sábado, julio 06, 2013

El largo adiós a Jean Paul Sartre



El 21 de junio de 1905 nacía en Francia Jean Paul Sartre, el escritor que marcaría a varias generaciones de intelectuales en todo el mundo. Murió en 1980, pero persiste como un ícono que se resiste al olvido y a la integración dentro del canon de las bellas letras.

Perversa y polimorfa si las hay, la figura de Jean Paul Sartre no deja de interpelarnos.
¿Cómo no hacernos eco de frases como “nuestra intención es contribuir a que se produzcan ciertos cambios en la sociedad que nos rodea” o “nos colocamos al lado de quienes quieren cambiar a la vez la condición social del hombre y la concepción que el hombre tiene de sí mismo”? Ambas pertenecen a su clásico libro de posguerra, ¿Qué es la literatura?, publicado como Situation IV, en el cual también arroja otra frase canónica: “¿Cómo –dicen– es que eso de escribir compromete?”.
El compromiso del escritor, he aquí el inicio de un mal entendido. Porque más allá de su posición personal durante los 60 y 70 (su visita a la Cuba revolucionaria, junto a Simone de Beauvoir, su prólogo a Los condenados de la tierra de Frantz Fanon, su rol durante el mayo francés, sus discursos a los obreros en la puerta de la fábrica Peugeot –subido a un barril– mientras se desarrolla un conflicto sindical, por marcar sólo los hitos más conocidos), su teoría del compromiso poco y nada tiene que ver con lo que suele “divulgarse” bajo el mote de intelectual comprometido. En primer lugar, porque el compromiso es una posición existencial, que excede la opción política (léase: es comprometido quien dice tener ideas de izquierda). Se puede estar comprometido con la derecha o, más aun –nos dice Sastre– la abstención de posición también es una elección. Veamos, además, que Sartre habla de “contribuir” y “colocarse al lado”. Nada que ver con esa figura vanguardista del intelectual comprometido como aquel que ejerce la dirección del proceso.

Libertad y situación

No sólo se le ha criticado a Sartre que esa figura del compromiso estaba teñida de un intelectualismo vanguardista, sino que se sostuviera sobre principios de una libertad incondicionada, eterna. Sin embargo, cuando se refiere a este tema, sus conclusiones son contundentes (en sentido contrario al que se le critica). Dice: “Totalmente condicionado por su clase, su salario, la naturaleza de su trabajo, condicionado hasta en sus sentimientos, hasta en sus pensamientos, a él le toca decidir el sentido de su condición y la de sus camaradas y es él quien, libremente, da al proletariado su porvenir de humillación sin tregua o de conquista y de victoria, según se elija resignado o revolucionario; y es de esta elección de lo que es responsable”. Como se ve, el obrero también está comprometido. Y algunos años más tarde (en 1955), en una entrevista realizada a propósito de su obra teatral Nekrassof, sostiene: “Hoy lo que importa es situar los conflictos humanos en situaciones históricas y demostrar cómo dependen de ellas. Nuestros temas deben ser sociales, pues son los temas mayores del mundo en el cual vivimos...”.

Oficios y combates

En cuanto a escribir, Sartre nunca deja de sostener que es un oficio. ¿Qué es un escritor? Simple: un hombre entre los hombres. Escribir, nos dice, es actuar. Y porque la palabra es acción, puede aportar a producir ciertos cambios en la sociedad. La palabra puede ser un arma en el combate por la emancipación. Claro, se podrá objetar: ¡Mientras unos actúan poniendo el pellejo otros lo hacen desde su escritorio! Pero también en esto Sartre es claro, y no vacila: “Llega el día en que la pluma se ve obligada a detenerse y es necesario entonces que el escritor tome las armas... La escritura lanza al escritor a la batalla”. Lo arroja al combate, entre otras cosas, porque la literatura (en sentido amplio), es como un llamamiento. Se escribe para que otros lean. Por eso, porque no se escribe para esclavos, escribir es, también, cierta forma de querer la libertad, de luchar por ella. No es que haya que elegir entre un fin u otro. Los fines se inventan –insiste Sartre–. “El hombre tiene que inventar cada día”.

Legados

Una figura como la de él, es cierto, puede ser criticada, entre tantas otras cosas, por su excesiva exageración del rol individual, aunque no por su actitud prolífica. Dan cuenta de ello los 10 tomos de Situaciones, publicados entre 1947 y 1976; sus 10 obras teatrales; su novela La Náusea y los 3 tomos (4, si le sumamos el casi inhallable “Una extraña amistad”) de Los caminos de la libertad; sus cuentos reunidos en El muro; sus guiones cinematográficos La suerte está echada, El engranaje y el bosquejo sobre la vida y obra de Sigmund Freud; su autobiografía Las palabras; sus obras filosóficas El ser y la nada, y los dos tomos de su Crítica de la razón dialéctica (por nombrar las de mayor renombre); sus textos de crítica literaria como Baudelaire, Jean Genet, comediante o mártir, El idiota de la familia o las notas y entrevistas reunidas en el volumen titulado Un teatro de situaciones; sus conferencias como El existencialismo es un humanismo; sumado a su activismo político (que va desde sus tareas en el marco de la resistencia ante la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial, hasta sus vínculos con los mao en los 70, pasando por sus alianzas y rupturas con los comunistas franceses, según las circunstancias) y su permanente labor periodística, cuyo símbolo emblemático fue la revista Les temps modernes.
Esta labor prolífica y multi (o trans) disciplinaria, se torna central a la hora de pensar las tareas para una Nueva Generación Intelectual. En fin: tal vez sea por todo esto que Sartre continúa siendo una figura clave para repensar las posibilidades de labor intelectual, de izquierda, que apuesten a revolucionar la sociedad actual, aun regida (a no olvidarlo) por las lógicas del capital.

Mariano Pacheco

No hay comentarios.: