miércoles, febrero 22, 2012

Charles Chaplin subversivo


La prensa ha ofrecido estos días una información sobre como a Charles Chaplin no se le permitió volver a los Estados Unidos en 1952. Se trata de unos capítulos de la famosa “caza de brujas” a la que Joe MacCarthy le dio nombre cuando en realidad se trataba de una política de Estado. El “zar” del FBI, el siniestro Edgar Hoover, rememorado oscuramente estos días en una película de Clint Eastwood con Leonardo diCaprio, trató entonces de implicar a los servicios secretos británicos como parte de un “internacionalismo” activo y reaccionario. Ahora se presenta todo este asunto como una trama estúpida, que lo era. Pero también era parte de un plan de largo alcance que, aunque tuvo su mayor protagonismo en Hollywood, estaba destinado a descabezar al movimiento obrero de tal manera que hasta la socialdemocracia más moderada pudiera ser tachada de “comunista”, una tragedia americana que también hemos visto aquí donde nos hemos quedado con una empresa llamada PSOE que no está a la izquierda del partido demócrata, quizás al contrario. No es otra cosa lo que los grandes medios están diciendo sobre Obama, una acusación o menos estúpida pero tampoco menos eficaz…
Hoover parecía obsesionado por encontrar la prueba de una militancia comunista en “Charlot”, instó a que se investigara si había pertenecido al partido comunista en su juventud, algo descabellado pero que le habría servido para crear un juego para amedrentar a todos aquellos que hubieran tenido algún tipo de militancia, ya que lo de “comunista” servía por igual para socialistas, anarquistas, o simplemente liberales o radicales de izquierda, de todo lo cual se podía culpar al autor “El gran dictador”, una película que aquí tardamos décadas y décadas en poder disfrutar. En respuesta, Chaplin realizó una película, “Un rey en Nueva York”, obra filmada en 1957 perteneciente a su declive, pero en la que todavía brilla parte de su talento en una sátira que era además un alegato a favor de la igual y la libertad como dos caras de una misma moneda. Aunque nunca se le pudo probar ninguna militancia específica, lo cierto es que Chaplin ya no pudo volver a los Estados Unidos –se le dio el Oscar postmortem-, pero tampoco quiso quedarse en Gran Bretaña, y pasó los últimos años de su vida en Suiza.
En la obra de Chaplin, incluyendo la más conocida, siempre latía un filo más o menos subversivo, la policía era objeto de escarnio lo mismo que los señores del dinero, y se puede decir que ponía el mundo al revés. Su cine permite una zona abierta mucho más difusa en el que los artistas pueden transitar con temáticas de rechazo, e incluso proponiendo alternativas siempre que estén llevados por una ambigüedad, ambigüedad que le permite burlar a la censura; ya lo dijo Alexander Herzen, la risa de Voltaire sería a la postre mucho más subversiva que los tratados de Rousseau. El dibujante Quino captaba esta ambigüedad en una viñeta en que describía la famosa escena de cena de los zapatos en “La quimera del oro”: mientras que en la preferencia todos reían, en el gallinero todos lloraban.
También lo vio Darío Fo cuando escribía que Chaplin ve “todavía más rabia. E insulto a la gran trampa del capital: `Tengan paciencia, sean buenos, todos podrán un día tener fortuna. La fortuna es la gran madre de esta sociedad que nos hace a todos iguales´. Esa interminable caravana que se dirige hacia la `esperanza´, hacia la riqueza, hacia el sueño. La historia individual es en cambio la historia de cientos y cientos de angustias, de dificultades, de violencias sufridas, de manera que se puede hablar de una respuesta “libertaria” a la mitología del sueño burgués “americano”. La lista sería prolija. Habría que hablar también de muchas de Charles Chaplin como “Tiempos modernos” (magistral descripción del “taylorismo”) o “El gran dictador”, disfrutada por generaciones de obreros rebeldes a la automatización que, como los infelices protagonistas, sueñan con unos horizontes no muy diferentes a los que proclamaba en la última el inmortal barbero judío, el anti-Hinkel” (La rabia de Charlot, reproducido en diversas páginas electrónicas). Fo recuerda que, entre otras cosas, Charlot fue definido como un “anarquista lírico”. Quizás sea esta una manera de calificar una cierta tendencia próxima al ideal anarquista, y que logra expresarse mediante alegorías y vericuetos muy diversos, sobre todo a través del humor, por ejemplo, satirizando el autoritarismo y el egoísmo propietario.
Chaplin no era comunista, pero admiraba y respetaba profundamente la lucha que el pueblo ruso había protagonizada contra la peste parda, y lo mismo de Einstein, Bertrand Russell, y tantos otros, sabía que el gran dinero y el militarismo eran los peores enemigos que tenía la humanidad. Una humanidad que el veía a travé4s de los ojos de los últimos, de los humillados y ofendidos que sobrevivían a las guerras, tenían que emigrar en condiciones infrahumanas, y trabajar hasta la extenuación para garantizar los beneficios de los que tienen el dinero y poseen los medios para corromper.
De todo esto se tendría que desprender un mensaje; chicos, ved las películas de Charles Chaplin, y sí es posible, vedla colectivamente para poder hablar de ellas.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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