martes, agosto 28, 2012

Germinal


“Germinal”, la célebre novela de Zola, se convirtió en la mayor producción de exaltación proletaria con una película estimable aunque desigual que fue, al mismo tiempo, una sentido y elaborada evocación y un gesto de resistencia.
En los últimos tramos del siglo XIX, Emile Zola cuya divisa era “Vivir indignado”, se convirtió en uno de los principales referentes culturales de la izquierda en general, y también del anarquismo. En esto confluyó, en primer lugar el entusiasmo que provocó su novela más obrerista, Germinal, y en segundo lugar por haber asumido la defensa del capitán judío Dreyfus firmando el célebre Yo acuso, aquel “momento de la conciencia humana” sobre el que el mejor cine liberal de avanzada de Hollywood produjo una memorable película La vida de Emile Zola (The life of emile Zola, USA, 1937), dirigida por el alemán exiliado en Hollywood William Dieterle, e interpretada por Paul Muni. Ganó el Oscar en 1938 a la mejor película, mejor actor de reparto (Joseph Schildkraut, un actor judío muy emblemático desde que interpretó el Judas en Rey de Reyes de DeMille) y uno de los mejores de adaptación. Aquí se estrenó en la TV, y a pesar de su acartonamiento, todavía resulta obrante, sobre todo en el caso Dreyfus Recordemos que el gesto de Zola fue saludado con entusiasmo por la prensa francesa socialista y libertaria de la época, calificándolo entre otras cosas como un “acto revolucionario”, de “golpe frontal contra el militarismo y al respeto al ejército”.
No es por casualidad que el hombre que lo convenció para dar el paso decisivo fuese Bernard Lazare, escritor judío francés anarquizante (Nimes, 1865-París, 1903), cuyo libro La verdad sobre el asunto Dreyfus (1896), le impactó muchísimo. Lazare había venido al mundo en el seno de una familia hebrea instalada en el Mediodía francés desde hacía siglos, se fue a vivir siendo muy joven en París para acabar los estudios. Atraído por las letras, publicó El espejo de las leyendas, selección de cuentos filosóficos y un libro de entrevistas. Su mayor prestigio le vino de El antisemitismo, su historia y sus causas (1894), una brillante obra escrita en respuesta a los libros antisemitas de Edouard Drumont. Pertenecía al grupo de intelectuales franceses vinculado al anarquismo a través de Sebastián Faure, y ejerció una considerable influencia entre la juventud radical de su época.
La obra de Zola, Germinal fue la primera gran obra literaria que abordaba honesta y concienzudamente la condición proletaria así como los debates que se dieron en la fase final de la AIT, testimonia el crecimiento del movimiento obrero y el desafío del ideal socialista en el seno de una sociedad burguesa injusta y caduca. Aunque nadie le hizo caso, Zola repitió de modo categórico que no son los mineros ni la huelga los protagonistas de Germinal, que se trataba de "una obra de piedad, y no una obra de revolución. Lo que he querido ha sido gritar a los feli­ces de este mundo [...]: Tened cuidado, mirad bajo tierra, ved a esos miserables que trabajan y sufren. Tal vez sea tiempo de evitar las catástrofes finales". Y, siguiendo ese tenor, más evangélico que revolucionario, Zola construye una huelga irra­cional que no puede justificarse ni aprobarse en su curso políti­ca o humanamente. Para dar una lección a "Ios felices", sus mineros protagonizan una in­vasión de bárbaros, de salvajis­mo abominable y violencia de­satada, que tiene en la muerte del tendero Maigrat su punto memorable: tras romperse el cráneo al caerse de un tejado cuando huye, las mujeres se arrojan sobre él en jauría para llenarle la boca de tierra y arrancarle el paquete genital con que las había violado; pagaba así la pernada que les exi­gía en vida cuando no tenían nada que echar en su olla; lue­go, las mujeres pasearán esa vi­rilidad arrancada izando sobre un palo, como bandera, aque­llos "desperdicios de cerdo".
