martes, abril 27, 2010

Comunistas por arriba, comunistas por abajo


No es este un fenómeno fácil de analizar…
Resulta perfectamente natural que esta historia –como cualquier otra- sea vivida muy parcialmente, y que se confundan los “errores” con los “horrores”.
En el caso del comunismo se dan elementos de religión, elementos que reproducen viejos arquetipos de pensamiento, y que confluyen especialmente en lo que se ha venido a llamar estalinismo, un poder casi ilimitado codificado por un antiguo seminarista que se impone como principal representante del “partido del Estado” que, en el contexto de extenuación social que sigue la guerra civil, se impone sobre el “partido de la revolución”. La institucionalización se hace en nombre de Octubre, pero Lenin deja de ser un hombre extraordinario para convertirse en el Padre a cuya muerte, le sigue “el Lenin de hoy”. Entonces el nacionalismo sustituye al internacionalismo, el partido a los soviets, el Estado al partido, y el “Gran Hermano” o El Número Uno”, se yergue por encima de cualquier debate. El PCUS asimila a la Internacional Comunista.
Con Stalin, la creatividad teórica fue sustituida por una dogmática que se modifica según las exigencias internas del equipo del poder, y éste se impone siguiendo una vieja normativa: la URSS pasa a ser la “patria del socialismo”, y cualquier otra revolución (Yugoeslava, China) entrará en conflicto con dicha “patria”, desde 1926-1927, la política de los partidos comunistas estuvo básicamente supeditada a las exigencias de la política exterior soviética. Por citar un ejemplo, en Irán, donde tenía una gran importancia, no se opuso consecuentemente al Sha de Persia…La política de estos partidos básicamente tenía dos pies, de un lado eran partidos reformistas que dejaban la revolución socialista para una lejana etapa (un buen ejemplo sería el partido nicaragüense que se opuso a la insurrección sandinista), y al mismo tiempo hablaban del modelo de socialismo que representaba la URSS, eso sí debidamente realizada.
En su estructura interna, estos partidos funcionaban con una fuerte verticalidad (Carrillo pudo pactar lo que quiso con un Buró sometido a su medida), y existía una rotunda división del trabajo, a la dirección le correspondían la línea general, y a la base aplicarla. El militante que se atenía a estas normas encontraba la fraternidad militante, pero si se apartaba de ella, eran condenados por hacer el juego al enemigo. Así por ejemplo, cuando los actuales componentes del L´Espai Marx (Joan Tafalla, Joaquín Miras, Pep Valenzuela, etc) comenzaron la aproximación del PC catalán (los llamados “prosoviéticos”) a Iniciativa en compañía del los en otra hora “trotskistas auténticos” del POR…

Vivir para ver.

Hubo un tiempo en que todo este entramado tenía cierta coherencia, y no quedaba casi nadie a su izquierda, pero justo en el momento cumbre de este potencial lo marca la revolución china de 1949 (en contra de las órdenes de Stalin)…
Pero en la secuencia siguiente, todo empezó a cambiar y ya nada fue igual. En un repaso sucinto, la “película” de la descomposición del estalinismo se puede “visualizar” en los siguientes “planos”: cisma yugoslavo (1953); muerte de Stalin; crisis en Alemania y Polonia (1953); XX Congreso del PCUS, revolución húngara (1959); revoluciones en Argelia y Cuba (1959-1940); caída de Jruschev cisma chino-soviético; mayos del 69, “primavera” en Praga, etcétera, etcétera. Una descomposición constante que concluirá en 1989-1990...Una caída que será –ciertamente- un desastre, sobre todo para la población trabajadora, y también para muchos países del Tercer Mundo. Un desastre que dará alas a la imposición brutal del capitalismo más mafioso, pero, todo lo cual encontró al pueblo totalmente desarmado, desactivado, desconcertado, y contra el cual no hubo una maldita huelga, la menor movilización social, una resistencia digna de este nombre. Para hacernos una idea, recordemos la resistencia que suscitó en los pueblos de España el golpe militar-fascista
No hay duda que estamos pagando la derrota del “comunismo” y de todo lo demás. Es muy posible que dado los servicios que presta y el tipo de adeptos que forma, que la Iglesia no necesite justificar nada, pero por su razón de ser y por la gente que representa, el comunismo será digno es digo de su nombre si pasa por alto los horrores perpetrados en su nombre por Stalin, Mao o Pol Pot, con todas sus secuelas. Uno de sus defectos más grave fue mirar hacia otro lado cuando las denuncias contra el estalinismo se basaban en pruebas contundentes, en la torpe intención de no darle balas al enemigo porque la complicidad era mucho peor que las balas.
