miércoles, febrero 09, 2011

Algunas notas sobre la historia del cine egipcio


Con estas notas trató de ofrecer algunas pistas sobre la importante historia del cine egipcio que alcanzó su cima en la época nasseriana, para caer después en la mediocridad. Están tomadas de diversas enciclopedias sin que el autor haya podido ver más que alguna película que otra, sobre todo de su cineasta más reputado, Yasser Chahine. El cine en Egipto ha sido un fenómeno de masas, y en su filmografía se distinguen obras importantes, aunque se pueden contar con los dedos de las manos las que se han estrenado por aquí. Quizás ahora, cuando el pueblo liderada por la juventud se ha puesto en el primer plano de la historia, que es posible que nos fijemos un poco más que en el historial arqueológico de este singular país. Los especialistas hacen notar que el cine egipcio ejerció en sus mejores momentos una gran influencia. Sin embargo, su legada entre nosotros ha sido muy menor en relación a las cinematografías como la hindú o la china, y habría que pensar si ello es indicativo de un mayor prejuicio contra la cultura árabe.
La única excepción se refiere actor Michel Shalhoud, mucho más conocido como Omar Shariff (Alejandría, 1932), nacido en una familia sirio-libanesa, “descubierto” por David Lean en Lawrence de Arabia (1962), que le reportó un Oscar al Mejor Actor Secundario, y que le “consagró” con Doctor Zivago (1964). En cambio se ignora que Omar hizo sus primeros papeles de la mano de Chahine, en su mayoría junto con la actriz Fâta Hamâna, con la que se casó. Pasó a ser un galán de moda en Egipto y llegó a protagonizar hasta 18 títulos. Anotemos que la carrera occidental de Shariff estaría marcada por su casi legendaria devoción por el bridge, con una filmografía repleta de desastres (la más importante sin duda sería el Che, trabajo por el propio actor ha llegado a pedir perdón) y mediocridades de las que se pueden salvar algunas excepciones, a veces poco valoradas, como Orgullo de estirpe (John Frankenheimer, 1971), El enigma se llama Juggernaut (Richard Lester, 1974), eso sin olvidar algunos de sus últimos papeles como venerable anciano.
Pero nuestra ignorancia no implica que no haya un cine egipcio importante, y con una historia con capítulos importantes. El cine llegó a Alejandría tempranamente, en 1896 se llevó a cabo la primera proyección de las películas de los hermanos Lumière, un año más tarde que en París. Un año después, el magrebí de apellido Mesguisch (antiguo operador de los Lumière) ya filmaba y exhibía cortos documentales en la misma ciudad de Alejandría, que junto con El Cairo, se convertiría en el centro de difusión y sede de una cinematografía activa en la que destacó Mohamed Bayoumi quien, durante diez años, luego de 1923, intentó varios géneros, como el noticiario y el corto de ficción. En esta primera etapa, los italianos Osato y Larizzi filmaron algunos filmes de ficción con actores árabes y temáticas legendarias e históricas, aunque llama la atención la poca atención sobre los temas relacionados con su antiquísima historia y cultura, y que tanta fascinación ejercía sobre el “orientalismo” occidental. En esta época, así como en el periodo posterior, apenas si se producen filmes que se asomen a la época faraónica que estaba convirtiendo al país en uno de los centros turísticos internacionales.
Si resulta curioso que, por más que el ambiente era de una profunda misoginia ambiente, se an casos de mujeres realizadoras, y se cita el caso de Aziza Amir, que fue la directora, productora y protagonista de Leila, 1927, según algunas fuentes, el primer largometraje nacional de ficción. Esta película Leila tuvo un éxito extraordinario y confirmó la existencia del cine nacional, además de que constituyó el primer paso de esta directora, cuya carrera se prolongó hasta principios de los años cincuenta. A lo largo de los años treinta, el cine egipcio explota la popularidad de la canción sentimental. Películas como La rosa blanca (1933), de Mohamed Karim, conquistan al público. En 1935 se crea el estudio Misr, primer estudio cinematográfico moderno y completo no solo de Egipto, sino también de Oriente Medio y de África. El estudio Misr fue creado por Talaat Harb, administrador del primer banco totalmente egipcio. Luego se crearon otos, así hasta diez. Se cita Wedad, el primer filme de ficción producido en el estudio que obtuvo un éxito resonante y representó a Egipto en el Festival de Venecia de 1936.