Dicha violencia crea víctimas inocentes, como la hija de los burgueses ahogada por un viejo minero idiotizado por una exis­tencia de esfuerzo hasta la extenuación, como es Bonnemort; o como el soldado al que de­güella un niño inválido. En úl­tima instancia, para ZoIa, por encima de las ideas aflora siem­pre la bestialidad de los instin­tos para ofrecer una panorámi­ca de la condición humana re­pugnante. Y es esa violencia lo que Zola rechaza desde su primera juventud, cuando expre­saba su simpatía hacia las vícti­mas de los combates de la Co­muna de 1871 y de la posterior represión, pero también su espanto ante la violencia del pue­blo llevado por los agitadores a una fiebre de locura capaz de justificar las violencias y dar lu­gar a una guerra civil: en 1871, la insurrección comunnard no es otra cosa para Zola que un estallido de fiebre represada que acaba en la locura, y sobre la locura no puede asentarse ninguna sociedad; en primer lu­gar, porque los cabecillas polí­ticos, los meneurs, sólo atien­den a sus ambiciones persona­les…
A pesar del rechazo que provocó entre las clases dominantes, su prestigio fue tal que el cine se apropió de ella en una primera versión de 1913 de mano de Albert Capellani con una puesta en escena completamente teatral de manera que los actores desfilaban ante la cámara inmóvil. Capellani fue uno de los pioneros más importantes del cine francés, autor del primer largometraje de esta cinematografía, curiosamente una adaptación de L´assommoir (1908), de Zola, y más tarde hizo lo propio con Los miserables (1912), la obra inmortal de Victor Hugo que precedió a Germinal en su interés por el creciente proletariado.
También fue importante y significada la de 1963, obra de Yves Allégret, hermano del también cineasta Marc Allégret, ambos de filiación trotskista en los años treinta, amigos de los surrealistas. Yves fue considerado como “el más sartriano” de los cineastas franceses, el guión de su película más conocida, Los orgullosos (Les orgueilleux, Francia, 1954) fue escrito por el propio Sartre. Este Germinal (Francia-Hungría-Italia, 1963), se basó en un guión del prestigioso Charles Spaak, guionista muy ligado a Renoir, coincidió con una coyuntura de movilizaciones de los mineros franceses que con sus luchas, lograron importantes mejoras en sus condiciones laborales, y también con la huelga general belga de 1960, o sea justo cuando se empezaba a hablar de “huelgas salvajes”. Obra modesta y de duración más normal (110 m.), fue interpretada entre otros, por Jean Sorel, Claude Brasseur y Bernard Blier, éste último como el representante de la mezquina patronal. Ofrece una vivida descripción del trabajo de los mineros: mal pagado, mal tratados, y siempre pendientes del peligro. La tensión se acumula hasta que el conflicto estalla violentamente. Y no hay duda: Allégret también está con los trabajadores. La película conoció un cierto eco en su momento, aunque al decir de un crítico “hoy parece de­masiado suave, aunque el público se identificó con el prototipo de minero silencioso, trabajador y duro” (Perron, 1993, 28). En cuanto al personaje del anarquista Souvarin, no tiene en este caso ningún peso. Con todo, algunos especialistas la consideran mejor que la de Berri. Con Ives Allégret sucede como con casi todo el cine francés previo a la “nouvelle vague”: que está bastante olvidado.
