domingo, junio 15, 2008

El origen de la dialéctica en la Grecia antigua


Juan Manuel Olarieta Alberdi

"¿No has fijado tu atención en el gran mal que reina en nuestros días en la dialéctica?"
(Platón, La República,7)

Desde su mismo origen, el conocimiento humano surge, de una forma dialéctica, en lucha contra la ideología dominante, poniendo en duda la veracidad del saber aprendido y la opinión mayoritaria. La filosofía y la ciencia vuelven sobre sus pasos incansablemente, afilando siempre su ingenio crítico frente a los monumentos y museos que tratan de homenajearlas pero que, realmente, las petrifican.
No obstante, también es cierto, aunque paradójico, que las clases dominantes rinden culto al saber porque les permite preservar su dominio. Saber es poder. Exponen y repiten hasta la saciedad los últimos adelantos de la ciencia, pero hay que tener presente que las clases dominantes silencian cómo ha llegado la humanidad hasta el saber, las vías, los recorridos y los procesos intermedios. Sobre todo, ocultan que se trata más bien de una apropiación del saber en su propio interés, después de un proceso de depuración y de codificación del mismo. Antes de apropiarse de Sócrates las clases dominantes tuvieron que asesinarle. Lo mismo le sucedió a Giordano Bruno mil años después. Los matan y luego les roban su herencia. Decía Platón que los sofistas "no pudiendo nada con sus discursos, añaden los hechos a los dichos. ¿No sabes que castigan con la pérdida de los bienes, de la reputación, y de la vida misma a los que rehúsan someterse a sus razones?" (La República,6).
La clase dominante pone tampones y sellos oficiales al conocimiento, expide títulos académicos para acreditar quién es sabio y quién es ignorante. La apropiación del saber le permite que su dominación se asiente sobre bases más firmes y más previsbles. Si la lógica es una herramienta del poder, la epistemología lo es de la oposición. Ésta no es sólo una teoría del conocimiento sino una historia del conocimiento porque todo conocimiento es histórico, tiene una fecha de nacimiento y otra de defunción. Pero las clases dominantes necesitan creer que la historia ha llegado a su final y que con ellos en el poder se detiene el reloj para siempre.
El progreso del saber, por tanto, ha sido siempre algo estrechamente ligado a la revolución. El saber progresa porque no se conforma con los logros alcanzados, porque es inconformista y crítico frente a la opinión establecida y a quienes la sustentan.

La crítica de la ideología dominante en la Grecia clásica

En la Grecia clásica existía una categoría intermedia de conocimiento entre la certeza y la ignorancia, empleando la palabra "doxa" para designarla, de la que luego derivaron una familia completa de expresiones próximas como dogma, ortodoxia o paradoja. Aunque se ha traducido de formas muy diversas, como opinión o creencia, la "doxa" es la ideología dominante, lo que hoy llamaríamos el pensamiento único. Es un tipo de saber acomodaticio, que encuentra respaldo en el poder y aplauso de un coro de aduladores. Aristóteles la definía así: "Son cosas plausibles las que parecen bien a todos, o a la mayoría, o a los sabios, y, entre estos últimos, a todos, o a la mayoría o a los más conocidos y reputados" (Tópicos,1,1). También Platón decía que la "doxa" era un conocimiento que no ofrecía certeza absoluta, un conocimiento superficial, oscuro y, en consecuencia, incapaz de satisfacer al intelecto. Las cosas no son tal como aparecen. La "doxa" expresaba una duda que había que despejar porque el hombre busca un conocimiento fundado.
Platón ponía el ejemplo del abogado que para demostrar una determinada afirmación presenta un "gran número de testigos distinguidos" mientras que su adversario sólo puede presentar uno o incluso ninguno. Pero la verdad no se decide por mayorías. Mientras que la verdad es creíble por sí misma, objetiva, la ideología no coincide necesariamente con ella sino que es lo que comúnmente se admite como tal, la creencia dominante. Por tanto, es subjetiva. La ciencia describe lo que algo es; la ideología la manera en que se ve. La primera es un conocimiento verdadero, científico, objetivo y comprobado. La "doxa" por el contrario, es puramente subjetiva, una opinión.
Desde otro punto de vista, la ideología expresa también el saber tradicional, la enseñanza académica, la conformidad con el legado anterior, no siempre bien fundado, superficial, aparente e incluso engañoso. La ideología es el pasado mientras que la verdadera ciencia es el futuro.
La historia abunda en ejemplos de la diferencia entre la verdad objetiva de una tesis y el hecho de hacerla valer. La verdad objetiva y su aprobación por los oyentes son dos cosas distintas. Una cosa es tener razón y otra es que el auditorio te la conceda. Cuando una opinión está conforme con la doctrina generalmente admitida, se dice que es ortodoxa. En caso contrario es heterodoxa. La paradoja, por el contrario, es una contradicción: contradice la opinión establecida y, por tanto, resulta extraña. Los filósofos griegos eran extravagantes e incómodos, "por no decir otra cosa peor", reconocía Platón en "La República". Desde su mismo origen, se lamenta Platón, los filósofos eran tratados en la antigua Grecia de una manera "poco honrosa" porque contraponían la "doxa" a su contrario, la "paradoxa". La filosofía occidental nace, pues, con una vocación crítica, de lucha contra los prejuicios y las supersticiones dominantes. La ortodoxia no fue bien admitida por la filosofía antigua, que buscaba un conocimiento más sólido que el comúnmente aceptado. En el siglo VI a.n.e. Tales, Heráclito y Parménides se revolvieron contra la credulidad y critican a sus predecesores que siguen adscritos a las opiniones tradicionales. El último de los filósofos presocráticos, Anaximandro, fue consejero de Pericles pero tuvo que dimitir finalmente de su cargo a causa de sus teorías.