En estas primeras décadas, el cine egipcio opta totalmente por el entretenimiento. El tema privilegiado no era otro que el amor imposible entre dos personas de clases sociales muy diferentes, y la sencillez del argumento garantizaba el triunfo de la virtud sobre el vicio. No será hasta 1939 que se produce la primera película con inquietudes, y este es el caso de La voluntad, de Kamal Selim, un drama social ambientado en los barrios pobres de El Cairo. Como sucederá en todo el “Tercer Mundo”, la fiebre social y política aumentará en Egipto, lo que da lugar a una tentativa de cine social y realista liderada por el propio Kamal Selim, y de otros como Ahmad Kamal Mursi, con Regreso a la tierra (1940), El obrero (1943) y Procurador público (1946). Tanto es así que, después de la II Guerra Mundial, se puede hablar de una nueva generación.
Aunque el derrocamiento de la monarquía en 1952 no logró cambiar de inmediato las normas dominantes, sí dio un mayor peso a n cine con inquietudes, y la gran literatura realista se convirtió en una base sólida de inspiración, sobre todo a través de las obras de Naguib Mahfouz, así como otros autores como Tawfiq al-Hakim o de Taha Hussein, mucho menos conocido entre nosotros. En esta época que se abre, la industria del cine egipcia pasó a figurar entre las más importantes del mundo, al menos en cuanto al número de títulos y por la presencia masiva de espectadores. Será en ese contexto donde se filman películas que exaltan la revolución y atacan los antiguos valores sociales. Entre los títulos más reconocidos de esta fase encontramos Devuélveme el corazón (1952), de Rodda Kalbi, que exalta la revolución nacional y denosta los valores conservadores. Otros como Salah Abuseif profundizan en el realismo y el análisis social en Tu día llegará (1951), La sanguijuela (1956), Noche sin sueño (1957), así como en Entre cielo y tierra (1958), el melodrama que consagró a Omar Sharif). Los guiones de casi todos estos títulos fueron firmados por Naguib Mahfouz…Este es también el momento en el que se impone el nombre de Youssef Chahine, con obras como El hijo del Nilo (1951) y Estación Central (1958).
La revolución nasseriana contribuye a fomentar esta corriente democratizara sobre los temas y el ambiente cinematográfico. El nuevo régimen creó en 1959, el Instituto de Alta Enseñanza del Cine en El Cairo, una institución única en todo el mundo árabe que no cerró sus puertas ni siquiera en los años setenta, cuando se impuso la fase reaccionaria y mercantilista del gobierno de El Sadat. Así, en la fase que va desde 1963 hasta 1995 se graduaron en dicho Instituto alrededor de 1530 directores, guionistas, productores y técnicos. Todo ellos impulsaron un desarrollo del talento nacional en las décadas de los años setenta y ochenta a partir de los cuales se impondrá la reacción. Se puede afirmar que durante la llamada década socialista y renovadora del cine egipcio, gracias al proceso de nacionalización de Nasser de toda la industria en 1961. Fue entonces cuando el cine egipcio conoció su mejor época.
Los datos hablan claro. En 1963 se establece la Organización General del Cine Egipcio (que sería el modelo empleado posteriormente en otros países árabes, como Siria e Irak), dedicada a la producción y distribución del cine nacional. Esta fase es coincidente con la emergencia independentista de otros países árabes, es el momento de los “años ardientes” del cine nacionalista argelino. En este último, los temas predominantes serían la lucha por la liberación y la revolución agraria, por la incorporación de la mujer a la vida social y cultural, un cambio que se impone gracias a una tradición superior y a sus conexiones con el cine europeo.