De la adaptación efectuada por Claude Berri (1993), hay que comenzar apuntando que en su momento fue como una declaración. Aquellos tiempos quedan lejos, pero la lucha de clases sigue ahí. En una fase histórica de “pensamiento único” en la que el sindicalismo era presentado ante todo como un obstáculo –una “dictadura” escribirá alguien como Vargas Llosa-, películas como las de Loach, y otras no menos emblemáticas como Daens, Un lugar en el mundo, o Lamaerica, adquirían el significado de una airada protesta, de defensa de la memoria proletaria que se quería enterrar bajo los cascos del muro de Berlín. En Ça Commence Aujourd'Hui (Francia, 1999), de Tavernier, se ofrecen unas referencias explícitas a los tiempos de las luchas obreras de Germinal. Su estreno causó una gran conmoción, en Asturias por ejemplo, dio lugar a una rememoración de la historia de aquel sindicalismo minero que tuvo en octubre de 1934 su mayor momento de exaltación, y en Francia fue igualmente coincidente con una huelga general cuya principal virtud sería la de ser prólogo de otras y de un resurgir de la izquierda social. Con ocasión de dicho estreno, Claude Berri, que acababa de tener su mayor éxito profesional con una sumamente interesante adaptación de Marcel Pagnol, El manantial de las colinas (1986), que por su larga duración tuvo una segunda parte en La venganza de Manon.
En sus declaraciones, Berri hizo constar la actualidad del tema y recordó sus orígenes y dedicó la película a su padre y a una clase trabajadora de la que se sentía parte: “Creo en otra clase de vida. Germinal es un homenaje al sufrimiento del hombre. No está lejos de nuestro tiempo: miseria, el paro, el hambre están ahí”. Zola por su parte la definió como “una obra de piedad, y no una obra de revolución: Lo que he querido ha sido gritar a los felices de este mundo (...): Tened cuidado, mirad bajo vuestra tierra, ved a esos miserables que trabajan y sufren. Tal vez sea tiempo de evitar las catástrofes finales”. En realidad se trata de una obra extensa y repleta de matizaciones. Berri la escribió junto con su hermana, Arlette Langmann, y contó con el protagonismo de Gerard Depardieu, hijo de un obrero analfabeto, y de Arnaud, un cantante izquierdista muy reconocido en Francia, sin el concurso del cual Berri aseguraba que no habría podido rodar el film. El director lo dedicó a su padre, y proclamó su creencia “en otra clase de vida” dienta a la que impone el capitalismo.
A su parecer “Germinal es un homenaje al sufrimiento del hombre. No está lejos de nuestro tiempo: la miseria, el paro, el hambre están ahí”. No solamente detrás, también al lado, en los países colonizados, y en sectores cada vez más amplio de los avanzados. Su enfoque tiende hacia una interpretación digamos primordial: se ofrece un fresco en el que se hace constancia de la extrema miseria proletaria (los trabajadores están mal pagados, se encuentran en constante peligro, los que sobreviven están enfermos, sus mujeres tienen que mendigar en la casa de los ricos, implorar crédito en las tiendas de alimento, sus mejores tienen que doblegarse ante encargados y tenderos, etc), una miseria que contrasta con los lujos y la mezquinad de los amos, de unos señores que ilustran en sus conversaciones que ya practicaban lo que ahora se quiere vender como “nueva economía”, detalla las dificultades de sindicalización, la dignidad de los de abajo pero también sus miserias y turbulencias…Otra cosa sería el enfoque que nos ofrece Berri que en este punto nos diferente a la de Allegret. Su orientación primordial tiende a optar claramente a favor de la labor sindicalista reivindicativa y constante, opuesta a la impaciencia y virulencia revolucionaria expresada por el maquinista Souvarin (Lauren Terzieff) que proyecta una sombra oscura de Bakunin que resulta la parte más discutible de la película. Souvarin. Nunca aparece trabajando, está en el bar como un cuervo esperando la ocasión para echar tierra sobre las ilusiones y afanes de los sindicalistas que tienen como referente a la AIT. Es un teórico, un saboteador y desquiciado que considera “utópica” toda tentativa de mejorar las condiciones e vida y de trabajo en el marco del capitalismo. Solamente sobre las ruinas del viejo mundo será posible construir otro nuevo, un discurso amargado y solitario que concluye con un sabotaje que causa varias muertes.
