lunes, mayo 10, 2010

Joaquín Maurín: La CNT y la revolución rusa


Es una verdadera lástima que una síntesis tan brillante como las que Maurín ofrece en sus 13 tesis sobre el “arraigo del anarquismo” en España no haya producido un debate en el personal abierto e interesado sobre los encuentros y desencuentros entre marxistas y anarquistas en la historia del movimiento obrero español que antecede a la guerra civil, y todo lo demás.
Aquel y este son trabajos que se insertan en los propósitos de la Fundació Andreu Nin (FAN) (que por cierto, tomó parte en la inauguración de la Biblioteca Andreu Nin en las Ramblas, justo donde estaba el hotel Falcó, lugar donde el POUM tuvo su sede), de llevar a cabo un esfuerzo por la divulgación de la obra del “Quim”, en opinión de muchos, el marxista más preparado de su tiempo, sobe todo sí entendemos el marxismo como un medio de “análisis concreto de la realidad concreta”, y también si nos atenemos a sus escritos entre 1933 y 1936.
En este empeño se insertan recopilaciones como la de Andy Durgan que con el título de Socialismo o fascismo ya está en trance de edición, así el ensayo biográfico de Alfonso Claverías que, con prólogo de Wilebaldo Solano, dará a conoce en breve Ediciones Seriñena…En la entrega anterior, Alfonso rompía una lanza por Maurín al escribir:
“... en una época como la republicana, donde las masas lucieron con orgullo por la calle su mono azul de trabajo, le gustaba presentarse con su traje a medida y que le trataran de Vd. Por su profesión de maestro, quizá estaba acostumbrado a pasearse por la palestra 30 centímetros por encima de sus alumnos, enseñar al dictado y que todos se levantaran de sus pupitres cuando él entraba en el aula. Quizá siempre pensó que las masas obreras eran como escolares suyos. No vestía boina sino sombrero canotier de señorito porque él no se consideraba el camarada de ningún ser inferior, de nadie que no fuera capaz de competir con su amplia cultura académica. Maurín no era maestro: era El Maestro en el sentido feudal de la palabra y así le llamaban sus colegas de partido. Él era brillante, o por lo menos eso pensaba de sí mismo. Por eso su biógrafa A. Bonsón Aventín le califica como el más aristocrático de todos los líderes obreros, porque a los obreros, como a todo rebaño, siempre les gustó ser dirigidos por la aristocracia. La historia le trató injustamente. Maurín no pudo llegar a ser el jefe del PCE, que es lo que se merecía; sólo pudo llegar a serlo en el POUM, una versión menor, entre otras razones porque le redujo a un ámbito político provinciano. Su sueño estaba en Madrid”.
Este esfuerzo se explica porque desde la FAN se entiende que Maurín no está obteniendo el reconocimiento merecido, reconocimiento que, claro está, no implica su parte final, cuando después de sus tremendas peripecias al inicio de la sublevación militar-fascista, de una década como “rojo” en las cárceles franquistas… En una nota anterior recordaba por mi parte: …
“En el capítulo de Retratos poumistas doy cuenta de la evolución de Maurín en el exilio. Tal como escribe el 21 podría parecer que fue el único comunista que dejó de serlo; Maurín se orientó hacia la socialdemocracia, y cambió su punto de vista si bien –al contrario que los renegados provenientes del estalinismo-, no renegó de su biografía, también siguió siendo un intelectual con pensamiento propio. El artículo se refiere a una reflexión sobre el anarquismo, y ahí está. Sin embargo, no hay debate, no importa el análisis, ni tan siquiera se discute su brillo. Hay un odio tribal a disidencia, el mismo que se aplicó a los “traidores” que en tal o cual momento entraron en colisión con la dirección del PCE...”
Aunque habría que hablar del odio al “enemigo” (aquí vale la premisa de Concepción Arenal de odiar el delito y compadecer al delincuente), lo más devastador es cuando dicho “odio” se manifiesta más con el “disidente” que con los “malos” de verdad. El drama de Maurín tratado como un “apestado” por los fanáticos del estalinismo llegó a ser extensible…a algunos de los que le habían calumniado como José del Barrio, Llibert Estartus o Joan Comorera, todo ello como parte de una lógica satánica según la cual, unos (“El Partido”, el de ayer o cualquiera de los que ahora se adornan de los mismos dogmas aunque ya más bien como último reducto desquiciado)…Es el que trata de “quinta columna” a todos los que no comulgan con sus piedras de molino.
