lunes, abril 15, 2013

El accidente de la Transición visto desde el retrovisor



Creo que en sus brillantes críticas a la historia oficial de la Transición, Vicenç Navarro tiende a mostrarse demasiado benévolo con la actuación de la izquierda institucional, cómplice en toda esta historia.
En el curso de un reciente debate sobre el “dret a decidir” en Les Roquetes del Garraf, me sorprendió escuchar a un antiguo cargo socialista contar que él siempre había tenido una foto idealizada de la Transición, pero que ahora, cuando miraba por el retrovisor, lo que veía era más bien un accidente.
Desde luego, tiempo atrás estos “compañeros” no decían nada parecido. A principios del actual siglo, la última tentativa de crear una izquierda opuesta al neoliberalismo, había fracaso. Se había comprobado que la tentativa de romper el bipartidismo reinante, así como la ilusión del “sorpasso” al PSOE, parecía inviable, sobre todo porque no existían apoyos sociales de base suficientes, y las expectativas de (re)movilización social no había dado sus frutos.
Este “impasse” provocó un retraimiento del discurso reformista “enérgico” en IU, y la campaña contra el proyecto que lideraba Julio mostró que tanto ICEV como las cúpulas sindicales no tenían el menor interés en romper ninguna situación, y que optaban claramente por buscar el mejor acomodo posible en pactos aquí y allá, y en la línea de concertación sindical. Cuando el año 2000, IU y por lo tanto EUiA, llegó a un acuerdo de coalición con el PSOE liderado por un personaje como Joaquín Almunia, fui de aquellos que se desilusionó con EUiA en cuya fundación había participado con ilusiones. Era pues una época en la que la todavía Transición reforzó su aureola, y en la que los que decíamos lo contrario, éramos tachado de Quijotes que todavía seguíamos luchando contra los molinos de viento.
Sin embargo, una década más tarde, esta percepción triunfal se está deshaciendo por días, lo cual nos invita a reflexionar nuevamente sobre lo que significó la Transición, pero quizás especialmente, en la responsabilidad de una izquierda institucional que actualmente hace aguas por todas partes. Ciertamente, la imagen que actualmente esta frase histórica desde el retrovisor es la de una autopista en la que la mayoría marchaba más o menos confiadamente, pero que iba directa a un accidente en la que los de abajo juegan el papel de atropellados.
Quizás resulte ahora que, al igual que sucedió a finales del franquismo, cuando te encontrabas con el puño levantado personas que se había significado por su moderación (por decirlo de alguna manera), ahora lo comiencen a levantar muchas personas que hasta hace dos días aplaudían el carro de la monarquía.
Efectivamente podemos hablar de un atropello en toda regla, y sus víctimas son noticias diarias: desahuciados, arruinados por las preferentes, más parados que nunca jamás, derechos laborales que caben en un papel (mojado), recortes en salarios, al a todas y cada una de las conquistas sociales que aquí se lograron contra el franquismo en una lucha llevada a cabo desde el pueblo…Le llaman democracia pero no lo es. A lo máximo se puede hablar de libertades logradas que tenemos que defender.
La Transición comenzó con el fracaso absoluto de la reforma Arias-Fraga, el primer proyecto reformista auspiciado desde la Casa Real con el visto bueno de Henry Kissinger, uno de los cerebros de la única internacional realmente existente: la Trilateral. El desbordamiento social, político, cultural de esta primera reforma obligó a la Casa Real a un plan B: al plan encarnado por Suárez que obligada al régimen a reconocer parte importante de lo que se pedía en la calle, e incluso a enfrentarse al extenso lado oscuro del ejército (y a la embajada norteamericana), legalizando al PCE.
El resultado fue una democracia que no rompía con la dictadura, que mantenía la continuidad básica del aparato de Estado que ofrecía un diseño hecho a su medida: una alternancia en la que cabía la izquierda siempre y cuando dejara de serlo. No es pues solamente que se vote cada cuatro años, es que se hizo bajo un pacto de Estado que hace que aquello de “atado y bien atado” tenga pleno sentido. Esto explica que la Transición señale el punto final de los logros sociales y democráticos fruto de las luchas populares, y que su cierre haya resultado una democracia hecha a la medida de las clases dominantes, como entendió muy bien en su día Manuel Sacristán.
En general, coincido con los escrito por el profesor Vicenç Navarro sobre la Transición inmodélica (1), pero discrepo en la parte que creo que excusa a la izquierda institucional al cargarla totalmente sobre el “enorme desequilibrio de las fuerzas políticas en aquel proceso”. Es verdad que todavía subsistían las secuelas del terror, y el dato concluyente que ofrece (por cada asesinato político cometido por Mussolini, la dictadura de Franco cometió 10.000), era una realidad que producía pánico en una mayoría, sobre todo en los sectores más afectados por la represión, así como entre las generaciones que padecieron la inmediata posguerra. No había familia trabajadora que no hubiera recibido su dramática ración de terror aunque fuese en pequeña escala. No hay más que meterse en la intrahistoria familiar para encontrar ejemplos, pero incluso sin padecerlo directamente, bastaba con los mensajes que llegaban por todas partes, por citar un ejemplo, mi padre que estaba enormemente preocupado con mi militancia, tuvo un acceso de pánico con una portada del ABC con la foto de un desfile militar del régimen y sobre la que figuraba las siguientes palabras: “Contra los enemigos de fuera y de dentro”.
Igualmente es verdad que la “nomenclatura procedente del Estado dictatorial (que controlaba todas las ramas del Estado, desde el ejecutivo al legislativo, así como el judicial, policial y fuerzas armadas) era enormemente fuerte, y su cúspide era la Monarquía, máxima autoridad en todas las ramas del Estado”…