Richard Porton dice un tanto rebuscadamente que Berri “reprodujo el vilipendio prebolchevique” (¿) contra el anarquismo (p. 89). También añade a modo de reproche que la película fue “recibida cálidamente por el Partido Comunista Francés”. Estos apuntes merecen ser puntualizados. Primero, Berri subraya negativamente pero no inventa el personaje. Se remite sumariamente a la visión que Zola ofrecía de los grandes dilemas de la AIT y de los inicios del movimiento obrero, y está claro que toma partido por las organizaciones de masas, también que desconfía de los funcionarios sindicales (Pluchart, un liberado que “hacía cinco años que no cogía la lima”) y de los discursos de los políticos profesionales (Etienne), pero igualmente rehúsa cualquier tendencia hacia la violencia justiciera e individual. Segundo, porque, por más paradójico que parezca a los que no le han dado cuerda a su reloj de la historia, lo que quedaba del PCF también recibió cálidamente Tierra y Libertad, un detalle que ilustra una cierta voluntad de distanciamiento de las partes más oscuras de la tradición estaliniana.
A mi juicio, Berri ha logrado ha logrado parcialmente combinar la emoción con la inquietud moral una filmación que pudiera parecer panfletaria en algún momento, o porque la realidad histórica era tan terrible como describe esta película a la que no se le puede negar su categoría de “necesaria”. En definitiva: se trata de una producción muy personal de Claude Berri, en absoluto ajena al éxito internacional de Cyrano de Bergarac, y de El manantial de la colina, ambas protagonizada por un imponente Gerard Depardieu al frente de dos grandes repartos. Un cine “grande” con el que la cinematografía francesa trata de competir y de resistir con sus propias armas los efectos de una mundialización que está acabando con los cines nacionales.
Germinal fue estrenada en Candás, un pueblo asturiano que 60 años antes, había conocido en primer grado la revolución de octubre de 1934. Según contaba el cronista de El País: “Los asistentes a la proyección de Candás, entre los que no faltaron veteranos del movimiento obrero, insumisos, jóvenes ácratas o simplemente cinéfilos atraídos por el tirón de Gerard Depardieu, apenas se movieron en su butaca en las más de dos horas y media de proyección. Devoraron la película de Bern sin pestañear. Las miserias de la familia Maheu que narra el filme atraparon al público desde el primer fotograma. En una impactante cita con la historia, la complicidad de los asistentes se tomó en tímidos aplausos cuando en la pantalla aparecieron las primeras imágenes de la revuelta minera. Una película durísima, sin concesiones, fue la opinión unánime al término de la proyección. Y una conclusión amable de camino al gintonic de madrugada: la minería, que sigue siendo el batallón de enganche del movimiento obrero en Asturias, acaba de asegurarse un futuro laboral negociado por los sindicatos. Menos amable es la evidencia de que secuencias enteras de Germinal son hoy extrapolables a cualquier lugar del mundo donde la gente está condenada al hambre”.
Aparte de Germinal, la más social de todas las adaptaciones de Zola sería la versión de "L'Assommoir" que con el título de Gervaise (Francia, 1955) realizó René Clement en su mejor momento. Fue nominada al Oscar a la Mejor Película Extranjera, y su protagonista, Maria Schell, realizó el mejor trabajo de su discutible carrera por lo que el Festival de Venecia que concedió a la película el Premio de la Crítica, la reconoció como la mejor actriz. Con un guión escrito por el prestigioso Jean Aurenche, Clement se ciñó a la parte de la novela que aborda el drama de una mujer, la pareja de Gervaise Coupea, un trabajador honesto con el que tendrá dos hijos. Ella se desvive, atiende su casa y sus hijos pero también trabaja en una lavandería mientras sueña salir del foso social, algo que está a punto de lograr cuando Gervaise muere sepultado. Gervaise es una de las películas obrerista más interesante de la época. Representa el mejor cine francés imperante antes de la “nouvelle vague”, luego criticado como un cine académico de “qualité française”. Su contenido obrerista y feminista aunque marcados por el fatalismo de Zola. Gervaise no llegó nunca a nuestras pantallas.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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