jueves, enero 17, 2013

Sebastiane Faure, una cosecha anticapitalista (y atea)



Entre sus múltiples actividades, Kaos ha asumido otra que con el título La Cosecha Anticapitalista ha asumido la edición de obras, entre las primeras Doce pruebas de la inexistencia de Dios obra del anarquista francés Sebastiane Faure, fruto de un compendio de las doce conferencias que dio Faure en Paris desde noviembre del año 1920 a febrero de 1921, y que después de numerosas ediciones, se encuentra descatalogada. La opción trata de subrayar por sí hacía falta, el carácter pluralista del anticapitalismo de la sección..
Esta libro fue la máxima expresión de sus actividades antirreligiosas sería su obra Doce pruebas de la inexistencia de Dios (Júcar, Madrid, 1979; reedición La Máscara, Valencia, 1999, con prólogo y epílogo de Antonio López Campillo), publicado en 1921, y en el que polemiza desde una concepción atea con el pensamiento creyente o teísta, abordando la cuestión desde un análisis del papel que juega la religión en la sociedad capitalista. Faure no pretende para el ateísmo ninguna infabilidad científica capaz de dar una respuesta completa a los grandes problemas que plantea la religión, simplemente desafía a los que se escudan en el misterio para plantearles: «Cesad de afirmar vosotros y yo cesaré de negar».
Un tanto olvidado en los últimos tiempos, Sebastiane Faure (Saint Etienne, 1858-Royan, 1942).fue, entre otras cosas más, divulgador, orador, filósofo e incluso cancionetista anarquista francés…Era un autor muy leído y respetado en los medios anarcosindicalistas españoles que lo invitaron en 1936 a conocer la “obra constructiva” de la revolución
Nacido en una familia burguesa —su padre llegó a ser alcalde de Saint Etienne, cónsul de España y Caballero de la Legión de Honor—, Faure fue educado en la más estricta disciplina religiosa y preparado para el oficio sacerdotal. Tras el fallecimiento de su padre, cuando ya le faltaba poco para ordenarse, regresa al ámbito familiar y se reintegra a la vida civil. La vida fuera del seminario le descubre aspectos hasta aquel entonces desconocidos para él, en particular los polos sociales entre la riqueza y la pobreza, entre el poder y la sumisión. Esto acentúa su crisis personal y religiosa. Su evolución le lleva a entrar en relación con los medios librepensadores, y en 1877, lo hace con los medios ácratas. En poco tiempo se convierte en un afamado ateo y en un escritor anarquista de primera fila. En 1895, en colaboración con Louise Michel, fundó el periódico Le Libertaire (término que aunque se ha dicho que fue acuñado por Faure, tiene una procedencia anterior), que se mantendrá hasta los tiempos presentes como el principal órgano de expresión de la corriente anarquista francesa.
Sebastiane Faure fue sin dudarlo un activo dreyfusista —en 1898 escribió Los anarquistas y el «affaire» Dreyfus— al lado de Emile Zola, y fundó al calor de esta actividad un diario, Le Journal del peuple, que duró muy poco tiempo, lo mismo que Le Quotidien, que fundó en Lyon en 1901 y que no pasó de los quinientos números par falta de apoyo.
Más adelante, siguiendo el ejemplo de Ferrer i Guardia en España, Faure estableció su propia versión de la Escuela Moderna, en un internado que llamó «La Roche» (La Colmena) en el cual durante varios años se educaron niños y niñas sobre la base de los métodos pedagógicos racionalistas. Consiguió gran fama por sus conferencias antirreligiosas en las que desafiaba al clero a un debate limpio y abierto, pero estos dudaban mucho en presentarse ya que, como diría uno de ellos, «las extraordinarias cualidades de Faure como orador imposibilitan controvertirle sin hacer el ridículo». Partidario del comunismo de Kropotkin, se mostró en un principio como un intransigente, pero evolucionó hacia una actitud más benévola con las demás tendencias del movimiento y combatió los exclusivismos en su obra La síntesis anarquista. Definió el anarquismo como una opción que rechaza y combate la autoridad, pero no desarrolló ningún análisis sobre los medios necesarios para conseguir sus fines.
Faure sobresalió ante todo como un propagandista persuasivo, y no tanto como un renovador, su vocación era claramente ecléctica entre diversas escuelas. Tampoco se manifestó como un militante en la línea de los sindicalistas, e incluso participó en el Congreso de la fracción socialista de Jules Guesde en 1889, cuando trató de buscar puentes con los socialistas de la Segunda Internacional. Se volvió a encontrar con Guesde y otros socialpatriotas durante a la “Gran Guerra”. Faure entonces se manifestó como uno de los representantes de la ortodoxia antimilitarista y pacifista del anarquismo. En su obra Hacia la paz, Faure preconiza una paz basada en el internacionalismo obrero y en la libertad de los pueblos, aunque en sus artículos publicados en su diario Ce que il faut dire, que apareció en 1916, se abstiene de condenar las posiciones chovinistas y militaristas de algunos anarquistas muy conocidos como Jean Grave, que acabó convertido en un patriota infecto.
En 1918 firmó un Manifiesto de solidaridad con la revolución rusa. Entre sus obras sobresalen especialmente —aparte de las ya mencionadas—, Los anarquistas, Autoridad y libertad (1892), El dolor universal (1895), Lo que nosotros queremos, Los crímenes de Dios, Mi comunismo —considerada cama uno de los modelos más acabados de proyecto utópico anarquista—, Todos juntos, Mi opinión sobre la dictadura, y sobre todo, La enciclopedia anarquista, un plan editorial muy ambicioso que cubrió cuatro volúmenes entre 1926 y 1935. el anarquista español exiliado B Cano Ruiz publicaría una antología suya en El pensamiento de Sebastiane Faure, que fue publicada por las Ediciones Mexicanos Reunidos (México, 1979), que contaba con un extenso fondo de títulos libertarios, y que se podían encontrar por aquí en los mercados de las pulgas.
La obra de Faure forma parte de una extensa aportación desde la izquierda revolucionaria a la Iglesia católica y al fanatismo, y muchos de sus argumentos merecen ser tenidos en cuenta en unos tiempos en los que en nombre de Dios se siguen perpetrando las mayores calamidades.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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