sábado, marzo 16, 2013

Discurso ante la tumba de Marx



El 14 de marzo de 1883, hace 130 años, fallecía Karl Marx. La estremecedora noticia de su muerte causaría una gran conmoción en el movimiento obrero internacional. No era para menos; había fallecido el fundador del socialismo científico y de la Asociación Internacional de los Trabajadores, un inagotable luchador por la emancipación de la clase trabajadora, un tenaz enemigo de la burguesía y de toda clase de opresores. Mientras la prensa burguesa apenas le dedicaba algunas breves notas necrológicas –“informamos de la muerte del doctor Karl Marx, el socialista alemán”, anunciaba un diario londinense–, su desaparición física fue motivo de numerosos actos de homenaje protagonizados por obreros y obreras de distintas nacionalidades. No obstante, la popularidad de Marx crecerá luego de su muerte, en el marco de nuevas crisis capitalistas y revoluciones que confirmarán la vigencia de sus ideas. A continuación publicamos el emotivo discurso que Engels, su amigo y compañero de toda la vida, pronunció ante su tumba en Highgate, Londres, el 17 de marzo de 1883. En él, Engels se refería al gran revolucionario y la importancia de su legado.

El 14 de marzo, a las tres menos cuarto de la tarde, el más grande pensador viviente dejó de pensar. Había sido dejado solo por apenas dos minutos, y cuando volvimos, le encontramos dormido suavemente en su sillón, pero para siempre.
Una inconmensurable pérdida para el proletariado militante de Europa y América, y para la ciencia histórica, ha de perdurar con la muerte de este hombre. El vacío que ha abierto la partida de este gran espíritu se hará sentir muy pronto.
Así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana: el hecho, tan sencillo, pero oculto bajo la maleza ideológica, de que el hombre necesita, en primer lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes de poder hacer política, ciencia, arte, religión, etc.; de que, por tanto, la producción de los medios de vida inmediatos, materiales, y por consiguiente, el grado de desarrollo económico objetivo por un pueblo dado o durante una época dada, forma la base sobre la cual las instituciones estatales, las concepciones jurídicas, el arte e incluso las ideas sobre religión, del pueblo en cuestión, se han desarrollado, y a la luz de las cuáles deben, por lo tanto, ser explicadas, en vez de al revés, como había sido el caso hasta entonces.
Pero esto no es todo. Marx también descubrió la ley especial del movimiento que gobierna el actual modo capitalista de producción, y la sociedad burguesa que este modo de producción ha creado. El descubrimiento de la plusvalía iluminó de pronto el problema, que todas las investigaciones anteriores, tanto las de los economistas burgueses como las de los críticos socialistas, habían estado tratando de resolver vagando en la oscuridad.
Dos descubrimientos como éstos serían suficientes para una vida. Feliz aquel a quien sea concedido hacer aunque sea tan solo un descubrimiento así. Pero en cada campo singular en el cual Marx investigó -e investigó en muchos campos, ninguno de ellos superficialmente-, en cada campo, aún en el de las matemáticas, hizo descubrimientos originales.
Tal era el hombre de ciencia. Pero esto no era aún ni la mitad del hombre. Para Marx, la ciencia era una fuerza revolucionaria históricamente dinámica. Por grandioso que fuese el goce con el que recibiera un nuevo descubrimiento hecho en alguna ciencia teórica cuya aplicación práctica tal vez no podía preverse en modo alguno, él experimentaba otra especie de goce cuando el descubrimiento implicaba cambios revolucionarios inmediatos en la industria y en el desarrollo histórico en general. Por ejemplo, él seguía de cerca el desarrollo de los descubrimientos realizados en el cambio de la electricidad, y recientemente los de Marcel Deprez1.
Pues Marx era, ante todo, un revolucionario. Su misión real en la vida era contribuir de una forma u otra al derrocamiento de la sociedad capitalista y de las instituciones estatales por ella creada, contribuir a la liberación del proletariado moderno, a quién él fue el primero en hacer consciente de su propia posición y necesidades, consciente de las condiciones de su emancipación.
La lucha era su elemento. Y luchó con una pasión, una tenacidad y un éxito como pocos. Su trabajo en la primera Gaceta Renana (1842), Vorwärts2 de París (1844), La Gaceta Alemana de Bruselas (1847), La Nueva Gaceta Renana (1848-1849), el New York Tribune (1852 a 1861), a todo lo que hay que añadir muchísimos folletos militantes, el trabajo en las organizaciones de París, Bruselas y Londres, y finalmente, como coronación, la formación de la gran Asociación Internacional de Trabajadores [la Iº Internacional] -que era, en verdad, una obra de la que su autor podía estar orgulloso, aun si no hubiese hecho nada más.
Y, consecuentemente, Marx era el hombre más odiado y más calumniado de su tiempo. Los gobiernos, tanto absolutistas como republicanos, lo deportaron de sus territorios. La burguesía, tanto la conservadora como la ultrademocrática, competía una con otra en lanzarle difamaciones. Marx apartaba todo esto a un lado como si fueran telas de araña, ignorándolo, sólo contestando cuando la necesidad extrema lo exigía. Y murió querido, venerado y llorado, por millones de compañeros obreros revolucionarios -desde la minas de Siberia hasta California, en todas partes de América y Europa-, y puedo atreverme a decir que aunque pudo haber tenido muchos oponentes, difícilmente tuvo un solo enemigo personal.
Su nombre perdurará a través de los siglos, así como su obra.

Federico Engels

1. Marcel Deprez (1843-1918): Ingeniero eléctrico francés, desarrolló los primeros experimentos para conducir energía eléctrica sobre largas distancias.
2. En español: “Adelante”. Era publicado en alemán.

Traducción: Juan Duarte

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