Hay una nota (nº 15) en la entrega anterior que resulta escalofriante, y dice: “Existe un aspecto clave tanto en la biografía personal de Maurín como en la historia del BOC y del POUM que los historiadores académicos no saben explotar: Maurín es el Cambó del Frente. Popular y sus instrumentos políticos BOC-POUM son uno de los largos brazos sobre los que se sostiene la burguesía catalana. Ese es el secreto de su separatismo y de su iberismo. Lo denunciaron en su momento los anarquistas, lo denunció Trotski y lo denunció el PCE que le expulsó -entre otras razones- por nacionalista, un calificativo que también le lanzó Nin. Cuando algún historiador serio se detenga a analizar este fenómeno encontrará muchas de las claves políticas de Catalunya en aquella época, entre ellas el golpe de Estado de mayo de 1937. Maurín nació en 1896 y murió en Nueva York en 1973; vivió, 77 años y su biografía política se inicia a los 17 años cuando funda el periódico El Talión. Son 60 años de madurez de los cuales sólo 20 atraen el interés de los historiadores; el resto no interesa para nada.
La conclusión es simple: no es posible comprender la biografía de una persona contando sólo con un tercio de su vida, como si el resto hubiera sido un zombi. La lucha de Maurín se acaba en 1946 cuando los fascistas le gratifican con un indulto y le dejan en libertad. Si era tan revolucionario como dicen que había sido antes, ¿qué sucedió entre 1946 y 1973? ¿Dónde está la lucha de Maurín? Hay que considerar que todos los principales dirigentes del POUM, recién acabada la guerra, o bien giraron rápidamente hacia la tan odiada socialdemocracia “menchevique” creando el Moviment Socialista de Catalunya (MSC), o bien ingresaron en las nóminas de la CIA, como fue el caso de Gorkin, Maurín y otros.
La práctica totalidad de los altos dirigentes renegaron de sus antiguas creencias. Los “auténticos líderes revolucionarios”, a partir del 1º de abril de 1939 dejaron de ser tales revolucionarios. ¿Es posible una metamorfosis tan repentina? ¿A qué se debe que, cuando es más necesario luchar contra el fascismo, tales dirigentes que repartían certificados y lecciones de revolución a diestro y siniestro y estigmatizaban a los “reformistas del PSUC”, abandonen la lucha y se transmuten en lo contrario de lo que decían ser? ¿Cómo explican los anticomunistas de izquierda que los “mencheviques reformistas” del PCE y el PSUC continuaran la lucha antifranquista sacrificando miles de vidas, y los principales dirigentes del POUM como Maurín y Gorkin ingresaran en la derecha proyanqui defendiendo al imperialismo más agresivo, mientras que otros fundaron el MSC para defender al imperialismo europeo?”
Maurín fue revolucionario hasta que en el exilio evolucionó hacia la socialdemocracia: algo que haría en su momento franjas del movimiento comunista, y acabaría haciendo casi íntegramente desde 1989…Ahora resulta que su pecado no era el “trotskismo” sino su separatismo y su iberismo, temas sobre los que tampoco parece poder haber debate, solamente cabe la excomunión. Maurín no fue “denunciado”: fue criticado por unos y otros, pero todos lo reconocieron. No el PCE, sino el Komintern (concretamente Humbert-Droz), trató de ganarlo hasta 1930, pero lo denunció (ahora sí) como “trotskista”…Ciertamente, una franja del POUM evolucionó después de la II Guerra Mundial, y al final de un trayecto bastante complejo, acabó en el PSC…No fueron tantos como exlideres del PCE o maoístas desde finales de los ochenta. En su caso, cabe registrar alo que los demás no pudieron hacer: sobrevivir a una tentativa de liquidación física y moral…
Este texto que hoy seguimos publicando, data de 1965. Entonces, Maurín ya había hecho su camino lejos del que entre 1933 y 1935 le convirtió en el principal arquitecto de la Alianza Obrera. En su famoso “Apéndice” se puede diferenciar nítidamente entre sus opiniones cuando evoca el antes de la guerra civil, y cuando lo hace de después. En el primer aspecto, el análisis de Maurín continuada conectando con el primero, alo que fue común a todos los antiguos poumistas que acabaron dejando el POUM porque creían que ya no había un espacio político para una izquierda al margen el comunismo oficial y de la socialdemocracia. Para la mayoría poumista del exilio, no había duda de que en este se equivocaron.
Pero al margen de esta discusión distorsionada y extrañamente obtusa (¿a qué viene persistir todavía con anta saña contra Maurín del que ni tan siquiera se quiere tratar los textos?), las líneas siguientes demuestran que Maurín fue un personaje clave en el encuentro entre la CNT y la revolución rusa, y que sus reflexiones siguen teniendo un interés testimonial y analítico. Tanto es así que ya estamos pensando en una tercera entrega, esta vez sobre el informe de Ángel Pestaña.

Joaquín Maurín: la CNT y la revolución rusa (*)

Al estalla la primera guerra mundial, España era un país de una economía preponderantemente agrícola. La industria, que ocupaba un lugar secundario, estaba concentrada en Cataluña (industria textil), y en Vizcaya-Asturias (industria minero metalúrgica). Políticamente, la nación estaba bajo el dominio de una oligarquía agraria, agrupada en dos partido, conservador y liberal, cuyo turno regular daba al poder de la oligarquía una apariencia de estabilidad democrática. La burguesía industrial no participaba de una manera directa en el poder: tenía que aceptar, sometida, la dirección pol1ticoeconómica del país por parte de los terratenientes. Esta situación de inferioridad originaba en la burguesía industrial, sobre todo en la catalana, tendencias regionalistas bordeando a veces el separatismo.
A comienzos de siglo, España se encontraba, política y económicamente, en la fase final de la decadencia determinada por el derrumbamiento de su imperio colonial.
La guerra mundial, primero, y la revolución rusa, después, la sacudieron intensamente, haciéndole perder un equilibrio que no ha recobrado todavía.
España fue el único país relativamente importante de Europa que no participó en la primera guerra mundial. Esta posición de neutralidad favoreció a la burguesía Industrial y a la oligarquía agraria. La producción industrial y agrícola tenía un mercado inagotable en el extranjero, en Francia e Inglaterra principalmente. Se exportaba más de lo que la estabilidad de la economía nacional permitía, y se produjo un gran desequilibrio económico. Por un lado, una minoría hacía negocios fabulosos, y, por el otro, en el país aumentaba la escasez de los productos alimenticios y se intensificaba la escasez de las mercancías.
El malestar general fue agudizándose y en 1917 adquirió proporciones importantes.
La revolución rusa de marzo (febrero) repercutió en España produciendo un efecto catalítico. Los sectores descontentos de la y por primer ve Ia burguesía industrial las clases medias y el movimiento obrero _anarcosindicalismo y socialismo— marcharon juntos durante algún tiempo formando un bloque de oposición ala oligarquía agraria dominante. Ahora bien, el bloque de oposición al régimen era fluido, inconsistente, y carecía de un objetivo preciso. Reflejaba históricamente el descontento político, económico y social reinante; pero su capacidad revolucionaria era prácticamente nula. Después de una serie de escaramuzas políticas, la acción de protesta culminó, en agosto, en una huelga general que no logró hacer conmover las bases del régimen.
Vistas las cosas a distancia, con la perspectiva que da el tiempo, es sorprendente observar el paralelo que existe entre lo que ocurre en Rusia y en España en verano y otoño de 1917. Cuando en septiembre, después del fracaso del golpe contrarrevolucionario de Kornilov, los bolcheviques avanzaron rápidamente hacia la conquista del poder, en España. Simultáneamente, la burguesía industrial rompió el frente de que había formado parte en los meses anteriores con a clase media y el movimiento obrero, y, asustada, se unió sin pérdida de tiempo con la oligarquía agraria. La formación de un gobierno de coalición agraria-industriad coincide con el triunfo de la revolución bolchevique.
La clase trabajadora, que había puesto alguna esperanza en el bloque democrático, se encontró de nuevo sola, y tuvo que mirar adelante contando sólo con sus propias fuerzas.
La revolución bolchevique produjo un impacto inmediato y profundo en los medios anarcosindicalistas.
Lo que al anarcosindicalismo le atraía principalmente de la revolución bolchevique era la revolución agraria y el propósito de poner fin a la guerra. La consigna bolchevique (Paz, pan y tierra) se la hicieron suya los anarcosindicalistas. El campo andaluz, en 1918-1919, se sentía tan bolchevique o más aún que los obreros catalanes.
Con un faro, aunque lejano, y una firme esperanza. El anarco- sindicalismo en 1918-1919, al calor de la revolución rusa, hizo avances enormes y progresos arrolladores.
El mito del (Soviet; consejo de obreros) estaba muy cerca del sindicato, y el anarcosindicalismo se lo hizo suyo.
La adhesión del anarcosindicalismo a la revolución rusa fue intuitiva y sentimental. Lenin cautivaba a los anarcosindicalistas por lo que en él descubrían de jacobino y bakuninista.
Uno de los anarquistas más exaltadamente bolchevique —que más adelante fue firmemente anticomunista, Manuel Buenacasa, secretario general de la CNT en 1918-1919, reflejando el pensar y el sentir del anarcosindicalismo en los comienzos de la revolución rusa, escribió en su libro El movimiento obrero español (1928):
“La revolución rusa vino a fortalecer aún más el espíritu subversivo, socialista y libertario de los anarquistas españoles... Para muchos de nosotros —para la mayoría— el bolchevique ruso era un semidiós, portador de la libertad y de la felicidad comunes... ¿Quién en España —siendo anarquista— desdeñó el motejarse a si mismo de bolchevique? Hubo pocos a quienes no cegara el fogonazo de la gran explosión. (P. 71-72).
Otro testigo de gran valor, J. Díaz del Moral, escribió en su Historia de las agitaciones andaluzas: “En las últimas semanas de 1917 llegó a España la noticia del triunfo boichevista. Las masas obreras desconocían los detalles del hecho y no sabían tampoco con precisión la ideología cíe los vencedores; pero la certeza de que en una gran nación se habla hundido el capitalismo y gobernaban los asalariados produjo en todos los sectores obreros un entusiasmo indescriptible... Entonces se inició la agitación obrera más potente que registra la historia de nuestro país. Como siempre, fue Andalucía la que tomó la delantera). (P. 172-73).
La Confederación Nacional del Trabajo celebró su segundo Congreso nacional (el primero, constitutivo, habla tenido lugar en septiembre de 1911), en Madrid, del 10 al 17 de diciembre de 1919. Unos 450 delegados representaban a unos 700.000 obreros organizados. Cataluña, industrial, y las regiones agrarias de Andalucía, Extremadura y Valencia constituían las cuatro quintas partes de la organización confederal.
En una de las primeras sesiones, el Congreso aprobó por aclamación la siguiente declaración de principios:
Los delegados que suscriben, teniendo en cuenta que la tendencia que se manifiesta con más fuerza en el seno de las organizaciones obreras de todos los países es la que camina; a la completa, total y absoluta liberación de la Humanidad en( el orden moral, económico y político, y, considerando que este objetivo no podrá ser alcanzado mientras no sean socializados la tierra y los instrumentos de producción y cambio y no desaparezca el poder absorbente del Estado, proponen al Congreso que, de acuerdo con la esencia de los postulados de la Primera Internacional de los Trabajadores, declare que la finalidad que persigue la Confederación Nacional del Trabajo de España es el Comunismo Anárquico).
La CNT reafirmaba su carácter anarquista. Ahora bien, su adhesión al bolchevismo era completa y unánime. Manuel Buenacasa, refiriéndose a esta contradicción, escribe:
“A pesar de que ni uno de los cuatrocientos anarquistas delegados en Madrid de la organización española estábamos dispuestos a ceder un ápice de nuestras convicciones ideológicas. Lo cierto es que la inmensa mayoría nos condujimos como verdaderos bolcheviques. Esto fue así, pese al gran amor que demostramos sentir por el ideal libertario. Eso si, todo ello tenía una explicación: la revolución rusa nos había sugestionado hasta el extremo de ver en aquella gesta la revolución por nosotros soñada). Op. cit. p. 109)”.
Hubo un delegado, sin embargo, Eleuterio Quintanilla, de Asturias, que con una mejor comprensión anarquista que los demás delegados, veía las cosas a través de otro prisma:
La revolución rusa —dijo— no encarna nuestros ideales; se trata de una revolución de carácter socialista, común a todas las tendencias socialistas revolucionarias que se han iniciado en Europa. Su dirección y orientación no corresponden a las intervenciones de los trabajadores sino a los partidos políticos. Bien que se procure impedir que las naciones centrales y occidentales de Europa acordonen y estrangulen al pueblo ruso, para lo cual precisa buscar una inteligencia con los demás trabajadores del mundo; pero porque estimo política la Tercera Internacional, opino y creo que la CNT no tiene por qué estar representada en ella). (Citado por Manuel Buenacasa, Op. cit. p. 110).
La tesis de Quintanilla no encontró eco favorable entre los anarquistas bolchevizados. Finalmente, como resumen del debate sobre la cuestión internacional, el Comité Nacional presentó al Congreso la siguiente proposición; «El Comité Nacional, como resumen de las ideas expuestas acerca de los temas precedentes por los diferentes oradores que han hecho uso de la palabra en el día de hoy, propone:
«Primero. Que la CNT de España se declare firme defensora de los principios de la Primera Internacional sostenidos por Bakunin, y «Segundo. Declarar que se adhiere provisionalmente a la internacional Comunista por el carácter revolucionario que la informa, mientras y tanto la CNT de España organiza y convoca el Congreso obrero universal que acuerde y determine las bases por las que deberá regirse la verdadera Internacional de los trabajadores. «Madrid, 17 de diciembre de 1919». La proposición fue aprobada por aclamación. La CNT quedaba adherida a la Internacional Comunista.
Para cumplimentar el acuerdo del Congreso, el Comité Nacional de la CNT y más directamente el de la Confederación Regional del Trabajo de Cataluña eligió una delegación de tres miembros para que se trasladara a Moscú y diera estado oficial a la adhesión de la CNT a la Internacional Comunista. Sólo uno de los tres delegados, Angel Pestaña, pudo llegar a Rusia a fines de junio de 1920, al cabo de tres meses de un viaje lleno de peripecias.
El anarcosindicalismo español de la segunda década del siglo tuvo dos líderes sobresalientes: Salvador Seguí y Angel Pestaña. Tenían la misma edad: nacidos en 1886. Seguí era catalán, y Pestaña, castellano.
El anarcosindicalismo español de entonces era el resultado de la convivencia, con tiranteces y diferencias, del anarquismo tradicional y el sindicalismo de comienzos de siglo.
La característica geopolítica era que los catalanes, que representaban al proletariado industrial, eran sindicalistas, y los no catalanes, de base principalmente campesina, anarquistas.
Salvador Seguí era, en la Confederación Nacional del Trabajo, el exponente del sindicalismo. Su posición correspondía, en líneas generales, a la del sindicalismo revolucionario francés y, en cierto modo, a la de los IWW de Estados Unidos. Angel
también, representaba el anarquismo comunista que entonces tenía como figuras representativas a Kropotkin, Malatesta, Sebastián Faure, Grave, Malato. Entre Seguí y Pestaña hubo siempre un pulso que reflejaba la divergencia existente en la base entre sindicalistas y anarquistas.
Seguí, el de más talento y el de mayor influencia, buscaba contemporizar con la tendencia opuesta en el seno de la CNT. Fue él quien hizo que Pestaña fuese enviado a Moscú como delegado de la CNT al segundo Congreso de la Internacional Comunista…

(*) Fragmento de la obra de Maurín, Revolución y contrarrevolución en España (E. Ruedo Ibérico, Paris, 1967).


Pepe Gutiérrez-Álvarez en Kaos en la Red

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