lunes, julio 30, 2012

CLIO pone a Fidel donde estaba Batista. La banalidad del conformismo



La revista de divulgación histórica Clío (nº 129) convierte Cuba y Habana en alegatos contra “la cara más diabólica de Fidel Castro” cundo se trata de dos películas “cómplices” con la revolución cubana. Todo un ejemplo de la canalización periodística.
El penoso “equívoco” pertenece al apartado “Historia de cine” que lleva el periodista Fausto Fernández, un espacio de divulgación “curiosa”, que este mes aparece dedicada al film El dictador, de reciente estreno. En una primera parte, Fernández ofrece unos someros trazos sobre el film para acabar citando al actor Sacha Baron Cohen cuando declaró: “Las figuras de los dictadores basculan entre el mayor de los ridículos y la mayor de las tragedias. Seguramente, reírnos de ellos, ridiculizarlos, es un mecanismo de defensa ante sus actos cruentos, y también una forma de dejar de verlos con temor, empequeñecerlos como miserables personajillos que son. Si mi dictador parece representar el miedo al mundo musulmán, es porque estamos todavía inmersos en los terrores post 11-S. Pero no es un ataque al integrismo islámico; es un ataque a la into­lerancia venga de donde venga, a lo absurdo que se genera desde la ostentación absolutista del poder".
Bueno, habría mucho que hablar sobre la cuestión. Comenzando porque las dictaduras no caen del cielo, Franco por ejemplo era la quintaesencia de la vieja derecha española amenazada por las exigencias democráticas y sociales de la mayoría trabajadora. Su mediocridad y su maldad ilimitada, se explica en ese contexto. Hitler no habría surdido sin el fracaso de una revolución -traicionada por la socialdemocracia-, y sin la voluntad de la gran industria alemana en un nuevo reparto imperial. También habría que hablar de los que mueven los hilos, así por ejemplo, no se puede hablar de Pinochet o Videla sin hacerlo antes de la Trilateral y del fascismo exterior made in USA, de los que fueron “títeres”. Y aunque Fernández se va por otros senderos, existen testimonios cinematográficos de gran calado, algunos tan conocidos como Desaparecido (Missing, 1982), de costa-Gravas, una pista que nos lleva también a otras experiencias como Z , uno de los títulos más emblemáticos del llamado “cine político”, un término aceptable si se entiende como “cine político comprometido con la izquierda radical”…También están –por supuesto-, los grandes documentales de Patricio Guzmán, y en particular El caso Pinochet (Chile, 2004), que, entre otras cosas, tiene la virtud de señalar con datos abrumadores la conexión Margarte Thatcher, esa señora sobre la que Vargas Llosa dijo una de las frases más repugnantes de su tiempo.
La lista es bastante larga. En las últimas dos décadas, los testimonios sobre las dictaduras y de los parafascismos surgidos como prolongación de la política exterior norteamericana, han sido abundantes. En los años sesenta-setenta, habría que hablar del “cinema novo brasileiro”, y de algunos títulos de Glauber Rocha. Más tarde, los ha habido y buenos sobre Chile, Argentina, Uruguay, pero también sobre Nicaragua, con una cierto número de títulos, algunos tan conocidos como Bajo el fuego (Under Fire, USA, 1983), dirigida por Roger Spottiswoode y protagonizada por Nick Nolte, Gene Hackman, Joanna Cassidy, Jean-Louis Trintignant, en la que se explica el papel de la CIA en la defensa del Somoza, el más famoso de los “hijos de putas” mantenidos por las exigencias de los intereses comerciales y geoestratégicos del Imperio. Pero no hay peligro que el periodista se aleje del estereotipo que actualmente domina en los medios, incluyendo los de divulgación histórica.
