lunes, junio 13, 2011

Objetivo del imperialismo británico: asesinar a Lenin


Aunque si nos atenemos a una cierta historia, el imperio británico es antes que cualquier otra cosa, una democracia, y que por lo tanto, hagan lo que hagan sus gobiernos, están fuera de toda sospecha, los hechos nos dicen cosas muy distintas.
Esta falsedad tiene una importancia central en toda la historia revolucionaria rusa, de entrada, fue el imperio británico el que, al tener financieramente cogido por su partes al zarismo, obligó a este a emplear su ejército como carne de cañón en el curso de la “Gran Guerra”…un desastre que acabaría facilitando el camino de la revolución de febrero, y luego de la de Octubre. Pero la cosa no terminó aquí, ni mucho menos. Sin la intervención del Imperio, los ejércitos contrarrevolucionarios nunca se habrían recompuesto, de manera que la guerra civil que acabó dejando al país en el abismo fue, en gran medida, parte de una actividad “contra”, un primer ejemplo de una planteamiento estratégico que el imperialismo priorizaría contra todas las restantes tentativas revolucionarias hasta fechas bien recientes, anotemos sin más el papel de la “contra” en la crisis social centroamericana o en las antiguas colonias portuguesas.
En el contexto que sigue al tratado de Brest-Litovsk, el imperialismo británico, alentó especialmente a los sectores del partido eserista derivado de los antiguos populistas, y su larga mano estuvo cercana de los asesinatos de los comisarios del pueblo Uristki y Volodarski, abatidos por las balas terroristas, así como de los atentado perpetrados contra Trotsky y el más célebre de Fanny Kaplan contra Lenin…
Estos detalles que se suelen perder en las mesas de los historiadores que saben que su éxito profesional depende mucho de su capacidad en desligitimar la revolución,, han sacado la cabeza a través de un documento descubierto por el “cold warrior” moderno, Robert Service que en los últimos años ha pugnado por hacernos olvidar los ciclópeos trabajos de autores como Isaac Deutscher y E.H. Carr y ocupar su lugar en el entramado de la agitación y la propaganda académica impuesta por la restauración conservadora llamada neoliberal. Informaciones aparecidas en la BBC y en el Dayh Mail, que nos llevan a 1918, cuando los bolcheviques negociaron con Alemania una paz separada.
Al parecer existen documentos que prueban que el gobierno británico quiso impedirlo ejecutando a Lenin y un agente, Robert Bruce Lockhart, laboró allí para derribar al gobierno e instaurar otro que diera marcha atrás. Lo hizo en colaboración con otro espía, Sydney Reilly, contactando con un opositor a los bolcheviques, el antiguo terrorista populista y en 1918 ligado a la derecha liberal, Boris Savinkov, que planteó asesinar sus líderes. El ministro inglés Lord Curzón ratificó el plan: “Los métodos de Savinkov son drástico, aunque si tienen éxito serán probablemente efectivos”, escribió. Lenin sufrió un atentado en verano víctima de los disparos de una mujer y la policía rusa detuvo a Lockhart. Éste confesó el plan, pero partió de Rusia con un canje de prisioneros y en Lockhart 1932 publicó Memorias de un agente británico y negó su implicación en el asunto (lo atribuyó a Reilly).
Según estas informaciones, Service ha encontrado una carta del hijo de Lockhart en un archivo estadounidense que afirma que su padre “dio su apoyo activo al movimiento contrarrevolucionario con el cual Reilly estaba trabajando”. Pero Service afirma que solo se clarificará el asunto si se accede a archivos de Gran Bretaña, algo imposible porque su ejecutivo quiere proyectar la imagen de que no se ha implicado nunca en subvertir gobiernos extranjeros, lo que para Service es falso: “Los británicos no siempre han jugado limpio. Se han ensuciado como el resto”. Estas es una manera muy benévola de contar la historia, por mucho menos Lenin –defender la revolución a sangre y fuego- es presentado como un tirano sediento de sangre, y como el maestro de un Stalin cuyas actividades genocidas se desarrollan especialmente entre 1932 y 1940, y están centrada ante todo en la represión de la disidencia comunista.
Curiosamente, resulta que el conocido cineasta Michael Curtiz había realizado en 1934 una adaptación cinematográfica de las memorias del agente británico, quien por supuesto, narra los hechos como si se tratase de una aventura en la que le tocaba el papel de galán. La película se llamós El agente británico (British agent), y fue una producción de la Warner. El guión sigue la historia contada por Robert Hamilton Bruce Lokhart, que es representado como un auténtico agente al más alto nivel que había prestado sus servicios a la coalición antibolchevique, y que ya entonces fue acusado de de estar detrás del atentado eserista contra Lenin. Lokhart fue finalmente excarcelado a cambio de varios oficiales soviéticos que estaban en manos de los británicos, aunque antes fue juzgado y sentenciado a una muerte que quedó pendiente. Pero el caso es que de esta obra se creó una variación en la que no faltaba un romance, aunque la mayor curiosidad fue la aparición de varios personajes del momento, entre ellos Lenin (Tenen Holst) y Trotsky (encarnado por el versátil J. Carroll Naish), en tanto que Lokhart tuvo el rostro del carismático Leslie Howard, un actor y cineasta de notable personalidad, así como un aventurero que falleció al inicio de la II Guerra Mundial en el curso de una misión secreta…Sin ser una película política en sentido estricto, El agente británico no ofrecía ninguna duda sobre quienes eran los buenos. Evidentemente, Curtiz ya había olvidado por entonces su destacado papel en la revolución húngara de 1918.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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