lunes, agosto 20, 2012

El cine perdido: 2. El juez y el asesino (el caso Bouvier que se llamaba el “anarquista de Dios”)


Bertrand Tavernier es uno de los cineastas más interesantes, y también más comprometidos, del cine francés. Después del mayo del 68, su compromiso con el cine y con las ideas revolucionarias resultan evidente, se ha dicho que a veces demasiado evidentes. De esta época data El juez y el asesino (Le juge et l´assassin, Francia, 1976), que trata del caso de Jean Bouvier, un enfermo mental que se decía “el anarquista de Dios”.
Crítico y director de cine, Tavernier es un hijo renovado y activo del mayo del 68, personaje implicado em la crítica radical a las instituciones y ligado al movimiento trotskista. Su primera película, El relojero de Saint-Paul fue acomedida con entusiasmo, y en una entrevista declaró su deuda con el Claude Autant-Lara de Douce o de La travesía de París: “Lo que me agradaba más de ellos era que no hubiesen esperado el Mayo del 68 para descubrir que era necesario meter elementos político en los films, puntas literarias o anarquistas”. En su cine se manifiesta una inspiración historiográfica renovadora “hacia abajo”, tratando de rastrear las huellas de los acontecimientos no escritos con cuño oficial, y en este sentido resultan reveladoras sus incursiones en la guerra de Argelia (La guerre sans nom), o sobre la “Gran Guerra (Capitán Conan, La vida y nada más). Otra obra suya, Hoy empieza todo, puede presentarse como uno de los alegatos cinematográficos contra el neoliberalismo y la política institucional del PCF.
La película está basada en unos hechos conocidos: los últimos días de Jacques Vacher (llamado Bouvier en la película), un sargento de historial traumático (fue violado por un capellán siendo niño) que ha perdido su plaza por sus ataques de violencia. Es un ser torturado, un verdadero desequilibrado mental. Después de haberse tratado de suicidar, Bouvier (soberbio Michael Galabru) es dado como perfectamente cuerdo por un médico incompetente. Desde entonces, este pobre diablo que en sus crisis místicas se proclama orgullosamente “anarquista de Dios”, y con sus actos pretende “regenerar Francia”. En sus delirios asesina y viola mujeres indefensas. En su pensamiento, el anarquismo es un ideal por el que rechaza toda la vieja sociedad, no va más allá, fue así, y no tiene porque desprenderse de ello una connotación política denigratoria.
En su locura, Bouvier se convertirá en un chivo expiatorio en el altar de una ambiciosa carrera jurídica, la del juez Rousseau (un odioso Philippe Noiret), en este caso perfectamente representativa del orden social reinante. Su captura, permite al juez ocupar el escenario en un momento en que un importante diario católico, La Croix, que se declara “el más anti-judío de Francia”, y en que media Francia considera a Dreyfus culpable por el simple hecho de ser hebreo. Su ejecución pasa igualmente por encima de los problemas médicos, y Bouvier, que no entiende lo que ocurre, se siente traicionado. Al final, Rose (Isabelle Huppert), escamante del juez, aparecerá ocupando una fábrica cercada por la policía, el pueblo ha empezado a caminar colectivamente, una licencia que sería criticada por el filósofo marxista Jacques Ranciere. Este acusó a Tavernier de buscar la complicidad primaria de la izquierda con el recurso del anacronismo.
Al parecer de Porton: “Cualesquiera sean las implicacio­nes foucaultianas de la amalgama que realiza Tavernier, de recreación histórica y efusión de sangre tratada con delicadeza, resulta no poco alarmante escuchar la reiteración que en todo momento hace Bouvier de sus sentimientos anarquis­tas. La más desvergonzada añadidura del insulto a la injuria es probablemente una secuencia en la cual Bouvier masculla unas estrofas líricas escritas por Jules Valles, el novelista anarquista y héroe de la Comuna de París que siguió ejer­ciendo su influencia sobre los radicales durante los acontecimientos de Mayo de 1968. La amplia visión de Valles con respecto a una “libre asociación de ciuda­danos” se hace irreconocible en una película que equipara la locura exagerada y el espíritu del anarquismo. Se supone que consideraremos a este “anarquista de Dios” (como de continuo se llama a sí mismo) animosamen­te trasgresor, en especial cuando el juez burgués (Philip Noiret capta a la per­fección la untuosa pesadez del personaje) que lo persigue con obstinación es menos simpático que su presa homicida. Pero esta cuasi afirmación de un héroe amoral es, en último análisis, más elegante que perspicaz: un encaprichamiento más del intelectual francés con la criminalidad “anarquista” y el encanto de la patología” (Richard Porton, Cine y anarquismo, Barcelona, 2002; 43).
Aunque la película no hace referencia ni a la Comuna ni al “affaire” Dreyfus, es evidente que existen dos sectores enfrentados por motivos sociales y políticos de primer orden. La trama ilustra la idea de Michael Foulcault de que “una sociedad puede ser juzgada por la forma en que trata a sus enfermos mentales”, y Tarvernier no deja pies con cabeza cuando enfoca a la Iglesia, y a las instituciones burguesas. En unas notas finales, anota que, en su locura sin trabas, Bouvier asesinó a quince crisaauras, pero que en el mismo tiempo fallecieron en las minas y en las fábricas 2500 niños y niñas, y subraya: asesinados.
Por otro lado, creemos que Porton se equivoca al de atribuir al novelista revolucionario Jules Valles, el autor de El insurrecto, una filiación anarquista que no tuvo, y cabe ajustar que conceptos como el de “libre asociación de ciudadanos” era lo suficientemente genérico como para encontrarse prácticamente en toda las corrientes socialistas de la época, sin excluir la marxista.) Anotemos que también se ha hablado de “anarquismo” en relación a otra película de Tavernier, Les enfants gatè, Francia, 1977), ambientada en el aquí y ahora francés, y en la que trata de combinar el cine de entretenimiento con el de intervención socia. Se trata de un problema de inquilinos en el que se pone en marcha un proceso asambleario. En resumen, Tavernier es un director a tener en cuenta para toda clase de cine-forum.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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