miércoles, marzo 03, 2010

Catástrofe en Chile: desmanes y descontento social remecen la transición


Hasta la madrugada del día 27 de febrero, la transición de un gobierno de centro izquierda con 20 años en el poder, a un gobierno de derecha y neoconservador, había sido especialmente calma y colaborativa.
El viernes 26, nadie pensaba que desde el fondo de la tierra se estaba fraguando el peor terremoto en 50 años. Nadie pensaba en la implicancia que este terremoto podía tener en una pacífica y ejemplar transición.
Chile exudaba autosuficiencia, en un ejercicio de alta civilidad y cultura republicana. Terminaban el verano y las vacaciones, y se suponía que el 1ro de marzo el país retomaba su ritmo normal, esperando el día 11 de marzo para la transmisión del mando presidencial.
Los acontecimientos de bandidaje y saqueo de tiendas en la ciudad de Concepción, ubicada a más de 400 kilómetros al sur de Santiago, donde el terremoto llegó a grado 9, han puesto una voz de alerta y comienzan a remecer la pacífica transición.
No se puede determinar aún la dimensión del impacto de los desmanes y del descontento social en esta ciudad, convertida en el segundo complejo urbano más grande del país.
Este es el lugar donde a las autoridades les ha costado una enormidad restablecer servicios y líneas de abastecimiento, y donde se comienzan a producir fisuras en un armónico período de transición.
No son fisuras en las dos coaliciones políticas que se traspasan el mando. Son fisuras entre población y sistema político.
Las dos coaliciones que han monopolizado el poder en los últimos 20 años, enfrentan en el manejo de la emergencia el test más difícil desde que se restauró la democracia.
Algunas fuentes sostienen que habría que ser muy ingenuo para pensar que en los ataques a las tiendas, no hay una motivación política de presionar al sistema. No se descarta que sean grupos de interés partidarios de la “mano dura” en el ejercicio del poder, intentando presionar al gobierno que asume el 11 de marzo.
En el ápice de la situación, se sitúa la alcaldesa de la ciudad de Concepción, Jacqueline Van Rysselberghe, que tiene ambiciones presidenciales y es militante de la Unión Demócrata Independiente, un partido de la derecha tradicional chilena.
La alcaldesa, convertida en la persona más célebre de los episodios post terremoto, ha protagonizado una campaña mediática solicitando más apoyo militar para acabar con el vandalismo de los grupos que asaltaron tiendas, vehículos de abastecimiento, hogares y personas.
Esta campaña ha sido notoria particularmente en las transmisiones de CNN en América Latina.
De pronto se veía a la señora Van Rysselberghe en una proporción de 5 a 1, en relación a la Presidenta Bachelet, en las pantallas de Ecuador, Argentina, Colombia, México, EEUU, de donde me llaman para preguntar si Chile se despedaza de sur a norte por las declaraciones de la alcaldesa.
Ya no importaba para CNN las declaraciones diarias del comité de emergencia de la presidencia o las actividades de la Oficina Nacional de Emergencia del Ministerio del Interior.
Tampoco importaba resaltar que el futuro Ministro del Interior Rodrigo Hinzpeter del nuevo gobierno, declarara que las medidas adoptadas eran las adecuadas.
Lo que importaba era cuantas veces la alcaldesa enfatizaba el punto de que Concepción y su periferia – sin decirlo textualmente- debían ser “ocupadas” por las Fuerzas Armadas.
Con su insistente llamado a la ocupación militar, ha incitado a predicar la violencia, y la ley del ojo por ojo.
Los saqueos, el pillaje y la agitada cobertura mediática intentando sacarle la máxima ventaja al hecho degradante y espectacular, comienzan a poner en jaque a la acostumbrada ponderación y equilibrio de la institucionalidad chilena.
También hay una pérdida de confianza en las instituciones, situación que algunos medios con sus propias agendas, le están sacando un enorme provecho para congraciarse -demagógicamente a mi juicio-con las poblaciones.
De pronto, se palpaba por los medios que el país podría desmoronarse, y una variada gama de analistas alimentaba esa sensación a poco más de una semana del traspaso de mando presidencial más importante desde que se recuperó la democracia.
Este terremoto ocurre en un período absolutamente excepcional en la historia chilena, a menos de dos semanas del traspaso de poder de una coalición a otra. Es así que esta transición tiene un rasgo de doble punta: el buen o mal manejo de la emergencia, puede beneficiar o perjudicar en la misma dimensión tanto al gobierno saliente como al entrante.
Como era esperable, las dos coaliciones han actuado hasta el momento con unidad de criterio para disminuir el impacto de cualquier desajuste en el manejo de la emergencia.
“El plazo es muy corto. Sería suicida para el sistema político, que cualquier coalición pretendiera perjudicar a la otra”, nos dice una fuente de gobierno.
Como que ambas entidades hasta hace poco opuestas, estuvieran decididas a doblarle la mano al curso histórico de una sociedad chilena que mantiene profundas contradicciones en el área de las desigualdades sociales que algún día podrían explotar.
Ese Chile profundo, de un subdesarrollo todavía indómito de grupos que viven con descontento y bajo la desesperanza, y que exhibe el pesimismo desatado de la clase media y de empleados en servicios estacionales, las víctimas más afectadas por las crisis económicas, aparecía como el terremoto desde el fondo, aunque con una diferencia, era algo que se sentía, pero que aún no golpeaba.
En los saqueos y el pillaje de las 48 horas posteriores al terremoto, Chile mostraba la debilidad del sistema democrático para incentivar y crear mecanismos que reduzcan la exclusión, y la insuficiencia de las políticas que incentiven a los grupos excluidos de las oportunidades del desarrollo.
El grave peligro reside en que estos grupos, que cada son vez más numerosos y abandonados, en vez a formar parte de la regeneración de la democracia, pasen a formar las filas de la descomposición social y digámoslo con letras que duelen, del neofascismo.
Los escándalos de corrupción y la falta de eficacia en el sistema, y la brecha en las desigualdades, es el escenario para alimentar el desplazamiento de estos grupos hacia posiciones de mero rechazo del sistema y destrucción.
Un periodista me dijo: “Por lo que está sucediendo en Concepción hay que actuar como en el terremoto de 1939, sacar los soldados y tirar a matar”.
Antes de disparar, hay que ver qué sucede con la determinante cultural de la actual forma de desarrollo. Pocos le prestan atención a este tema.
Al parecer las agencias en general consideran que las estrategias de intervención para el desarrollo están funcionando. Chile, con el episodio de Concepción es un buen ejemplo de que efectivamente no es así.

Juan Francisco Coloane

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