miércoles, abril 20, 2011

Breve retrato de Ferdinand Lassalle (con una carta de Engels sobre sus ideas)


Se ha podido calificar a Ferdinand Lasalle (Breslau,1825-Ginebra, 1864) de «aristócrata sans culotte», como alguien hizo con Saint-­Simon. Aunque su origen no fue noble, al lado del Lasalle agitador, teórico y organizador del movimiento obrero, exis­tió el Lasalle amigo de la Bolsa, del «gran mundo» y un amante digno de una buena novela romántica.
Nació en una humilde familia judía (se cambió el apellido Lasas para ocultar esto), destaca como brillante discípulo de la escuela hegeliana, como dirigente de la revolución de 1848 y anima el comienzo organizado del movimiento obrero alemán en el que dejará una marca indeleble. Después de sus equívocas relaciones con Bismarck, muere en un desafío ante un joven valaco con el que se había batido por el amor de una muchacha de 17 años. De su formación hegeliana depende en gran medida la evolución de sus concepciones políticas. Mientras que su amigo Marx entendía que había que poner a Hegel boca abajo, Lasalle hace una lectura del maestro más al pie de la letra. Esto se contradice con su vocación revolucionaria, pero la contradicción resulta ser una constante en los socia­listas del 48, junto con Fichte, Lasalle es un adalid de una especie de un temprano socialismo nacionalista, estatalista y autoritario. «El Estado, decía, debe de ser el órgano de la emancipación de los trabajadores, pues, es el órgano visible de la concien­cia colectiva creadora de derechos nuevos y cuyos fines esenciales son: desarrollar la libertad y realizar la solida­ridad». Lasalle vincula el formalismo hegeliano con los trabajadores, en los que encuentra el agente de una revo­lución que significará una síntesis entre la Igualdad, la Democracia, el Estado y la unidad nacional alemana.
La proyección de su ideario la realizó Lasalle tras los acontecimientos del 48. Tenía desarrollados sus fundamentos, y la cobardía de la burguesía le reafirma en sus concepciones socialistas. Al salir de la cárcel -había sido encarce­lado durante las jornadas revolucionarias- se convierte en el principal organizador del movimiento obrero en el interior, llegando en 1863 a proclamar en el Congreso de Leipzig, la Unión de los Obreros alemanes, que estructura su programa tomando como referencia las ideas de Louis Blanc. La Unión rechazaba el «sufragio universal como base del derecho al trabajo», pero asumía la reivindicación de los «talleres nacionales».
Una idea original de Lasalle, la llamada «ley de bronce», era aceptada. Se entendía con ella que los salarios estarían siempre en el capitalismo bajo el signo de los vaivenes del nivel de vida y que dependerían más de la oferta y la demanda que de las luchas obreras. Es por ello que Lasalle polemiza contra Schulze-Delitzh, que abogaba por el establecimiento de sindicatos de crédito voluntario y sociedades cooperativas desde la perspectiva de un liberalismo impregnado de proudhonismo, y contra Marx, del que por cierto, se pretendía su discípulo. Marx le achacaba, entre otras cosas, el no situar el nivel de subsistencia dentro del marco coyuntural del desarrollo capitalista y no comprender cómo era necesaria una parte de la plusvalía, incluso bajo el socialismo.
