domingo, julio 17, 2011

Deporte, política y hegemonía: el caso de las olimpiadas de Berlín


De cómo la ideología dominante puede hacer que una opinión sobre un asunto sea mezclar política y deporte y la contraria respecto a ese mismo tema sea simplemente normalidad.

En 1936 la organización de los Juegos Olímpicos correspondía a Berlín, capital de la Alemania nazi. Para hablar de esto hemos de situarnos en un contexto histórico en el que Hitler no era visto como hoy en día. Eran muchos en todo el mundo los que aun no siendo nazis simpatizaban con él: desde políticos derechistas hasta grandes empresarios aceptaban aquellas leyes represoras y racistas a cambio de frenar al movimiento obrero y de hacer grandes negocios.
Hitler no pensaba dejar pasar la oportunidad y quería aprovechar los Juegos Olímpicos para mostrar al mundo el ejemplo del sistema nacionalsocialista, la superioridad de la supuesta raza aria, y sobre todo ofrecer la visión de Alemania como un país más, con sus problemas como cualquier otro lugar, pero un país más.
Precisamente esa era la justificación del Comité Olímpico Internacional para que el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán (NSDAP) organizase estos juegos: Alemania era un país del mundo más y quienes se oponían a sus Olimpiadas estaban mezclando deporte y política. Sí, porque también hubo oposición.
Miles de deportistas, ya fuesen judíos, exiliados políticos, sindicalistas o simplemente deportistas con algo de conciencia, rechazaron esas Olimpiadas. Como consecuencia de esta situación surgió una iniciativa muy lógica: si no queremos sus JJ OO construyamos los nuestros.
A partir de asociaciones deportivas obreras, sindicales y comités formados para la ocasión a lo largo de Europa, se organizaron unos Juegos paralelos denominados Olimpiadas Populares. Serían en Barcelona en las mismas fechas, contando con el apoyo de los gobiernos de las repúblicas española y francesa y de la Generalitat Catalana.
Y llegó el día a Barcelona, llegó el 19 de julio al estadio de Montjuïc, pero allí no estaban los miles de folcloristas y deportistas que debían inaugurar las Olimpiadas Populares. En vez de bellos acordes y coreografías lo único que se escuchó fueron los primeros disparos de la sublevación fascista. El enfrentamiento entre el modelo capitalista de los nazis y del olimpismo oficial y el del deporte popular de las Olimpiadas Obreras no se pudo librar en los terrenos deportivos. Pero sí se libró en otros frentes.
Algunos de esos miles de deportistas que tomaron una gran decisión política al viajar desde Francia, la URSS, EE UU o el norte de África tomaron otra decisión más importante aún: cambiaron el balón por el fusil y la pista de atletismo por la trinchera, convirtiéndose así, casi por accidente, en los primeros brigadistas internacionales.
Días después, el 1 de agosto, comenzaban en Alemania los Juegos Olímpicos nazis. Por el Estadio Olímpico de Berlín y rodeados de esvásticas desfilaron todas las delegaciones deportivas oficiales enviadas por cada Estado. Quienes acusaban a las Olimpiadas Obreras de mezclar deporte y política saludaban brazo en alto a Hitler sin ruborizarse. Por cortesía, claro, eso era lo natural.
Mientras, los que semanas antes habían “ultrajado” al olimpismo manchándolo con política daban su vida luchando contra el fascismo en España.

Pregunta trampa

El deporte, al igual que cualquier otra parte de la sociedad, está completamente influido por la política. ¿Es deseable mezclar deporte y política? La pregunta tiene trampa: el deporte ya es política. Que los equipos de fútbol sean Sociedades Anónimas Deportivas, que los sueldos de muchos deportistas sean millonarios, que los equipos de baloncesto lleven por nombre una empresa… eso es tan política como proponer lo contrario.
El problema es que la ideología hegemónica nos ofrece un concepto de política según el cual política sólo son las posiciones y opiniones opuestas a las dominantes. Que el futbolista catalán Oleguer Presas se manifestase contra la Constitución Europea era mezclar deporte y política, pero que otros deportistas la apoyasen no lo era, simplemente era lo lógico.
Son posiciones ideológicas con las que nos bombardean mediáticamente de tal forma que consiguen crear una falsa sensación de consenso absoluto, y así, su ideología deja de ser política para ser normalidad. Ése es el verdadero triunfo, la hegemonía cultural, convencernos de que lo que ellos proponen está despolitizado, es simplemente sentido común, a diferencia de nosotros que mezclamos todo con la dichosa política.
Para evitar reticencias Goebbels prometió al resto de países que en los Juegos Olímpicos y durante su preparación no iba a haber ningún mitin nazi para evitar mezclar deporte y política. ¿Para qué lo necesitaba? Los propios Juegos y la normalidad con que se permitió que se desarrollasen fueron el mejor mitin.

Iñigo A.R
Publicado en Diagonal, periódico quincenal de actualidad crítica, nº 154.

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