viernes, junio 27, 2008

Salvador a salvo


Pedro de la Hoz • La Habana

No faltan flores vivas en el mausoleo donde reposan los restos mortales de Salvador Allende, en la necrópolis de Santiago de Chile. El pasado diciembre estuve allí y me animó la certeza de que en cualquier momento el compañero Presidente, junto a sus vecinos, Víctor Jara en su tumba mínima, Miguel Enríquez en su nicho de humilde presencia, y los tantos y tantos cadáveres con nombres de padres y madres de familia y hermanos e hijos, un día se iban a levantar para emprender nuevamente la obra de renovación humana que el imperialismo y sus aliados fascistas quisieron borrar el fatídico 11 de septiembre de 1973.
A cien años de su nacimiento, Salvador Allende está a salvo. La lealtad y el compromiso que llevó hasta las últimas consecuencias concitan el respeto universal, comenzando por los suyos. En Chile pronunciar su nombre, aún en quienes no profesan los ideales socialistas, genera una profunda reverencia.
Él forma parte del acervo cultural que recoge una generación nacida tras el retorno de los militares a los cuarteles y la instauración de una democracia de tintes neoliberales. Él acompaña a los estudiantes que se rebelan contra los recortes financieros a los programas de enseñanza, a los obreros que exigen mejores condiciones de vida, a las mujeres que reivindican respeto, a los mismos soldados –conocí a varios- que se avergüenzan de las práctica de horror de sus antecesores.
Él canta junto a Violeta un gracias a la vida que lo toma en cuenta como alimento imprescindible.
Entre cubanos es fruto y semilla. Nadie olvida su profundo respeto y enorme admiración por Fidel y la Revolución Cubana, su entrañable solidaridad.
La gente de mi generación guarda en el recuerdo su paso por la Isla ya Presidente, el abrazo multitudinario que recibió, como tampoco el que reciprocó a Fidel a lo largo de Chile cuando el Comandante visitó el país austral.
De modo más íntimo, están sus palabras en la Bodeguita del Medio y el billete que entregó al inefable Martínez para saldar una vieja deuda en el lugar. Está su amistad con Portocarrero y Milián, a quienes distinguió como artistas de su preferencia.
De modo que Salvador se halla a salvo en las grandes y pequeñas historias, como si a cien años volviera a nacer.

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