Ideología y dialéctica

El progreso del saber sigue un recorrido dialéctico cuyo punto de partida es la "doxa", la ideología dominante. Como consecuencia de ello, en la antigua filosofía griega la dialéctica estaba íntimamente relacionada con la ideología dominante o, por decirlo más exactamente, a la lucha contra la ideología dominante.
Platón introduce la dialéctica como la ciencia más difícil; las demás sirven de preparación para adentrarse en su conocimiento porque ella es la más sublime, "el coronamiento y el colmo de las demás ciencias; no hay ninguna que pueda colocarse por encima de ella, y cierra la serie de las ciencias que importa aprender". No está hecha para espíritus bastardos -continúa Platón- sino para verdaderos y legítimos talentos (La República,7). La dialéctica plantea el estudio de la realidad desde un punto de vista general, en donde todas las cosas están íntimamente interconectadas. Es un movimiento ascendente del intelecto o, como dice Platón, un camino, un recorrido en busca de una comprensión cada vez más profunda de la realidad porque el saber no permanece estático sino que cambia progresivamente. El proceso de conocimiento es un tránsito del conocimiento del pasado al futuro y de lo subjetivo a lo objetivo.
La dialéctica es también un diálogo, una controversia en donde se argumentan y rebaten afirmaciones públicamente. Esas afirmaciones aparecen, además, personificadas de una manera literaria, como discusiones entre personajes que debaten entre sí. En sus diálogos Platón contrapone a los sofistas como interlocutores de Sócrates. Los sofistas buscan la adulación, la del poder y la de la opinión pública. A diferencia de Sócrates, que personifica la ciencia, los sofistas personifican la ideología.
En Platón y Aristóteles la dialéctica desempeña un papel fundamental en el proceso de conocimiento, lo que les obliga a definirla de una manera muy precisa frente a otro tipo de metodologías engañosas o embaucadoras que sustituyen la demostración por la persuasión. Con la dialéctica los antiguos filósofos griegos introdujeron el rigor de la demostración, relegando a la ideología a la esfera del saber privado e irrepetible porque no se saben los caminos que conducen hasta él. La ideología ni siquiera puede verificar su origen. La ausencia de método impide su difusión y, por tanto, su enseñanza.