Consideraba Marx que su consigna de «producto íntegro del trabajo» era demagógica y utópica. No obstante, a pesar de todas estas críticas, no hay la menor duda que Lasalle fue un revolucionario sí lo compa­ramos con Blanc. Criticaba el carácter formal de la revolu­ción burguesa y se afirmaba en la creencia de que era nece­saria una revolución anticapitalista, aunque no entró jamás en las vías precisas sobre cómo, con quién y cuándo se podría realizar dicha revolución. Lasalle esperaba y creía que los factores externos -la guerra por ejemplo, permitirían la «revolución política nacional», que empero hacía depender de los trabajadores. La unidad alemana, decía, «sólo será efectiva sí es condu­cida por un partido de los trabajadores, fuerte y con con­ciencia de clase». Se contrapone a Marx que veía a la bur­guesía interesada en la unidad alemana pues esto favorece­ría la concentración de capital y la extensión de los mercados, mientras que para Lasalle la burguesía era totalmente incapaz de abordar esta tarea. Fuera de los trabajadores, llegó a decir, sólo existe una masa reaccionaria.
Por este camino, Lasalle llega hasta Bismarck, contra el cual se había pronunciado constantemente. Lo había tratado de «junker reaccionario del cual sólo pueden esperarse me­didas reaccionarias, de elemento que hará sonar su espada para conseguir el presupuesto militar bajo pretexto de que la guerra es inminente». Cuando el canciller mostró su voluntad reformista se dirigió a Lasalle --también lo hizo con Marx sin resultados--, considerando el rechazo mutuo del liberalismo burgués. Las convergencias las señala Carr: «...ambos comprendían que la política significa poder, y que tendrían que medir sus fuerzas respectivas en los mismos términos. La aventura no progresó, por cambio táctico del canciller y la desconfianza de Lasalle, al poco tiempo el líder militar promulgaba las leyes contra los socialistas y com­prendían en ella a los seguidores de Lasalle... ninguno de ellos había dejado de luchar y estos "contactos" se mantu­vieron al margen de la organización obrera».
Otro terreno en el que Lasalle alcanzó notoriedad fue en el de las leyes. Su carrera de abogado resultó fulgurante, aunque se confunde en parte con los procesos que mantuvo contra el marido de su amante, la condesa Sofia Von Hatz­feld, que tenía veinte años más que él. Este escándalo se politizó, mientras que el marido ultrajado atrajo las sim­patías de la reacción, el abogado revolucionario y la condesa romántica ganaron las de la gente progresista. Alguien es­cribió que «Lasalle ha sido el gran jurista del socialismo como Marx ha sido el economista genial», aunque lo rigu­roso es que las aportaciones de Lasalle, tal como se mues­tra en obras como ¿Qué es la Constitución? (traducida por Wenceslao Roces y que ha tenido varias ediciones, la última que yo sepa fue en Ariel, Bar­celona, 1976, con prólogo de Eliseo Aja). en la que La idea del sufragio universal directo ejerció una innegable atracción entre los trabajadores alemanes, que se movilizaron a través de su asociación por creer que con el voto podrían controlar el Estado de acuerdo con sus intereses de clase. Otras obras suyas son Heráclito el oscuro (1857) y Sistema de derechos adquiridos (1861).
Las ideas de Lasalle fueron continuadas por la Unión, y por su sucesor Schweitzer que encabezó la unificación con los marxistas a través del famoso Programa de Gotha que Marx criticó tan duramente. En la experiencia concreta am­bas formaciones habían tomado posiciones muy distintas. El caso más conocido fue con ocasión del voto sobre los créditos de guerra en el Reigstag para la guerra franco-pru­siana. Su famosa biografía es­crita por James Meredith permanece inédita en castellano. Ver también Carr (E. H.), Estudios sobre la revolución (Alianza, Madrid. La crítica marxista fue expuesta por Marx en su famosa Crítica del Programa de Gotha (1875).

