domingo, febrero 21, 2010

Darwin, antídoto contra la ignorancia


Richard Dawkins habla de su último libro sobre el padre de la evolución

Su libro Il più grande spettacolo della terra: perché Darwin aveva ragione (de próxima publicación en Mondadori) [1] recoge unos sondeos inquietantes, según los cuales el 20% de los italianos niegan rotundamente que el hombre descienda de los animales y el 32% creen que los primeros hombres vivieron en la época de los dinosaurios. ¿Cómo explica, profesor Dawkins, una ignorancia científica de este calibre en una época tecnológica y en un país desarrollado?
Lamentablemente no es un problema sólo italiano, sino también europeo y estadounidense. Y no se limita a la evolución: ¡un porcentaje parecido, del 24% en Italia, piensan que la Tierra tarda un mes en dar la vuelta alrededor del Sol! En resumen, hay un desconocimiento científico generalizado.
Pero con el evolucionismo hay motivos especiales, ¿no cree?
Por supuesto, sobre todo con los fieles de la llamada Iglesia baja de los países protestantes. Me sorprendería que ocurriera lo mismo en un país de mayoría católica. Parece que la Iglesia católica acepta la evolución, por lo menos oficialmente, dejando a un lado el alma humana: si no he entendido mal, en un momento dado apareció alguien que tenía alma, mientras que sus padres no la tenían.
A decir verdad, la encíclica de Pío XII Humani generis dice explícitamente que un católico debe creer en la existencia real, y no metafórica, de Adán y Eva.
¡Eso no lo sabía! Déjeme que mire un poco en la red. Anda, pues es verdad. Muy interesante. A mí me han criticado por haber atacado a los fundamentalistas y no a los teólogos «de verdad», pero aquí tenemos a un papa reciente, nada menos, que dice cosas así. Asombroso, lo usaré a partir de ahora.
En cambio el papa actual, Benedicto XVI, y su discípulo Christian von Schönborn, cardenal de Viena, se han manifestado abiertamente a favor del diseño inteligente. ¿Qué piensa usted de eso?
Muchos aspectos del mundo vegetal y animal muestran que, si hubiera un diseño, ¡no sería inteligente! Lo más sensato es pensar que no ha habido ningún diseño y que la naturaleza es el producto de una evolución histórica.
¿Y el principio antrópico, según el cual vivimos en un universo hecho a propósito para que vivamos en él?
Oh, ese es otro asunto y debería tratarse aparte, aunque a menudo se mezclan ambas cosas. El principio antrópico es un argumento ateo que aísla científicamente las condiciones necesarias para la vida.
Pero el diseño inteligente tampoco es necesariamente deísta.
Es verdad. Se puede pensar que la planificación la han hecho unos alienígenas, por ejemplo, como en la teoría de la panspermia defendida nada menos que por Francis Crick, en su libro Life Itself. Pero este diseño, evidentemente, sólo es local, pues no explica el origen de los alienígenas que habrían dado origen a la vida terrestre.
¿Pasamos a las pruebas de la evolución? Podemos empezar por las que aportó el propio Darwin, haciendo una analogía con la selección artificial.
Es un ejemplo excelente que hoy en día se usa menos de lo que se debería. En el fondo, la selección artificial no es más que la verificación experimental de la selección natural. Hoy se hace conscientemente en los laboratorios, pero a lo largo de los siglos los agricultores y ganaderos la han hecho inconscientemente. A Darwin le gustaban los experimentos con palomas, pero a mí me parece que el ejemplo más espectacular de los cambios que pueden producirse en poco tiempo son los perros, del chihuahua al alano.
Darwin también se apresuró a refutar la objeción creacionista de los «órganos complejos» como el ojo.
Sí, destacando que la afirmación de que un órgano complejo funciona siempre como un sistema integrado de todas sus partes a menudo es falsa: la cuarta parte, o incluso la centésima parte de un ojo ven mejor que ningún ojo. En el reino animal encontramos varias fases de evolución incompleta del ojo que lo demuestran.
Darwin también puso en evidencia las huellas que ha dejado la evolución en los órganos vestigiales, como las alas en aves que ya no vuelan.
Esos órganos que ya no funcionan son ejemplos maravillosos y llamativos de que se ha producido un cambio. Por otro lado, hoy sabemos que no sólo hay órganos, sino también genes vestigiales: los llamados seudogenes, que tienen apariencia de genes normales pero ya ni siquiera se transcriben. Se podrían comparar con los fragmentos de programas y archivos que permanecen en el disco duro de nuestro ordenador, aunque ya no son accesibles.
Me gustaría pasar ahora a las pruebas que en tiempo de Darwin no tenían suficiente evidencia, como los fósiles.
Entonces ya había fósiles animales, naturalmente, pero faltaban los fósiles humanos: a ellos se refería Darwin cuando hablaba de «eslabones perdidos». Después se han encontrado muchísimos, sobre todo en África, que es donde Darwin pensaba que debían buscarse, debido a que los hombres se parecen mucho más a los simios africanos, como los chimpancés y los gorilas, que a los simios asiáticos, como los orangutanes y los gibones.
Luego están los argumentos que Darwin no podía aducir porque se basan en descubrimientos posteriores, como los de la genética.
En efecto, si hay un terreno en el que Darwin se equivocó, fue el de la genética. Después del descubrimiento de la doble hélice hecho por Watson y Crick, yo diría que la genética se ha convertido en una rama de la informática: una secuencia de ADN es semejante a una cinta de ordenador, solo que con un alfabeto cuaternario en vez de binario, y se lee y transcribe igual.
Con todas estas pruebas, ¿cómo es posible que los creacionistas nieguen el carácter científico de la teoría de la evolución?
Quizá porque la consideran una teoría histórica, parte del humanismo y no de la ciencia (aunque, irónicamente, casi todos los creacionistas son humanistas). Pero se equivocan, porque está basada en una evidencia experimental, predictiva y verificable o refutable. Por ejemplo, el evolucionismo prevé que no se pueden encontrar fósiles de mamíferos en los estratos del devónico, y si se encontraran la teoría quedaría refutada.
Hay una última objeción, propuesta por un par de físicos estrafalarios: el evolucionismo no es científico porque no puede describirse con fórmulas matemáticas.
¡Qué ocurrencia! El neodarwinismo moderno se basa en la idea de que en las poblaciones la frecuencia de los genes cambia a lo largo del tiempo, y las principales hipótesis para explicar este cambio, y por lo tanto la evolución, derivan de una famosa fórmula enunciada por Hardy y Weinberg. La genética evolutiva moderna es altamente matemática, está llena de fórmulas. Hay revistas científicas que sólo se ocupan de los fundamentos matemáticos de la teoría. Esta objeción, como todas las demás, está simplemente desinformada.

Giorgio Odifreddi
Traducido para Rebelión por Juan Vivanco

[1] Traducción española de Jesús Fabregat Carrascosa, Evolución: el mayor espectáculo sobre la tierra, Espasa-Calpe, 2009.

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