Todavía subsisten partidos comunistas que persisten en ese esquema, que hablan de los "camaradas" de Corea del Norte, China o Vietnam (o Cuba aunque aquí haya que ser más cuidadoso), y que evocan su pasado estaliniano sin la menor voluntad reparadora, argumentando pro ejemplo que el asesinato de Andreu Nin le correspondía (en exclusiva) a los agentes rusos. Esta actuación suele ir acompañado con unas referencias normalmente bastante imprecisas a errores de pasado, sin entrar de lleno en el alcance de los hechos. Esto fue o que hizo el PCI hasta que entró en una fase de rebajas al final d la cual, después de haber sacrificado su historia (francamente manchado por el Togliatti al servicio de Stalin), acabaron tirándolo todo por la borda, alo que empezó a hacer el PCF cuando llegó en su descomposición a amalgamar vergonzosamente Lenin con Stalin. Sacristán decía que el eurocomunismo era una degeneración del estalinismo, pero después del eurocomunismo aparecía la nada disfrazada de difusas referencias progresistas que no obligaban a nada.
Desde cierta izquierda se nos ha querido convencer de que no existe una radical diferencia entre lo que significo la revolución de Octubre, con su correlato teórico-organizativo de los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista (que conocieron una participación amplia y extraordinaria, escenario de las más intensas aportaciones de Lenin y Trotsky, sentidos plenamente como un proyecto internacionalista), con todo que vino después. Ahí están los datos, todos los estudios. De aquellos primeros años profundamente contradictorios (la revolución se concebía como un prólogo, combinaba la democracia y el ideal socialista, la hacían obreros campesinos, sus autores estaban divididos, incluso en el propio partido bolchevique...Este poderoso aliento de creatividad, de debates abiertos, de vanguardismo artístico y masiva difusión cultural, de protagonismo por abajo, estaba minado por el atraso, los desastres de la guerra, el cerco internacional, la clase obrera se había desestructurado, sus cuadros o habían muerto o se habían afianzado en el aparato, emergía una nueva administración...Stalin expresaba esta opción, era el "más adaptado" al retroceso,. Su victoria significó el final de la fase digamos “clásica” de la historia soviética.
El XX Congreso del PCUS en 1956 que Nikita Jruschev se impuso sin una oposición digna de mención, y abrió la caja de la “revisiones” generalizadas, y sí se escuchó algún clamor fue el de los millones de cartas en defensa de los purgados. Esta fase “reformista” sufrirá un duro retroceso en la época de Breznev, y se complicó con el cisma chino-soviético, creando una efímera corriente neoestalinista, a veces mucho más agresiva que los partidos oficiales. En muy pocos años el estalinismo empezó a hacer grietas por todas partes, pero en lo que se refiere a la historia, hacía tiempo que tenía la batalla perdida. Hoy se trata ante todo de comenzar sobe nuevas bases de contar la historia. Ahora era Stalin el que desaparecía de los manuales.
Valga un ejemplo: en 1967, el PCE a través de Ediciones Ebro se limitó a publicar un torpe y embustero opúsculo firmado por Dolores Ibárruri, La revolución de Octubre que desde luego no creó escuela ya que “revisaba” los criterios de Koba por otros en los que éste desaparecía (literalmente) pero sus grandes adversarios seguían sin tener nombre, se encuadraban en un limbo llamado “Comité Central leninista”. Hasta estas fechas no se había podido leer las obras de Lenin al completo, se desconocían las actas de las reuniones del Comité Central bolchevique de 1917...Solamente los militantes con la “fe del carbonero” se negaban a aceptar que todo estaba cambiando.