Anexo: Carta de Engels a Karl Kautsky sobre Lassalle.

Londres, 23 de febrero de 1891.

Querido Kautsky:

Habrás recibido mi apresurada felicitación de anteayer. Volvamos, pues, ahora a nuestro asunto, a la carta de Marx.
El temor de que proporcionase un arma a los adversarios, era infundado. Insinuaciones malignas pueden ser vertidas contra todos y contra todo, pero, en conjunto, la impresión que produjo entre los adversarios fue de completa perplejidad ante esta implacable autocrítica, y el sentimiento de ¡qué fuerza interior debe tener un partido para poder permitirse tales lujos! Esto es lo que se deduce de los periódicos de los adversarios que me has enviado (¡muchas gracias!) y de los que han llegado a mis manos por otros conductos. Y, francamente hablando, ésta fue la intención con que yo publiqué el documento. No ignoraba yo que en algunos sitios iba a producir, en el primer instante, mucha desazón, pero esto era inevitable, y el contenido del documento pesó en mí más que otras consideraciones. Sabía que el partido era sobradamente fuerte para aguantarlo y calculé que también ahora aguantaría aquel lenguaje franco, empleado hace quince años, y que se señalaría con justificado orgullo esta prueba de fuerza y se diría: ¿qué partido puede atreverse a hacer otro tanto? Pero el decirlo se ha dejado a cargo de los "Arbeiter Zeitung" de Sajonia y de Viena y del "Züricher Post".
Es magnífico de tu parte el que cargues con la responsabilidad de publicarlo en el número 21 de la "Neue Zeit", pero no olvides que el primer empujón lo di yo, poniéndote, además, por decirlo así, entre la espada y la pared. Por eso recabo para mí la principal responsabilidad. En cuanto a los detalles, sobre esto siempre se pueden tener diversos criterios. He tachado y cambiado todas aquellas cosas a las que tú y Dietz habíais puesto reparos, y si Dietz hubiese señalado más lugares, yo hubiera procurado, dentro de lo posible, ser transigente; siempre os he dado pruebas de ello. Pero, en cuanto a lo esencial, yo tenía el deber de dar publicidad a la cosa, ya que se ponía a debate el programa. Y con mayor motivo después del informe de Liebknecht en Halle, en el que éste, por una parte, utilizó sin escrúpulos extractos del documento como si fuesen suyos, y por otra, lo combatió sin nombrarlo. Marx habría opuesto indispensablemente a semejante versión el original, y yo estaba obligado a hacer lo mismo. Desgraciadamente, entonces no tenía aún el documento, que encontré mucho más tarde, después de larga búsqueda.
Dices que Bebel te escribe que la forma en Marx trata a Lassalle les ha puesto mala sangre a los viejos lassalleanos. Es posible. La gente no conocía la verdadera historia, y no estuvo mal explicársela. Yo no tengo la culpa de que esa gente ignorase que Lassalle debía toda su personalidad al hecho de que Marx le permitió, durante muchos años, adornarse con los frutos de sus investigaciones como si fuesen de él, dejándole además que las tergiversase por falta de preparación en materia de Economía. Pero yo soy el albacea literario de Marx, y esto me impone mis deberes.
Lassalle ha pasado a la historia desde hace 26 años. Y si, mientras estuvo vigente la ley de excepción, la crítica histórica le dejó tanquilo, ya va siendo, por fin, hora de que vuelva por sus fueros y se ponga en claro la posición de Lassalle respecto a Marx. La leyenda que envuelve y glorifica la verdadera figura de Lassalle no puede convertirse en artículo de fe para el partido. Por mucho que se quieran destacar los méritos de Lassalle en el movimiento, su papel histórico dentro de él sigue siendo un papel doble.
Al socialista Lassalle le sigue como la sombra al cuerpo el demagogo Lassalle. Por detrás del agitador y organizador Lassalle, asoma el abogado que dirige el proceso de la Hatzfeldt: el mismo cinismo en cuanto a la elección de los medios y la misma predilección por rodearse de gentes turbias y corrompidas, que sólo se utilizan o se desechan como simples instrumentos. Hasta 1862 fue, en su actuación práctica, un demócrata vulgar específicamente prusiano con marcadas inclinaciones bonapartistas (precisamente acabo de releer sus cartas a Marx); luego cambió súbitamente por razones puramente personales y comenzó sus campañas de agitación; y no habían transcurrido dos años, cuando propugnaba que los obreros debían tomar partido por la monarquía contra la burguesía, y se enzarzó en tales intrigas con Bismarck, afín a él en carácter, que forzosamente le habrían conducido a traicionar de hecho el movimiento si, por suerte para él, no le hubiesen pegado un tiro a tiempo. En sus escritos de agitación, las verdades que tomó de Marx están tan embrolladas con sus propias lucubraciones, generalmente falsas, que resulta difícil separar unas cosas de otras. El sector obrero que se siente herido por el juicio de Marx, sólo conoce de Lassalle sus dos años de agitación, y, además, vistos de color de rosa. Pero la crítica histórica no puede prosternarse eternamente ante tales prejuicios. Para mí, era un deber descubrir de una vez las verdaderas relaciones entre Marx y Lassalle. Ya está hecho. Con esto puedo contentarme, por el momento. Además, yo mismo tengo ahora otras cosas que hacer. Y el implacable juicio de Marx sobre Lassalle, ya publicado, se encargará por sí solo de surtir su efecto e infundir ánimos a otros. Pero, si me viese obligado a ello, no tendría más remedio que acabar de una vez para siempre con la leyenda de Lassalle.
Tiene gracia el que en la minoría hayan aparecido voces que exigen se imponga una censura a "Neue Zeit". ¿Es el fantasma de la dictadura de la minoría del tiempo de la ley contra los socialistas (dictadura necesaria y magníficamente dirigida entonces), o son recuerdos de la difunta organización cuartelera de von Schweitzer? Es, en verdad, una idea genial pensar en someter la ciencia socialista alemana, después de haberla liberado de la ley contra los socialistas de Bismarck, a una nueva ley antisocialista que habrían de fabricar y poner en ejecución las propias autoridades del Partido Socialdemócrata. Por lo demás, la propia naturaleza ha dispuesto que los árboles no crezcan hasta el cielo.
El artículo del "Vorwärts" no me inquieta mucho. Esperaré a que Liebknecht relate a su manera lo ocurrido, y después contestaré a ambos en el tono más amistoso posible. Habrá que corregir algunas inexactitudes del artículo del "Vorwärts" (por ejemplo, la de que nosotros no queríamos la unificación, que los acontecimientos han venido a probar que Marx no estaba en lo cierto, etc.); también habrá que confirmar algunas cosas evidentes. Con esta respuesta pienso dar por terminado, en cuanto a mí, el debate, caso de que nuevos ataques o afirmaciones inexactas no me obliguen a dar nuevos pasos.
Dile a Dietz que estoy trabajando en la nueva edición del "Origen". Pero hoy me escribe Fischer que quiere ¡tres prólogos nuevos!.

Tuyo, F. E.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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