jueves, julio 03, 2008

El Moncada nos enseñó a convertir los reveses en victorias (2)


El discurso pronunciado por el Comandante en Jefe Fidel Castro el 26 de julio de 1973 en ocasión del XX Aniversario del asalto al Moncada, constituyó una lección de historia y un llamado de alerta sobre los graves problemas que acecharían a la humanidad. Por el conocimiento histórico y político que aporta, Granma lo reproduce por partes en homenaje al aniversario 55 de la gesta

Los hombres que llevábamos en nuestras almas un sueño revolucionario y ningún propósito de resignarnos a los factores adversos, no teníamos un arma, un centavo, un aparato político y militar, un renombre público, una ascendencia popular. Cada uno de nosotros, los que después organizamos el movimiento que asumió la responsabilidad de atacar el cuartel Moncada e iniciar la lucha armada, en los primeros meses que sucedieron al golpe de Estado, esperaba que las fuerzas oposicionistas se unieran todas en una acción común para combatir a Batista. En esa lucha estábamos dispuestos a participar como simples soldados, aunque solo fuese por los objetivos limitados de restaurar el régimen de derecho barrido por el 10 de marzo.
Los primeros esfuerzos organizativos del núcleo inicial de nuestro movimiento se concretaron a crear e instruir los primeros grupos de combate, con la idea de participar en la lucha común con todas las demás fuerzas oposicionistas, sin ninguna pretensión de encabezar o dirigir esa lucha. Como humildes soldados de fila tocábamos a las puertas de los dirigentes políticos ofreciendo la cooperación modesta de nuestros esfuerzos y de nuestras vidas y exhortándolos a luchar. Por aquel entonces, aparentemente, los hombres públicos y los partidos políticos de oposición se proponían dar la batalla. Ellos tenían los medios económicos, las relaciones, la ascendencia y los recursos para emprender la tarea de los cuales nosotros carecíamos por completo. Dedicados febrilmente al trabajo revolucionario, un grupo de cuadros, que constituyó después la dirección política y militar del movimiento, nos consagramos a la tarea de reclutar, organizar y entrenar a los combatientes. Fue al cabo de un año de intenso trabajo en la clandestinidad, cuando arribamos a la convicción más absoluta de que los partidos políticos y los hombres públicos de entonces engañaban miserablemente al pueblo. Enfrascados en todo tipo de disputas y querellas intestinas y ambiciones personales de mando, no poseían la voluntad ni la decisión necesarias para luchar ni estaban en condiciones de llevar adelante el derrocamiento de Batista. Un rasgo común de todos aquellos partidos y líderes políticos era que, a tono con la atmósfera maccarthista y con la vista siempre puesta en la aprobación de Washington, excluían a los comunistas de todo acuerdo o participación en la lucha común contra la tiranía.

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