Lógica y dialéctica

La dialéctica se diferencia también de la lógica porque ésta reproduce conocimiento mientras que la dialéctica lo produce. La lógica no es más que un sistema formal de exposición de los conocimientos ya adquiridos; la dialéctica es la manera de adquirirlos. Por tanto, a diferencia de la dialéctica, la lógica es estéril.
Platón no desarrolló la lógica, tarea que incumbió a Aristóteles, cuyas nociones perduraron más de dos mil años. La lógica, según Aristóteles, se ocupa de la forma de la verdad, mientras la dialéctica se ocupa del contenido de la verdad. La primera es estática y la segunda dinámica. En sus obras subrayó con claridad la continuidad del movimiento, la presencia de lo antiguo en lo nuevo y del futuro en el presente: "Lo que cesa de ser conserva todavía algo de lo que ha dejado de ser, y de lo que deviene, ya algo debe ser" (Metafísica, 4,5).
Por ser estática, en la lógica no hay contradicción, mientras que la dialéctica se fundamenta en ella. La lucha de contrarios es su esencia. El estudio de las contradicciones desempeña un papel fundamental en Aristóteles, que destacó su función dentro de la unidad: "La entidad, siendo numéricamente una e idéntica, es capaz de admitir los contrarios". Además, la contradicción tiene una estrecha relación con la evolución: "En lo tocante a las entidades, al cambiar ellas mismas son capaces de admitir los contrarios" (Categorías,5).
Aristóteles insiste en la importancia de la dialéctica como método del saber, que tiene más importancia que el saber mismo (Refutaciones, 34). La verdadera sabiduría está en el método. El que sabe puede dar razón de su ciencia porque su conocimiento lo ha adquirido por sí mismo a través de una serie de operaciones premeditadas; por el contrario, el que no sabe "no puede dar razón ni a sí mismo ni a los demás" (Platón, La República,7). El que sabe puede aprender y seguir avanzando. El que sólo cree que sabe no aprende nunca porque está conforme consigo mismo, se regodea en lo que ya ha aprendido y no tiene interés por lo que no sabe ni tampoco por lo que aún le queda por aprender. Es algo confortable porque siempre va a encontrar otros como él que repiten lo mismo y con los que se sentirá identificado. No molesta a nadie pero, sobre todo, no molesta al poder establecido.
La ideología es también un saber unilateral en el que el sujeto sólo ha compartido la opinión dominante, que se basa la aprobación general, lo cual es suficiente para reconfortarle y satisfacerle. Conoce la tesis pero aún no conoce la antítesis o, aunque la conozca, no se ha familiarizado con las opiniones divergentes, no las ha estudiado o no las ha estudiado tanto como las suyas propias.
En consecuencia, la ideología es un conocimiento unilateral, rígido o inmóvil. Cuando aún mantiene un núcleo de verdad, lo pervierte convirtiéndolo en un absoluto. El dogma es la "doxa".

La duda como método dialéctico

Con el correr de los tiempos, la "doxa" dio lugar al surgimiento de la doxografía, una disciplina erudita que se limita a reproducir los textos de los pensadores antiguos con sus mismas palabras. La ideología no pregunta, no interroga, no cuestionada nada. Se limita a repetir lo que otros han dicho y siguen diciendo. La actitud de Sócrates es completamente distinta: "No hablo como un hombre seguro de lo que dice, pero busco unido a vosotros" (Gorgias). Sócrates no enseña nada a los demás, dice Platón, sino que interroga y pregunta, va por ahí "mendigando la ciencia" (La República, 1). El sabio es un investigador. No está preocupado por lo que sabe sino por lo que no sabe precisamente. La diferencia es que el sofista sabe y el filósofo quiere saber.
La dialéctica transforma la "doxa" en su contrario, en "paradoxa". De ahí que tanto Platón como Aristóteles relacionen la dialéctica con la crítica de la ideología dominante.
El método dialéctico se inicia con la duda del saber propio, que adopta la forma de pregunta, de interrogante. La duda obliga a pensar al interlocutor, a revisar sus argumentos, le vuelve consciente de sí mismo y de los fundamentos de su conocimiento. Por el contrario, quien sostiene la ideología dominante "no se da cuenta de nada" (Platón, Gorgias), vive como en un profundo sueño porque su creencia no es más que una costumbre, una rutina. La diferencia entre un sabio y un ignorante es que aquel lo reconoce con franqueza, duda y es consciente de las limitaciones de su conocimiento: "Darse cuenta de una dificultad y admirarse, es reconocer la propia ignorancia" (Aristóteles, Metafísica, 1,2).
Pero no había entonces ninguna forma de nihilismo. Por el contrario, los pensadores griegos demostraron plena confianza en las posibilidades del intelecto para despejar las incógnitas y conocer con seguridad. En ellos es consustancial una duda que no solamente no desconfía de la capacidad humana de conocer sino que se impone precisamente para conocer. Es claro que en la antigua filosofía griega el conocimiento no sólo recorre el camino que transita de la duda a la certeza sino también el inverso: para progresar hay que poner en duda lo que se tiene por cierto.
Cuando no hay duda hay dogma y cuando sólo hay duda hay escepticismo. Pero la ciencia no puede convivir preservando indefinidamente ni el dogma ni la incertidumbre de una tesis. El método no permite quedarse en ninguna de ambas. La duda quiebra el dogma pero no se introduce para paralizar sino para avanzar. La duda se transforma en negación, en el enfrentamiento de una tesis consigo misma que se resuelve de una manera singular, la única posible: superándose a sí mismas.