Así, el artículo pasa de puntillas sobre los viejos Adolf Hitler, Benito Mussolini o Francisco Franco, mención que, hay que reconocerlo, puede considerarse un detalle. No es precisamente lo habitual, ya sabéis que don Felipe dijo que era un “autoritario”, una clasificación igualmente made in USA. De haber hecho un pequeño alto en el camino, Fernández podría haber encontrado títulos que abordan las conexiones entre el imperio y dichas dictaduras fascistas. Como queremos ser breves, baste mencionar La caja de música (Music Box, USA, 1989), también de Costa-Gavras e interpretada por Jessica Lange, Armin Mueller-Stahl, Frederic Forrest…Dicha conexión es de primer orden también en algunos de los dictadores que Fausto cita como “inspiración de Baron Cohen”, o sea de Sadam Hussein, Gaddafi, Bokassa, Idi Amin”, todos ellos fueron “hijos de puta” que no habrían llegado nunca a dominar los resortes del poder sin el concurso de las multinacionales y de unos militares corruptos. También podría haber mencionado por su vigencia, los ejemplos de Mubarak y Ben Ali, ilustres miembros de la internacional Socialista o del rey de Marruecos que posee la mayor parte del país, y que es “amigo nuestro”.
Su trayecto es corto para llegar al punto en que el artículo nos informa que…”Todo lo que suene a república bananera le ha producido una especial querencia a Hollywood. Incluso antes de que los barbudos revolucionarios cubanos tomaran La Habana, ya fohn Huston mostró algo parecido en Éramos unos desco­nocidos, en la que presentaba unos insurgentes, un comando de mercenarios made in USA y un objetivo: acabar con un presidente villano. En el film no se citaba a Cuba, pero dos más dos son cuatro. Más tarde, largometrajes como Cuba, de Richard Lester, con Sean Connery, y Havana, con Robert Redford, bajo la dirección de Sydney Pollack, mostraron la cara más diabólica de Fidel Castro. En unos términos análogos, la española El caso Galíndez ponía su mirada en el régimen de Trujillo, en la República Dominicana”.
Aunque sea con el texto de un telegrama, una referencia a esta historia tendría que empezar dejando bien sentado lo siguiente: las repúblicas bananeras son colonias inconfesas de los Estados Unidos. No creo que nadie requiera “documentación”, la propia revista lo ha dejado claro cuando ha tratado el tema. En cuanto a Hollywood, habría mucho que hablar. Cierto es que Hollywood fue el mejor defensor del colonialismo británico e incluso francés (en las películas sobre la Legión Extranjera) en sus grandes películas de aventuras, pero también es cierto que se pueden contar un cierto número de “westerns” de exaltación de la revolución mexicana…
En general, Hollywood regio meterse “en política”. El número de títulos sobre las repúblicas bananeras casi se pueden contar con los dedos de una sola mano. Está, ciertamente, Éramos unos desco­nocidos (We Were Strangers, USA, 1949), que no se cuenta entre las grandes de Huston, aunque tiene numerosos puntos de interés, sobre todo porque es representativa de la fiebre democrática, social e internacionalista del Hollywood anterior a la “caza de brujas”, Quizás valga la pena precisar que la trama transcurre bajo tirano (“títere”, naturalmente) Gerardo Machado domina Cuba desde 1925. China (Jennifer Jones), una joven que ha visto cómo asesinaban a su hermano, se une al grupo clandestino al que este pertenecía. Pronto conoce a Tony Fenner (el emblemático John Garfield), un americano recién llegado a Cuba que lucha contra el régimen y que planea la construcción de un túnel en La Habana para acabar con la vida de toda la cúpula política de la isla. También cabría mencionar Crisis (1950), del primer Richard Brooks (que se radicalizará en los sesenta), con Cary Gran y José Ferrer, este último como un dictador bananero, aunque el film, lejos de poner el dedo en la laga de la larga mano del Pentágono, se desliza hacia la actuación ejemplar de un norteamericano en un país extranjero, una plantilla de la que Hollywood abusará hasta la saciedad, incluso en alguna en títulos tan reconocidos como Casablanca…
Casablanca… es el referente incuestionable de las dos películas que según Fausto, se dedican a mostrarnos “la cara más diabólica de Fidel Castro”. La errata es de campeonato. Sobre todo porque evidencia la existencia de un prejuicio banal del autor que da por sentada algo que es, justamente todo lo contrario. O sea que no solamente no ha visto las películas, es que ni tan siquiera ha consultado la extensa información que se puede encontrar poniendo dichos títulos en el Google. A partir de aquí, sería pues demasiado pedirle que conociera la existencia de una abundante y rica filmografía a favor da la revolución cubana (baste como ejemplo, estos días he descubierto una joya desconocida, Soy Cuba, una coproducción cubano-soviética de 1964 dirigida por Mikhail Kalatozov, escrita por Evgeni Etvuchenko, y protagonizada por actores anónimos), y en la que Hollywood realizó también algunas contribuciones como estas Cuba y Havana. Ambas transcurren en el trama final de la dictadura del “hijo de puta” proyanqui Fulgencio Batista, ambas están protagonizadas por dos personajes más cínicos. En Cuba, una de las peores de su autor, Richard Lester, se trata de un mercenario (Sean Connery), que viene a trabajar para el gobierno, en la segunda, Havana, mucho más interesante, se trata de un jugador (Robert Redford), que acaban tomando partido. No tanto porque asuman convicciones revolucionarias, sino porque ambos se enamoran de dos revolucionarias (Broke Adams y una magnífica Lena Hollín).