En esta época,junto con Chahine, sobresalen también algunas obras de profundas inquietudes sociales como El diario de un fiscal rural, de Tewfik Saleh, y El cartero, de Hussein Kamal, ambas realizadas en 1968, en blanco y negro, otra opción estética muy en boga para el cine artístico y comprometido de esa época, tanto en Egipto como en Europa, Latinoamérica y Estados Unidos, cuando se quería marcar la diferencia respecto a las grandes producciones coloristas y espectaculares que todavía protagonizaba el cine egipcio en los años sesenta. Naguib Mahfouz fue también la base argumental con El callejón de los locos (1955), de Tewfik Saleh, otro cineasta importante que, antes de abandonar Egipto, realizó El diario de un fiscal rural, basado en la obra de Tawfiq al-Hakim, y luego rodó en Siria, en 1971, la mejor película sobre el problema palestino, titulada en francés Les Dupes.
Otra figura destacada de los años sesenta fue Chadi Abdel Salam, llamado por la crítica El Faraón del cine egipcio. Estudió en El Cairo y Oxford, trabajó por diez años como guionista, decorador, diseñador de vestuario y de producción, pero logró dirigir solamente el destacado cortometraje El campesino elocuente (1970) y un solo largo de ficción, el hermoso La noche de contar los años, o Al Mumia, de 1968, film (el único citado en la filmografía) que estableció su reputación mundial, pero fue apenas exhibida en su país. Su director nunca más pudo realizar un largometraje, pues su próximo proyecto, Akenaton, sobre el faraón que introdujo el monoteísmo en Egipto. Nunca contó con el apoyo suficiente para llegar a verificarse. Abdel Salam murió con 56 años en 1986. Hoy es considerado el único realizador egipcio profundamente interesado en las búsquedas formales. No hace mucho se publicó un libro con sus dibujos e ilustraciones, que devela su enorme talento.
La producción bajó bruscamente después de 1970, sobre todo después de los acuerdos de Camp Davis, una de cuyas consecuencias fue limitar drásticamente la exportación de películas a los países árabes. Uno de los obstáculos del cine egipcio fue también depender excesivamente de los productores para los que el cine no es más que especulación; las numerosas sociedades que nacen y desaparecen para responder a esta política no ofrecen más que capitales flotantes, cuyos beneficios pueden ser reinvertidos en la confección, la construcción, la importación exportación. El único productor capaz de imponer su voluntad a todos los niveles de producción y de lanzamiento fue Ramsis Nagib (m. 1977). Reformados a finales de los años setenta, los estudios Gizah ofrecían medios técnicos correctos, salvo en lo que se refería al sonido y a los trucajes, de calidad más que media. En ellos había excelentes técnicos, directores de fotografía y decoradores de primer orden, que hacían olvidar el dudoso gusto de las producciones comerciales La importación estaba sometida a una cuota desde 1972. Algunas salas fueron modernizadas pero las han mantenido concentradas en las grandes ciudades. El Centro técnico audiovisual de El Cairo hace las veces de filmoteca en la que algunos críticos cairotas con buenos conocimientos cinematográficos tienen la costumbre de reunirse, pero carecen de influencia en cuanto que la prensa se mantiene indiferente a la defensa del cine.
En cuanto a las temáticas predominantes, ocupa un lugar destacado el mundo rural (Segunda esposa, 1967, de Tewfik Saleh; La tierra, 1969, de Youssef Chahine), con adaptaciones de sendas obras del literato Naguib Mahfouz (El ladrón y los perros en 1962, y El Cairo 30, en 1969), pero el público seguía prefiriendo el tono ligero e intrascendente.
En el período que sigue, todas las estructuras renovadoras así como las intenciones socializantes y nacionalistas fueron desbancadas por el gobierno derechista de El Sadat, quien abrió el país al capital occidental, estimuló el libre mercado y por tanto le imprimió un nuevo curso al cine nacional en los años setenta y ochenta. En 1975, El Karnak, de Alí Badrakhan, o Los visitantes del alba, de Mamdouh Chukri, denuncian los excesos del régimen de Nasser.
