domingo, octubre 11, 2009

12 de octubre: Día de la vergüenza hispana


Me he preguntado en ocasiones, no sin esbozar una sonrisa comprensiva, por qué algunos de mis compañer@s de universidad, de trabajo, de mi entorno, me acusan hoy de “no haber sabido evolucionar lo mismo que ell@s”, en alusión directa a lo que definen como postura radical en mis planteamientos políticos.
Miro hacia atrás y resulta que es cierto: todo aquello que me impulsó a la militancia en clandestinidad (en primer término, por la dictadura), sigue casi exactamente como en 1975, exceptuando un formidable decorado, a lo Samuel Bronston, en el que millones de actores se han creído su papel de extras. Desde aquel entonces, no me he movido ni un milímetro, mientras que todos ellos han sabido practicar el aggiornamento, eso sí, en una inequívoca dirección: la derecha.
La película de la transición, obra urdida con habilidad y cobardía políticas (hay quien lo llama realismo), sigue impeliéndome a la disidencia en sesión continua, porque sencillamente, mis sueños de democracia no se han cumplido.
Mis amigos de entonces, sonríen cuando afirmo que España no es un estado de derecho. Se niegan a verla, tan falsa como un euro norteamericano, dotada de una Constitución que permite que el Jefe del Estado (como quiso hacer Berlusconi, sin serlo) pueda delinquir sin someterse a la justicia, o que elimina cualquier atisbo de autodeterminación y ulterior independencia de sus pueblos, porque los uniformados son garantes de la unidad de la patria.
Miran hacia la Luna, para ignorar que España se haya convertido en un país artificial, llevado por la fuerza bruta al capitalismo más salvaje, con un ejército en el que la tropa se compone de mercenarios, que no de patriotas, decidido a velar por la supervivencia del franquismo, siguiendo fielmente los ideales de su comandante en jefe, heredero de todos los crímenes que dejó aquel general, no juzgado jamás por genocidio, siquiera por la historia, que no por los tribunales.
Mis compañeros de entonces, mis amigos de antaño, incluso algunos camaradas que celebraron mi entrada en el PCE en tiempos de negrura y fusilamientos, no admiten que España sea un entramado empresarial en el que la censura, el ostracismo y la venganza, se ceba sobre quienes piensan de forma diferente, sobre quienes claman por sus desaparecidos, por sus familiares, cuyos cadáveres se pudren aún en fosas comunes, por sus allegados a quienes no pueden hallar, asesinados en aquel golpe de 1936.
En esta democracia, quienes batallan aún por una Ley de la Memoria Histórica, carecen de plataformas, de medios de comunicación con los que expresar sus opiniones, conculcando ese derecho contemplado en la Carta Magna, como sarcasmo hiriente contra un pueblo hipnotizado por el consumo. En el colmo del cinismo, mientras el estado sonríe ante el drama de más de 30.000 niños, robados en la asonada franquista a sus padres legítimos, se rasgan las vestiduras por unas fotografías de presos vascos.
Y hoy, cuando España sigue su ruta hacia el teatro político más esperpéntico, más anodino, convencida de su gesta histórica del 12 de octubre, rememorando a un comerciante genovés, que acompañado de una mesnada de desheredados de la fortuna y varios curas y frailes amantes de la muerte, creía descubrir las Indias, me convenzo aún más de que la glorificación de la violencia mueve a las masas. Tal vez por ello, el gobierno vasco actual, celebre el acontecimiento, por vez primera en esta pantomima democrática. No es de extrañar, cuando todos sabemos que para los antiguos griegos, Ares encarnaba al dios de la guerra, de la fuerza bruta y de la violencia.
Tras aquel empresario italiano, miles de aves de rapiña, miles de ávidos comerciantes, miles de iluminados como George W, Bush, Javier Solana, José María Aznar o Tony Blair, miles de terroristas de toda ralea, embarcaron cruzando el océano para dedicarse al saqueo, la violación, la tortura, el crimen y el esclavismo más salvaje contra todos los habitantes de eso que hoy se llama América.
Tal vez con Vespucio, que fue quien se dio cuenta de que aquellas tierras no eran tales Indias, sino un nuevo continente, se haya querido al menos honrar el hallazgo, aunque Colombia siga recordando al Cristóforo Colombo de aquel entonces, del que Uribe será sin duda uno de sus admiradores más sinceros; a fin de cuentas ambos llevan a sus espaldas, alegremente, el asesinato, la muerte y la tortura.
Y qué decir de esas buenas gentes de hábito y misal, con el crucifijo en la mano, enseñando a golpe de madera o metal cuál era el verdadero Dios. Su mensaje, sin embargo, ha sido escuchado, y de ahí que las iglesias católicas de Venezuela, Honduras, Colombia, Chile, Argentina, Estados Unidos, Italia o el propio Vaticano, conmemoren la gesta sin avergonzarse al bendecir a los poderosos y humillar a los débiles. ¿O era todo lo contrario, lo que dicen que aconsejaba aquel rabí llamado Jesús? La religión, como la letra, entra con sangre.
Los amigos a los que me refiero al comienzo de este escrito, deben ser muy felices en su retiro democrático. Yo creo serlo, pero aún anclado en la convicción de no haber caído en las trampas confortables en las que ellos se asientan. Tal vez por eso, bajan la vista y hace mutis por el foro, cuando les miras de frente y les formulas algunas preguntas. Dime, amigo:
¿Por qué la memoria de los luchadores antifascistas sigue vetada?
¿Por qué los homenajes a quienes dieron su vida por la libertad continúan prohibidos?
¿Por qué se niegan los permisos para manifestaciones en las que se pide que no haya impunidad para los nuevos franquistas?
¿Por qué las fuerzas del orden masacran a quienes no comulgan con esta democracia?
¿Por qué se siguen tolerando los mensajes anticonstitucionales, si vienen de la extrema derecha o la iglesia?
¿Por qué existe una intolerable tolerancia con el neofascismo?
¿Por qué los golpes de estado de la derecha más violenta se apadrinan y consienten, sin obligar a los golpistas a devolver la legalidad al pueblo?
¿Por qué los gobiernos constitucionales de izquierda, surgidos de las urnas, son constantemente agredidos con mentiras y manipulaciones?
O… ¿Por qué viajó a Honduras un diputado como Carlos Iturgaiz, en nombre del Parlamento Europeo, como miembro de una delegación que defendía el diálogo, cuando es notorio que está políticamente en el mismo barco de Micheletti, que no del presidente constitucional?
Y finalmente: ¿Por qué se sigue celebrando el 12 de Octubre? ¿Por qué continúa esa parada de la vergüenza, el oprobio y la ruindad?
Si gustan de cabalgatas y procesiones, hagan un desfile encabezado por el Rey, el Papa y una enorme pancarta donde se lea: PERDÓN, AMÉRICA. Y luego, hablamos de democracia.

Carlos Tena

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