Sin embargo, también es cierto que el alcance de las movilizaciones era cada vez más caudaloso, y todos los estudios y testimonios de la época describen un desbordamiento impresionante, en tanto que la base social del régimen se descomponía. El desprestigio del neofranquismo era tal que los portavoces de la derecha trataban de simular su procedencia, apenas si tenían poder de convocatoria, e en no pocos casos, trataban de disimular sus finalidades. Eso fue evidente por ejemplo, en la campaña electoral de la UCD en junio de 1977. Por eso no creo que “las izquierdas (que habían liderado el movimiento democrático) por el contrario, eran débiles y no pudieron canalizar la enorme protesta popular que había forzado el fin de la dictadura”. No debían de ser tan débiles cuando el régimen había tenido que retroceder, y era desbordado por todas partes. No era débil porque en los últimos tiempos, las organizaciones de masas se habían hecho tan potente que cualquier despido podía provocar una huelga general.
Por lo tanto, al exagerar dicha debilidad parece indicar aquello de “no pudieron hacer otra cosa”, lo que a mi juicio significa exonerar a dichas izquierdas de todas sus maniobras y todas sus renuncias para encajar en el cuado que había diseñado la derecha, abandonando de esta manera a su base social, y toda iniciativa política propia para adaptarse a lo que la derecha permitía.
Tampoco me parece enteramente cierto que estas “fuerzas políticas acababan de salir de prisión y/o habían vuelto del exilio”. Eso se podía aplicar a las generaciones republicanas, pero el movimiento obrero y popular se había recompuesto desde mediados los años sesenta, y protagonizaba huelgas generales y movilizaciones sociales que en muchos casos desbordaban las pretensiones de “encauzamiento” en el que estas fuerzas querían imponer para jugar sus propias bazas. Es verdad que a pesar de su amplitud y radicalidad estos movimientos carecían una tradición y una formación política en consonancia, la derrota de la República había sido devastadora, y las tradiciones socialistas casi llegaron a desaparecer. De ahí también el enorme esfuerzo de “revolución cultural” de los sesenta-setenta que se manifestó a todos los niveles, creo que de una manera especial en el ámbito editorial y en las actividades de todo tipo realizada en barrios y centros de enseñanza.
Recuerdo que el centro sanitario en el que trabajaba, el médico más ligado a Alianza Popular que salió elegido en el primer comité de empresa, se opuso a nuestras propuestas autogestionarias con el argumento de que tales medidas podían estar muy bien pero las encontraba muy precipitadas. Está claro que si miramos hacia los aparatos de Estado, las desventajas de la izquierda eran obvias, como lo es el hecho de que la derecha utilizó la amenaza golpista como una carta privilegiada. De hecho, la consecuencia primordial del 23 F fue que finalmente, todo encajó nuevamente, revalidando el proyecto de una nueva Restauración ideada por Fraga en detrimento del periodo de desbordamiento que había representado Suárez.
Pero conviene no olvidar que el empleo de esta amenaza no fue una exclusiva de la derecha. La izquierda institucional la utilizó para justificar su SI a la Constitución, para convencer a las bases rebotadas en los debates que precedieron a los Pactos de la Moncloa, y todavía lo hizo más claramente Felipe González en su último discurso antes del referéndum sobre la OTAN.
Hasta hace dos días, las voces críticas de la Transición “inmodélica” apenas si contábamos con más espacio que los de la izquierda intramuros y de revistas como EL VIEJO TOPO, VIENTO SUR, y no mucho más. Ya lo dijo con claridad Alfonso Guerra, el que se mueve no sale en la foto, y casi lo consiguen. Por lo tanto, se puede decir que la Transición fue el producto de un desequilibrio a favor de la derecha, pero aceptado por la izquierda institucional. Tanto fue así que en una revista reciente en la SEXTA, alguien tan representativo de la caverna inteligente como Luís María Ansón declaró que el político español que más admiraba era Felipe González, y a la pregunta del periodista de porqué, respondió, gozando de una mayoría suficiente para cambiar la Constitución, no lo hizo por “sentido de Estado”.
Por lo tanto, si como escribe Vincenç, “la Transición significó fue la abertura de tal sistema a las izquierdas, con la incorporación de personalidades de las izquierdas gobernantes en un entramado financiero-empresarial-político que constituye el establishment español (incluyendo el catalán) y que controla la vida política y también mediática del país”, conviene añadir que, aunque no nos guste reconocerlo, esto se hizo con el beneplácito de los dos grandes partidos de la izquierda y con los la burocracia de los sindicatos mayoritarios. Por lo demás, creo que a esa “incorporación” habría que añadir la mayor parte de la intelligentzia de procedencia izquierdista, y que todo ellos, creyeron que no había vida fuera de una monarquía que reina, y que da la medida a los que gobiernan. Todos ellos orientaron sus dianas contra los que trataban de transgredir ese marco establecido.
No hay duda, como afirma Navarro la “Monarquía es el centro del establishment y es el que le da garantías de seguridad. Todos los mecanismos de información de mayor difusión se movilizan para crear una popularidad de los miembros de la Corona, comenzando por el Rey, (desde la imagen errónea de que el Monarca haya sido el que ha traído la democracia a España, a su supuesta accesibilidad y campechanía”, pero eso no habría sido posible sin que la izquierda institucional se hubiera convertido en lo que les pedían los monárquicos: en la “oposición leal a su Majestad”.
Desde este punto de vista, considero que la biografía de Preston sobre Carrillo como una muestra más del cinismo del cantor de las gestas del Rey. Aunque habrá ocasión de volver a hablar Don Santiago –en mi opinión un auténtico “monarca” en su partido-, mi opinión la podía resumir en el hecho de que las loas más infecta que se han hecho a Margaret Thatcher no han sido las vertidas por sus émulos que, al fin y al cabo, no engañan. Son las del actual líder laborista que ha glorificado sus “privatizaciones”, y que para mayor pesadilla resulta que es hijo de alguien de la categoría moral e intelectual de Ralph Miliband.
De todo lo cual se desprende que tenemos que oponernos al régimen del 78, y desdichadamente, eso implica también rehacer desde la A hasta la Z todo lo que hasta ahora se ha considerado como la izquierda realmente existente.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

