calle con acciones que atraigan y aglutinen a las masas más allá de las aulas y los cenácu­los.
En Europa, donde usted ha sido más comentado que leído, su teo­ría sobre la integración de la clase obrera dentro del sistema capitalis­ta no acaba de encajar. ¿Cree usted que vale lo mismo para Estados Unidos que para otros países? ¿Es­ta integración puede ser definitiva?
Hay que distinguir entre el pro­letariado de naciones muy desarro­lladas, como por ejemplo Alemania y USA y el resto de los países en muy distinto grado de desarrollo. En estos países la integración de la clase obrera sigue avanzando sin trabas. Incluso la tendencia dere­chista va en auge (como dato espe­cialmente significativo puede citar­se el hecho de que en estos momen­tos vemos cómo muchos obreros, incluso sindicados, apoyan la can­didatura de Wallace) y no es cas, y muy a menudo, los dirigen­tes sindicales están a la derecha del propio Departamento de Estado. Es imposible saber cuánto va a durar esta tendencia, pero se puede decir que, ante un peligro de crisis eco­nómica, crisis de la que el capita­lismo no está libre, puede produ­cirse en un primer momento una mayor radicalización, por supuesto, a la derecha. Naturalmente, esto es totalmente distinto en otros países, como en Francia, donde los aconte­cimientos del último mes de mayo ponen en evidencia: 1.°, su gran tra­dición política, y 2.a, que la concien­cia de clase del trabajador francés está todavía viva. Sin la política contenedora del Partido Comunista y de los sindicatos adheridos al PC, que no tenían mayor interés en un cambio revolucionario, hubie­ra habido posiblemente un movi­miento de largo alcance hacia un cambio de régimen.
¿Cree usted que el Tercer Mundo, a escala universal, puede ser un reactivo revolucionario?
El Tercer Mundo no puede ser tratado como una unidad porque en él hay tendencias opuestas y fre­cuentemente aún en conflicto. Hay partes del Tercer Mundo que tienen una conciencia revolucionaria muy alta y otras que ya han sucumbido a los intereses y conveniencias de las grandes potencias. La resisten­cia sostenida por el pueblo del Vietnam ha demostrado que hasta las superpotencias tienen límites si de verdad la resistencia tiene base po­pular y ha arraigado en la base un alto sentido moral. Pero a la larga, no creo que el Tercer Mundo unita­riamente pueda servir para un debi­litamiento de las estructuras inter­nas del capitalismo.
Tenemos en nuestro tiempo prue­bas más que suficientes de que mu­chos movimientos que en un primer momento fueron vanguardia revolu­cionaria, no sólo en el plano políti­co, sino también en el cultural, no han tardado en ser asimilados por el sistema que los ha integrado en sus esquemas, a menudo incluso con tintes marcadamente folkloris­tas. Ciertos aspectos del movimiento estudiantil, especialmente en los Es­tados Unidos, ¿no corren también el riesgo de ser ahora asimilados por la sociedad circundante, cuya capacidad de integración, inteligen­temente, a veces bajo fórmulas apa­rentemente frívolas, ha demostrado ser enorme?
El peligro de la asimilación es evidente. Él movimiento estudiantil tiene forzosamente que enfrentarse con ese riesgo, y si no lo hiciera, sería derrotado. Pero yo veo en este movimiento estudiantil la gran es­peranza para llevar a cabo los grandes cambios que se necesitan. Sin estos movimientos, la situación se­ría desesperada y seguiría siéndolo durante mucho tiempo. Yo no quie­ro decir que los estudiantes por sí solos sean la fuerza revolucionaria, pero se ha dicho con exactitud que los estudiantes son el catalizador que puede hacer mover fuerzas mu­cho más amplias. El que el «ser estudiante» sea en la vida de un hombre algo momentáneo, no resta en absoluto nada a lo que he dicho anteriormente.
El acercamiento en la cúspide en­tre los Estados Unidos y la URSS cada día se hace más palpable, más «político». ¿Este acercamiento pue­de ser coyuntural o tiene raíces más profundas?
Podemos prever una cooperación, casi un pasteleo, a largo plazo entre USA y la URSS, lo que se acaba de ver nítidamente en el caso de Che­coslovaquia. El retrotraimiento del sistema económico socialista a cier­tos principios de economía de mer­cado, y por lo tanto de consumo, y de incentivos materiales podría lle­var a cabo a un acercamiento de los sistemas, más allá incluso de la política de los gobiernos.
Usted, en «El marxismo soviéti­co», y en general en todos sus es­critos, ha incluido a la Unión So­viética y a los sistemas socialistas prácticamente dentro de la sociedad represiva, creadora del «hombre uni­dimensional-». ¿Incluye también aquí a la Cuba de Castro?...
No, no. En absoluto. Veo en Cuba una enorme posibilidad de hacer una revolución no controlada por los burócratas ni impuesta coacti­vamente. Tampoco lo diría de la revolución cultural china.
Sus libros se venden ahora en to­das partes y supongo están siendo traducidos a ¿todos? los idiomas...
Creo que prácticamente a todos... (Marcuse sonríe con amplitud) me­nos al ruso y al hebreo...
Se especula con que usted sea un profesor norteamericano. ¿No tiene usted trabas ni dificultades para en­señar en una universidad oficial del Estado de California?
Digamos que no hay dificultades en la parte que podemos llamar «comunidad» (me refiero a la Uni­versidad de San Diego), pero bas­tantes en otros ámbitos más amplios. Marcuse tiene prisa por acabar las siete preguntas cuyas respuestas aceptó. Quiere saber cosas de Espa­ña. Entonces es él quien pregunta...

Pedro Altares.

La Jalla. Noviembre, 1968. Entrevista publicada en Cuadernos para el diálogo

No hay comentarios.: