viernes, abril 23, 2010

Daniel Bensaïd o la alegría de la lucha


Como Alain, Daniel es una de las imágenes más vivas y apasionadas de toda una generación, durante casi medio siglo había sido un militante de la categoría de los inagotables, un intelectual que podía debatir brillantemente con los más altos mandarines, un camarada que estaba más al tanto de nuestra organización que nosotros de la suya, amén de un amigo, uno de esos en lo que sabes puedes confiar, y cuya fraternidad está garantizada. Ni antes ni después vi nunca a Daniel malhumorado, y pocos como él apreciaban la alegría de la lucha. Ahora que los lloramos, sabemos que perdemos Un trozo de vida y de historia que nos pertenece. A alguien que nos ayudaba a dar respuesta al futuro que se abre cada día
Joven comunista, hijo afortunado (¿de donde sino le venía esa confianza en sí mismo, ese distanciamiento del yo que tantas veces nos oprime?), su padre, Haim Bensaïd, fue un judío sefardita (de aquellos que echaron de aquí los dueños del cortijo), un argelino de humildes orígenes que emigró de Mascara a Orán, lugar donde encontró trabajo de camarero en un café. No tardó en descubrir su verdadera vocación: se entrenó como boxeador, llegando a ser campeón del África septentrional en la categoría de los pesos welter. En cuanto a la madre, Marthe Starck, era una francesa vigorosa y enérgica, procedente de una familia obrera de Blois, en la Francia central que a los 18 años emigró a Orán. Conoció al boxeador, y se enamoró. Los “pied noir” no lo entendían, y trataron de convencerla para que no se casara con un judío: contraería una enfermedad venérea y tendría hijos tarados, y anda que no se equivocaron. Los tarados eran ellos.
Durante la ocupación, gran parte de la “Francia eterna” se entregó a la colaboración y la capital en Vichy, la administración colonial francesa simbolizó el baluarte del “nacional-catolicismo” tan aplaudido desde la “España adicta”. En su condición de judío, Haim Bensaïd, fue arrestado, pero logró evadirse del campo de concentración, y decidió inmediatamente trasladarse a Toulouse, en donde Marthe le ayudó a conseguir una identidad falsa con la que compró un local de comidas, Le Bar des Amis, “le bistro” (esos que ahora están desapareciendo porque la gente ya apenas habla, ven la TV). A diferencia de sus dos hermanos, asesinados durante la ocupación, Haim logró sobrevivir, en parte gracias a su mujer, que disponía de una cédula de sangre oficial de Vichy, en la que se certificaba su no pertenencia a la raza judía. Tenía que ser una mujer extraordinaria, una republicana jacobina que según nos cuenta Bensa dejó de hablar a un pariente cuando tras un programa de la televisión sobre la monarquía británica, este expresó sus dudas sobre el ajusticiamiento de Luis XIV y María Antonieta.
Algo de esto intuyó magistralmente Wiaz en uno de sus dibujos para el “Rouge Quotidien”, recordémoslo: gracias a la ayuda de Leopold Trepper que cedió parte de sus beneficios por escribir La Orquesta Roja. Wiaz preguntaba: ¿¿Dónde está Bensa?. Y aparecían dibujados en un pupitre y de espalda cuatro líderes de la LCR. El primero (Verizier), decía “Como dice Mandel”); el segundo (Krivive) “Como decía Trotsky”; el tercero (Weber), “Como podría haber dicho Mao”. Pero el cuarto no tenía empacho en decir: “Como decía mi mamá”. Ese era sin duda Bensa, y tenía motivos para hacerlo, entre otras cosas porque sabía conectar lo cotidiano con los universal, lo entrañable con lo trascendente.
En unas de las memorias (Una lenta impaciencia, 2004), una de las menos personalistas que recuerdo, Daniel evoca los años de formación “toulousaines”. Cuando siendo un niño escuchaba contar todas aquellas barbaridades que se podían todavía tocar con las manos, sucedidas muy poco antes de su nacimiento enmarcado en los años de una lucha que se quedó a mitad de camino. En aquel bar se respiraba la indignación por todos los horrores y también por todas las componendas. No en vano se trataba de un lugar cosmopolita frecuentado por republicanos españoles, ante todo de cenetistas, no en vano Toulouse se había convertido en la capital de lo que quedaba de la CNT, la pura y la inquieta, y para hablar con la CNT había que pasar por allí. Pero también pasaban refugiados diversos, antifascistas italianos, resistentes de a pie y “proletas”. Allí celebraba sus encuentros la sección local del PCF, todo un mundo que llenaba de ira y de crítica el ambiente. Un aire que atravesaba a un niño que, aparentemente, solamente jugaba o asistía apartado y silencioso en un rincón.
Seguro que aquel espacio resonó en toda su actividad ulterior.
Bensa tenía solamente quince años cuando tuvo lugar la masacre de argelinos en el Metro Charonne en 1961, otra barbarie que, y no por casualidad, fue ordenada por Maurice Papon, jefe de policía y antiguo colaboracionista nazi, porque, no hay que olvidarlo, el acuerdo de “pasar página” de la Transición española tuvo sus precedentes en Francia e Italia, por más que hubo una cierta “depuración” esta no afectó al entramado central del fascismo. Aquel mismo año, en 1965, Daniel se afilió a la Unión de Estudiantes Comunistas donde comenzó a vivir los años de “chantait rouge”. Su nombre figura entre los animadores de una oposición de izquierda, organizada, entre otros y otras, por Henri Weber, su “alter ego” durante veinte años, y finalmente “baron socialista” después de desfondarse en los noventa, de creer que la causa estaba irremisiblemente perdida después de la caída del Muro. Y también estaban los Krivine, Hubert, Jean-Michael, y claro está Alain que ya venían de la forja de “les activistes” que habían hecho “su guerra” de Argelia al lado del FLN y de lo que quedaba de la sección francesa de la Cuarta Internacional, la misma que conocería un potente rejuvenecimiento en los años siguientes.
Era una época que daba al traste con la anterior. Se escuchaban las gestas revolucionarias “tercermundistas” que aquí pregonaban los del “Felipe”, y en este punto me viene a la memoria un artículo de Maritxell Josá publicado en la revista de una cooperativa del Clot si el recuerdo no me engaña, y que nos trasportaba a la resistencia vietnamita, a las tentativas autogestionarias iniciales de la revolución argelina, a los sones musicales y tan cercanos de la Revolución cubana (que tanta alegría dio a los hijos de la derrota republicana, a los campesinos sin tierra andaluces entonces obligados a emigrar), a la odisea y las palabras del “Che”, a Lumumba y a Hugo Blanco resto. Fue un tiempo en lo que antes parecía imposible, inabordable, ahora ya no lo parecía, y frente a los “aparatos” enquistados, emergía una nueva generación. La misma que miraba un poco con los ojos de los niños, y por la cual nuestras medidas nos parecían las medidas reales de la historia. Daniel reflexiona en el prólogo de esta libro (que queremos ver traducido), sobre esta ilusión en las perspectivas.
La diferencia con otros radicaba en que, aún desde esa miraba impaciente, Bensa le daba una y mil vueltas a los análisis, era file a la premisa napoleónica de la audacia que tanto gustaba citar a Trotsky: “On se engage, et puis on voit”…
Daniel fue uno de los ostros más incisivo (aunque de los menos mediáticos) del mayo del 68, acontecimiento que vivió desde las barricada, en los debates, al que aportó un libro de historia que tengo bajo mi cabecera, y sobre el que volvió desde el punto de mira de, ¿y ahora qué?.
Ya entonces la JCR era una organización marxista y libertaria. En su primer Congreso invitó a Daniel Guérin, un viejo amigo de la izquierda socialista “pivertista” del POUM ya por entonces principal teórico del matrimonio entre marxismo y anarquismo. La JCR trabajó en el Movimiento del 22 de marzo, lejos por no decir de espaldas a las viejas querellas de los “trotskismos” anclados en las disputas doctrinales de los años cincuenta.
Se trataba ahora de desarrollar una nueva estrategia, la línea que llevaba desde la periferia (el estudiantado ilustrado y revolucionario que conectaba con todas las granes aportaciones, la de los clásicos y la de los de ahora) al centro, con el movimiento obrero, y en este encadenado, la juventudes obreras jugaban un papel determinante. Después de las barricadas, surgieron otros desafíos, el de la extensión aprovechando todos los resquicios, y en este ángulo mis recuerdos se trasladan a “chez Renault”, al corazón del proletariado galo, y donde la LCR laboraba por una apuesta en la que dicha dialéctica se traducía en un trabajo militante endiablado. Periódicamente, dicho trabajo cotidiano era reforzado por una discusión de altura a través de una pasión teórica que se reconocía a través de los rostros de Hubert, de Jeannette Habel, de Michael Löwy, y claro está del “Bensa” quién, además, intervenía de manera elegante e incisiva en los claustros de las universidades debatiendo con Dios y con el Diablo.
Me vale plenamente lo escrito por el Moro en su elocución parisina de La Mutualité: “Comprendiendo la dinámica de los movimientos sociales, en particular la relación entre el movimiento estudiantil y la huelga general obrera, era también uno de quienes habían comprendido la necesidad de construir una organización política, de acumular fuerzas para la construcción de un partido revolucionario…La inteligencia de Daniel era aliar teoría y práctica, intuición y política, ideas y organización. Era tan capaz de dirigir un servicio de orden como de escribir una obra teórica. Fue uno de los inspiradores de un combate que conjugaba principios, delimitaciones políticas y apertura, rechazo del sectarismo. Con sus convicciones políticas formando parte de su ser, Daniel era siempre el primero en buscar la discusión, en intentar convencer, intercambiar planteamientos, y en renovar su propio pensamiento”.
El legado de Daniel se extiende por medo siglo de militancia alegre y apasionada, atraviesa en primera persona momentos fulgurantes y momentos de tragedia, retrocede hasta Marx y también hasta Louise Michel (cuyo nombre libertario y feminista tomó para una Fundación), y August Blanqui al que Marx soñó como líder de un partido proletario en Francia, llega hasta 1789 para denunciar la farsa del Bicentenario...Piensa y repiensa a Lenin, Rosa, Trotsky, y demás, pero no lo hace de rodillas, y denuncia la impostura de los guardianes de las ceniza y de las esencias…
Un detalle español: en su reciente libro Trotsky. Revolucionario sin fronteras, Jean-Jacques Marie cita unos párrafos extraídos de La Révolution et le pouvoir (Paris 1976, Stock, p. 300) en que los que Daniel evoca ampliamente una situación de “impasse” cuyo trasfondo son los procesos de Moscú: “…hay una rabia impotente en sus textos sobre la insurrección de mayo de 1937 en Barcelona, cuando, luego de la ruptura definitiva con el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), se sumerge en la soledad del testigo que a partir de entonces se dirige más a desconocidos interlocutores futuros que a sus contemporáneos”.
Marie no entra en el trágico meollo español, lo que escribió Trotsky no requiere mayor contextualización que la siguiente: “¿Qué significaría entonces la fundación de la IV Internacional, proclamada en septiembre de 1938? No se funda una internacional para dirigirse a los hombres del mañana. Pese a su preocupación por la historia, Trotsky nunca quiso ser un testigo”, papel que, ya que estamos, sí que se han reservado algunos de sus seguidores “auténticos”. Y el historiador cita como autoridad al clásico: “La idea, si responde a las exigencias del desarrollo histórico, es más poderosa que la más poderosa de las organizaciones”.
Según este criterio, es el clásico el que hace la verdad, es Trotsky quien determina la apreciación concreta de los hechos, o mejor dicho, la interpretación “autorizada” de sus “poderosas palabras”. Pero una lectura atenta del texto y de los hechos demuestra: a) que Daniel había hecho una lectura concreta del momento, y con documentación y perspectiva percibe que la historia está golpeando en la cara a los revolucionarios…b) Trotsky apostó por la Internacional para dar respuesta al peor momento del siglo, tratando de oponerse a una corriente a una tormenta que la convertirá en un cascarón de nuez, de manera que su objetivo determinante tuvo que ser…la supervivencia; c) lo escrito es profundo, pero no está situado sin una cronología, así las mismas palabras tenían que servir para la URSS…donde la Oposición estaba sufriendo una “solución final” de la que nunca se recuperaría,. También tendría que servir a los que desde su “fidelidad” a los textos clásicos, siguen viendo pasar la historia.
Concluyendo: volveremos una y más veces sobre Daniel, y los actos de Bilbao Madrid y Barcelona de estos días pueden considerarse como preludios de muchos otros que formaran parte de nuestro equipaje en el tiempo que viene. Repasando toda esta historia, creo que, como tantos otros y otras, tenemos que agradecerle al “Bensa” el honor de haber vivido una historia común, y una lección en especial: la de pensar el pasado en clave de compromiso con el presente y con el futuro.
Y para acabar me permitiréis citar una de las misivas suyas que me llegaron semanas después de haberle entregado un ejemplar de mis memorias, y que traduzco así: “Gracias por tu libro. En la confusión del final de la reunión en Barcelona, no tuve ocasión de darte las gracias, pero como al día siguiente mi avión se retrasó y tuve que pasar casi todo el día en el aeropuerto, pude devorar tus memorias de un bolchevique andaluz. Resulta muy emotivo y de una hermosa sinceridad y modestia, la manera como tomas tus distancias y ejerces la autoironía. Cierto que, a veces apareces desbordado por el entusiasmo de las lecturas amalgamadas y con tus descubrimientos, pero lo que más importa es tu inagotable curiosidad delante de la historia y de las ideas. Verdaderamente, se trata de una bella contribución a nuestra memoria común.
Gracias atrasadas. Amistades internacionalistas”.

Hasta siempre Daniel.

Pepe Gutiérrez-Álvarez en Kaos en la Red

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