sábado, agosto 10, 2013

Pueblo y cultura, República literaria y revolución (1920-1939)



En la ya célebre bibliometría sobre el tiempo de la II República, el apartado referente a la “revolución cultural” aún no tiene el lugar que merece. De ahí la importancia de esta obra de Manuel Aznar Soler, Pueblo y cultura República literaria y revolución (*)
La cuestión cultural resultó ser un factor determinante en la guerra social española.
Para llegar a la movilización social que el pueblo alcanzó durante la II República, tuvo que darse un impulso cultural hacia abajo extraordinario, y del que fue representativo el “hilo rojo” (y negro) de la literatura española durante los años veinte y treinta. Libros, editoriales, periódicos y revistas, un mundo que antaño había sido propio de minorías de la burguesía y pequeña burguesía liberal, pero en poco tiempo ese lugar fue ocupado primordialmente por los trabajadores organizados. Tanto fue así que hasta don José Ortega y Gasset mostró su preocupación en una obra tan emblemática como La rebelión de las masas. Este proceso culminó en lo que se ha venido a llamar la “República de los libros”, cuya base social fueron hombres y mujeres que sentía hambre y sed de cultura. especialmente de la literatura más radical. Esta radicalización de la cultura se expresó en todas las variantes posible, y alcanzó su culminación durante la guerra civil; después llegó la sangre, el fuego, el exilio, la censura, la policía del pensamiento, y no fue hasta la segunda mitad de los años sesenta que comenzó una ardua tarea de recuperación que todavía sigue siendo incompleta. El listado de escritores y artistas condenados al exilio y al ostracismo fue impresionante. Los hubo desde liberales moderados hasta todos los colores del “rojo”.
En este ámbito, pocos autores han sido tan constantes y copiosos como Manuel Aznar Soler, responsable de una vasta obra especializada de la que estos dos volúmenes pueden considerarse como una culminación. En sus apretadas páginas, Aznar reordena, desarrolla y revisa algunos de sus más importantes trabajos de casi cuatro décadas sobre las diversas vanguardias españolas, dentro de la cual la literatura de combate social y rotundamente antifascista, llegó a resultar dominante en los años álgidos de la agitada vida social republicana; vanguardias que, claro está, igualmente se manifestaron en otros ámbitos. Aznar reconstruye lo que llama acertadamente el "hilo rojo" yendo desde la vanguardia "que juega" (en expresión de José-Carlos Mainer, autor del prólogo) a la que se hizo "insurrecta o comprometida", arrastrando incluso a sectores moderados inicialmente ligados al elitismo del maestro Ortiga y Gasett que como es sabido, pronto se distanció, primero de sus ideales más o menos socialistas de su juventud, y más tarde de la República plebeya que se había convertido en el principal consumidor de los libros, un producto antes casi exclusivo de las clases medias.
Algunos de los transterrados volvieron a ocupar su sitio (aunque muchos de ellos ya habían dado muchas vueltas como fue el caso Salvador de Madariaga, situado ya en los setenta en la nueva extrema derecha, o Ramón J. Sender, anarquista primero, comunista después, pero que en los Estados Unidos se cubrió de oprobio apoyando la agresión imperial del pueblo del Vietnam. Normalmente, damos demasiadas cosas por sabidas. Que nadie o casi nadie lee ya a la mayoría de los escritores de anteguerra. Que mientras discutimos a propósito de la memoria histórica, no tenemos una idea demasiado precisa de lo que ocurrió en aquellos años. Por fortuna, hay todavía estudiosos que se acercan a ellos y reúnen el conocimiento suficiente para trazar, de primera mano, el fresco de un tiempo trágico que tuvo su fiel reflejo en la literatura.