La nueva generación de cineastas, mayormente formada en el Instituto de Cine de El Cairo, tendría que enfrentarse a los desenfrenos capitalistas de El Sadat. En este momento, la industria, pública o privada, depende de las estrellas, el maniqueísmo y los géneros tradicionales, a todo lo cual escapan solo algunos pocos directores. Incluso los más propensos al realismo y la renovación debían ceder a las presiones de los estudios y dependían de las agendas de las estrellas, o tenían que lidiar con grandes problemas financieros. Seguía teniendo una fuerza extraordinaria el cine popular y estereotipado, en el cual a veces se insertaban pequeñas subversiones de los esquemas tradicionales y se mostraba el país con ojos más honestos. Tan importante fue el cine egipcio que, en algunos (largos) periodos, se convirtió en el segundo o tercer renglón de aporte a la economía nacional. Por ejemplo, en 1983 falleció Mahmoud El Miligi, con la aflicción generalizada del mundo árabe. Él era el monstruo sagrado y actor más prolífico del cine nacional, pues había aparecido nada menos que en 319 filmes entre 1933 y 1982.
Los profundos cambios de los años setenta confirmaron el prestigio de nuevos y consagrados, como Mohamed Khan, Atef El Tayeb, Kairy Beshara, Raafat El Mihi, Daoud Abdel Sabed, Ali Badrakhan, Tawfiq Salih, Husayn Kamal, Salah Abuseif y Youssef Chahine. Este último, bien conocido en el extranjero desde hacía quince o veinte años, inició un cine de autor no conformista (Alejandría ¿por qué?, 1978; Historia egipcia, 1982; Adiós Bonaparte, 1986), que pasaba revista al pasado nacional y provocó la creciente enemistad de los islámicos. Con guión de Naguib Mahfouz, La elección (1970) analiza el problema del papel que deben cumplir los intelectuales, y al igual que El gorrión (1972), encuentra una pluralidad de voces narrativas para analizar el contexto psicológico histórico y contemporáneo. Los filmes de Chahine en esta época oscilan entre la introspección autobiográfica y la crítica histórica o social, todo ello a través de narraciones cada vez más cuidadosas.
Después del asesinato de El Sadat en 1981, la tónica es la violencia. Unas veinte películas estrenadas en 1983 terminan con el asesinato de un personaje corrompido. La justicia popular obtiene su revancha en El monstruo, de Samir Seif, o en Marzuka, de Saad Arafat. También destaca la comedia, tan apreciada desde siempre en el cine nacional. La figura emblemática del cine cómico es Adel Imam, protagonista de El abogado, de Raafat El Mihi, quien también dirigió La última historia de amor, considerado entre los filmes más relevantes de los años ochenta. El mayor impulso al cine de estos años estuvo presente en varios títulos de realizadores nuevos y consagrados, como Mohamed Khan (Persona desaparecida, 1984; Regreso del ciudadano, 1986, sobre los cambios de la sociedad vistos a través de la dispersión de una familia; La mujer de un hombre importante, 1987 y Los caballeros del asfalto, 1991), Khairi Beshara (Un día amargo, un día grato, y El collar y el brazalete, 1986), Amir El Tayeb (El inocente, 1986) y Bachir al Dik (La inundación, 1984, y Viaje por carretera, 1986), entre otros. De los filmes destacados de Mohamed Khan no debe obviarse Los sueños de Hind y Camila (1989), drama femenino, sutil, revelador y bien narrado, que combina la crónica urbana con el retrato de costumbres y la perspicacia para develar sicologías y actitudes verosímiles.
El cine realizado en los años setenta y ochenta, que algunos llaman Nuevo Cine Egipcio, está muy vinculado a la herencia cultural del pasado reciente, y sus realizadores suelen oscilar entre la habilidad técnica o narrativa y la falta de riesgos temáticos o formales. Los cineastas de estas décadas se ven precisados a los convencionalismos de un contexto que admite muy pocas innovaciones, pues filmar en las calles se considera subversivo, utilizar actores no profesionales es una innovación extraordinaria, incluir un travestido o un homosexual es pecado y cuestionar el Islam puede acarrear acusaciones de ateísmo.
Este “Nuevo Cine Egipcio” no condujo a ninguna orientación verdaderamente nueva. La producción anual media se sitúa en un promedio de 70 largos al año, la crítica social se hace más discreta y se retratan más los problemas cotidianos, mientras los retratos individuales ganan terreno sobre otros factores más universales. Entre 1970 y finales de la década del ochenta, el cine egipcio vivió una crisis por la desaparición del sector público y la política de apertura al capital extranjero de Sadat. El número de producciones descendió mucho y solo se mantiene a flote, desde el punto de vista artístico, la filmografía de Chahine con El gorrión (1972), El retorno del hijo pródigo (1976), Alejandría por qué (1978), Adieu Bonaparte (1985) y El sexto día (1986).