La mayéutica es el núcleo de la dialéctica

En la dialéctica la antítesis no vence a la tesis sino que de ambos se obtiene una síntesis que los supera a ambos. Esa síntesis recorre tanto A como su opuesto –A y contiene a ambos. El debate no opone unos argumentos a otros sino consigo mismo, "forzándoles a modificar aquellos que nos parezca que no enuncian bien" (Aristóteles, Tópicos, 1,2). Hay que poner en evidencia que el contrincante se engaña a sí mismo y que incurre en paradojas, concluyendo que "Sócrates preguntaba pero no respondía" (Refutaciones, 34). Esto es lo que da a la dialéctica su carácter productivo, frente a la lógica y otras formas de argumentación. En "Gorgias" Platón pone así en boca de Sócrates la esencia de la dialéctica: "Aunque solo, soy de otra opinión, porque no dices nada que me obligue a cambiarla; pero produciendo contra mí una porción de testigos falsos puedes proponerte desposeerme de mis bienes y de la verdad. En cuanto a mí, no creo haber formulado ninguna conclusión que valga la pena acerca del asunto de nuestra disputa, a menos que no te reduzca a que te presentes tú mismo a rendir testimonio de la verdad de lo que digo; y tú creo que nada podrás alegar contra mí a menos que yo, que estoy solo, declare en tu favor y que no asignes importancia al testimonio de los otros. He aquí, pues, dos maneras de refutar".
En efecto, he ahí la esencia de la dialéctica; frente a la tesis no se opone algo diferente sino exactamente lo mismo, aunque de signo opuesto. La crítica de Sócrates es una autocrítica, una enmienda. No solo no cambia el argumento sino que no cambia tampoco el adversario: se trata de conseguir que el propio hablante cambie su opinión mediante la disputa, es decir, que A se transforme en –A sin dejar de ser nunca A y, por tanto, tampoco -A. No existe ni una tesis o un orador A y una tesis o un orador B; no existen los sofistas por una lado y Sócrates por el otro porque éste no afirma nada, sólo pregunta. La esencia de la dialéctica es la mayéutica, que en griego significa alumbramiento y parto, en donde la parturienta no se opone a la comadrona sino que la criatura nace del cuerpo de aquella, de sus mismas entrañas. La comadrona sólo ayuda con sus dudas y sus preguntas.

La ideología no es un conocimiento falso

La ideología no es necesariamente una conciencia falsa, un conocimiento erróneo. No existe ninguna línea fronteriza que separe la ciencia y la ideología. Decía Platón que no hay una ciencia verdadera y una ciencia falsa, pero que sí hay una creencia verdadera y una falsa. Según Platón la ideología es el magma heterogéneo en el que conviven las ideas por la fuerza de la costumbre y de la rutina.
También Aristóteles reconoce que "nadie puede alcanzar completamente la verdad, ni estar falto de ella de manera absoluta" (Metafísica, 2,1). El punto de partida epistemológico de ambos es la "doxa", el saber establecido; la verdad se alcanza a través de ella. Pero conciben la dialéctica como su superación, definiendo los argumentos dialécticos como "los que prueban la contradicción a partir de la opinión" (Aristóteles, Refutaciones, 2).
En toda la filosofía griega la heterodoxia se abre camino como antítesis de la ortodoxia anterior, como criterio opuesto a la tesis dominante sostenida por una mayoría. En una de sus obras más conocidas Aristóteles definió de una manera rotunda la dialéctica como "la crítica de lo que la filosofía da a conocer positivamente" (Metafísica,4,2).
No obstante, no siempre Aristóteles es consecuente consigo mismo. Por un lado fue uno de los primeros filósofos en exponer la teoría de la tabla rasa, como si el conocimiento pudiera partir de cero, del vacío. Pero en otro apartado explica de una manera más asequible la manera en que la verdad se abre camino en medio de la confusión: "Se está de acuerdo en reconocer como sustancias ciertas sustancias sensibles, de manera que nuestras investigaciones deben empezar por ellas. Siempre es interesante adelantar hacia lo que es conocido. Todo el mundo procede así en el estudio: es a través de lo menos conocido en sí que se llega a las cosas más conocidas. De la misma manera que en la vida práctica nuestro deber es partir de cada bien particular para hacer que el bien general se convierta en el bien de cada uno, así debemos partir de lo que se conoce mejor, para convertir lo que es conocido en sí, conocido por sí mismo. Estos conocimientos personales y primeros son a menudo conocimientos débiles, y no encierran poca o ninguna realidad. Sin embargo es preciso partir de estos conocimientos vagos, pero personales, para llegar con el debido esfuerzo a los conocimientos absolutos, pasando, ya hemos dicho, por los primeros" (Metafísica,7,3).