La segunda, el equipo tuvo que trasladarse a la República Dominicana por la tajante negativa de la Administración Reagan a que una producción estadounidense entrara en territorio cubano, la película se beneficia de la siempre fructífera colaboración entre Sidny Pollack (un visitante bastante habitual de Cuba) y Redford, cuenta además con la espléndida banda sonora de Dave Grusin, con una ambientación de premio amén de un plantel de actores de primera entre los que sobresalen Raúl Julia y Alan Arkin. Por cierto, este último es el protagonista de una muy interesante comedia, Papi (Popi, USA, 1969), una de las mejores del habitualmente infame Arthur Hiller (el perpetrador de Love Story), en la que Arkin encarna a a Abraham Rodríguez, un puertorriqueño viudo que vive en Harlem (Nueva York), la vida es una lucha diaria para pagar el alquiler de un miserable apartamento y alimentar a sus hijos. Su sueño es conquistar un futuro mejor para los niños, pero eso es casi imposible, hasta que se le ocurre una idea: hacerse pasar por un anticastrista, y llegar con un bote hasta Miami diciendo que viene de Cuba, lo que además de evitarle problemas con emigración le permitirá ascender socialmente. De hecho, la lista de películas norteamericanas que denuncian la dictadura de Batista, o que apuntan de una manera constructiva la actuación del régimen es escaso, pero de peso. Recordemos por ejemplo El Padrino II (1974), o El precio del poder. Scarface (USA, 1983), sobre todo en lo que se refiere a la conexión entre los grandes negocios y el hampa en la isla.
Este tipo de manipulaciones suelen ser habituales en la Red, así por ejemplo, no es extraño encontrar ejemplos como el de El año que vivimos peligrosamente, con comentarios que hablan de “tentativas de subversión marxista” donde tuvo lugar un golpe de estado militar, el de Suharto, que costó la vida al menos medio millón de campesinos y trabajadores “comunistas” (ver mi artículo: 1965: Franco en Yakarta. El trasfondo de El año que vivimos peligrosamente, en Kaos). Pero no lo son tanto en revista de historia, al menos en Clío. Pero la banalidad nos vade, ¿Qué más da?...
Existen por supuesto, numerosas críticas desde la propia Cuba, también se dan desde la izquierda marxista y libertaria, y hay un cine también que pueden considerarse contribuciones poderosas, por ejemplos algunas de las películas de Gutiérrez Alea. Y claro, abundan los alegatos contrarrevolucionarios. Sin embargo, exceptuando quizás un producto tan de “guerra fría” como Topaz (USA, 1969), de lo peor de don Alfredo, y en la que la CIA son los buenos y los barbudos unos meros sicarios de Moscú. En realidad, no se puede hablar de producciones dignas de mención, de títulos que, cuanto menos, alcancen el de Cuba y Havana, sobre todo de segunda. o de quinta categoría. Títulos de serie C de “hazañas bélicas” con fétidos imitadores de Rambo o como Operación Dalila (España-USA, 1967), de Luís del Arco, y en la que una Dalila moderna (Gia Scala), le sustrae el secreto de su fuerza un sansón barbudo que no puede ser otro que Fidel (Enrique Guitart), logrando con su belleza y unas tijeras lo que la CIA no ha logrado. Menos mal que sale José Isbert…claro que es mejor que La ciudad perdida (2005), dirigida e interpretada por el lamentable Andy García.
Y dicho todo esto, cabría lamentar que una revista que se pretende seria no cuide un poco más sus colaboradores

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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