Nota

— 1) La monarquía, centro del “establishment” español (diario Público), concretamente en su apartado sobre la Transición, discrepancia que resulta por lo general extensible a su tratamiento de esta época…Aprovecho este artículo para anotar que mi admiración por la obra de Navarro se remite a principios de los años ochenta, en concreto a la lectura de un libro que no se cita en su perfil de Wikipedia, La medicina bajo el capitalismo. Una alternativa a la organización de la Sanidad en los países capitalistas que publicó Crítica, y que hoy está descatalogado. En aquel entonces, como militante activo de lo que quedaba de la izquierda sindical en Comisiones Obreras tomé parte en numerosas actividades y plataformas por la mejora de la Sanidad Pública. En algunas de ellas coincidí con Felip Solé Safaris, médico y senador por la Entesa dels Catalans que contaba que la izquierda sanitaria había logrado componer una suerte de “libro negro” sobre la corrupción en la Sanidad bajo el franquismo, con la intención de darlo a conocer en el parlamento. Pues bien, finalmente el PCE y el PSOE llegaron a un acuerdo para retirarlo porque…lo que venía allí era demasiado fuerte. Creo que es un gesto que concuerda con la crítica a la izquierda institucional que motiva este artículo. Subrayo, no dijeron lo hacemos en parte, poco a poco, siguiendo una línea de prudencia. Simplemente lo enterraron porque ni tan siquiera se publicó…

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