La dominación de la ideología dominante

Como dice Aristóteles, a diferencia de la ciencia, la ideología no es un conocimiento capaz de imponerse por sí mismo. Su fuerza deriva de factores exteriores a ella, del refrendo del poder político establecido que hace de ella una opinión dominante y mayoritaria, e incluso sancionada legalmente, esto es, convertida en ley, impuesta como conducta obligatoria.
La ideología sirve al poder y el poder premia la ideología, creando un coro de sofistas que la propagan, la repiten y la confirman a cada paso: "A causa de su afinidad los sofistas y los oradores se aproximan a los jueces y legisladores y se dedican a los mismos asuntos", dice Platón en su "Gorgias". La "doxa" se convierte en dogma, en decreto; pasa del universo del saber al del poder. En "Gorgias" uno de los antagonistas de Sócrates, si bien reconoce sus conocimientos, le reprocha precisamente que no sea capaz de redactar leyes: "No sabrías proponer una determinación en las deliberaciones de asuntos de justicia ni lo que hay de plausible y probable en una empresa ni sugerir a los otros un consejo generoso". Por eso le advierte que corre peligro, que va ser perseguido y que con sus teorías no va a poder defenderse ni tampoco va ser capaz de defender a nadie. El mismo peligro que Sócrates corren todos los demás filósofos auténticos, porque la defensa de la verdad es un peligro para la clase dominante, puede conducir a la persecución y a la muerte, un destino terrible porque es ineluctable. Por eso el consejo sofista es de un realismo terrible: "Deja tus argumentos, cultiva lo bello, ejercítate en lo que te dará la reputación de hombre hábil y abandona a los otros estas vanas sutilidades que sólo tratan de extravagancias o puerilidades y que terminarán por reducirte a la miseria; proponte por modelos no a esos que disputan con estas frivolidades sino a las personas que han conquistado fama y riquezas y que gozan de las otras ventajas de la vida". Lo hemos oído todos desde siempre: dedícate a la buena vida, no te metas en problemas.
Sócrates se excluye a sí mismo de los políticos: no es alguien que tenga poder sino saber. Ni siquiera se vanagloria de tener seguidores sino que más bien se siente aislado, no de la multitud exactamente sino más bien de la opinión de la multitud, de la cual confiesa no hacer caso.
Por tanto, reconoce que no puede aportar testigos o apoyos que respalden lo que dice, acaso uno solo. ¿Qué apoyo solitario es ese que Sócrates persigue? Precisamente el de su contrincante.
Pero es mejor el criterio de un sabio que el de diez mil que no lo son. A menudo se interpreta esta tesis –de Platón más que de Sócrates- en un sentido elitista, como un menosprecio de las masas. No es así. También hay buenos oradores, aquellos que se "conducen según las reglas del arte", es decir, los que dicen la verdad a las masas, no lo que éstas quieren escuchar. ¿En qué se diferencia un buen orador de uno malo? En que es justo y está versado en la ciencia de las cosas justas. "Si hace alguna concesión al pueblo será sin perder esto de vista y si le quita algo será por el mismo motivo". Como hemos dicho antes, Sócrates afirma buscar "unido a vosotros" porque "a todos nos interesa que la cosa quede evidenciada".
Las discusiones socráticas se entablan en el ágora, en plena plaza pública. En ellas intervienen activamente una pluralidad de oradores y, seguramente, hay aún más personas interesadas que permanecen escuchando la discusión en silencio. Sócrates tiene en cuenta a esa multitud pero no se pliega a su criterio. A su manera también es un político, pero en él la política está vinculada a la verdad.
Juan Manuel Olarieta Alberdi

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