El autor es un veterano en estas lides. Fundador y director del Grupo de Estudios sobre el Exilio Literario de 1939 e impulsor, junto con Isaac Díaz Pardo, José Esteban y Abelardo Linares, de la benemérita y no siempre reconocida Biblioteca del Exilio, Manuel Aznar Soler (Valencia, 1951) lleva décadas escarbando en las obras y las vidas de la República transterrada, de los que tuvieron que abandonar aquella España que era una porque de ser dos, la gente la habría también abandonado. En buena medida, esta obra es como un compendio de una inagotable labor de rescate que evoca desde el nacimiento y evolución de una corriente literaria radicalmente comprometida, cultivada por varias generaciones de escritores que se encontraban con el pueblo consciente, un pueblo que quería acceder a los libros, a las editoriales, periódicos y revistas en la que se proclamaban los principios revolucionarios en sus múltiples variantes incluyendo la socialista radicalizada de la que fueron exponente entre otros, Julián Zugazagoitia y Max Aub. Algunos se dejaron llevar por la oleada prosoviética (estalinista) que arrastró a toda la generación (internacional) que soñó con el Frente Popular, si bien tampoco faltaron los que tomaron distancias desde el POUM, el anarquismo o el pequeño trotskismo, rechazo que contó además con no pocos voluntarios extranjeros que, como Orwell, tuvieron su “hora lírica” en España.
Aznar despliega todo un enorme caudal de conocimientos ha revertido en este vasto panorama, que recorre el "hilo rojo" de las letras españolas desde el Ultraísmo -no del todo inmune al resplandor de Octubre- hasta la victoria definitiva de los nacionales y el comienzo de la diáspora. El libro se abre con un retrato de Max Estrella, el inmortal personaje de Valle-Inclán que marcó toda una generación (era la antitesis de otros componentes del 98 que se olvidaron del pueblo), y concluye con una evocación de los últimos años de Antonio Machado en Colliure, lugar santo para las nuevas generaciones que trataban de comenzar de nuevo sobre bases como las que produjo el poeta sevillano. Uno y otro, Valle y Machado, eran escritores de la generación modernista, dos hombres de otros tiempos, pero no por ello dejaron de percibir el sueño de liberación que anunciaban un horizonte muy distinto al que proclamaba la cultura burguesa, ya en claro declive. A lo largo de este tiempo, un grupo no desdeñable de escritores e intelectuales, se desentendió del experimentalismo formal y optó por una literatura "rehumanizada" que en bastantes casos se adhirió abiertamente a las consignas del PCE. Sobre todo desde el giro del VII Congreso del Kominrtern con la que la revolución resultaba aplazada por una alianza interclasista que congregaba a republicanos diversos, socialistas moderados, comunistas oficiales y antifascistas de todo matiz, una alianza que transcurre en la medianoche del siglo, cuando no parece haber más opción que el horror fascista y la URSS de Stalin estaba sacrificando uno por uno a los bolcheviques en un desvarío de horror que también trato de exportar a la España republica, aunque aquí fracasó.
Aznar documenta exhaustivamente la ideología pugnaz y el ambiente exaltado de la izquierda revolucionaria, la retórica ardorosa, el fervor colectivista, la dimensión europea e hispanoamericana de un movimiento que alcanza su máxima resonancia en el Segundo Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, celebrado en Valencia bajo las bombas. El discurso del autor no es indiferente ni lo pretende. Desde el principio se propone combatir el "edificio de tópicos" cansinamente reiterado por muchos historiadores y críticos literarios, aunque tampoco elude la mención a los "errores y miserias de la política cultural comunista", un punto sobre el que la controversia es y será interminable.
Su posición es de clara simpatía por la causa republicana, pero Aznar no se olvida de su papel como historiador. "Todo resistente es fundamentalmente un testigo, un hombre leal que se ha comprometido en la transmisión fidedigna de lo mejor de una idea", dice en su prólogo José-Carlos Mainer, aunque quizás estaría bien añadir que es todavía mejor cuando el testigo es también autocrítico. Tenemos que aprender de nuestra odisea, pero también saber de sus contradicciones.

(*)Pueblo y cultura, República literaria y revolución (1920-1939), de Manuel Aznar Soler, Renacimiento. Sevilla, 2 vls, 2011. 414 + 998 páginas.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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