sábado, junio 27, 2009

A 55 años de la intervención estadounidense en Guatemala, las consecuencias persisten


El 27 de junio de 1954 se consumó la conspiración para deponer al presidente guatemalteco Jacobo Árbenz, tras una invasión mercenaria organizada y financiada por Estados Unidos con la complicidad de la oligarquía local y la alta jerarquía católica y la traición de la cúpula militar.
Se cerró así la década conocida como La Primavera de la Libertad en la tierra del quetzal y se abrió una nefasta etapa para su pueblo cuyas consecuencias y heridas aún hoy permanecen abiertas.
Árbenz y su antecesor Juan José Arévalo habían cometido el flagrante crimen a los ojos de Washington de trabajar en beneficio de su pueblo, abrir escuelas, promulgar un código de trabajo para proteger los derechos de los obreros, crear el Instituto de Seguridad Social, construir hospitales y permitir la organización de los diferentes sectores del país.
Sin preverse la expropiación de sus propiedades, estos gobiernos iniciaron acciones para limitar el poder de las tres grandes transnacionales estadounidenses que se habían apropiado del país, la United Fruit Company, principal terrateniente, la International Railroad of Central América, dueña de las vías de comunicación, y la Electric Bond and Share, con el monopolio de la generación eléctrica.
En particular, la Ley de Reforma Agraria, que afectaba las tierras ociosas de la frutera norteamericana, despertó la ira de la Casa Blanca, donde dos de los principales accionistas, los hermanos John Foster y Allen Dulles, ocupaban los cargos de Secretario de Estado y jefe de la Agencia Central de Inteligencia, CIA, respectivamente.
Tres meses antes de la intervención, Washington había apelado a uno de sus instrumentos de dominación y control continental, la Organización de Estados Americanos, que en la Conferencia de Caracas condenó a Guatemala y abrió las puertas a la agresión con el apoyo entusiasta de los dictadores Somosa, Trujillo, Pérez Jiménez, Batista, Duvalier y otros.
Altísimo fue el precio que el pueblo de la nación centroamericana pagó por esta acción: 36 años de conflicto armado interno, más de 200 mil muertos o desaparecidos, entre ellos muchos de sus mejores pensadores, intelectuales y líderes sociales, más de un millón de desplazados y refugiados y la consolidación de una oligárquía poderosa y retrógrada.
La intervención estadounidense en Guatemala NO es historia. Hoy sigue siendo una dolorosa realidad en un país donde a diario mueren víctimas de la violencia más de 15 personas, donde la mitad de sus niños de entre 1 y 5 años están desnutridos, el 51 por ciento de la población está en la pobreza y la extrema pobreza y el Estado está copado por la corrupción y la acción de bandas de traficantes de drogas, armas y seres humanos.
Tampoco es historia para la región, a la luz de los acontecimientos en Honduras durante los últimos días, donde el coletazo de sectores neoliberales aliados con militares y medios de comunicación intentaron frenar el proceso de cambios emprendidos por el presidente Manuel Zelaya.
La lección de Guatemala es un ejemplo para los pueblos latinoamericanos y caribeños de que las conquistas se deben defender al precio que sea necesario, sin dar un solo paso atrás.
Así lo comprendieron los jóvenes Ernesto Guevara, Jorge Risquet, Ñico López, Severo Aguirre y otros, testigos excepcionales de cómo las fuerzas oscuras quebrantaron la esperanza y clausuraron la primavera de todo un pueblo en nombre de los intereses económicos y geopolíticos de Estados Unidos.

Guillermo Alvarado

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