Dada su mayor implantación, los partidos comunistas más evolucionados, se verán conmovidos por la suma de acontecimientos formada por la crisis del XX Congreso del PCUS, la revolución húngara del mismo año, 1956, con las revelaciones ulteriores sobre los crímenes de Stalin, sin olvidar la presencia constante de testimonios de disidentes desde la corriente llamada trotskista pasando por Milovan Djilas (La nueva clase), representativo de la ruptura de Tito o por Arthur Koestler (El cero y el infinito) en una lista que se hace interminable. En los años siguientes, el fenómeno de los excomunistas se extendería con constantes aportaciones, algunas como las novelas iniciales del Soljenitsin “leninista” disidente, que habían podido “respirar” en las fases del “deshielo” de Jruschev. Ahora las disidencias provienen de todas partes, de la URSS, del Este, de los propios partidos, de los “compañeros de ruta”, y por ejemplo en Francia entre todos formaron un auténtico conglomerado crítico, sin el cual resulta difícil entender el mayo francés.
Algunos fueron tan impresentables como el cubano Valladares, pero otros no podían ser tachados como meros asalariados de Estados Unidos o de la derecha, por más estos no desaprovechan las ocasiones. Llega un momento en que parecía confirmarse la “boutade” de André Malraux –también atribuida a Ignazio Silone, y algún ignaro de por aquí, a Vázquez Montalbán-- según la cual la lucha final se dirimirá entre los comunistas y los excomunistas, aunque era únicamente un espejismo. Pero al final, los herejes eran cada vez menos y serían los renegados los que acabarían triunfantes (socialmente o sea debidamente recompensados), con un PCF en plena retirada, abjurando hasta de Lenin y 1917. En la época “eurocomunista” (cuyo rostro patético será el muy estaliniano George Marchais), el historiador más controvertido fue Jean Ellenstein, responsable de una serie de trabajos de revisión crítica (El fenómeno estaliniano) muy valorados por el PSUC hasta que desapareció de la escena por la derecha.
En este contexto también tiene lugar la emergencia de un proceso de revisión constante que conoció con el PCI del Palmito Togliatti, la propuesta del policentrista que encontrará su expresión en el debate histórico con las rigurosas aportaciones de algunos de sus historiadores más serios como Valentino Gerratana, Vittorio Strada (autor de una minuciosa edición del ¿Qué hacer?, de Lenin), Guiseppe Boffa o Guiliano Procacci, que por su rigor sobrepasan el estrecho marco de un debate político que se irá deteriorando hasta que tras la caída del muro de Berlín, el mayor partido comunista de la segunda postguerra entra en una profunda crisis y su fracción mayoritaria trata de ocupar el hueco institucional dejado por el “socialismo” de Bettino Craxi (al que se le debe la definición según la cual “socialismo es lo que hacen los socialistas”), para situarse no precisamente a su izquierda, renunciando abiertamente para aceptar la normativa doctrinaria neoliberal, y dejar a Togliatti en el saco del “Gulag”, entre otras cosas por su papel como agente de Stalin en la guerra española.
También en Gran Bretaña, el partido comunista inició por entonces un proceso que acabará con su práctica desaparición, y que intelectualmente animan entre otros Christopher Hill, Monthy Johnston y sobre todo, Eric J. Hobsbawn... Todo este movimiento crítico, que en los sesenta fue englobado bajo la denominación general de “Nueva izquierda”, fue de una extrema complejidad, y tuvo una repercusión extraordinaria en las universidades y en las nuevas generaciones, aunque no alcanzó a la clase obrera, que en lo fundamental siguió controlada por los partidos de la izquierda tradicional.
Quizás por esta razón, esta labor crítica o autocrítica acabará mostrándose harto insuficiente para frenar la acelerada descomposición del “mundo comunista”, de unos regímenes cuyos presuntos errores, aparecen cada vez más claramente como horrores, y de unos partidos que no habían sabido romper su hilo u8mbilical con la parte oscura de su historia. En esta fase se da una constante controversia en los partidos comunistas que, desde diferentes grados, ya habían iniciado su propia “Glasnost” desde los años sesenta. También la “perestroika” da lugar a una impresionante bibliografía, pero en los noventa la veta reformadora acabará agotándose, lo mismo que ocurrirá con la corriente eurocomunista que fue bastante prolífica durante los años setenta para disolverse. En este cuadro resulta significativa cierta tentativa de adopción de otro legado bolchevique oposicionista, el representado por Nikolai Bujarin, un gigante menor cuya altura ya no será permitida a continuación en el movimiento comunista al menos que se sitúe en los márgenes.