Desde finales de los años ochenta hasta ahora, los egipcios padecen, como cualquier otro país del mundo, el desplazamiento de sus mercados tradicionales a favor del cine norteamericano, pero siguen produciendo entre diez y veinte largometrajes de ficción al año, y así sobrepasan los estándares de producción incluso de algunos países imperialistas. Mientras, las películas de Youssef Chahine (El destino, 1997; El otro, 1999, y algunas otras), realizadas mayormente gracias a la coproducción francesa, ganan premios máximos en casi todos los grandes festivales donde se exhiben, principalmente Cannes, Berlín y Venecia, los tres grandes dictadores de las pautas para el cine de autor a la europea.
En 1994 la producción descendió a la “preocupante” cifra de 35 largos al año, de los cuales cinco fueron producidos por la televisión. Pero en los años noventa aparecieron nuevos realizadores, como Yusri Nasrallah, quien debutó con Vuelos de verano (1990) y recibió buena crítica internacional, y destaca nuevamente la presencia de una mujer, Asma al-Bakri, quien puso en pantalla la adaptación de la novela de Albert Cossery, Mendigos y orgullosos (1992), suerte de galería de tipos sociales en El Cairo. Nasrallah pasó por “la escuela Chahine”, puesto que fue asistente del célebre realizador en La memoria (1982) y en Alejandría ahora y siempre (1990). Su segundo filme, Mercedes, está conceptuado como el más ambicioso, caro y mejor de los años noventa. Después, el realizador se vio precisado a regresar a formatos más ligeros, razón por la cual rueda, en 1995, el documental A propósito de chicos y chicas, sobre la sexualidad y las frustraciones de los jóvenes que habitan las riberas del Nilo. Solo en 1999 Nasrallah concluyó su tercer largometraje, La ciudad, premiado en el festival de Locarno y rodado enteramente en video digital, hasta La puerta del sol (2004), todas las cuales dan cuenta de un verdadero talento.
Radwan El-Kashef también fue asistente de Chahine antes de realizar en 1993 Las violetas son azules, de una factura bien convencional, pero que destaca por su interés en develar el mundo de los marginales. Su segundo filme, en 1999, El sudor de las palmeras, fue premiado en el festival de Cartago y recibió una acogida muy elogiosa de la crítica. Pero el más prometedor, la verdadera esperanza del cine egipcio contemporáneo, es Oussama Fawzy, cuyo primer filme, Los demonios del asfalto (1996), destacó por su frescura y libertad para cambiar de tono, dos cualidades también presentes en su segundo filme, Paraíso de ángeles caídos, premiado y elogiado internacionalmente. Por tanto, no hay dudas de que el país dispone de una cantera de jóvenes talentos, constantemente renovada por los nuevos graduados del Instituto de Cine. Pero el problema no reside en la falta de relevo, sino en la estrechez del mercado local y en la esclerosis del circuito de producción, que condena a los más jóvenes a la inactividad o a labores que no son de su interés.
La noticia capital del año 2006 consistía en que inversores de Good News Group se habían decidido a trabajar en el cine egipcio. Produjeron El edificio Yacoubian, de Marawan Hamed, una adaptación del libro del mismo nombre, best seller en Egipto, y Halim, de Sherif Harafa, una biografía del cantante Abdel Halim Hafez. En 2007, el grupo financiero tiene en agenda dos proyectos muy ambiciosos: Mohamed Ali y Al-Qaeda. El primer proyecto se presenta como una biografía del fundador del Egipto moderno, y la realizará Hatem Ali, mientras que el segundo relata el encuentro imaginario entre un periodista norteamericano y Ben Laden… A pesar de la concurrencia televisiva y de los efectos de la globalización, el cine conserva su encanto tradicional y continúa siendo un relevante vector de influencia cultural en el mundo árabe. Gracias al cine y a la canción egipcia, el dialecto cairota se ha transformado en lenguaje comprensible para todos los países árabes, y permite una comunicación mucho más fluida entre todos estos países, de modo que ha contribuido a la definición de una identidad cultural árabe contemporánea.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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