Esto fueron los casos entre otros muchos del último Lukács, Deutscher, Sartre, Marcuse, Bloch, Sacristán, Anderson, Wilhem Reich, Dutscke, Mandel, etcétera, etcétera
En la lenta descomposición, los partidos comunistas se verán drásticamente obligados a resituarse, pero lo harán más bien por la derecha, tratando de encontrar un hueco a la izquierda de la socialdemocracia. Su historial marcado por los años de luchas sociales, por su papel en la resistencia antifascista, su peso en el movimiento obrero y su influencia entre la intelectualidad inconformista, comenzó a deteriorarse: su lado oscuro era cada vez más resaltado, y llegó un momento en que todo llegó a parecer una sucesión de caídas, en Gran Bretaña llegó a desaparecer. A lo mejor todo esta maremagnum fue culpa de Orwell y de los orwellianos. Ni el humorista más descabellado habría imaginado un chiste semejante.
Aquí sucedió con el PSUC, PCI catalán, mientras que sobre el PCE planeó la sombra después del verdadero suicidio social y militante que había significado la Transición. Carrillo no gozaba precisamente de un buen “curriculum” para superar lo que venía. Cada vez que salía por la TV, una zafia cohorte de resabiados excomunistas del tipo de Arrabal, Sánchez Dragó o Bernard Henri-Levy, le preguntaban por sus víctimas, por comunistas de primera como León Trilla o Quiñones. Con un historial ciertamente oscuro, el líder indiscutido del PCE (que había pedido en su IX Congreso “todo el poder” como secretario para pactar a su medida) naturalmente carecía también en este terreno de una respuesta convincente. En mi opinión, este historial estaliniano no fue ajeno a su indigna participación en el llamado “pacto entre caballeros” según el cual exfranquistas y exrepublicanos harían “tabula rasa” de sus respectivos pasados, aunque cada uno ocultaba cosas muy distintas ya que lo realmente contribuyó a archivar fueron las páginas del antifranquismo. Y al igual que estaba ocurriendo por todas partes, los justos pagaron por los pecadores.
Para acabar con esta dinámica destructora se impone la recuperación de la otra historia del comunismo, la militancia que no se doblegó, la que resistió, creó movimientos, la buscó la verdad por encima de las falsificaciones,...
Recuerdo que en lejano debate Teresa Pámies escribió que no se podía tratar a Ramón Mercader como si fuese un vulgar Dillinguer. Tenía razón en el sentido de que antes existió del asesino sin escrúpulos hubo un Mercader idealista, Padura nos ha ofrecido un buen retrato de él en El hombre que amaba los perros. Así parecen creerlo algunos muchachos notablemente embrutecidos por las sectas cuyos origines datan de principios de los años sesenta, y que siguen en los años treinta aunque no se les note por ningún movimiento vivo. Por mi parte, creo que eso pudo ser así pero que no es menos cierto que el famoso gángster norteamericano no comprometía ningún principio ni ideal, Mercader los destruía todos. Por eso se le utiliza como metáfora de una corrupción en Asaltar los cielos. Un anarquista andaluz clamó en el Congreso de Zaragoza de la CNT, para habla de anarquismo hay que tener la boca limpia, y lo mismo se podría decir de la palabra comunismo sí se la quiere respetar y no atarla a una historia en la que los comunistas más verdaderos fueron las principales víctimas.
Concluyendo: hay limpiar la palabra “comunismo” tanto en la teoría como en los hechos, porque de no hacerlo se está facilitando la tarea a los que tratan de enviarlo al basurero de la historia...No puede ser que los que no hacen el honor a la palabra, y que piensan como los católicos a los que estar con la Iglesia les exonera de la práctica de amar y compartir, que basta con hacer lo que les pide “el partido” para llamarse así, y luego, gestionar la lógica neoliberal como la del Tripartit, o colaborar cuando no, formar parte, de la burocracia sindical que gestiona derrota tras derrota Dicho de otra manera, no se puede hablar nuevamente de “comunismo” sin desarrollar un radical ajuste de cuentas con todo lo que significó el estalinismo. De hecho se trata de una precondición para poder avanzar de nuevo.
Quizás lo primero que haya que saber es todo lo no hay que hacer.
Hay que disciplinar la acción optada por las mayorías, pero jamás el pensamiento. La organización es un instrumento, jamás un fin. El liderazgo se muestra por la capacidad de debatir y aceptar las críticas…Etcétera.

Pepe Gutiérrez-Álvarez

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